Las víctimas del terrorismo son patrimonio de nuestra democracia. No pertenecen a un bando o a otro, y cualquiera que pretenda reivindicarlas para sus intereses políticos no sólo está cometiendo una torpeza, sino que está incurriendo en una villanía. Por desgracia, el PP no es la primera vez que incurre en esa villanía. Ya de antiguo quebrantó los pactos, escritos y no escritos, en los que había el consenso de considerar el problema del terrorismo como un asunto de Estado.
Y Feijóo ha caído en su propia trampa, demostrando que no es el líder de un PP renovado, sino que incurre en los mismos tics que el más rancio PP, expulsado del Gobierno mediante una moción de censura por corrupto y por tramposo. Ni viene a cuento pedir por cuenta propia un minuto de silencio por una víctima de ETA, que al final suena lo mismo que si hubiera pedido un ave maría. Porque no sólo está utilizando a una víctima del terrorismo con interés partidista, sino que la utiliza como arma arrojadiza, cuando a fin de cuentas termina identificando su oposición al Gobierno con lo que llamó “rebelión cívica contra ETA”.
Y Feijóo contempló satisfecho -desde el asiento prestado para aparecer no sé si como líder o como padrino de la oposición- estas maniobras, porque pertenecían a un plan preconcebido: el de celebrar partidistamente aniversarios de víctimas de ETA (primero Ortega Lara, después Miguel Ángel Blanco…), tratando de trasladar a la desesperada un mensaje cargado de impudicia: ellos son la viuda provocada por ETA.
Feijóo se sale del devenir histórico de nuestra democracia cuando asume esta táctica “resesa” (se la escribo en gallego para hacérsela más genuina y significativa): es decir, revenida, incluso a punto de criar moho. Y lo hace cuando programa liturgias en ese sentido, amparado por algunas de sus terminales mediáticas, como la Sexta, sin ir más lejos.
No son errores, sino la expresión de una voluntad que trata de identificar al Gobierno de coalición y a sus apoyos con el pasado del terrorismo en España. Una descalificación malintencionada y sin fundamento, que no tiene más propósito que buscar votos en la España de fuera de Euskadi. Pretensión que hace agua si se la contempla desde el punto de vista de la lógica.
En primer lugar, porque el PP no ha tenido el menor escrúpulo de pactar con Bildu cuantas veces lo ha necesitado; en segundo lugar, porque ese mismo PP negoció con ETA, y de manera insólita (Aznar dixit) llegó a calificar a la banda terrorista de “movimiento de liberación nacional”; en tercer lugar, porque Bildu -aparte de llevar tiempo participando en la vida democrática de nuestro país, y de estar presente, y gobernando, en diversos municipios- no ha apoyado ni una sola propuesta de ley o de decreto-ley del Gobierno que no haya tenido un carácter claramente democrático. Y, sobre todo, porque la única forma digna y democrática que existe de recordar a ETA en estos momentos es festejando su desaparición hace ya más de una década.
Malas artes, pues, las de Feijóo y su equipo, desde el punto de vista democrático y desde el punto de vista de la convivencia política en un Estado de Derecho. Que además demuestran una estrechez de miras a la hora de pensar en la Memoria Democrática.
Al igual que las víctimas del terrorismo de ETA son patrimonio de nuestra Democracia, lo son también las víctimas del franquismo, que es terrorismo fascista. Y también en ese terreno, Feijóo demuestra mezquindad a la hora de discriminar a estas víctimas respecto a las víctimas del terrorismo de ETA. Se ve que sigue dispuesto a que en el PP no entre la democracia de manera plena, y que él mismo y su partido, siguen manteniendo un vínculo con el pasado de la dictadura, nada sano para nuestra convivencia política y social. Porque alimentan las dos fatídicas Españas con las que quiere acabar definitivamente la Ley de Memoria Democrática.
Alberto Núñez Feijóo se muestra, pues, cicatero a la hora de cumplir con su promesa de renovar a un Partido Popular que viene de una negra historia propia, cargada de corrupciones, de sectarismo y de comportamientos nada ejemplares a la hora de colaborar con la Justicia. Así no, don Alberto. Así no contribuye usted ni a dignificar su partido ni a construir democracia y convivencia. Así se hace usted perfectamente prescindible, y se convierte en un fraude, en la tarea de seguir construyendo la España de los derechos y libertades que la mayoría de nuestros ciudadanos exige y necesita.