La fundación presentó el sábado una amplia investigación con datos y testimonios que reflejan la extensión y la profundidad de esta práctica. Cuando la fundación Euskal Memoria comenzó a documentar el tema de la tortura en Euskal Herria en los últimos 50 años, contaba con tres denuncias de vecinos de Oñati, por citar un ejemplo […]
La fundación presentó el sábado una amplia investigación con datos y testimonios que reflejan la extensión y la profundidad de esta práctica.
Cuando la fundación Euskal Memoria comenzó a documentar el tema de la tortura en Euskal Herria en los últimos 50 años, contaba con tres denuncias de vecinos de Oñati, por citar un ejemplo ilustrativo. Sus colaboradores acudieron a certificarlos y, tirando del hilo, hoy es el día han aflorado 53 testimonios más solo en ese pueblo. Por eso, su tercer trabajo, que verá la luz mañana, seguramente no sea más que la punta del iceberg de una realidad que casi nunca fue noticia. Y, sin embargo, a la vez supone sin duda el estudio más amplio, documentado y actualizado sobre este «túnel» del que «aún queda trabajo para salir».
«Pegarme, sí, me pegaron en Iruñea, en Gasteiz y en Donostia también, pero por suerte, lo que es tortura no», explica en el libro uno de los vascos detenidos en los años 70. Son muchos los que ahora empiezan a darse cuenta de que sí, fueron torturados, y pueden contarlo. Así ocurrió en Eibar, en una charla en febrero en la que Euskal Memoria comenzó a difundir el trabajo que ahora toma cuerpo en un libro. Tras las explicaciones de los miembros de la fundación, una persona de edad avanzada tomó la palabra para revelar su caso, y luego otra, y luego otra…
El estudio -que se publica bajo el título «Oso latza izan da» y estará disponible ya en la Feria de Durango- aborda la tortura desde todos los puntos de vista: qué es, quién la ha ejercido, cómo, a quién, cuándo, dónde, por qué, para qué… Entre las aportaciones está el intento de poner cifra a los casos producidos en Euskal Herria. Con una dificultad evidente: solo en los últimos años organismos como Torturaren Aurkako Taldea (TAT) han elaborado registros y recopilado testimonios. Por ello, en los años 60 y 70 debe recurrirse a extrapolaciones a partir de los datos parciales aportados por diversas fuentes. Con ello se concluye que entre 1960 y 1977 se produjeron cerca de 10.000 detenciones políticas en Euskal Herria, de las que entre el 50% y el 70% incluyeron torturas.
A partir de 1978 ya hay balances oficiales sobre arrestos que facilitan el cómputo. Se calcula que en los diez siguientes años se incomunicó a 7.370 vascos y en torno al 40% padecieron torturas, lo que supone 3.000 casos más que sumar a los 5.000-7.000 anteriores. TAT empieza a publicar informes en 1989 y permite aquilatar ya esta cifra. Así, Euskal Memoria explica que entre ese año y 2000 se recogen 900 casos, y que en este siglo actual son otros 733. En total, pues, entre 9.633 y 11.633.
La fundación subraya que esa aritmética no sirve para «acotar el sufrimiento» producido, pero sí «hace más relevante algo que no es reconocido». Y en paralelo el número deja claro que la tortura es individual en la medida en que afecta a cada torturado, pero en Euskal Herria «adquiere además una dimensión colectiva». Y muy extensa.
Testimonios en carne viva
Efectivamente, pese a su volumen la cifra no logra reproducir el sufrimiento, el terror, la culpa, las secuelas, la indefensión, el silencio sobrevenido a muchas de sus víctimas durante décadas… Y es que, como decían los presos políticos de Basauri ya en 1968, «no se comprenderá realmente lo que supone la tortura hasta no haberla sufrido».
«Oso latza izan da»‘ está repleto de testimonios que transmiten el horror mejor que las cifras. Por ejemplo el de Tamara Muruetagoiena, a quien lógicamente ocultaron el motivo de la muerte de su padre para protegerla cuando todavía era una niña; tras descubrirlo, hoy día explica que «yo daría lo que fuera por que a mi padre lo hubieran matado de un tiro, sin sufrir. Los nueve días que pasó en comisaría… es espeluznante». También el de Enrike Erregerena, a quien no se le ha borrado de la mente lo que padeció hace ya 31 años: «Por no pasar un minutos más en sus manos estás dispuesto a pasar toda la vida en la cárcel». O el de Mertxe Alcocer, que decía en 2008: «Tengo 58 años, soy ama y amama, pero como sucede cuando tienes un hijo, hasta que no vives esto no conoces su dimensión. Lo que me hicieron no se lo deseo a mi peor enemigo».
Los testimonios salpican todo este trabajo, escrito por el abogado Julen Arzuaga con la ayuda de una amplia red de colaboraciones en auzolan, y seguramente facilitarán que otros nuevos salgan a la luz. Pero en el trabajo de Euskal Memoria hay mucho más que torturados. Aparecen también policías, gobiernos, políticos, jueces, fiscales, abogados, forenses, médicos, periodistas, intelectuales, organizaciones internacionales… Y sobre todo hay un deseo, el mismo de las dos anteriores publicaciones de Euskal Memoria -sobre las otras víctimas y sobre el franquismo-: reflejar la parte desconocida de la verdad del conflicto. En este caso, ese túnel interminable sin vídeos, sin fotos, ciego, sordo y mudo.