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A propósito de un artículo de Alfredo Pastor

Expulsiones políticas universitarias y comparaciones forzadas

Fuentes: Rebelión

Alfredo Pastor [AP] publicó el pasado martes, 24 de noviembre, un artículo en La Vanguardia barcelonesa con el título «Una rima de la Historia»[1]. Explica AP la expulsión del profesor Manuel Sacristán (1925-1985) de la Universidad de Barcelona hace ahora medio siglo. La historia, decía Mark Twain, no se repite, pero rima, comenta AP. «Hace ahora […]

Alfredo Pastor [AP] publicó el pasado martes, 24 de noviembre, un artículo en La Vanguardia barcelonesa con el título «Una rima de la Historia»[1].

Explica AP la expulsión del profesor Manuel Sacristán (1925-1985) de la Universidad de Barcelona hace ahora medio siglo. La historia, decía Mark Twain, no se repite, pero rima, comenta AP. «Hace ahora casi medio siglo enseñaba Filosofía en la facultad de Ciencias Económicas de Barcelona el doctor don Manuel Sacristán» («Fundamentos de filosofía», concetamente, tal vez ya entonces «Metodología de las ciencias sociales»). Dotado de una mente clarísima y poseedor de una vasta cultura, prosigue, «el doctor Sacristán destacaba en un claustro en el que dominaba el gris oscuro; a sus clases acudía lo más selecto de la universidad». Lo «más selecto» es aquí los estudiantes más interesados, no otra cosa distinta. Ni elitismo universitario ni estudiantes con más éxitos académicos en exclusiva.

Tal era el magnetismo personal e intelectual del professor Sacristán, hombre de profundas convicciones marxistas, nos recuerda AP olvidándose de su militancia en el PSUC, en el Partido de los comunistas de Cataluña (entonces era miembro del comité ejecutivo), «que alguno de sus discípulos, llevando su antifranquismo a la praxis, llegó a dar con sus huesos en la cárcel». No por el magnetismo de Sacristán, como es evidente, sino porque la resistencia no era silenciosa, era arriesgado combate; por la convicción autónoma antifascista de los propios estudiantes, y porque se vivía entonces bajo la bota de un Régimen al que AP no alude directamente nunca por su atributo esencial en su artículo: era un Régimen fascista.

«Nada de todo ello era del agrado del régimen, así que las autoridades», comenta AP, especial y destacadamente el rector franquista de aquellos años, el farmacólogo García Valdecasas (Fabián Estapé narró lo sucedido en la reunión universitaria de la expulsión en un artículo que vale la pena recordar [2]) «resolvieron no renovar su precario contrato y, después de mucho buscar, dieron con un sustituto en la persona del doctor don Francisco Canals», catedrático de Filosofía de secundaria en el Instituto Balmes de Barcelona, «hombre no menos docto y de convicciones y creencias no menos sólidas que las del doctor Sacristán, si bien diametralmente opuestas a las de este, hasta el punto de haberse dicho de él que aceptó el encargo sólo para salvar a los alumnos de Económicas del fuego eterno al que los condenarían las enseñanzas de su predecesor». El doctor Canals pudo hacer dicho eso y mucho más. Tal vez fuera ese el motivo por el que aceptó la sustitución, también otros más crematísticos, pero otros estudiantes de otras facultades, la de Filosofía por ejemplo, sin fuegos eternos ni condenas en principio, sufrieron su franquista y más que autoritaria y reaccionaria presencia, con crucifijo incorporado en el aula del departamento de Metafísica que dirigía hasta inicios de los años ochenta. Y sin poder decir ni pío o dicindo con riesgos indudables.

La nueva de la expulsión del doctor Sacristán, señala AP, «fue recibida con indignación en toda la universidad: los estudiantes que le habían conocido, los profesores que temían correr parecida suerte, los que conservaban cierto respeto por la libertad de cátedra y, en fin, quienes compartían una cierta idea de la universidad calificaron de intolerable alcaldada la acción de las autoridades». Los estudiantes, como era frecuente en aquellos años, «encabezaron una protesta de final imprevisible con la anuencia, ya que no el apoyo activo, de la mayoría del profesorado».

La huelga indefinida convocada por las asambleas del momento y comunicada al doctor Canals por el representante estudiantil (lo que no era cualquier cosa en aquello momentos) estaba destinada, es AP quien habla con falta total de empatía, mucha satisfacción de mando en plaza y con bastante revisionismo histórico, «como siempre, a languidecer, y a los pocos días, en vista de que el proceso se enfriaba y para desarmar una incipiente división de opiniones entre los estudiantes, la llamada voluntad popular, obedeciendo quizá a una inspiración celeste, decidió cambiar de táctica y decretar una asistencia masiva a la clase de Filosofía». Voluntad popular, inspiración celeste, decretar, etc son puyas en absoluto afables del autor.

En fin, lo importante: no estuvo mal, nada mal el cambio de estrategia. La «voluntad popular estudiantil» penso mejor que bien.

Allí, en un aula abarrotada, recuerda AP, «quiso el azar que unos huevos que yacían en el bolso de una de las asistentes a clase fueran a estrellarse contra la americana del doctor Canals y se la pusieran perdida». Aquel gesto, afirma, sólo aquel gesto -¡el lanzamiento de unos huevos!-, «una sorpresa para la mayoría de los asistentes, lo cambió todo». ¡Todo! ¿Qué es aquí «todo»? ¿Por qué? Porque, es AP quien responde de nuevo, «el panorama se oscureció de repente, porque con la agresión al profesor se desvaneció la simpatía que hasta entonces despertaba la protesta estudiantil para tornarse en estupefacción, cuando no en abierta hostilidad, sobre todo -y se comprende- entre el estamento docente, receloso de que aquellos huevos pudieran sentar precedente y convertirse su empleo en instrumento informal de evaluación del profesorado». Allí, sostiene, empezó la agonía de un proceso cuyo final relatará más adelante.

No hace falta esperar a «más adelante»: ni el profesorado pensó en general lo que señala AP ni la agonía de la lucha universitaria antifranquista tuvo aquí ningún inicio. Al año siguiente, con la policía fascista (con el comisario torturador Creix al mando) en estado de alerta, se organizaba la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona. Manuel Sacristán y un joven palentino recién llegado a Barcelona, Francisco Fernández Buey, jugaron un papel esencial en lo que conocemos con el nombre de «capuchinada» (por el lugar del encierro, en los Caputxins de Sarrà).

Llega ahora el momento clave, el momento de la comparación en el artículo de AP: «Con algo de imaginación, pero sin necesidad de recurrir a la fantasía, es fácil ver algunas semejanzas entre el proceso estudiantil de hace medio siglo y el de hoy, de protagonistas algo más mayorcitos: la indolencia, la miopía y la nula habilidad del Gobierno español ha ido creando en Catalunya, durante los últimos cinco años, un clima de desafección puntuado por episodios de indignación ante egregias meteduras de pata, de las que la negativa a autorizar cualquier clase de consulta es quizá el mejor ejemplo».

El presidente en funciones de la Generalitat, prosigue AP, «como el representante estudiantil de antaño, parece haberse visto arrastrado por el movimiento asambleario, no sabemos si contra su voluntad, hasta convocar las elecciones del 27-S». Pasadas estas, afirma, y ante un resultado ambiguo en su opinión, los asamblearios protagonistas del proceso [está hablando fundamentalmente de la CUP aunque no solo] «han resuelto, para mantener la temperatura, interpretar ese resultado como un mandato de sus electores para acometer la independencia sin más, dando la espalda a cualquier negociación concebible. Los vivas a la república catalana de la presidenta del Parlament y la declaración de las jóvenes promesas independentistas son los huevos que han ido a estrellarse, no contra la americana del presidente del Gobierno, sino contra la ley que a todos nos ampara».

El resultado de esos gestos, afirma AP, «ha sido el mismo que entonces: sus autores se han situado firmemente fuera de la ley, y ello ha de hacerles perder todo el apoyo de que pudieran haber disfrutado, dentro y fuera de España». ¿El mismo que entonces? ¿Aquellos estudiantes se situaron «fuera de la ley»? ¿Qué ley? ¿Qué tendrá que ver una acción en tiempos de represión y persecución, lanzar dos huevos a un profesor esquirol que sustituye a un profesor expulsado por motivos polítivos, con lo ocurrido recientemente en el Parlament (tema en el que no entro en esta nota) con la declaración secesionista?

La tesis, la posición política de AP, no es mí posición: «Un galardón para la CUP, en opinión de AP. Para Junts pel Sí, sostiene, «un serio fracaso, que se añade a la traición que para una parte de sus votantes implica la renuncia a negociar».

Vuelve a enlazar AP para finalizar su artículo: «¿Cómo terminó el asunto hace medio siglo? Sus principales protagonistas recibieron castigos proporcionales: significativos sin ser dramáticos». ¿Castigos proporcionales a qué? ¿Los estarán justificando o «entendiendo»? Es de suponer que esta vez pasará lo mismo, afirma. Como entonces, «las aguas volverán a su cauce; pero ese cauce es hoy su destino natural, el agitado mar de la democracia, y no es un disparate esperar que este episodio, tanto menos excusable cuanto más alternativas hay a la ruptura -hace medio siglo no había ninguna-, sirva para que, recobrado el juicio, abordemos el encaje de Catalunya en España con las herramientas a mano; la tenacidad y la paciencia no son de las menores».

Sin estar alejado de su reflexión final, desde una perspectiva muy alejada por supuesto, ¿cómo alguien informado puede hablar en ese tono del castigo de los principales protagonistas de aquellos sucesos de hace 50 años, «significativos sin ser dramático»? ¿Esta vez pasará «lo mismo»? ¿De qué «mismo» habla el autor? ¿Esta es la forma de hacer referencia a un suceso de la lucha antifranquista lleno, con muchísimos aciertos y algún desacierto (como casi todo), de energía y voluntad democráticas? ¿Qué tendrán que ver dos huevos con un proyecto de secesión sin mayoría de votos? ¿Qué sentido político-cultural e histórico tiene comparar dos hechos, dos acciones tan heterogéneos? ¿Para qué confundir el concierto para clarinete de Mozart con la derivada segunda de la función ln (x2 + 1965x + 2015)? ¿Qué ganamos con ello? ¿No nos adentramos, una vez más, en un laberinto de confusiones?

PS. Cambio de tercio. Una declaración de Alberto Garzón que la que hubieran coincidido seguramente Manuel Sacristán, Pilar Fibla, Maria Rosa Borràs, Pere de la Fuente y Fancisco Fernández Buey (y tantos otros participantes en aquel movimiento universitario antifranquista que cometió «el gran error» de lanzar huevos a un esquirol):

«No vamos a participar en ninguna justificación de la doctrina que va desde Bush hasta Hollande. Una doctrina que sólo ha servido para crear más caos en Oriente Medio, más fanatismo entre la población que sufre los bombardeos y beneficios multimillonarios para los traficantes de armas, a expensas de la vulneración de los derechos humanos con casos de espionaje, torturas y asesinatos extrajudiciales. En consecuencia, no vamos a participar en ese pacto precocinado que repite los errores del pasado.

Contra el terrorismo debemos luchar respetando la legalidad internacional y cortando las vías de financiación y las relaciones con los países cómplices del terrorismo, sin someter a la población civil a más bombardeos que sólo alimentan el fanatismo y la destrucción de una población.

No en nuestro nombre».

Notas.

[1] http://www.pressreader.com/spa

[2] Fabián Estapé, » LA EXPULSIÓN DE MANUEL SACRISTÁN» La Vanguardia , 16/03/2008.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.