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Estíos de antaño

Fuentes: La Voz de Galicia

CON EL REGRESO de los violentos calores estivales vuelve a plantearse una inquietud: ¿Será la canícula de este verano tan letal como la del 2003? En Francia, por ejemplo, el inusitado aumento de las temperaturas (sobre todo nocturnas) en agosto del pasado año fue la causa de unas 15.000 muertes, sobre todo de personas mayores. […]

CON EL REGRESO de los violentos calores estivales vuelve a plantearse una inquietud: ¿Será la canícula de este verano tan letal como la del 2003? En Francia, por ejemplo, el inusitado aumento de las temperaturas (sobre todo nocturnas) en agosto del pasado año fue la causa de unas 15.000 muertes, sobre todo de personas mayores. Una verdadera catástrofe nacional que dio lugar a escenas de espanto: centenares de cadáveres amontonados por falta de capacidad de las morgues en camiones frigoríficos que transportan de costumbre carne congelada; penuria de ataúdes que hubo que importar con urgencia del extranjero, pues las fábricas locales no daban abasto; decenas de viejos difuntos que nadie reclamaba en los tanatorios, ya que las familias no quisieron interrumpir las vacaciones para ocuparse del entierro?

La dimensión del desastre (15.000 muertos) y estas escenas repetidas sin cesar en la televisión, provocaron una especie de traumatismo nacional, crearon una nueva desconfianza hacia la clase política, hundieron la popularidad del primer ministro y causaron el despido del ministro de la Salud Pública. Por eso, en estos días de regreso del calor, las autoridades en Francia no cesan de repetir que este año no se van de vacaciones y que se ha elaborado un plan de emergencia para afrontar cualquier circunstancia.

En España, donde los calores del verano pasado también fueron los más elevados desde el año 1500, el Gobierno anterior pretendió que, sin duda debido al hábito, ello no había provocado un aumento notable de la mortalidad. Hoy conocemos que esa declaración era errónea y que, según los datos presentados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la ola de calor del verano 2003 causó un incremento de 12.963 muertes. Es decir, una mortalidad muy superior, en proporción, a la de Francia, que tiene más de 60 millones de habitantes. Y también hemos sabido que igual ocurrió en Italia. En total se calcula que esa ola de calor que agobió a unos diez países europeos provocó unos 50.000 muertos. El peor desastre humano en este continente desde la segunda guerra mundial?

Y claro, no sin razón, todos explicamos el fenómeno climático como una consecuencia del recalentamiento del planeta, el mismo causado por el efecto invernadero, el modelo hiperproductivista y el uso excesivo de gases nocivos.

Sin embargo, el profesor francés Emmanuel Leroy Ladurie, historiador del clima, acaba de publicar un nuevo libro ( Histoire comparée du climat, canicules et glaciers, XIIIe-XVIIIe siècles , Fayard, París, 2004) en el que, aunque admite que fue el más cálido de los últimos cinco siglos, demuestra que el verano 2003 no fue el más letal.

Nada comparable, según él, al verano de 1719. Ya el año precedente, 1718, había sido ultracaluroso, y llovió muy poco en invierno. A partir de abril de 1719 y hasta septiembre, el anticiclón de las Azores se mantiene inmóvil sobre Francia y España. La canícula es espantosa y por sí sola provoca, en Francia, unos 90.000 muertos. Pero el estrago no para ahí ya que la sequía es terrible y los ríos van sin agua. Como las capas freáticas del subsuelo ya están casi agotadas por el estío precedente, el agua de los pozos sabe a salmuera, está podrida. La gente bebe esa agua emponzoñada. Se produce así una epidemia de disentería que se extiende por todo el país y causa más de 400.000 víctimas. En suma, y sólo en Francia, la canícula de 1719 provocará unos 490.000 muertos!

¿Y en España? Aunque no existe una buena historia del clima, una rápida investigación muestra que también debió de ser terrible. Está documentado que Asturias, por ejemplo, en 1719, vivió también una destructora epidemia de disentería. Y en Galicia, los archivos dan testimonio de que en Pontevedra, ese mismo verano, la mortalidad se disparó reduciendo la población.