Llegó, me estrechó la mano y se sentó a mi lado. Empezó a tomar un jugo. A veces levantaba los ojos para verme. Cada movimiento lo hacía como en silencio. Yo acababa de entrevistar a Ricardo Téllez, más conocido como Rodrigo Granda, uno de los jefes de la delegación de las FARC en las negociaciones […]
Llegó, me estrechó la mano y se sentó a mi lado. Empezó a tomar un jugo. A veces levantaba los ojos para verme. Cada movimiento lo hacía como en silencio. Yo acababa de entrevistar a Ricardo Téllez, más conocido como Rodrigo Granda, uno de los jefes de la delegación de las FARC en las negociaciones con el gobierno de Colombia en La Habana. Le había propuesto a Téllez que me ayudara a convencerlo para una entrevista. «Yo se lo presento, y que él decida. Nunca ha dado una entrevista en su vida, y creo que nunca le han tomado una foto», me dice.
FOTO: HERNANDO CALVO OSPINA. Derechos reservados
Le pregunto cómo se siente. «Bien, aunque me hacen falta mi tierra, mi selva», me contesta apenas abriendo la boca, y vuelve a saborear el jugo. En verdad que este hombre es un típico campesino: es reservado y parco al hablar ante los extraños.
Miguel Angel Pascuas nació el 20 de noviembre de 1940 en la ciudad de Neiva, al sur del país. Desde las primeras luces de los años sesenta ingresó a la lucha guerrillera. Estuvo entre los 52 hombres y tres mujeres que enfrentaron la arremetida de 16 mil soldados, asesorados por especialistas estadounidenses, en la región de Marquetalia, al suroccidente del país. El 27 de mayo de 1964, en medio de la embestida militar, hizo parte de los fundadores de las FARC, aunque solo dos años después tomaría ese nombre. «Se dice que soy el último miembro de los fundadores que sigue en actividad, pero también está Jaime Bustos. Existen otros marquetalianos, pero se han retirado por vejez o enfermedad.»
Desde hace unos 25 años dirige el Sexto Frente de las FARC, uno de los más beligerantes y estratégicos. Tiene en jaque a las poderosas Fuerzas Armadas oficiales, porque ha logrado llevar la confrontación hasta muy cerca de Cali, la tercera ciudad del país.
Tratando de romper su aparente indiferencia, digo que es la primera vez en mi vida que estoy rodeado de tantos dólares. Los presentes me miran intrigados. «Por la cabeza de Téllez el gobierno colombiano ofrece varios millones. Y por Pascuas el Departamento de Estado de Estados Unidos da 2,5 millones, y el gobierno colombiano un millón». Noto que Pascuas prefiere mirar el jugo y revolverlo.
Le propongo la entrevista. Con una increíble economía de palabras me dice que él no tiene mucho para contar. Le insisto. Acepta, pero con una sola condición: tiene que ser en un lugar abierto. No quiere encerrarse en un salón. «Aún no logro acostumbrarme a dormir en una habitación, ni en esa cama. Tengo oídos muy sensibles, habituados a los ruidos de la montaña. A la madrugada no escucho el ruido de los animalitos de la selva, solo carros que pasan, y eso me perturba. Cuando estoy en el páramo me acuesto sobre las hojas del frailejón y otras hierbas. Y si es en zona calurosa utilizo una hamaca y un toldillo. Todo a campo abierto. Usted no se puede imaginar la tranquilidad que se siente en la selva, en el campo». Le digo que no lo puedo imaginar, y que a mí los mosquitos me producen pánico, aunque me crié en un barrio muy pobre plagado de ellos. Con esto le saco una sonrisa, aunque creo que se burla de mí. Sin embargo el resultado es que acepta charlar conmigo unos días después.
«Voy a luchar y luchar por la toma del poder hasta donde la salud y la vida me lo permitan. Quisiéramos que fuera por la vía política, y por eso hemos insistido en los diálogos con el gobierno. Ojalá pudiéramos conformar un partido político sin que nos maten, como hicieron con la Unión Patriótica. Recuerde que nos asesinaron como a cinco mil compañeros y compañeras. Entonces nos tocó que reforzar lo militar. Para las actuales negociaciones no podemos hacer los errores que cometimos durante las realizadas en el Caguan [entre 1998 y 2002, NdA]. Antes de ellas estábamos con un gran empuje militar, logrando propinarle grandes derrotas al enemigo. Con lo del Caguan como que nos confiamos, y cuando se rompen el enemigo embiste con mucha fuerza, se había preparado para la guerra. Es cuando llega el llamado Plan Colombia, dirigido y armado por los gringos bajo el pretexto de la guerra al narcotráfico, pero era para acabar con nosotros. Pero uno va acomodándose a las nuevas tácticas y estrategias del enemigo. Después de cada combate o bombardeo nosotros analizamos para decidir cómo responder y avanzar.
¿Qué siento al ser uno de los hombres más perseguidos? Me siento muy bien. No tengo miedo, porque ya estoy acostumbrado. A veces la salud molesta por culpa de los años, pero para dirigir no tengo problema. Nunca me han herido, por lo cual me considero con mucha suerte pues he participado en muchos combates y toma de poblaciones. He visto morir compañeros y compañeras. Los he tenido que cargar y enterrar para que el enemigo no se apodere de sus cadáveres y haga fiesta y publicidad con ellos. A veces me ha tocado dormir a su lado hasta que el enemigo se aleje. En varias ocasiones me ha tocado estar escondido varios días, teniendo al ejército muy cerca, buscando cómo salir del cerco con mi tropa.
Cuando escucho que nos tratan de terrorista no me produce nada, porque uno sabe que estamos luchando por una causa justa. Es cierto que la población civil está sufriendo el desarrollo de esta guerra, aunque nosotros tratamos de protegerla. El ejército dice que nosotros nos amparamos entre la población civil, pero ojalá dijeran la verdad: cuando los tenemos acosados se esconden en las escuelas, viviendas y hospitales. Son unos cobardes. No somos nosotros lo que construimos los puestos de policía y militares al interior de las poblaciones.
Desgraciadamente cada día la guerra se acerca más a las zonas pobladas, a las ciudades intermedias. Y el ejército reprime y mata a los pobladores porque dice que ellos son nuestros colaboradores. La gente ve bien nuestra llegada, pero sí le da temor de la represión del ejército. La verdad es que si hemos logrado llegar tan cerca de las grandes ciudades, como Cali, es porque no somos terroristas; es porque tenemos una parte importante de la población de nuestro lado, sin ser combatientes. Es imposible avanzar en la guerra revolucionaria sin el trabajo político con la población, sin el dominio del terreno.
Una semana antes de salir para La Habana, el ejército me tendió un cerco para tratar de capturarme o matarme. Fue en la zona donde yo debía encontrar a los representantes de Cuba y de la Cruz Roja Internacional que me trasladarían. Cuando el helicóptero fue llegando con ellos tuvimos todas las precauciones, pues el ejército podía volver a plagiar los signos de la Cruz Roja, como ya lo hizo para rescatar a Ingrid Betancourt, aunque eso está considerado como un crimen de guerra. Es que ese Estado no puede actuar limpiamente, así otros países sean garantes.
Imagínese que para salir del país hacia Cuba, y después para ir a Oslo a inaugurar las conversaciones el gobierno le pidió a la Interpol de retirar las ordenes de captura internacional que tenemos varios de nosotros. Al volver de Oslo el gobierno volvió a pedir nuestra captura: tan solo en Cuba y Noruega no son efectivas. ¿Eso es lógico? ¿Eso es honesto ante los países garantes de este proceso? Conozco bien al enemigo y a su amo, los Estados Unidos. Ellos solo quieren nuestra rendición de rodillas, pero no la van a lograr. Estamos aquí para negociar otra Colombia para las mayorías, no para rendirnos ni vendernos. Téngalo por seguro que no lo lograrán. Ojalá que ahora el gobierno sea sincero con sus intenciones y podamos lograr acuerdos que nos pongan en el camino de un diálogo por la paz con justicia social.
VIDEO: ANNCOL (Imágenes grabadas por el Bloque Occidente de las FARC-EP y editadas por ANNCOL, recogen la complicada Ruta de Paz hacía la Habana para el Comandante Marquetaliano, Miguel Ángel Pascuas)
Hernando Calvo Ospina es periodista colombiano residente en Francia. Colaborador de Le Monde Diplomatique.
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