Nieves reconoce que su hijo no es ningún ángel. En mayo cumplió 31 años y tuvo que celebrarlo en prisión, donde ha pasado media vida: ingresó por primera vez a los 17. Juan Rodríguez cumple una condena de 25 años, acusado de siete robos, aunque su madre asegura que su único pecado ha sido robar […]
Nieves reconoce que su hijo no es ningún ángel. En mayo cumplió 31 años y tuvo que celebrarlo en prisión, donde ha pasado media vida: ingresó por primera vez a los 17. Juan Rodríguez cumple una condena de 25 años, acusado de siete robos, aunque su madre asegura que su único pecado ha sido robar 50 euros en una farmacia del Coll d’en Rabassa.
Abandonó la prisión el 14 de marzo de 2003 y al día siguiente tuvo que ser atendido por una sobredosis. Apenas disfrutó de una semana en libertad. El 23 de marzo, le detuvo la Policía. Llevaba encima «una pistola rota que le había quitado a unos chicos cuando fue a comprar la droga». Antes de regresar a la cárcel, permaneció cuatro días en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, donde según su madre «intentó ahorcarse y recibió todo tipo de palizas. Estuvo un mes sangrando por sus partes debido a los golpes que había sufrido».
«No tengo marido», afirma Nieves, «mi hijo es lo único que tengo y voy a luchar hasta el final para que se haga justicia. Que pague por lo que ha hecho, pero no tiene por qué responder de otros seis robos que le han cargado encima, sólo porque era reincidente y porque denunció los malos tratos que sufrió a manos de la Policía. El juez tiene que revisar la condena».
Ayer, Nieves se manifestó a las puertas de la Prisión Provincial de Palma junto a otra decena de familiares de presos para exigir un trato más humano para los internos. Denuncian que los enfermos de VIH no reciben los complementos alimentarios que necesitan. El reo que tiene que someterse a una revisión oftalmológica o dental tienen que pagárselo.
Enfermos terminales
Pese a que las enfermedades mentales abundan en el interior de la cárcel, tan sólo hay un psiquiatra para los 1.400 reclusos. En la protesta de ayer hubo un momento de recuerdo para Bartolomé Cuenca, fallecido en la prisión el 4 de agosto de 2001. La pena de 7 años de cárcel que le impuso el juez se convirtió en una condena a muerte. Aunque había solicitado la aplicación del artículo 60, que permite conceder la libertad a un enfermo terminal para que pase los últimos días junto a los suyos, «le dejaron reventar en la celda», afirma su hermano, «no le llevaban ni a la enfermería ni al hospital. Al final, le dejaron salir entubado para que muriera en la Clínica Juaneda».
A Diego Gómez la cárcel no le trae buenos recuerdos: ha cumplido una condena de ocho años (cinco de ellos en Palma) como autor de tres atracos en sucursales bancarias de La Caixa, Sa Nostra y el Banco Atlántico: «No robé a ningún pobre», bromea.
Ayer regresó al centro penitenciario para ver a su hermano, que lleva tres meses en prisión. Sin embargo, denuncia, los funcionarios le han impedido visitarle al ver que había estampado su firma para apoyar la reivindicación de la Asociación de Amigos y Familiares de Presos.
«He estado en las cárceles de Ocaña, Teruel, la Modelo… pero como la de Palma no hay otra», afirma, «es una vergüenza: entra un pobre delincuente al que han pillado con una papelina, y le tiran al patio. Pero en cambio ingresa un traficante cargado de cadenas de oro, y le ponen a despachar en el economato, para que así pueda reducir la condena».
Diego Gómez afirma haber sufrido «palizas de muerte» durante su estancia en la antigua prisión de Palma. «Me tuvieron dos o tres días desnudo en la celda ciega [llamada así porque carece de ventanas], esposado de pies y manos a un somier que se te clavaba en la espalda». La droga circula con una tremenda facilidad por el centro penitenciario y a él le habían encontrado una papelina. Tras cumplir este castigo, fue trasladado a la Modelo de Barcelona. En la prisión de Valencia conocería luego otra modalidad: las «celdas americanas», donde el preso tiene que permanecer desnudo y de pie las 24 horas entre rejas. Una vez al día, los funcionarios le duchan con una manguera.
Su mujer guarda un recuerdo aún peor de la prisión: «nunca había compartido una chiringa y en la cárcel cogí los anticuerpos». El Sida y la hepatitis hacen estragos en el centro penitenciario debido a la facilidad para compartir una jeringuilla.
La Asociación de Amigos y Familiares de Presos ha repetido este acto de protesta ante la sede del juez de vigilancia penitenciaria y el próximo sábado recogerá firmas en la Plaza Mayor de Palma.