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Diálogo advinanza para el Seminario Literatura y Después, organizado por la Universidad Internacional de Andalucía

Este banco está robado

Fuentes: Rebelión

Buenas tardes, voy a leerles un diálogo de realidad/ficción que mantuve con el coordinador de este seminario hace unos días. Tiene suerte el coordinador de que el diálogo no tratara de cuentas secretas en Suiza o de su doble vida, sino apenas de un robo. Aquí va: Coordinador – ¿De qué vas a hablar? Novelista: […]

Buenas tardes, voy a leerles un diálogo de realidad/ficción que mantuve con el coordinador de este seminario hace unos días. Tiene suerte el coordinador de que el diálogo no tratara de cuentas secretas en Suiza o de su doble vida, sino apenas de un robo. Aquí va:

Coordinador – ¿De qué vas a hablar?

Novelista: – De la carta robada, como siempre.

C:- ¿En qué contexto?

N: En el contexto del seminario, el ciberespacio, la postautonomía, el momento en que la literatura deja, o empieza a dejar, de tener en sí algo sagrado.

– ¿Pero hablarás de literatura política en la era digital?

La llamaré literatura crítica, o descomprometida con el sistema, o necesitada de dar cuenta de que la libertad no se tiene sino que se conquista.

– ¿Por qué no política?

Porque con la desaparición de los grandes relatos, lo que en verdad desapareció fue un relato, el de la posibilidad de la revolución, que es bien distinto al relato de la revolución imaginaria. Con él se va la literatura política aunque, al mismo tiempo, haya habido una inflación de la palabra política en las diferentes prácticas artísticas, discursivas, metatextuales, etcétera.

– ¿Vas a hablar de algo que ha desaparecido?

Voy a hablar de lo que ya no es nombrado, de lo que ocurre cuando el significante -literatura, o incluso arte, política- se queda y el significado se va, lo que no quiere decir que desaparezca sino que se desplaza. Para encontrarlo hay que mirar en otra parte.

– ¿Dónde?

He utilizado tres libros, dos recientes, Tras la muerte del aura (En contra y a favor de la Ilustración) de Juan Carlos Rodríguez (1) y Aquí América latina, una especulación, de Josefina Ludmer (2), y uno de 1991, Las auras frías: el culto al a obra de arte en la era postaurática, de José Luis Brea (3). Dado el contexto del seminario debería haber acudido a un Brea más cercano e inmerso en el ciberespacio. Pero su libro de 1991 tiene la fuerza de lo que aún no había sucedido, tal como se refiriera hace años Peter Weiss a las vanguardias: «representaban el estadio de algo en formación, la tensión ante algo inminente, por lo que los pies ya no descansaban en un suelo firme y sólo quedaba lo intranquilizador, lo mareante, la espera conteniendo el aliento» (4). Un año después del libro de Brea, se decretó el fin de la historia, y si es lógico que la historia haya seguido ocurriendo cada día, lo ha hecho más como epílogo, como farsa, como repetición. Pero entonces podría haber pasado algo distinto. Hablaré como si ahora, de nuevo, existiera la tensión ante lo inminente, como si acaso pudiéramos volver a escribir conteniendo el aliento.

– ¿Qué decía Brea?

Decía: «Una propuesta que no añade nada al código con el que va a ser comprendida es una propuesta que la humanidad podría haberse ahorrado».

– ¿Lo compartes?

Si tuviera que elegir un rasgo que uniera todas las novelas que me han interesado sería ése, entregar en cada una la herramienta con que ha de ser descifrada, no sólo la novela sino el código, la convención que impugna. Los textos que no contienen esa herramienta suelen ser mera reproducción del sistema en forma de adulación, engaño, agua estancada, anzuelo alto o bajo.

– ¿No irás a coincidir con Vargas Llosa cuando reprocha que la cultura acabe en puro entretenimiento?

El entretenimiento es descanso, y nada tengo contra él. Pero sí contra la adulación y su objetivo. Por eso no distingo, como hace Vargas Llosa, entre «Cultura» y entretenimiento, sino, aún, entre buscar una verdad y rentabilizar una mentira. Una mentira que excluye el conflicto, que pretende imponer la paz social cuando existen y existimos quienes nos consideramos en guerra. Y no por voluntad sino porque esta vida no es nuestra, no nos pertenece. «¿Cómo se manifiesta el conflicto -se preguntan Ippolita, Lovink y Ned Rossiter, del Instituto de culturas en red- en el interior confortable de las redes sociales con sus tapicerías de «auto-personalización»? La «doctrina de la confianza» difumina los antagonismos; preocupada por los negocios ha eliminado prácticamente los foros abiertos y desagradables de Internet». El conflicto queda, añado, circunscrito a la condición de troll, pero la provocación del troll está reglada, forma parte de lo predecible. Si nos ceñimos al ámbito de la escritura diré que nunca habíamos escrito tanto, y tampoco nunca, paradójicamente, habíamos sido tan escritos, pues la vida es juego de contrarios, y para salir de un área de influencia es preciso entrar en otra.

– La última es una afirmación discutible. ¿Por qué juego de contrarios? ¿Por qué no juego solamente?

Porque hay muerte y hay materia. Con el ciberespacio han surgido nuevos conceptos. Pongamos dos: lógica de la abundancia e imaginación pública. La primera se da «cuando la estructura de producción y costes vuelve innecesario dirimir colectivamente -vía mercado o decisión autoritaria o democrática- qué se produce y qué no», el ejemplo clásico es la comparación entre los periódicos y la blogosfera. (Juan de Urrutia) La segunda, la imaginación pública o fábrica de realidad es: «un universo sin afueras, real virtual, de imágenes y palabras, discursos y narraciones, que fluye en movimiento perpetuo y efímero; (…) un trabajo social, anónimo y colectivo de construcción de realidad; todos somos capaces de imaginar, todos somos creadores y ningún dueño» (Josefina Ludmer). Ambas definiciones aciertan a describir procesos inéditos y ayudan a pensar; al mismo tiempo, ambas eluden viejas permanencias -el mantenimiento, la producción y reproducción, del cuerpo que escribe en el blog, o la propiedad -los dueños- de los caminos de la red, cables, código, energía, infraestructura; en palabras de Juan Carlos Rodríguez: la técnica no existe por sí sola.

– Sin embargo, hubo un tiempo en que la literatura era autónoma en la medida en que tenía el poder de darse sus propias leyes; en ese momento no había juego de contrarios y la literatura…

…¿existía «por sí sola»?

– Más o menos.

Digamos que la literatura tenía, y aún tiene en parte, una lógica interna y un poder para definirse. Pero no creo que ese poder existiera por sí solo. Era el poder surgido de una clase en proceso de convertirse en universal. La lógica del mercado se expandía pero aún encontraba resistencias: ya fuera la aristocracia de la sangre y del espíritu, ya la legitimidad de los valores en lucha del proletariado. El sistema educativo, la crítica, la autonomía de las artes toman como tarea, a menudo sin saberlo, oponerse al mismo tiempo a lo religioso y a las otras clases en lucha. Hoy las resistencias han sido vencidas. Hoy, Ludmer: «todo lo cultural [y literario] es económico y todo lo económico es cultural [y literario]».

– ¿Y la red, y la explosión de creatividad, el procomún y las mil formas nuevas que fluyen sin precio, fuera del mercado, libres en el ciberespacio, no son nada?

Fluyen, sí, pero no fuera del mercado. No hay bits que circulen exentos de la lógica del beneficio, siquiera sea porque lo hacen a través del poder de las empresas de desarrollo, que proporcionan las aplicaciones y la infraestructura para que el flujo de información sea posible. El que ese poder entre en conflicto con el de las industrias culturales, no significa que ambos no sean mercantiles. Y ello sin contar con que, una vez más, el principio fundamental del mercado exige alimentar cada día la creencia en un yo libre, en un «sujeto libre y propietario de sí mismo» (Juan Carlos Rodríguez) Tan libre y tan propietario que incluso cede libremente, por ejemplo, la propiedad de los contenidos que produce en las redes sociales a las empresas que comercian con ellos. Con esto no excluyo, en absoluto, la necesidad de prestar atención a las propuestas nuevas que aparecen cada día, formas de recombinar lo público y lo privado, cuestionamientos de la autoría, otras visiones. Aunque sí llamo la atención sobre los silencios que rodean a esos nacimientos, un conjunto de cosas de las que nunca se habla, cito aquí a César Rendueles, quién se refiere al poder adquisitivo, clase social, género, de las personas que participan en los movimientos copyleft. A continuación, en ese dentro/fuera de la red, y del libro, oriento mi interés hacia una literatura que nunca se soñó autónoma, una literatura que interrogue su libertad, su capacidad de descomprometerse con el sistema.

– ¿Pero quiénes, ahora, en el ámbito de la cultura, querrían evitar que se reproduzca este sistema? ¿No has hablado antes de la desaparición de un relato, el de la revolución posible?

Así parece, por eso vuelvo a Brea: «Ahora, en «esta coyuntura en que las artes, diera la impresión, se han anclado en un modus vivendi o, a mayor afinación, en un modus coexistiendi, sin violencia ni amargura» (…) Amargura, aunque sólo sea, amargura. Esto se os debe exigir, artistas: al menos, haced de vuestro fracaso algo noble». Si hay un afuera, si hay un entorno, o si en el interior hay fisuras y resquebrajamientos, diría que a ellos se accede hoy a través de amargura.

– ¿Relatos amargos? ¡Por favor! El universo literario rebosa de escritores melancólicos que narran sus peripecias.

No se trata de la amargura en la narración, para eso, en efecto, sí hay espacio, incluso lo hay para la voz del odio y lo baldío, como, en otro sentido, hay un espacio  para los «pedacitos de carta menudísimos, rasgados con ira» y los botones arrancados. Lo que no parece tener sitio es la amargura en el propósito: inscribir en el código con que la propuesta será leída, la frustración, la privación de lo esperado, la pena por lo que no pudimos conseguir. Y es precisamente ahora, cuando todo parece posible, cuando cualquier texto en casi cualquier formato puede encontrar su hueco y circular por el ciberespacio, es ahora cuando necesitamos la amargura de lo frustrado, de lo que no se alcanza, si es que queremos recuperar la historia.

– Pero da la impresión de que, una vez más, vas a decir que se puede, que hay un método con que escribir una literatura crítica, que… ¿No sería mejor darlo por clausurado y renunciar, aceptar que disponemos tan sólo de una subjetividad construida en el mercado y para el mercado, y complacernos en esa subjetividad, disfrutar con ella, desarrollarla?

¿Mejor para quién? Me doy cuenta de que hace unos años habría tenido que explicar esto, explicar que ese capitalismo que va a comernos mejor (JCR) con esta crisis tiene dirección y nombre. Explicar, de nuevo Juan Carlos Rodríguez, que «si no se está en contra de la explotación en las relaciones de clase y del dominio vital en las de etnia y género, no se puede estar a favor de los derechos humanos, por ejemplo, no se puede estar «a favor» de nada». Hoy la llamada crisis hace más fácil verlo.

– ¿Entonces, qué es lo que se podría escribir ahora?

Mi pregunta es ¿cómo decir que la carta está a la vista sin señalarla, cómo explicar el efecto de lo inadvertido sin, al explicarlo, volverlo ya advertido, diferente? Lo que a la hora de escribir sería: ¿Cómo contar que estamos siendo contados, que no nos pertenecemos, sin que esta historia también nos la cuenten de antemano?

– ¿Pondrás un ejemplo?

Pondré dos y terminaré. El primero, una clase de carta robada, un adjetivo: ¿Decimos ciberespacio, o decimos -JCR- ciberespacio capitalista? Si muestras el adjetivo que es obvio, que parece evidente, no lo muestras por completo porque lo que además habría que mostrar es el proceso por el cual el adjetivo es visto y luego descartado, tal como el comisario de Poe vio la carta y la desechó, la descartó, precisamente porque la había visto.

– ¿Y el segundo?

El segundo se inscribe en el género de esta intervención, en el espacio que se abre entre lo que puede decirse y lo que, tal vez, sólo puede anunciarse, decir que se dirá un día.

(1) Tras la muerte del aura (En contra y a favor de la Ilustración) Juan Carlos Rodríguez. Editorial Universidad de Granada, Granada 2011

(2) Aquí América latina. Una especulación. Josefina Ludmer. Eterna Cadencia Editora. Buenos Aires 2010

(3) Las auras frías. El culto a la obra de arte en la era postaurática José Luis Brea. Editorial Anagrama  Barcelona 1991

(4) Informes. Peter Weiss. Traducción Feliú Formosa. Alianza Editrorial. Madrid 1974, p.78

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.