La guerra de Ucrania, junto a otras, pone una vez más ante los ojos de la Humanidad la barbarie que nos aflige.
El título de este modesto escrito, Estragos de la guerra, se refiere a uno de los 82 grabados que componen la colección Los desastres de la guerra, del pintor aragonés Francisco de Goya (1746-1828), uno de los grandes maestros de la pintura universal, que tuvo que huir a toda prisa del abominable absolutismo borbónico, refugiándose en Francia. Allí permaneció exiliado, en la ciudad de Burdeos, hasta su fallecimiento.
En el citado grabado se muestran con tremendo realismo los horrores de la guerra, precursor de otra obra de la pintura universal, Guernica, considerada una de las más importantes expresiones del arte del siglo XX. Se trata, en este caso, de la denuncia del criminal bombardeo nazi que arrasó en Euskadi la ciudad de Guernica, durante la Guerra de España (1936-1939), preludio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Su autor, el pintor malagueño Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), genio universal, también murió en Francia tras un largo exilio.
La guerra de Ucrania, junto a otras, pone una vez más ante los ojos de la Humanidad la barbarie que nos aflige. La agresión a los medios de información ha sido escenificada por el ataque a la torre de telecomunicaciones de Kiev, al igual que lo fue trágicamente durante la guerra de Irak (2002-2003), en la que fue asesinado el periodista José Couso, por idénticos motivos. En aquella ocasión, la coalición invasora, liderada por EE.UU., tras una intensa campaña de desinformación, perpetró crímenes de guerra como medio de disuasión contra la libertad de prensa. Ningún gobierno, ni medio oficial occidental, ha alzado hasta ahora su voz pidiendo castigo por aquella invasión, ni por aquel crimen.
Nuevamente, la censura aplicada a los medios, privan a la ciudadanía del presunto derecho a la libertad de información. Apagón informativo impuesto en la totalidad de los países europeos, directa o indirectamente beligerantes. La información mediática pasa a transformarse en mera propaganda al servicio de la guerra.
La brutal afirmación “nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos”, pone en evidencia que no se trata de sofocar el incendio, sino, por el contrario, avivarlo, fomentando el odio. La finalidad de esta propaganda no es otra que la de preparar a la opinión pública para que asuma el envío de armas a la zona de guerra y su consiguiente contribución al incremento del horror y del número de víctimas mortales.
El resultado final, cuando menos, será más hambre y miseria para el pueblo llano, en beneficio del imperialismo hegemónico. Las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas para el conjunto de los pueblos del continente euroasiático, incluida la República Popular China, autentico rival del imperialismo USA. Los grandes perdedores de esta guerra serán sin duda las capas sociales más desfavorecidas de la Unión Europea y, obviamente, el pueblo de Ucrania. Solo EE.UU. será el beneficiario de esta tragedia.
Por si fuese poco, en medio de esta gigantesca crisis desencadenada por la guerra de Ucrania, el Gobierno de Felipe VI, subordinado a los intereses del imperialismo, ha traicionado al pueblo saharaui, abandonándolo a su suerte. Deja, por tanto, en manos del régimen alauita de Marruecos la soberanía del Sahara Occidental, antigua provincia española, y con ello el control de los ingentes recursos mineros y pesqueros de la región.
Grave concesión, como alerta el prestigioso profesor Pedro A. García Bilbao: USA pone en peligro la seguridad de España al armar a Marruecos y apoyar la ocupación ilegal del Sahara.
Nuestro compañero José Ignacio Domínguez, Teniente Coronel de Aviación, dirigente de la UMD y Vicepresidente del FMD, también avisa: Sánchez ahora ha claudicado ante nuestra principal amenaza: Marruecos.
Los intentos infructuosos del imperialismo, con el fin de afianzar su hegemonía, resultan extremadamente peligrosos. La dinámica de la Historia muestra la gravedad de la situación. Se repite el ciclo, cada vez más destructivo, de guerras imperialistas que acompañan a las grandes crisis, también cíclicas, del sistema capitalista. Ocurrió en la Primera Guerra Mundial (1914-1918); volvió a ocurrir en la Guerra de España (1936-1939), como preludio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); y vuelve a ocurrir en 2022, con la guerra de Ucrania como posible inicio de la Tercera Guerra Mundial.
En la Primera Guerra Mundial el número de víctimas civiles mortales fue un tercio del total; en la Segunda de dos tercios. Las poblaciones civiles se han convertido en objetivo militar. Hiroshima y Nagasaki o, más recientemente, el bombardeo de Bagdad, al inicio de la invasión de Irak, y ahora el de Mariupol en la invasión de Ucrania, no dejan lugar a dudas de esta criminal deriva.
En los años que antecedieron a la Primera Guerra Mundial, las organizaciones políticas del movimiento obrero, integradas en la Segunda Internacional, acabaron tomando posiciones al lado de sus burguesías, enfrentadas por sus intereses antagónicos.
El patrioterismo histérico se propagó rápidamente, tomando la forma de un nacionalismo feroz, excluyente y agresivo. La clase trabajadora, dividida y regimentada por los ejércitos de sus respectivas clases dominantes, se enfrentó en los campos de batalla, sembrándolos de cadáveres, ruinas y miseria. Sin embargo, los socialistas de izquierda liderados por Lenin se pronunciaron abiertamente contra la guerra, haciendo frente a las masacres de la Primera Guerra Mundial.
La respuesta de la clase trabajadora a la guerra imperialista fue la Revolución soviética de 1917, dirigida por el partido Bolchevique, que dio lugar a la Tercera Internacional y a la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Años después, la burocratización del partido, fusionado con los intereses del aparato del Estado, dio lugar a la restauración del capitalismo, que condujo a la catastrófica e inevitable disolución de la Unión.
Ciento cuatro años después del final de la Primera Guerra Mundial y setenta y seis de la Segunda, volvemos a constatar, con espanto, cómo desde los medios, desde los parlamentos, desde los gobiernos, desde las cúpulas de los partidos, se siembra el odio y la locura colectiva, que incitan a los trabajadores y trabajadoras a despedazarse en una nueva contienda; primero europea, después mundial. Actitud incomprensible de los gobiernos, que arrastran a la humanidad, en una espiral de violencia, hacia su suicidio colectivo, pues podría derivar en una guerra termonuclear, de proporciones definitivas, con la consiguiente extinción de la vida sobre el planeta.
El pueblo ruso pagó con la vida de millones de personas su lucha heroica contra el imperialismo nazi. Murieron 27 millones, la mitad de ellos rusos, el resto pertenecientes a otras republicas soviéticas. Hoy, alertado por el cerco implacable que la OTAN tiende en torno a sus fronteras, se apresta de nuevo a su defensa.
La primera víctima de este acoso inmisericorde está siendo el martirizado pueblo de Ucrania, utilizado como ariete por el imperialismo hegemónico, mediante una burda y continuada provocación, que ha acabado exasperando al Gobierno de la Federación de Rusia.
Se trata, hoy como ayer, de gobiernos títeres del amo imperial que se alinean como beligerantes, enviando armas que avivan el conflicto, para después sacrificar a sus pueblos, carne de cañón, cuando la escalada militar se haga incontenible. Así ocurrió siempre en la historia de los imperios en declive; lo narré, como breve alegoría del horror, en enero de 2015: La máquina del tiempo
Alertemos a las poblaciones. Denunciemos el siniestro proceso de acumulación capitalista, origen de las masacres. ¡No a los presupuestos armamentistas! ¡Paren las guerras! ¡No más muertes en nuestro nombre!
Manuel Ruiz Robles. Capitán de Navío de la Armada, miembro de la UMD y del colectivo Anemoi.
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