La guerra inexistente Qué tiempos aquéllos en que se declaraban las guerras. Un acto protocolario, pero tan bonito. Tenía la virtud de llamar a las cosas por sus nombres y, que sepamos, una guerra es una guerra. No sabemos en qué momento comenzó su desprestigio, ni por qué precisamente sus impulsores se avergüenzan de ella. […]
La guerra inexistente
Qué tiempos aquéllos en que se declaraban las guerras. Un acto protocolario, pero tan bonito. Tenía la virtud de llamar a las cosas por sus nombres y, que sepamos, una guerra es una guerra. No sabemos en qué momento comenzó su desprestigio, ni por qué precisamente sus impulsores se avergüenzan de ella. Hay más lenguaje bélico en un partido de fútbol que en una guerra de las de ahora. En el estadio se atacan por los flancos a las huestes enemigas, los equipos se baten en la contienda, sus defensas son numantinas, el delantero arma su pierna y fusila al portero, el entrenador saca toda su artillería pese a que su equipo juega a ráfagas, el árbitro señala el punto fatídico y desenfunda sus tarjetas; el máximo artillero del equipo tiene la pólvora mojada errando su disparo, un obús que no encontró el marco enemigo; a su equipo le queda el último cartucho, por eso bombean al área donde el ariete tiene el gatillo preparado; se forma una batalla campal, los capitanes intentan poner orden, el árbitro pita el final y las espadas quedan en todo lo alto para el partido de vuelta. Si hemos de atender a los medios de persuasión, asusta más un Elche – Ponferradina que la guerra de Libia.
La no guerra
Esta guerra no es una guerra, es una intervención. Así, a secas. En las tertulias, donde ahora proliferan los libiólogos, hasta se les ha caído el adjetivo militar. En algún medio hemos escuchado que los bombardeos en Ajdabiya son humanitarios. Normal, los ordena un Nobel de la Paz y los apoya el autor intelectual de la Alianza de las civilizaciones. Obama y Zapatero no hacen la guerra, intervienen con la asepsia del bisturí. La intervención, nos cuentan, persigue extirpar el mal e implantar una prótesis democrática. La quieran o no: como todavía no son una democracia su opinión no cuenta.
La comunidad
Parece ser que esta guerra (que no es guerra) la apoya la comunidad internacional. Ni más ni menos, la comunidad internacional. ¿Qué carajo es la comunidad internacional? ¿Se refieren los medios quizás a los gobiernos, sucursales de hecho del poder económico?, ¿no formamos usted y yo parte de esa comunidad internacional?, ¿el pueblo libio forma parte de esa comunidad? Una extraña comunidad internacional esta: en ella cohabitan Arabia Saudí, Israel, China o los Estados Unidos de América. Todos ellos reconocidos por entrar sin permiso en las casas de los vecinos de la comunidad.
Marketing
Los señores de la guerra necesitan un asesor de imagen o algún filólogo más osado. Los nombres de las recientes guerras están bien, pero les falta originalidad. A esta la han denominado Odisea al amanecer. No sabemos si ha cuajado. Intentemos con otros nombres: Probando los nuevos F-22; o No se nos salgan del tiesto; o Alá 1, Jehová 2; o Amanecer, lo que se dice amanecer, no sabremos si amanecerá pero el cielo libio se iluminará que lo fliparán en colores.
Amigos que fuimos
Durante la última década Gadafi fue plantando su jaima por ese occidente democrático. Sus excentricidades eran vistas como curiosidades. Los presidentes lo adulaban y los periodistas reían sus gracias. En los postres de los banquetes presidenciales firmaba los contratos para comprar el armamento europeo. Ni los gobiernos ni sus periodistas se plantearon, hasta hace un mes, qué ocurría en Libia. Occidente estaba concentrado en su petróleo y Gadafi era nuestro surtidor preferido. Qué bueno era mi dictador.
Caramba… ¡qué coincidencia!
Por si teníamos dudas del objetivo democratizador de la intervención sólo basta con mirar quién está al frente de la causa. Nos quedamos tranquilos sabiendo que la apoya y dirige un tal Obama, premio Nobel de la Paz. Cuando Obama llegó al poder -joven, preparado, negro y demócrata- hubo quien soñó con el cambio porque, claro, el cambio lo suelen hacer los poderes desde su poder. A Bush le teníamos un coraje que no lo podíamos ni ver. Se lo había ganado a pulso: invadió países, bombardeó civiles, nos decía que quería llevar la democracia a los países de oriente medio y le ponía a sus guerras, que no eran guerras sino intervenciones, nombres ridículos como libertad duradera. Obama, en cambio…
¿Cómplice?
El Estado al que pertenezco, o mejor dicho, el Estado al que me pertenecen, se acaba de meter en una nueva guerra. El Estado se llama España y su presidente llegó al poder, entre otras cosas, gracias a la oposición a la guerra. Son las contradicciones de este mundo de principios de milenio. Obama es premio Nobel de la Paz y Zapatero el impulsor de la Alianza de civilizaciones. Hay cariños que matan, paces impuestas con bombas, alianzas petroleras que se refinan en occidente y de vez en cuando destilan cuerpos con extrañas formas de daños colaterales. No sé si el silencio nos hace cómplices. Por si acaso, pido en tiempo y forma, mi baja de la comunidad; una comunidad, una más, de la que me han hecho miembro por la fuerza.
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