Al hilo del nunca llegado macroproyecto de azucarera en Mérida, un repaso a la política de mercadotecnia, gestos, grandes planes extractivistas e inversiones de capital depredador en el suroeste peninsular.
Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar; porque yo, como alcalde vuestro que soy, os aseguro que para pagar esto ni un céntimo ha salido de las arcas públicas”
No viene, parece, la polémica azucarera a Mérida. La más grande de Europa, decían, que llegaba con un pan debajo del brazo de 436 millones de euros de inversión e iba a producir 864.000 toneladas de azúcar refinada al año. La metáfora de la disolución del sueño más dulce de la administración regional y local, como un azucarillo, viene fácil, casi preparada. Anunciado final del enésimo megaproyecto fantástico con el que se pretenden iluminar las oscuridades macroeconómicas de los territorios periféricos, históricamente dependientes, azotados por los peores números en cada sucesiva crisis.
El pleno del Ayuntamiento de Mérida votará el jueves, 26 de noviembre, dejar sin efecto su declaración de utilidad pública a la azucarera. Esa empresa que, solo por decir que venía, obtuvo a la velocidad del rayo bonificaciones de hasta el 95% en el Impuesto de Construcción, Instalación y Tasa de licencia Urbanística, Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) e Impuesto de Actividades Económicas.
Y es que, en este suroeste verde y circular, lo que de verdad importa es llamarse Iberia Sugar Company o ser del grupo inversor Al Khalej. También tendrás todo bastante fácil si representas a Sacyr y pretendes perforar toda la comarca de Alconchel, Táliga y Olivenza para abrir explotaciones de minería a cielo abierto. Podrás hasta presentarlo como hecho, antes de que se resuelvan los contenciosos con los vecinos y municipios afectados, en la feria PDAC de Toronto de marzo de 2020, el mayor evento minero internacional, publicitando un macroproyecto que integraría muchas más concesiones de las inicialmente aprobadas (salvo que éstas estuvieran tácitamente concedidas por parte de la Administración). Tampoco te irá mal si puedes juntar el montón de millones necesario (a crédito de los bancos, a su vez dueños de las grandes compañías eléctricas) y animarte a montar una planta solar fotovoltaica. Puedes fraccionar con impunidad los grandes proyectos (producir menos de 50 MW por planta es la clave, aunque luego los titulares últimos de cada una de ellas sean exactamente los mismos y todas compartan subestación) para, así, eludir la tramitación de sus autorizaciones por la Administración General del Estado y realizarla a través de la Junta de Extremadura, mucho más “permisiva” y sobre la que, se comenta desde las organizaciones ecologistas, este tipo de iniciativas tienen eso que se llama “capacidad de influencia”. Si evalúa la administración regional, y dispones de poder, todo va más fluido.
En cualquier caso, si te sientes con la fuerza necesaria y te animas a violentar la normativa jurídica, puedes incluso perder el juicio, porque a lo mejor no se aplica la condena, como ha sucedido con Marina de Valdecañas. El Tribunal Superior de Justicia de Extremadura así lo ha decidido. Aunque, calma, estemos tranquilos con el poder judicial, que la propia presidenta del citado tribunal, en mitad de esta crisis, aboga por aumentar las penas por la ocupación ilegal de viviendas. La ocupación, ese problema acuciante aunque en Extremadura se encuentre, en cifras, por debajo incluso de los homicidios.
Suponemos que nuestro presidente, Guillermo Fernández Vara, estará a estas alturas con bajón de azúcar, sintiendo náuseas, como aquellas que decía sentir tras el apoyo de Bildu a los Presupuestos Generales del Estado presentados por ese gobierno que comanda su propio partido. Porque ahí sí, ahí merece la pena volver a agitar el espantajo patriótico (estrategia que comparte con el manchego García-Page, a la derecha de la derecha dentro del PSOE, y que aprendió de esa enorme boca siempre abierta que se llama Juan Carlos Rodríguez Ibarra).
Con el capital extranjero, en cambio, todo son alfombras, recepciones, fotografías y parabienes. Ahí no hay patria que valga. Traigan lo que traigan, el negocio que sea, aunque arruine el territorio, aunque luego no vengan, aunque luego nadie sepa a qué han venido o si ya se han ido. Puro marketing, mercadotecnia de régimen y de partido, cuyo fin último es perpetuarse en el poder de una comunidad en estado de postración económica, administrando recursos públicos y las consecuentes fidelidades territoriales que aseguran. Al final, lo de siempre: clientelismo, qué hay de lo mío, tráete esa fábrica a mi pueblo y verás lo que vota todo el mundo, yo te lo pongo facilito. Simple en su concepción, transparente en su presentación pero resultón en mayorías absolutas, que es de lo que se trata.
Pudiera existir, no lo neguemos, una tan discutible como noble intención de captar empleo al precio que fuera o, también es posible, una apuesta menos virtuosa por consolidar un modelo de desarrollo dependiente de capital extranjero, absorto en el negocio financiero y que no dará jamás un paso en falso ni mirará más allá de su cuenta de resultados. Un modelo de desarrollo que no da pan para hoy y asegura el hambre para mañana. Exportación de energía, pelotazos urbanísticos a los que se acomodará la ley y para el que no valdrán sentencias (el ya citado Valdecañas), o extractivismo del duro… ¿Quién se acuerda de Aguablanca? La multinacional recogió todo el mineral que pudo, hizo caja y, cuando le pareció oportuno, se marchó sin mirar atrás ni contemplar el desierto que dejaba, guiada por la mano invisible del Mercado, la misma que aprieta todos los meses las economías domésticas de la región más pobre de España.
Proyectos, megaproyectos, nombres de grandes corporaciones y hasta de jeques, de prohombres comprometidos con Extremadura, comprometidos tanto que hablan de crear incluso paraísos del ocio y el juego en La Siberia extremeña. Aunque nada se sepa a estas alturas, todavía, de la evolución de ese cuento de la lechera llamado Elysium, el que tan hábilmente iban a ordeñar John Cora, ex-directivo de la compañía Disney, y Francisco de Borbón, primo lejano del emérito Juan Carlos. Eurovegas, le llamaban, y hasta una ley (¡una ley!) se hizo a medida para que todo aquello llegara, la vergonzante LEGIO, Ley Extremeña de Instalaciones de Ocio.
Mientras tanto, nuestro presidente, porfiando en un diseño que hace aguas por todas partes, que se demuestra ineficaz para revitalizar absolutamente nada que no sea las cuentas de beneficios de transnacionales, monopolios energéticos o grandes fortunas, persevera y asegura hace escasas fechas a embajadores extranjeros, como quien anuncia en el mercadillo una oferta irrechazable de calzoncillos XL, que “Extremadura tiene mucha potencia minera y mucho litio”. El litio, ese gran amigo de la sostenibilidad y el desarrollo sensato, de inolvidable huella por donde pasa… Ahí parece querer anclar el futuro nuestra clase dirigente (toda), en una mezcla entre campamento minero, parque temático y paraíso extractivo de energía. El guión de la política extremeña recorre incesantemente, en un ir y venir que acumula ya décadas de fantasmas, el camino que separa Los Santos Inocentes de Bienvenido Mr. Marshall.