¿Por qué narices hablamos de ecosocialismo? ¿Acaso el socialismo no busca ya la regulación libre y consciente del metabolismo social? ¿Están incompletas las herramientas clásicas de análisis marxista para afrontar el periodo histórico actual? ¿Qué implicaciones sustanciales tiene la crisis ecológica para la organización y estrategia socialista?
A lo largo de este artículo trataremos de abordar algunos de los elementos centrales que definen el campo de la estrategia socialista en relación a la crisis ecológica. La tesis principal que queremos defender aquí es que el análisis marxista sigue siendo la mejor herramienta para afrontar esta situación cualitativamente diferente, mientras que la gravedad, urgencia e irreversibilidad de las consecuencias imponen unas tácticas y demandas transitorias específicas. La pregunta relevante no es si el capitalismo será o no capaz de resolver la crisis ecológica, sino cómo podemos resolver la crisis ecológica en la escala y tiempos necesarios al mismo tiempo que avanzamos en la construcción de un poder de clase que sea capaz de superar el capitalismo. No nos valen, por tanto, respuestas evasivas en las que únicamente nos preocuparemos por el humo de las chimeneas cuando hayamos socializado la propiedad de las fábricas. Una estrategia socialista consciente de la gravedad de la crisis ecológica debe ser capaz de integrar en su horizonte de transformación radical el objetivo de evitar la extinción masiva de especies, la degradación de la fertilidad de los suelos, el agotamiento de determinados recursos naturales o la destrucción global asociada al caos climático. Debe hacerlo porque todos estos fenómenos suponen un ataque sobre las condiciones que harían posible la universalización de una vida digna para el conjunto de la humanidad. Pero también, y especialmente, debe hacerlo porque en esas luchas y conflictos específicos tienen la capacidad de generar un antagonismo entre la clase trabajadora y el poder capitalista, que puede ser especialmente fértil para avanzar hacia el socialismo. Tal y como afirmaban Joel Kovel y Michael Löwy en 2001:
«El ecosocialismo mantiene los objetivos emancipatorios del socialismo de primera época y rechaza tanto las metas reformistas, atenuadas, de la socialdemocracia, como las estructuras productivistas de las variantes burocráticas del socialismo. En cambio, insiste en redefinir tanto la vía como el objetivo de la producción socialista en un marco ecológico» 1
Es en este marco amplio desde el que entendemos el ecosocialismo, y desde el cual consideramos urgente y necesario avanzar teóricamente sobre las implicaciones estratégicas asociadas. Para ello, en las próximas páginas recorreremos aspectos centrales relativos a la conceptualización de la crisis ecológica, la crisis del capitalismo global, las discusiones sobre el estado y la planificación, las demandas transitorias, el tiempo roto de la política y la organización.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de crisis ecológica?
Nos parece importante detenernos inicialmente para clarificar cuál es nuestra comprensión de los escenarios de degradación ecológica masiva que tenemos por delante. El bombardeo y la saturación de informes, publicaciones, noticias y discursos sobre dicha degradación muchas veces confunde más que clarifica. No es de extrañar que una parte importante de la percepción social asocie actualmente el ecologismo a cuestiones como reciclar, cerrar el grifo al lavarse los dientes o no tirar colillas al suelo. Del mismo modo, suele presentarse un tándem entre diagnóstico catastrófico junto a falsas soluciones guiadas por grandes empresas, como el unicornio de la economía circular, la quimera de la neutralidad climática, o el gamusino del vehículo eléctrico. Todo ello ocurre al mismo tiempo que las narrativas de transición verde se utilizan como justificación para los procesos de reajuste de la acumulación capitalista, implicando en muchos casos un ataque sobre el trabajo y una desposesión sobre los territorios. Una de las consecuencias lógicas es, por tanto, la generalización de la frustración y el rechazo ante todo lo que tiene que ver con la denominada transición ecológica.
Sin embargo, esto en ningún caso puede implicar un proyecto socialista que se desentienda de la crisis ecológica. Debemos partir de una comprensión propia, sólida, precisa y que apunte hacia los eslabones en los que antes puede estallar el conflicto. Un marco de análisis para aproximarse a ello se encuentra en el concepto de fractura metabólica, ya presente en la obra de Marx: «un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida». Este concepto ha sido explorado por autores como John Bellamy Foster 2 o Kohei Saito 3. Desde el Estado español, Joaquim Sempere 4 habla de una triple fractura metabólica, marcada por: (1) el paso de una matriz energética renovables a una fósil, (2) la ruptura del ciclo biológico de producción alimentaria por la introducción masiva de fertilizantes químicos, y (3) el expolio mineral del subsuelo con el riesgo asociado de un agotamiento de los recursos. Esta triple ruptura provocaría una irreconciliable continuidad del actual modo de producción basado en la reproducción ampliada del capital con respecto a los límites ecológicos del planeta. Al mismo tiempo, establece unos objetivos específicos para el socialismo, persiguiendo reintegrar la actividad económica de la sociedad en los ciclos de regeneración de los ecosistemas que sostienen la vida. Las consecuencias que se derivan de esa superación de los límites biofísicos es lo que denominamos de forma genérica como crisis ecológica. Aspectos específicos como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o el agotamiento de suelo fértil son algunos de los síntomas. Sin embargo, una comprensión sólida y precisa debe ir bastante más allá.
En nuestra conceptualización, concebimos la crisis ecológica como una sucesión de crisis múltiples, sucesivas y enlazadas. Nos enfrentamos a un escenario que va a ir sumando capas de complejidad creciente. A medida que se va agotando el aceite que engrasa la circulación de capital, muchas partes empiezan a rechinar. No va a llegar ningún evento que simplifique todo el campo político, ni hay ningún elemento que vaya a dominar y guiar a todos los procesos, como podría ser el pico petróleo. Por relevantes, graves y profundos que sean algunos fenómenos, la realidad siempre va a mostrarse mucho más enmarañada. Esto pretende diferenciarse de una comprensión lineal y mecánica que culmina en un momento catastrófico en el que se certifica que ocurrió lo peor, lo cual se corresponde con la imagen que proyectan determinadas posiciones colapsistas, pero que también alimenta argumentos reformistas.
Esto quiere decir que la crisis ecológica no se suma simplemente a otros procesos violentos del desarrollo del capitalismo: más bien la crisis ecológica es una expresión de crisis del modelo de acumulación capitalista. La caída en la tasa de beneficio de los años 70 exige la ampliación de la explotación del trabajo humano y el expolio de la naturaleza, lo cual se logra a partir de la implantación del neoliberalismo global a finales de los años 80. Es eso lo que explica que en los últimos 30 años se hayan producido la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de la modernidad. No es un despiste, y no podía evitarse sin desafiar al capital. En este marco de comprensión, cualquier posibilidad de resolver la crisis ecológica pasa necesariamente por una transformación radical en el campo de las relaciones de producción.
Al mismo tiempo, debemos prestar atención a cómo cada una de estas crisis se mostrará bajo unas características específicas, que muchas veces se estructuran en torno a cuestiones que aparecen alejadas de las causas ecológicas de fondo. Podemos encontrar ejemplos como la inflación, la deuda o el giro autoritario, que responden a procesos propios pero que cada vez se van a ver más influenciados por los síntomas de la crisis ecológica 5. En la mayoría de los casos, nos enfrentamos a una expresión no-ambiental de la crisis ecológica. En pocos casos se mostrará como algo puro e ideal en el que haya una línea clara que una las causas con las consecuencias. No porque sea todo muy confuso y borroso, sino porque esa línea no existe. Como decimos, no hay una cosa llamada crisis ecológica que se suma a otra cosa llamada desigualdad social, a otra llamada explotación laboral y a otra llamada opresión de género. La combinación única de todas ellas es la forma en la que aparece la actual crisis del capitalismo global ante nosotras. Esto debe ser comprendido como el resultado del proceso histórico que nos ha conducido hasta este punto, no como una realidad que viene dada de forma estática. Han existido previamente situaciones puntuales y localizadas de ruptura de los ciclos de regeneración natural bajo otras formas de organización social. A lo que nos enfrentamos actualmente, sin embargo, es al resultado específico de los procesos guiados durante los últimos dos siglos por la acumulación de capital, como la revolución industrial hacia fuentes energéticas fósiles, el imperialismo o la globalización. Su expresión y su superación, por tanto, será inseparable de los mismos.
Esto implica que, en muchos casos, los conflictos, estallidos y revueltas sociales que se sucederán en el futuro no se darán bajo consignas puramente ecológicas o relativas a los límites biofísicos del planeta. Y, en muchos casos, paradójicamente, será justamente en aquellos conflictos sociales menos cercanos narrativamente a la crisis ecológica donde podremos encontrar los mimbres necesarios para construir las salidas políticas a las causas de la misma. La tarea revolucionaria, por tanto, se encuentra en saber intervenir en cada uno de esos conflictos buscando introducir una orientación ecososocialista en su desarrollo. En cada una de estas crisis se abren posibilidades de ruptura. Por tanto, los procesos de lucha colectiva que ahí se desarrollen tendrán una influencia sobre nuestra capacidad de abordar la siguiente crisis. Nuestra comprensión es la de un escenario acumulativo, en el que será el trabajo político y social de cada fase lo que determine la capacidad de una reorganización de nuestro mundo. Será justamente la acumulación de procesos en los que amplias mayorías populares entran en conflicto lo que permitirá un aprendizaje y una explicación de los fenómenos globales que posibilitará avanzar en la construcción de una alternativa.
Por último, consideramos que en ningún caso este proceso de degradación ecológica masiva y escasez de recursos establece escenarios en los que se acaben las posibilidades de una práctica política emancipadora y de justicia social. Sea lo grave que sea, alcance la violencia que alcance, la posibilidad y la obligación de llevar a cabo una lucha colectiva para mejorar las condiciones de vida de las clases desposeídas seguirá vigente.
Turbulencias económicas
Reintegrar nuestro metabolismo social en los ciclos de regeneración de la naturaleza exige transformaciones radicales, a una escala y velocidad que apenas conocen precedentes en la historia reciente. Hablamos de transformaciones como sustituir el conjunto de tecnologías energéticas basadas en los combustibles fósiles por tecnologías que aprovechan las fuentes de energía renovable, reconfigurar las dependencias hacia el comercio y el transporte internacional, expandir masivamente sistemas de transporte público colectivo, desmantelar la industria cárnica y realizar una reforma agraria agroecológica, iniciar programas masivos de cuidado de ecosistemas, rehabilitar energéticamente los edificios o llevar a cabo una reorganización urbanística y territorial generalizada. Y todo esto debería ocurrir a nivel global en un margen temporal de apenas tres décadas para evitar superar los puntos de no-retorno que nos conducirían a unos niveles de catástrofe históricamente inimaginables.
Esto implica necesariamente que muchas, muchas, cosas deben moverse en la esfera económica. Sin embargo, pensar en esas transformaciones radicales sobre la esfera productiva de forma voluntarista y ajena a la realidad concreta sobre la que trabajamos es un error. Como afirmaba Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte:
«Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos» 6
Estas palabras resuenan con especial dureza en el momento actual, donde nada nos gustaría más que poder hacer historia a nuestro libre arbitrio. A lo que nos enfrentamos, sin embargo, es a una realidad marcada por las dinámicas de un capitalismo global que se encuentra en una profunda crisis de acumulación. Esto no es algo que pueda ser ignorado, ni mucho menos sorteado. La crisis prolongada del capital, con una tasa de ganancia estancada desde hace décadas, define el campo en el que nos movemos. Esto tiene una serie de consecuencias inevitables para cualquier proyecto político que pretenda abordar la crisis ecológica.
Isidro López y Rubén Martínez, en su libro «La solución verde», destacan cuatro fenómenos que caracterizan la crisis del modo de producción a la que nos enfrentamos: (1) crisis de sobreproducción y caída tendencial de la tasa de beneficio, (2) represión salarial, (3) agotamiento del cambio tecnológico y la productividad del trabajo, (4) erosión de la inversión productiva 7. Y, si algo requiere una profunda transición ecológica es, sin duda, enormes cantidades de inversión productiva. Nuestra economía, sin embargo, no se mueve por voluntades externas, sino guiada por una sencilla ley de hierro: el capital está obligado a producir más capital. En este contexto, la incapacidad experimentada a la hora de elevar la productividad del trabajo mediante el cambio tecnológico empuja a que el requisito para una reestructuración capitalista se encuentre en el recorte de los salarios.
Al mismo tiempo, ante el estancamiento de la economía mundial el capital se ha desplazado masivamente hacia las finanzas adoptando un carácter cada vez más rentista. Este desplazamiento aumenta las dinámicas de expolio y desposesión. Encontramos ejemplos de ello en ejes clave para la reproducción social y sostenibilidad de la vida como son la vivienda, los suministros básicos y la alimentación, donde las dinámicas de extracción de valor por parte de los mercados financieros delimitan cada vez más su acceso. En este contexto, tal y como afirma Javier Moreno Zacarés: «la acumulación de capital se convierte en gran medida en un conflicto redistributivo de suma cero en el que la inversión huye a la seguridad del rentismo» 8. Los proyectos políticos neokeynesianos que se agrupan actualmente en torno a la consigna del Green New Deal intentan desbloquear la inversión productiva del capital arrancando los recursos que actualmente están en manos de las finanzas. Esto, sin embargo, será bastante complicado ante las enormes dificultades a la hora de relanzar un ciclo expansivo de acumulación en el futuro próximo. El problema de fondo se encuentra en que apenas existen tendencias rentables que alimenten ese ciclo desde la esfera de la producción. Muestra de ello se encuentra en la escasa eficacia mostrada por las políticas de expansión cuantitativa de los bancos centrales, con efectos únicamente narcotizantes.
Esta incapacidad de relanzar una onda económica expansiva resulta especialmente problemática ante la urgente necesidad de una profunda transformación sobre las tecnologías energéticas. La denominada transición energética hace referencia a una verdadera revolución tecnológica, incluso superior a las ocurridas previamente en la historia. Sin embargo, aquí de nuevo encontramos cómo aquellas transformaciones tampoco ocurren al libre arbitrio. En su investigación sobre las ondas largas del desarrollo fósil, Andreas Malm, destaca cómo el capitalismo ha superado las fases económicas descendentes incrementando el consumo en base a energías fósil 9. Los desarrollos tecnológicos asociados a cada fuente energética son conocidos con anterioridad, pero el desarrollo masivo que las lleva a ser dominantes se produce como parte de un ciclo económico ascendente. El paso de una matriz energética fósil a una renovable, sin embargo, implica también cambios sustanciales sobre el funcionamiento del modo de producción capitalista durante los últimos dos siglos. Ante esta constatación, Malm señala: «La pregunta que debe hacerse, entonces, es si la acumulación de capital en general y una fase de expansión renovada en particular son compatibles con un uso exclusivo del sol, el viento y el agua».
Ahondando en esta misma dimensión, Daniel Albarracín examina cómo relanzar un ciclo expansivo en el que se produzca un cambio sustancial del modelo productivo sólo ocurrirá ante la expectativa de beneficio por parte del capital 10. Y eso, en las circunstancias actuales, únicamente parece posible mediante una intensificación formidable de la explotación y una expansión de los mercados en nuevas esferas de la vida. Es decir: mayor explotación de las fuerzas de reproducción, mayor expolio de los recursos naturales y mayor aumento de las desigualdades.
Todos estos elementos complejizan el terreno económico sobre el que nos movemos, y presentan serios límites a todos aquellos proyectos políticos que pretendan navegar estas turbulencias sin asumir una estrategia de ruptura con el capital. La crisis ecológica se enmarca en la actual crisis de acumulación, tensiona sus límites y aumenta la urgencia para escapar de ella. Pretender solucionarla en su interior, más allá de ser probablemente imposible, nos hace perder un valiosísimo tiempo. Sin embargo, que no sea posible solucionarla no implica que no vayamos a experimentar múltiples intentos de reflotar la acumulación capitalista bajo la justificación verde. Tal y como afirman Isidro López y Rubén Martínez:
«En el fondo de todas las estrategias, regulaciones y procesos hay un mismo problema por resolver: la extracción de plusvalor y el saqueo gratuito de recursos naturales, energía y trabajo humano no remunerado ha entrado en una espiral de encarecimiento y por momentos de inviabilidad que está poniendo en apuros la reproducción ampliada del capital. Desde hace varias décadas, este proceso produce más costes que ventajas a la mayoría de la población mundial. Una de las expresiones de esa forma de valor negativo a la que ha llegado el capitalismo histórico es el calentamiento global que amenaza la vida en la Tierra, pero antes y de forma más inmediata es una amenaza para la propia acumulación capitalista. Es precisamente frente a la imposibilidad de mantener a flote la tasa de beneficio y frente a la clara materialización de las contradicciones capital-naturaleza por lo que las fuerzas capitalistas plantean su solución verde»
El proyecto de un ecosocialismo revolucionario debe ser capaz de desmarcarse de falsas soluciones, comprendido los límites impuestos por la búsqueda incesante de acumulación de capital, y formular respuestas de ruptura capaces de superarlas.
Estado capitalista y planificación
La magnitud y urgencia de la crisis ecológica vuelve a situar al estado y la planificación en el centro de la discusión política. La escala y la velocidad a la que deben realizarse transformaciones necesarias hacen cada vez más evidente la insuficiencia de las soluciones de mercado. En julio de 2021, un artículo de opinión del Financial Times afirmaba:
«Hacer frente al cambio climático exige transformar al menos cinco sistemas de abastecimiento: energía, transporte, edificios, industria y agricultura. El mecanismo de precios tiene dificultades para coordinar una transformación rápida a esta escala. […] ¿Cuál es la alternativa? En lugar de esperar a que se pronuncie el mercado, un organismo de planificación –cuya composición y rendición de cuentas requieren un cuidadoso examen– debería formular planes para cada uno de los cinco sistemas, que luego deberían traducirse en criterios a nivel de proyecto para inversiones sostenibles» 11
Las referencias históricas que se suelen tomar, sin embargo, no se encuentran en el Gosplan soviético ni el Proyecto Synco chileno, sino en el New Deal estadounidense y el Plan Monnet francés. No hablamos, por tanto, de una planificación democrática de la economía a través de la cual se organice la producción y reproducción de la vida de forma liberada de los imperativos del capital. Lo que se plantea es la denominada planificación indicativa, respetuosa con el mercado y subordinada a los intereses de las fracciones dominantes del capital, que pone al servicio de la acumulación ingentes cantidades de recursos públicos. De esta forma, se hace referencia a la aplicación de determinados paquetes de políticas públicas más o menos ambiciosos, con una caja de herramientas principalmente formada por inversión pública, regulación y el trío de política fiscal, monetaria e industrial. Este planteamiento, cada vez más extendido, se encuentra en el corazón de numerosas propuestas políticas de transición ecológica. No nos interesa aquí analizar los planteamientos elaborados directamente por los guardianes de la burguesía, como puede ser el Green Deal de la Unión Europea. Pero sí que tiene cierto interés problematizar con las hipótesis sobre el margen de acción del Estado en la transición ecológica con las que trabajan diferentes proyectos de izquierdas.
Ampliar masivamente el transporte público colectivo, llevar a cabo una reforma agraria agroecológica e incrementar los puestos de trabajo públicos para la prevención de incendios son tres propuestas ampliamente compartidas por todas aquellas fuerzas de izquierdas que asumen la gravedad de la crisis ecológica. Para hacer esto posible suele asumirse como necesaria la aplicación de cierto poder estatal. A partir de una constatación lógica, sin embargo, se pasa demasiado rápido a caer en la tentación del fetichismo del Estado. Así, se presenta al aparato del estado capitalista como una herramienta neutra con la que habría que comprometerse para transformar la sociedad. La tarea para llevar a cabo una transición ecológica socialmente justa, por tanto, sería la de ganar posiciones institucionales suficientes como para impulsar esas transformaciones desde el aparato del estado. Bajo esta hipótesis, los movimientos sociales, sindicatos y experiencias de autoorganización pueden ser útiles, está bien que existan, pero lo principal y prioritario se encuentra en la disputa electoral.
Una estrategia política ecosocialista debe distanciarse de esas concepciones y debe partir de una comprensión de la naturaleza del Estado capitalista actualmente existente. El Estado no es un conjunto de aparatos neutros que pueden ser ocupados y utilizados para cualquier fin deseado. En términos generales, el Estado tiene la función de actuar como capitalista colectivo: preservando los intereses del conjunto de la acumulación de capital, aunque eso vaya momentáneamente en contra de los intereses de sectores capitalistas concretos. Así mismo, hay dos elementos concretos que delimitan considerablemente el margen de actuación estatal hoy en día: la crisis de rentabilidad del capitalismo global y el grado de internacionalización de los circuitos de acumulación. Esto cuestiona seriamente la posibilidad de cualquier estrategia que fíe la transformación de la sociedad únicamente a un Estado fuerte que domine al mercado y garantice la redistribución de riqueza.
El grado de ambición sobre las políticas públicas que puedan impulsarse en un momento concreto no está determinado únicamente por la aritmética parlamentaria, sino fundamentalmente por las relaciones de producción capitalista. En último término, el regulador es la ley del valor, no el Estado. La apuesta por una socialdemocracia verde, por tanto, necesita que al capital le vaya bien para poder aplicar su programa. Mientras se presentan a sí mismos como la única opción realista y capaz de hacerse cargo de la urgencia de la crisis ecológica, manejan una caja de herramientas con la que difícilmente se puede llevar a cabo las transformaciones necesarias. Un ejemplo de ello lo encontramos en un estudio reciente, que señalaba cómo una reducción de la jornada laboral sin ruptura con la acumulación capitalista requeriría una gobernanza que asegure la tasa de ganancia del sector privado y la estabilidad macroeconómica. 12 Rechazar el conflicto, por tanto, supone un compromiso con el capital y asumir el papel de gestionar las miserias del neoliberalismo, o de la forma específica que tome el capitalismo en un momento dado. Y, tanto en el presente como previsiblemente en el futuro, no nos vamos a encontrar con una nueva edad de oro del capitalismo que permita ejecutar un fuerte programa de reformas ecosociales desde el Estado sin contar con episodios de fuerte conflictividad y ruptura.
Esto debe llevarnos a una estrategia ecosocialista basada en un proyecto con autonomía política y organizativa respecto al Estado. Un proyecto que sitúe la centralidad del trabajo político en las experiencias de autoorganización de la clase trabajadora, manteniendo en todo momento un horizonte de ruptura revolucionaria. Aquí no caben atajos políticos o intelectuales: aquello que nos abrirá una mínima posibilidad de lograr las transformaciones radicales para remediar la crisis ecológica se encuentra en la fortaleza de las experiencias de poder popular al margen de la institución. La debilidad de la que partimos no cambia esa realidad. Al mismo tiempo, debe ser un proyecto con capacidad de mostrar los límites de la gestión del Estado capitalista para hacer evidente la necesidad de su superación. Pues, es justamente cuando las capacidades del viejo aparato estatal se muestran paralizadas, dislocadas e incapaces de cumplir su función cuando emerge la legitimidad social de las estructuras e instituciones autónomas con las que las clases populares responden de forma democrática a las tareas y necesidades cotidianas, asentando su autoridad social.
Tensionar al máximo la actuación del Estado en un sentido ecosocial es algo que se puede conseguir a través de varías vías. Las que más nos interesan son aquellas demandas transitorias que sean capaces de agrupar la mayor fuerza social, política y organizativa. Perseguir la gratuidad de un servicio público o la expropiación de grandes propietarios de vivienda, por ejemplo, puede llevarse a cabo a través de iniciativas legislativas o a través de un proceso de autoorganización, movilización y confrontación sostenida en el tiempo. En el primer caso, el fracaso de la iniciativa será una anécdota de los telediarios. En el segundo caso, sin embargo, tanto el éxito como el fracaso supondrá un fortalecimiento del poder de la clase trabajadora, un aumento de su legitimidad y la base fértil de aprendizaje sobre la que construir experiencias futuras. Esto en ningún caso quiere decir que dé igual que el movimiento salga victorioso o derrotado, lo cual es radicalmente falso. No obstante, la existencia de un proceso de esas características asegura la pervivencia de un poso, un sedimento, unos cimientos sobre los que retomar y fortalecer la tarea de la emancipación. La lucha por las reformas en el marco del Estado, por tanto, no desaparece de nuestra estrategia. Una lucha por reformas que buscan debilitar el equilibrio del sistema, agudizar sus contradicciones, intensificar sus crisis y elevar la lucha de clases a niveles cada vez más intensos 13
Todo esto debe ayudarnos a reconstruir sobre el conflicto los imaginarios de un futuro radicalmente diferente. Debe ayudarnos a recuperar la cuestión de la autogestión, la planificación y la democracia socialista. 14 Debe rechazar los estrechos límites de una planificación basada en las políticas públicas que no rompen con la acumulación capitalista. Y, por último debe señalar al mercado como el parásito que es y mostrar la actualidad, viabilidad y eficacia los métodos bajo los cuáles podríamos organizar democráticamente la producción y reproducción bajo un modelo ecosocialista. 15
Las demandas transitorias y el tiempo roto
«[…] se reconoce que la catástrofe es inminente, que está ya muy cerca, que es preciso mantener contra ella una lucha desesperada, que el pueblo debe hacer “esfuerzos heroicos” para conjurar el desastre, etc.Todo el mundo lo dice. Todo el mundo lo reconoce. Todo el mundo lo hace constar.Pero no se toma ninguna medida.» 16
Escribía Lenin en septiembre de 1917. Las comparaciones históricas descontextualizadas son odiosas en la mayoría de ocasiones. Sin embargo, aquí podemos encontrar inspiración sobre un elemento compartido: el momento en el que lo revolucionario se muestra como la solución más lógica. Tal y como hemos recorrido en páginas anteriores, conocemos bien cuáles son las acciones que deben ser emprendidas de inmediato para remediar las causas de la crisis ecológica, pero vemos día tras día cómo nada ocurre mientras la catástrofe es inminente. Esta inacción, muchas veces denunciada como falta de voluntad política por parte de los gobernantes, es una demostración de la incapacidad estructural a la hora de ir en contra de las dinámicas de acumulación capitalista desde la gestión institucional. Al mismo tiempo, partimos de una realidad social con una comprensión generalizada de la política como aquello acotado a ese ámbito institucional. La conjugación de todo ello resulta en un espacio de lucha en el cual la incomprensión sobre los límites de acción del Estado nos aporta un terreno fértil en el que podrán crecer y fortalecerse las experiencias organizativas ecosocialistas.
Como consecuencia, una de las tareas estratégicas de la organización ecosocialista, se encuentra en identificar aquellas demandas ampliamente comprendidas y compartidas por mayorías sociales, que en momentos determinados de crisis puede dar el paso a involucrarse en la organización y movilización de masas. En muchos casos, se tratará de demandas que pretendan arrancar transformaciones al Estado capitalista mientras debilitan su dominación y fortalecen a las estructuras de clase. Como un régimen laboral más favorable, la expropiación de algún sector estratégico o la mejora de servicios públicos. Esto no es contradictorio con el objetivo de construir un proyecto con autonomía política y organizativa respecto al Estado, pues la prioridad se mantiene en todo momento en las experiencias de poder popular. La tarea se encuentra justamente en identificar aquellas brechas que actualmente pueden resultar más fértiles para impulsar conflictos que asuman el programa ecosocialista de ruptura.
La crisis ecológica, en ese sentido, nos aporta un amplio abanico de posibilidades, una cadena con eslabones oxidados sobre los que golpear. Decenas de momentos en los que los límites de la gestión capitalista resultan incomprensibles ante la magnitud de la catástrofe, y lo revolucionario puede emerger como la solución lógica. Nos referimos a aquellos espacios en los que el conflicto capital-vida se siente con mayor crudeza, aquellos en los que las falsas soluciones de una gestión verde y bondadosa del neoliberalismo se van a percibir de forma más cristalina. En concreto, podemos destacar tres espacios prioritarios de intervención. En primer lugar, aquellos sectores laborales que se van a ver seriamente afectados por la reorganización de la producción industrial durante los próximos años. Podemos hablar concretamente de la automoción, que es bastante improbable que se mantenga funcionando como hasta ahora durante la próxima década. En segundo lugar, aquellos conflictos relacionados con las condiciones que hacen posible la reproducción social, desde suministros básicos, alimentación, vivienda y servicios públicos –elementos fundamentales para la organización de la vida diaria– hasta los cuerpos de las fuerzas de reproducción y su trabajo de sostenibilidad de la vida 17. Así, hablamos de los conflictos que se den en el marco de la inflación y el endeudamiento, pero también de aquellos sobre zonas de explotación como el trabajo doméstico. En tercer lugar, aquellas brechas derivadas de las dinámicas de desposesión territorial y de mercantilización de los recursos naturales. En estos términos situaríamos los conflictos que se derivan de nuevas olas extractivas, de la proliferación de zonas de sacrificio globales, de la mercantilización del acceso a bienes comunes, y de la reconfiguración territorial del capital fósil.
A lo largo de estos pasos, el proyecto ecosocialista debe ser capaz de proyectar futuros mejores, ilusionantes y esperanzadores. Resulta honesto hablar de mejoras inmediatas en la vida de las clases populares al mismo tiempo que asumimos la gravedad de la situación y los límites biofísicos del planeta. Hay tres elementos clave del discurso que deben articular esta proyección de futuros: (1) formas colectivas de satisfacer las necesidades, (2) redistribución y valorización de los cuidados de la vida, y (3) conquistas sobre el tiempo libre y formas de trabajo no alienantes. Esto debe contrastar con la desafección y estado de ánimo general actual, con un convencimiento de que todo futuro posible será peor, que alimenta salidas estériles o directamente reaccionarias.
Todas estas tareas deben llevarse a cabo sin caer en lo que podríamos denominar como un “ecosocialismo fuera de tiempo”: aquel que confía la acumulación incremental de pequeñas victorias aquello que hará posible la urgente transformación radical de la sociedad que nos impone la crisis ecológica. Si nos creemos la gravedad del diagnóstico no podemos concebir las próximas décadas como un camino despejado en el que todo transcurrirá sin sobresaltos. Nos enfrentamos más bien a unos tiempos rotos, llenos de nudos, bifurcaciones y giros bruscos. Como bien señalaba Daniel Bensaïd, el tiempo roto de la estrategia leninista es un tiempo ritmado por la lucha e interrumpido por la crisis 18. Esto adquiere especial relevancia bajo la crisis ecológica. Los puntos de no-retorno del cambio climático, los fenómenos meteorológicos extremos o la combinación de desigualdades sociales y escasez de recursos, son expresiones de la crisis ecológica que nos aseguran un futuro próximo marcado por las turbulencias y la inestabilidad. Es justamente en ese tiempo roto donde tenemos una mínima posibilidad de lograr las transformaciones necesarias para una salida socialmente justa de la crisis ecológica. La radicalidad del diagnóstico debe coincidir con la radicalidad de la práctica política. Con un siglo de diferencia, debemos leer los últimos informes del IPCC que hablan de reducciones drásticas de emisiones de CO2 en apenas tres décadas junto a las anotaciones de Lenin en las que afirmaba «La gradualidad no explica nada sin saltos. ¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos!».
Debemos trabajar incansablemente en el aquí y ahora, intervenir en los conflictos que se abran a nuestro alcance, fortalecer con paciencia experiencias organizativas, adquirir legitimidad social a lo largo de la práctica concreta y enraizada en el territorio. Pero también debemos permanecer disponibles a la improvisación del acontecimiento, siendo conscientes que será justamente en los momentos de crisis donde se abran las posibilidades de ruptura revolucionaria. Crisis coyunturales, como una sequía prolongada o un encarecimiento de la energía, a partir de las cuales aprovechar para empujar con fuerza las demandas transitorias, ampliamente comprendidas y defendidas, que permitan saltos de escala en la organización y movilización de las clases populares. Pero también crisis en las que el descontento y la rabia social acumulada se expresan en forma de estallidos espontáneos, en forma de revuelta, con gran masividad pero sin un horizonte político definido ni dotados de estructuras intermedias que vayan más allá de lo necesario para movilizarse o abordar los retos inmediatos. En ese sentido, la estrategia ecosocialista también debe ser capaz de responder a la pregunta de cómo convertir la forma-revuelta y las crisis orgánicas que se van a suceder e intensificar bajo la crisis ecológica en crisis revolucionarias, en las que grandes masas actúen de forma consciente en confrontación con el poder existente y hacia una construcción de poder popular propio.
Organización y estrategia ecosocialista
¿Cuáles son, por tanto, las novedades específicas que introduce la crisis ecológica ante la estrategia socialista? Fundamentalmente, la novedad se encuentra en la premura y ritmo marcado por la gravedad del diagnóstico. Tal y como afirman Kai Heron y Jodi Dean:
«Ya no tenemos el lujo de la espontaneidad. Para que el cambio climático no intensifique la opresión y acelere la extinción, tenemos que construir y unirnos a organizaciones adecuadas al reto de pensar y actuar en transición» 19
Esto debe llevarnos a asumir las tareas que se derivan de la emergencia ecosocial como hilo conductor de la política revolucionaria durante este siglo. En este sentido, podemos apuntar de forma esquemática tres marcos amplios en los que se agrupan las tareas políticas del presente. Se trata de tres marcos inseparables y que no se entienden de forma aislada, por lo que deben abordarse conjuntamente y alimentarse entre sí.
En primer lugar, construir organizaciones socialistas adecuadas para estrategias de ruptura revolucionaria. Debemos asumir que esta es una lucha de muy largo aliento. De hecho, no podemos hablar más de “la lucha ecológica”. Sino más de cómo la crisis ecológica a partir de ahora determina y condiciona todo el escenario de la lucha política emancipatoria, es la niebla que lo empapa todo. A partir de eso, debemos ser conscientes de que necesitamos mucho más que tres o cuatro manifestaciones masivas, y movimientos espontáneos que crecen y bajan como la espuma. Necesitamos estructuras estables de organización. Espacios colectivos en los que poder mantener reflexiones estratégicas que nos expliquen los motivos de las victorias y derrotas que vamos a acumular. Lugares desde los que impulsar nuevas iniciativas, con los que fortalecer conflictos y en los que refugiarse en los momentos en los que todo lo demás se caiga a pedazos. Asumir ese compromiso militante será imprescindible para afrontar el futuro.
En segundo lugar, componer e improvisar sobre la práctica. Los diagnósticos de la crisis ecológica no nos dibujan una imagen nítida de cómo será el futuro próximo. La complejidad de los procesos biofísicos y la imprevisibilidad de los procesos sociales hace que las consecuencias no sean mecánicas. Sin embargo, aunque no tengamos una bola de cristal, sí que conocemos lo suficiente de la crisis ecológica como para estar preparadas y actuar con audacia política en las múltiples crisis y conflictos que se van a suceder. Sabemos que en el futuro próximo van a desarrollarse situaciones como incendios masivos, sequías, crisis energéticas, crisis alimentarias, cierres y despidos masivos en centros de trabajo, millones de refugiadas climáticas. A partir de ello, debemos anticiparnos, planificar y aprovechar las coyunturas convulsas del futuro para sumar apoyos masivos a nuestras propuestas de transformación radical de la sociedad. Fortalecer la organización de los sindicatos agrarios de izquierdas en aquellos lugares que se vayan a ver más afectados por la sequía, tejer confianzas previas entre trabajadores y organizaciones políticas en base a propuestas de reconversión para industrias que sabemos que van a cerrar, preparar campañas y acciones que puedan desplegarse rápidamente ante los previsibles incendios del futuro y que orienten la rabia acumulada hacia empresas energéticas fósiles. Esto se dice más fácil de lo que se hace, pero debemos lanzarnos a la práctica para ir ganando experiencia al respecto. Gimnasia revolucionaria para el tiempo roto de la crisis ecológica.
En tercer lugar, lograr que el ecologismo deje de ser una lucha sectorial. Tal y como hemos dicho, la crisis ecológica determina y condiciona todo el escenario de la lucha política emancipatoria. Por tanto, debemos dejar de enfrentarnos a ello como si fuera una lucha sectorial, y abordarla en toda su amplitud y complejidad. Esto implica que el monopolio de la organización sobre la cuestión ecosocial no va a estar en manos de los colectivos, organizaciones y movimientos “puramente” ecologistas. De lo que se trata es de impulsar y construir un bloque ecosocialista popular. Y esto no implica una alianza moral o una sopa de siglas inoperativa. El motivo de actuar conjuntamente se encuentra en la realidad compleja a la que nos enfrentamos. Si los fondos de inversión que dominan a las grandes petroleras son los mismos que obtienen una parte importante de sus beneficios en el sector inmobiliario, lograr una regulación fuerte de los alquileres y una expropiación de viviendas a los especuladores supone un avance para la lucha climática. Por ese, y por muchos otros motivos.
Esto debe ser llevado a cabo de forma no sectaria, comprendiendo la situación de debilidad social, política y organizativa de la que partimos. De aquí se derivan dos vías fundamentales. Por un lado, militantes y núcleos ecosocialistas deben sumergirse en los procesos básicos de conflicto, bajar al barro y colaborar en la construcción del tejido de resistencia popular, marcado por un amplio mestizaje y niveles de conciencia desigual. La militancia ecosocialista debe entenderse en el sentido leninista, como «tribuno popular, que sabe reaccionar contra toda manifestación de arbitrariedad y de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea la capa o la clase social a que afecte» 20. Tener una elaborada comprensión de la crisis ecológica y los medios necesarios para combatirla en ningún caso es incompatible con involucrarse y fortalecer la oposición vecinal hacia la ampliación de un aeropuerto o una incineradora. Ganar legitimidad, cultivar todos los terrenos, y «aprovechar el menor detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y a cada uno la importancia histórico-mundial de la lucha emancipadora del proletariado».
Por otro lado, debemos establecer y fortalecer alianzas entre los diferentes espacios que conformarían aquel bloque ecosocialista popular. Señalamos tres elementos que deberían estar presentes en esa construcción de alianzas: (1) Espacios estables de coordinación entre organizaciones que asuman una estrategia de ruptura. Más allá de eventos puntuales, necesitamos mantener espacios de encuentro en los que tejer confianzas, ganar experiencia y reconocer qué aporta quién. ¿Por qué entre las organizaciones que asuman una estrategia de ruptura? Porque necesitamos partir de una mínima claridad estratégica sobre la necesaria superación del capitalismo para que este tipo de espacios sean realmente útiles. (2) Discusión estratégica. No podemos continuar pensando obsesionadamente sobre estas cuestiones de forma prácticamente aislada. Necesitamos poner en común discusiones estratégicas entre militantes y activistas de múltiples organizaciones, espacios y movimientos. Necesitamos compartir dudas y contagiarnos de las propuestas y experiencias del resto de personas organizadas. Necesitamos identificar colectivamente qué huecos no estamos logrando cubrir, y qué frentes políticos debemos reforzar. (3) Unidad de acción, diversidad de tácticas. A partir de las tareas y herramientas anteriores, debemos ser capaces de golpear juntas desde diferentes frentes. Por ir a un ejemplo concreto, se capaces de responder conjuntamente en una situación de crisis energética: demandas transitorias hacia la institución para asegurar transporte público gratuito y suministro básico garantizado en hogares, campañas que coordinen el impago de facturas energéticas, ocupaciones y acciones de desobediencia civil en las sedes de empresas eléctricas, huelgas laborales en los servicios de buses urbanos.
Estos apuntes, probablemente incompletos y no del todo precisos, deberán someterse a examen y actualización a partir de los resultados de la experiencia práctica concreta. Como siempre, tenemos pocas certezas acerca del éxito en la lucha de clases. La crisis ecológica, sin embargo, establece un elemento sobre el que no cabe duda: no nos adentramos a unas décadas de calma chicha, así que la estrategia socialista de este siglo tendrá que navegar sobre unos tiempos enormemente turbulentos. Eso, como siempre, esconde riesgos mayúsculos. Pero también permite abrir una y otra vez el campo de lo posible. Cada lucha, cada conflicto y cada experiencia de poder popular será la semilla de las siguientes. La estrategia ecosocialista, por tanto, debe lanzarse a ese mar agitado y asumir con decisión las tareas revolucionarias de nuestro momento histórico.
Artículo originalmente publicado en «Cuadernos de coyuntura: La cuestión ecológica» de la editorial Contracultura»
Notas:
1 Joel Kovel y Michael Löwy (2001). Manifiesto ecosocialista. Disponible en: https://systemicalternatives.org/2014/03/05/manifiesto-ecosocialista/
2 John Bellamy Foster (2008). La ecología de Marx: Materialismo y Naturaleza. El Viejo Topo
3 Kohei Saito (2022), La naturaleza contra el capital: El ecosocialismo de Karl Marx. Bellaterra Edicions
4 Joaquim Sempere (2018). Las cenizas de prometeo: Transición energética y socialismo. Pasado y Presente
5 Christopher Olk. No hay estabilidad de precios en un planeta moribundo. Viento Sur, 11 de octubre de 2022. Disponible en: https://vientosur.info/no-hay-estabilidad-de-precios-en-un-planeta-moribundo/
6 Karl Marx (1852), El 18 de brumario de Luis Bonaparte. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
7 Isidro López y Rubén Martínez (2021). La solución verde: Crisis, Green New Deal y relaciones de propiedad capitalista. La Hidra Cooperativa: Barcelona.
8 Javier Moreno Zacarés (2021). ¿Euforia del rentista?. New Left Review 129, 51-74. Disponible en: https://newleftreview.es/issues/129/articles/euphoria-of-the-rentier-translation.pdf
9 Malm, A. (2021). Ondas largas del desarrollo fósil: periodizando la energía y el capital. ANTAGÓNICA. Revista De investigación Y crítica Social – ISSN 2718-613X, 2(4), 59-82. Recuperado a partir de https://www.antagonica.org/index.php/revista/article/view/38
10 Albarracín Sánchez, D. (2022). Controversias socioeconómicas sobre la tecnología: ¿Una nueva onda larga expansiva gracias a la revolución digital?. Revista Internacional De Pensamiento Político, 17(1), 435–456. https://doi.org/10.46661/revintpensampolit.6810
11 Max Krahé. For sustainable finance to work, we will need central planning. Financial Times, 11 julio 2021. Disponible en: https://www.ft.com/content/54237547-4e83-471c-8dd1-8a8dcebc0382
12 Basil Oberholzer (2023). Post-growth transition, working time reduction, and the question of profits.
Ecological Economics, 206, 107748. https://doi.org/10.1016/j.ecolecon.2023.107748.
13 Mark Engler y Paul Engler. Las reformas no reformistas de André Gorz. Jacobin Latinoamérica,
25 de julio de 2021. Disponible en: https://jacobinlat.com/2021/07/25/las-reformas-no-reformistas-de-andre-gorz/
14 Ernest Mandel. En defensa de la planificación socialista. Inprecor, nº71, septiembre 1989. Disponible en: https://cdn.vientosur.info/MaterialesLCR/pdf/Inprecor_no_71.pdf
15 Cibcom. Tancar la fractura: Per una planificació ecològica del metabolisme universal. Catasi Magazine, 20 de noviembre de 2022. Disponible en: https://catarsimagazin.cat/tancar-la-fractura-per-una-planificacio-ecologica-del-metabolisme-universal/
16 V.I. Lenin (1976). La catástrofe que nos amenaza y cómo luchas contra ella. O. C., T. 26, p. 429. Madrid: Akal Editor.
17 Stefanía Barca. Fuerzas de reproducción. El ecofeminismo socialista y la lucha por deshacer el Antropoceno. Viento Sur, 30 de diciembre de 2022. Disponible en: https://vientosur.info/fuerzas-de-reproduccion-el-ecofeminismo-socialista-y-la-lucha-por-deshacer-el-antropoceno/
18 Daniel Bensaid (2002). ¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos!. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/bensaid/2002/001.htm
19 Heron, Kai y Dean, Jodi (2022). «Leninismo climático y transición revolucionaria. Organización y antiimperialismo en tiempos catastróficos». Viento Sur nº 183. Disponible en: https://vientosur.info/leninismo-climatico-y-transicion-revolucionaria-organizacion-y-antiimperialismo-en-tiempos-catastroficos/
20 V.I. Lenin (1902). ¿Qué hacer? Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/index.htm
Fuente: https://vientosur.info/estrategia-ecosocialista-en-tiempos-turbulentos/