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Fidel Castro tenía razón: Posada Carriles y Santiago Álvarez son un peligro para la sociedad norteamericana y para el mundo.

Fuentes: Rebelión

No importa lo que le cuenten en Miami. Querámoslo reconocerlo o no, Fidel Castro tuvo desde el mismo 11 de septiembre de 2001 una posición muy diáfana y de principios en relación a la lucha contra el terrorismo. Su brújula con relación al terrorismo contra Cuba parece que también indicaba fielmente el norte: el arresto […]

No importa lo que le cuenten en Miami. Querámoslo reconocerlo o no, Fidel Castro tuvo desde el mismo 11 de septiembre de 2001 una posición muy diáfana y de principios en relación a la lucha contra el terrorismo. Su brújula con relación al terrorismo contra Cuba parece que también indicaba fielmente el norte: el arresto del terrorista Santiago Álvarez y el reconocimiento por parte de las autoridades federales norteamericanas -por primera vez- de que Luis Posada Carriles entró ilegalmente a Estados Unidos a bordo del barco camaronero Santrina, así lo corroboran.

Vayamos al grano, aunque esta vez tenga que desgranarlo un poco. Asumiendo el riesgo de ser un poco extenso -algo que puede llevarlos de la mano al aburrimiento-, voy a tratar de hacer un breve recorrido por los aspectos sicológicos esenciales del caso del terrorista Santiago Álvarez y sus relaciones e implicaciones en el caso Posada Carriles. Espero me cojan confesado.

Hijo de gato…cazando mariposas.

El padre de Santiago Álvarez, de igual nombre, ya fallecido, fue uno de los principales dirigentes de una organización paramilitar anticastrista, llamada «Comandos L», que alegaba haber participado en numerosos ataques clandestinos armadas contra Cuba en la década de los sesenta. Era el dueño del barco Alisan, empleado como «buque madre» en una acción realizada en marzo de 1963 por la mencionada organización contra el buque soviético Bakú.

Como se da por cierto el refrán que dice que «hijo de gato caza ratón», lo más lógico era que Santiaguito se destacara precisamente realizando ataques terroristas contra su país de origen. Sin embargo, Santiaguito levantaba suspicacias entre los curtidos terroristas cubanoamericanos que habían conocido a su padre. Jorge Rodríguez, alias «Tinguaro» -un veterano de las misiones especiales de la CIA- había decidido darle una oportunidad en 1998, involucrándolo en varios planes de sabotaje; pero, según comentaría más tarde, a sotto voce, «el muchacho» no dio la talla.

No es casual que Luis Posada Carriles decidiera utilizarlo solo en actividades logísticas durante la preparación del plan de atentado contra Fidel Castro en la Cumbre Iberoamericana de Panamá en el año 2000 y resolviera dejarlo fuera de la acción, a pesar de haberle prometido que participaría. Bastante preocupaciones tenía ya con el narcisismo y el egocentrismo de Pedro Remón para también cargar con Santiaguito.

Esto vendría a explicar la devoción con que Santiago Álvarez se dedicó a ayudar y atender a Posada Carriles y sus cómplices durante su estancia en la prisión en Panamá. Los visitó frecuentemente, se involucró en la recaudación de fondos para apoyarlos y asumió personalmente parte del financiamiento del proceso judicial que se les siguió. Debía lograr, por esa vía, el reconocimiento del connotado terrorista y del llamado exilio militante que no había podido ganarse como hombre de acción.

El que de pequeño come perdices, de viejo caga las plumas.

Sin embargo, una persona narcisista y egocéntrica como Santiaguito Álvarez no podía resignarse al papel de segundón que le habían reservado Posada Carriles y sus congéneres. Por eso, decidió unirse a Nelsy I. Castro -un lugarteniente del terrorista internacional Orlando Bosch- en la preparación y ejecución de una infiltración armada por la costa norte de la provincia cubana de Villa Clara -en la que finalmente él no desembarcaría- que terminó en fracaso.

Los tres terroristas detenidos: Ihosvany Suris, Máximo Praderas y Santiago Padrón, reconocieron que pretendían sabotear objetivos turísticos cubanos y definieron a Santiago Álvarez como el clásico capitán araña.

La televisión cubana ha estado pasando reiteradamente el spot publicitario de una comunicación telefónica entre Ihosvany Suris y un interlocutor que identifican como Santiago Álvarez, en la que supuestamente este último -que desconocía que Suris había sido apresado por los servicios de inteligencia cubanos- le ordena «enterrarse» (esconderse) por varios días y luego «tirar dos laticas con explosivos» en el famoso cabaret Tropicana, de La Habana.

En unas declaraciones atribuidas al detenido Ihosvany Suris -que fueron distribuidas recientemente en Miami y aparecen publicadas en el sitio web www.discrepancia.com – se dice que en el operativo de apoyo a su infiltración en territorio cubano, el 25 de abril de 2001, por la zona de cayo jutía, participaron -entre otros- los terroristas Santiago Álvarez, Osvaldo Mitat y Rubén Darío López. Agrega que los dos primeros viajaron desde Miami hasta el cayo Perro en las Bahamas, con las armas y otros pertrechos militares, a bordo de una embarcación nombrada Gitana; mientras que Darío López y los tres detenidos se trasladaron desde Key Biscayne, en la Florida, hasta el mismo cayo, en una embarcación nombrada Caribe.

En el reporte del Servicio de Guardacostas de la Florida, correspondiente al 26 de abril de 2001, se dice que en la noche-madrugada de ese día, un helicóptero perteneciente a ese servicio efectuó control, en aguas del estrecho de la Florida, a una embarcación sospechosa de tráfico de personas nombrada Gitana, con cinco tripulantes a bordo.

Una fuente de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) dijo entonces que habían conseguido pruebas concretas contra Santiago Álvarez y Osvaldo Mitat que les permitirían detenerlos y organizar un buen caso contra ellos; pero que, en una reunión conjunta entre el FBI, el Departamento de Estado, el de Justicia y la fiscalía de Miami, se había decidido no proceder y continuar las investigaciones para acopiar más pruebas antes de presentarlos a los tribunales.

El marcador de rayo láser.

El team infiltrado llevaba consigo y les fue ocupado -siempre según Ihosvany Suris-, 4 rifles de asalto AK-47, una sub-ametralladora M-3 con silenciador, tres pistolas Makarov, gran cantidad de balas para estas armas, una balsa marca Zodiac, 3 binoculares, dos equipos de visión nocturna, un teléfono celular vía satélite, 1 malla de camuflaje, 3 mil 28 dólares norteamericanos, 970 pesos cubanos y un marcador de rayo láser.

Un veterano de los Equipos paramilitares de la CIA en la guerra de Afganistán, a quien consulté sobre el marcador de rayo láser que llevaban los infiltrados me respondió con una pregunta: ¿ esos tipos trabajaban para el CIA?, y prosiguió: «el identificador láser es un equipo esencial para nosotros y para las Fuerzas de Operaciones Especiales del Ejército cuando estamos en el terreno, pues nos permite marcar los objetivos que debe bombardear la aviación. Sin los identificadores láser, por ejemplo, los bombarderos de vuelo alto podrían ser contraproducentes. Nosotros llevamos a veces más de 100 kilos de aparejos y suministros, pero lo primero que echamos es el equipo necesario para señalar objetivos con la ayuda de láser. En Afganistán tres hombres de Operaciones Especiales del Ejército y dos de nosotros se infiltraron en el complejo de cuevas de Tora Bora, donde pensamos se habían escondido Bin Landen y Omar, y estuvieron cuatro días seguidos solicitando ataques aéreos mediante los localizadores láser».

La gota que colmó la copa.

Siempre se ha dicho que detrás de un gran desastre hay muchos pequeños errores. Si nos atenemos a las evidencias del caso, el terrorista Santiago Álvarez se propuso demostrarlo. En efecto, no podría imaginarse un momento más inoportuno para el gobierno de George W. Bush -que decía estar liderando una guerra internacional contra el terrorismo y librando otra nacional contra la emigración ilegal-, que aquel en que apareció en Miami, de la mano de Santiago Álvarez, el connotado terrorista Luis Posada Carriles; identificado por la propaganda cubana como el Bin Laden de América Latina.

Todo comenzó con otra de las pifias de Santiaguito. Una operación secreta para trasladar clandestinamente a Posada Carriles desde Islas Mujeres, en el estado mexicano de Quintana Roo, hasta la Florida, saltó a los cintillos de la prensa cuando el barco camaronero Santrina, en que sería trasladado, encalló en el canal de entrada del puerto de Cancún el 14 de marzo de 2005.

Era de suponer que tanto el FBI como los servicios de inteligencia de Castro tomarían nota del extraño encallamiento de la nave perteneciente a Santiago Álvarez y le darían puntual seguimiento. Todo sugería abortar la operación, dejar que todo se enfriara y llevarla a cabo posteriormente. Sin embargo, Santiaguito -en una actitud tan necia como desafiante- decidió llevarla a cabo y, al parecer, para más agravante, sin el visto bueno de las autoridades norteamericanas; las que no tardarían en verse abrumadas y arrinconadas por la inteligente y sistemática andanada de acusaciones que, desde La Habana, lanzaría el gobernante cubano Fidel Castro, quien afirmaba -y quien duda ahora que tuviera evidencias para demostrarlo- que Santiago Álvarez había introducido ilegalmente a Posada Carriles en territorio estadounidense utilizando una embarcación de su propiedad nombrada Santrina.

Y por si todo lo anterior fuera poco, cuando importantes medios de prensa como The New York Times y la propia opinión pública norteamericana reclamaban del gobierno de Bush una explicación sobre la supuesta presencia del terrorista en Estados Unidos, su benefactor, Santiago Álvarez -luego de consultas con Alberto Hernández, Diego Suárez, Pepe Hernández, Feliciano Foyo y otros extremistas de Miami-, decidió que Posada Carriles no se presentara en una entrevista con las autoridades de inmigración para discutir su petición de asilo político y en su lugar patrocinó una subrepticia conferencia de prensa ofrecida por este en un almacén del noroeste de Miami Dade. Esa era la gota que colmaría la copa… y llevaría al arresto de Posada Carriles.

Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe.

Cuando las autoridades federales norteamericanas allanaron el pasado 18 de noviembre de 2005, las oficinas de la firma SANAL Management, pertenecientes a Santiago Álvarez, seguramente conocían el refrán que dice que «tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe»; pero, probablemente no tenían una idea exacta sobre la magnitud del arsenal ilegal de armas que se iban a encontrar.

Aunque posteriormente la portavoz de Inmigración y Aduanas (ICE) evitó relacionar esta acción contra Álvarez con su implicación en la entrada ilegal de Posada Carriles en Estados Unidos, lo cierto es que -como dijera el reportero Mario Vallejo del canal 23 de Miami- el FBI lo que estaba buscando eran documentos para probar si hubo, por parte de Santiago Álvarez, contrabando humano, ya que la embarcación Santrina, en donde llegó a los Estados Unidos Posada Carriles, aparece en el registro federal bajo su nombre.

Fuentes federales, que prefirieron no ser identificadas, dijeron entonces que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) venía conduciendo desde hacía varios años una investigación contra Santiago Álvarez y habían logrado obtener evidencias de su tráfico ilegal de armas entre Centroamérica, la Florida y las Bahamas, de su participación en la organización, financiamiento y ejecución de la infiltración en Cuba el 25 de abril de 2001 y en otras actividades ilegales; pero declinaron entrar en mayores detalles. La reciente revelación de que el FBI tenía un informante junto a Álvarez desde el 2001 viene a confirmar esas previsiones.

Los compinches de Posada Carriles tropezaron de nuevo con la misma piedra, pero… después del 11-S.

Aunque las autoridades federales norteamericanas ocuparon en una de las oficinas de Santiago Álvarez y en una habitación secreta en un apartamento rentado por él, un verdadero arsenal ilegal que incluía 14 armas largas automáticas AK-47 y AR-15, lanzagranadas, granadas, silenciadores, decenas de miles de municiones, interruptores eléctricos, cordón detonante, material explosivo y otros implementos de uso militar, justo es señalar que no es la primera vez que las autoridades norteamericanas ocupan un arsenal ilegal de armas a los compinches de Posada Carriles.

Les cuento la historia. En diciembre de 1995, en el almacén de Renmarc Internactional, en Huntington Park, California, propiedad de René Cruz, padre -uno de los más allegados compinches de Luis Posada Carriles, quien lo visitó frecuentemente durante su estancia en prisión en Panamá-, el FBI incauto un impresionante arsenal de sofisticadas armas y equipos que incluían, entre otros: 18 rifles de asalto AK-47, tres rifles de francotirador MAC 90, seis pistolas semiautomáticas, 14 mil balas, 40 máscaras de gas, 15 equipos de visión nocturna, chalecos antibalas, manuales para la fabricación de minas y trampas, cuatro balsas autoinflables con tres motores, dos unidades de GPS de navegación por satélite, binoculares y equipos de supervivencia. También -según Peter Ostrovsky, agente del Servicio de Aduanas-, René Cruz había comprado, en Mississippi, un barco camaronero de 50 pies de eslora, llamado Heather Catrina. Pese a que en esa ocasión René Cruz, padre; René Cruz, hijo y Rafael Garcia fueron arrestados y acusados de posesión ilegal de armas, la instrucción de cargos nunca se realizó y finalmente la fiscalía federal de Los Angeles retiró los cargos.

No es casual que el terrorista José Basulto, conocedor de la impunidad de que disfrutaron los terroristas cubanoamericanos con anterioridad a los atentados del 11 de Septiembre de 2001, declarara el pasado 5 de diciembre a una televisora de Miami: «Yo no se cual es la génesis de esta acción política contra Santiago Álvarez, pero te puedo decir que conozco muchos casos similares a este y que se han resuelto de manera amigable, en las cuales las armas han sido confiscadas o algo de este tipo, o se ha regañado a la persona en cuestión y ahí se terminó la cosa…»

Cabe la pregunta: ¿Puede el gobierno de Estados Unidos mirar hacia otro lado en los connotados casos de Posada Carriles y Santiago Álvarez? Evidentemente no. Sin dudas la administración Bush se debate entre su cuestionada credibilidad internacional en la lucha contra el terrorismo y sus anteriores compromisos con el sector extremista de la comunidad cubanoamericana asentada en la Florida. Hasta ahora ha manejado bien la situación. Creo que es la mejor oportunidad que se le ha presentado para ganar credibilidad en su lucha contra el terrorismo ante su propio pueblo y ante el mundo. Nada, que si son serios, como creo que lo sean, los terroristas cubanoamericanos, compinches de Posada Carriles, habrán dado el mismo tropezón, pero con otra piedra… ellos dirán…

Dime con quien andas… y te diré los daños colaterales a los que te arriesgas.

Aquí también existen los daños colaterales. Aunque Eduardo Soto, el abogado de Luis Posada Carriles, se apresuró a restarle importancia para el proceso que se sigue contra su defendido, tanto al arresto en noviembre de 2005 de Santiago Álvarez -su mayor benefactor- como al reciente reconocimiento por parte de las autoridades norteamericanas de que Posada Carriles fue introducido ilegalmente a Estados Unidos por Santiago Álvarez, a finales de marzo de 2005, en la embarcación de su propiedad nombrada Santrina; lo cierto es que ambas hechos afectarán , sin lugar a dudas, el caso de Posada Carriles y reducirán sus posibilidades de salir bajo custodia federal antes de que termine el presente año.

Sin entrar en mayores detalles ni consideraciones sobre el abultado expediente terrorista de Luis Posada Carriles. Si nos atenemos solamente a sus vínculos con personas como Santiago Álvarez, Osvaldo Mitat y René Cruz -a quienes las autoridades federales han

ocupado importantes arsenales ilegales de armas-, por asociación, tendremos que concluir que Posada Carriles es un peligro para la seguridad nacional y de la comunidad, y no debe estar en las calles de Estados Unidos.

Después de todo, lleva alguna razón Soto cuando dice que «a estas alturas es irrelevante -para su defendido- la forma en que entró» a Estados Unidos. Habría que preguntarle al abogado de Santiago Álvarez.

Un peligro para la sociedad.

Y aquí les va la del estribo. En una ocasión le pregunté al juez federal Hillman cual era, en su opinión, el elemento común a Posada Carriles, Santiago Álvarez, René Cruz y otros anticastristas de línea dura y me contestó sin titubeos: «estos hombres, como todo parece indicar, nunca renunciarán a la idea de alcanzar sus metas políticas por medios violentos, pues es algo que consideran justificado y que el gobierno de Estados Unidos debe tolerar. Y eso los convierte en un peligro para la sociedad». Fidel Castro tenía razón, digo yo.