Se ha reabierto el debate sobre la energía nuclear, que nunca se cerró del todo. Sus defensores pretender usar esta energía para combatir el «efecto invernadero» provocado por el vertido a la atmósfera de millones de toneladas de gases nocivos, en especial dióxido de carbono, por industrias, transportes, calefacciones domésticas… y centrales térmicas, cuyos motores […]
Se ha reabierto el debate sobre la energía nuclear, que nunca se cerró del todo. Sus defensores pretender usar esta energía para combatir el «efecto invernadero» provocado por el vertido a la atmósfera de millones de toneladas de gases nocivos, en especial dióxido de carbono, por industrias, transportes, calefacciones domésticas… y centrales térmicas, cuyos motores y calderas queman combustibles fósiles. Sus consecuencias son las olas de calor y de frío, inundaciones, elevación del nivel de mares y océanos, huracanes, tornados… Conjunto de meteoros conocido como «cambio climático».
Originalmente la fisión nuclear se utilizó para fabricar bombas atómicas, de gran poder destructivo. Sólo los EEUU las han utilizado; fue en la Segunda Guerra Mundial. En agosto de 1945, los yanquis las arrojaron sobre las ciudades japonesas Hirosima y Nagasaki, asesinando a cientos de miles de inofensivos habitantes, la mayoría volatilizados en el momento de las explosiones, y otros morían después, tras espantosos dolores causados por las quemaduras radiactivas. Esas han sido las únicas bombas atómicas lanzadas hasta ahora en una guerra. Años más tarde, el arsenal nuclear se expandió y se utilizó como «argumento» disuasorio en la «Guerra Fría» entre el capitalismo y el socialismo. Hoy, la proliferación de arsenales atómicos y los conflictos bélicos en curso, amenazan a la Humanidad con un holocausto nuclear.
Los reactores de fisión de las centrales nucleares son un subproducto de los que EEUU inventaron para propulsar navíos de guerra, al comienzo submarinos y más tarde portaviones. También se han utilizado en naves interplanetarias no tripuladas.
El lobby pronuclear es poderoso e influyente, y recibe ayudas económicas, jurídicas y coercitivas por parte de los estados, además de una amplia cobertura mediática.
La electricidad procedente de fuentes renovables: eólica, solar, hidráulica, biomasa, mareas… de momento sólo es capaz de atender una pequeña parte de la demanda. La falta de interés de las empresas del sector eléctrico por investigar el aprovechamiento de estas energías inagotables, al ser difícilmente controlables por su capacidad de dispersión, es la causa de la grave e insostenible situación en que se encuentra la Humanidad… ¿Es irremediable? No lo sé, pero por si acaso, intentemos corregirla. Durante las últimas décadas se han asesinado miles de personas por la posesión de yacimientos de hidrocarburos. La invasión y conquista de Irak es un trágico ejemplo.
Conviene no olvidar el desastre nuclear ocurrido en la central de Chernóbil (Ucrania), el 26 de abril de 1986; la radiactividad que produjo la explosión de sus reactores causó muerte y enfermedades transmisibles a miles de habitantes de Europa. «Los niños de Chernóbil» visitan cada verano Euskal Herria para que el cambio de aires mejore sus patologías radiactivas. Son acogidos por familias voluntarias, en un loable acto de solidaridad.
El neoliberalismo defiende, por interés económico, la electricidad generada en centrales nucleares que utilizan uranio enriquecido en sus reactores de fisión, porque «es un procedimiento barato e inofensivo que no produce gases contaminantes, y es la mejor manera de combatir el cambio climático». Mentira, porque el sistema nuclear es caro y además contamina de forma grave e interminable. Además, la potente maquinaria que se emplea en la minería del uranio, en la construcción de las complejas instalaciones y los transportes que precisan, emiten considerables cantidades de gases nocivos a la atmósfera. Y durante el largo proceso operativo de esas centrales, se impregna, con consistentes elementos radiactivos, el medio natural: aire, suelo, agua de mares, lagos, embalses o ríos. Ciertos isótopos generados en esas centrales emiten radiaciones ionizantes durante miles de años, acumulándose en la tierra, en el agua y en los tejidos de los organismos vivos, vegetales y animales, que afectan a la especie humana, por exposición directa o por ingerir alimentos irradiados: agua, vegetales, animales, o sus derivados, zumos, huevos, leche, quesos, embutidos… No existe dosis de radiación ionizante que por diminuta que sea, resulte inofensiva. La más insignificante puede producir mutaciones genéticas, cambios degenerativos y cáncer o leucemia, en función del tiempo de exposición, dada la propiedad acumulativa de los elementos radiactivos. Paradójicamente, algunos isótopos de baja radiactividad que utiliza la Medicina , combaten con éxito ciertos tumores malignos.
Los residuos radiactivos generados en las centrales nucleares, en especial el combustible de uranio agotado, permanecen emitiendo fuertes radiaciones durante miles de años, por lo que requieren ser almacenados en centros de elevada estabilidad geológica y con vigilancia permanente… Ciertamente, una embarazosa y costosa herencia para nuestros descendientes. Por cierto, los elevados costes del mantenimiento de esos bunkers, no los pagan las empresas productoras, sino que son abonados con cargo al presupuesto público. «Socializar costes y privatizar beneficios», es la fórmula brutal del neoliberalismo.
A pesar de haber transcurrido setenta años desde la generación de los primeros residuos, la ciencia no ha encontrado una solución aceptable para su neutralización definitiva. Algunos proponían lanzarlos al sol, pero los cohetes portadores no ofrecían garantía suficiente. La NASA no aseguraba el éxito en todos los lanzamientos.
Iberdrola (antes Iberduero), ahora uno de los líderes del sector energético a nivel mundial, proclama con insistencia la bondad y baratura de la energía nucleoeléctrica, y por eso, en un gesto de «generosidad», intentó nuclearizar Euskal Herria, proyectando centrales atómicas en Tudela, Deba, Ispaster-Ea y en Lemoiz. Sólo logró construir la última; las otras, a pesar de que lo intentó, no pasaron de la fase de proyecto.
¿Qué hubiera sido de Euskal Herria si Iberduero hubiese conseguido poner en marcha todos sus proyectos nucleares? Desde luego que nada bueno. Aún no se han estudiado las consecuencias de semejante locura. El análisis social, sanitario, demográfico, económico y político de lo que hubiese ocurrido en nuestro país, es un asunto apasionante que aún no se ha estudiado.
Una publicación de Iberduero de 1979 (siete años antes que «Chernóbil») informaba que: «…las centrales nucleares son seguras para las personas y las cosas que existen en su entorno y originan los menores costos en comparación con las centrales que utilizan los combustibles tradicionales…». Mentira.
Para entonces, la central que esa empresa construía en la cala Basordas de Lemoiz, se hallaba en avanzado estado de construcción, hasta el punto de que en el mismo folleto se aseguraba que el arranque de la «Unidad I» tendría lugar «dentro del año 1981 y un año y medio más tarde el de la Unidad II «. Las obras habían comenzado, ilegalmente, en 1972, utilizando la política de «hechos consumados», frecuente en los regímenes totalitarios. Su coste lo hemos pagado entre todos, a través de recargos obligatorios en los recibos de la «luz». Por este procedimiento Iberduero recuperó la totalidad de sus inversiones. Además, el servil Estado español, en vez de exigir a la empresa una indemnización multimillonaria por sus desmanes, pretende otorgarle derechos preferenciales sobre las instalaciones que existen en la Cala de Basordas, para convertirlas, posiblemente, en una central térmica de ciclo combinado con gas natural, dada la cercanía de la plataforma «Gaviota» y de la planta de tratamiento de Matxitxako.
El «Ente Vasco de la Energía » (E.V.E.), organismo dependiente de Lakua, dispone de información importante relacionada con el gas natural y otros hidrocarburos, y también sobre los resultados de las prospecciones geológicas realizadas en el subsuelo de la CAPV , en tierra firme y en sus aguas territoriales, desde mediados del siglo XX, como sus homólogos de Iruñea e Iparralde.
A Iberduero, el atentado contra la existencia y la salud pública de Euskal Herria, le ha salido gratis, por culpa de la sumisión institucional… y la sorprendente y entusiasta colaboración jeltzale. «Si la central de Lemoiz no funciona vamos a tener que alumbrarnos con velas y comer berzas». ¿Lo recuerdan? Ninguno de los responsables de aquellos graves delitos, ni sus colaboradores, han sido procesados por los tribunales. Lo llaman democracia.
Gracias a la heroica, dura y desigual lucha desarrollada por distintas organizaciones populares vascas, se logró impedir que el amenazante engendro de Lemoiz entrara en funcionamiento. Fue una victoria estratégica del pueblo vasco.
La central nuclear de Garoña, propiedad de Nuclenor, empresa en la que participa Iberdrola con el 50%, se halla emplazada en la provincia de Burgos, cercana a Euskal Herria. Comenzó a producir electricidad, no sin problemas, hace cuarenta años, lo que la convierte en la más antigua de la península en activo. Durante todo ese tiempo ha venido atemorizando a los vecinos de un amplio radio, que exigen, incansables, la paralización de la central.
Es deseable que la investigación y el desarrollo de las energías renovables alcancen sus objetivos antes de construir nuevas centrales nucleares o prolongar la «vida» de las existentes. Ahorrar en el consumo eléctrico es otra eficaz y saludable alternativa… y que sólo depende de cada uno de nosotros.
La producción de electricidad es un sector estratégico para el futuro de Euskal Herria y, precisamente por ello, tenemos el derecho -no reconocido- y el deber de participar en su diseño y gestión. No podemos permitir que asunto tan importante permanezca exclusivamente en manos de una empresa privada, que además no es digna de confianza, porque ha demostrado, a lo largo de los años, que sólo le interesa el beneficio económico… «Lemoiz funcionará pese a quien pese y caiga quien caiga» decía el presidente de Iberduero. Conseguirlo no nos va a ser fácil, porque las instituciones decisorias, herederas del franquismo, son controladas, entre otros, precisamente por los propietarios de Iberdrola (antes Iberduero). Circunstancia nada extraña en un régimen capitalista neoliberal como el que padecemos.
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