Los resultados obtenidos por Izquierda Unida suponen una derrota sin paliativos. Si bien es cierto, que padecemos una Ley electoral absolutamente injusta, el raquítico balance de las elecciones del pasado domingo, un diputado por Madrid y otro por Barcelona, no admiten excusas. Es más, cometeríamos un grave error si no viéramos en esta derrota el […]
Los resultados obtenidos por Izquierda Unida suponen una derrota sin paliativos. Si bien es cierto, que padecemos una Ley electoral absolutamente injusta, el raquítico balance de las elecciones del pasado domingo, un diputado por Madrid y otro por Barcelona, no admiten excusas. Es más, cometeríamos un grave error si no viéramos en esta derrota el final de una larga etapa de la izquierda transformadora en nuestro país.
Una derrota sólo comparable a la cosechada por Santiago Carrillo en las elecciones del 82. En aquello ocasión, el cambio prometido por Felipe González destrozó al PCE en las urnas. Un partido que había sido fundamental en la lucha antifranquista durante casi cuarenta años, que mantuvo viva y organizada la resistencia, con una capacidad heroica de penetración en la sociedad, no supo entonces adaptarse a la realidad del juego democrático y fue barrido electoralmente por el PSOE.
Sin embargo, aquel PCE, a diferencia de la IU actual en todas sus expresiones federales o autonómicas, continuaba teniendo un importantísimo arraigo social en el movimiento obrero, ciudadano y cultural, y tendría, más tarde, una presencia fundamental en el movimiento pacifista de oposición a la entrada de España en la OTAN.
Tras aquella derrota, el partido comunista supo leer magistralmente la realidad, y Gerardo Iglesias liderar tras la debacle, el alumbramiento de un movimiento político y social amplio con los comunistas como motor, pero abriendo de par en par las puertas a todo lo que se movía en dirección contraria al sistema. Y a esa experiencia se acercaron el PASOC, el ecologismo político, compañeros que venían de la tradición libertaria y otra mucha gente, que poco más tarde, en 1987, hizo que Izquierda Unida, en todas sus expresiones a lo largo y ancho del Estado, irrumpiera con fuerza en el mapa político, teniendo su mayor representación parlamentaria en el 1996.
A partir de entonces, la historia hasta nuestros días, es sobradamente conocida. El pacto Frutos-Almunia del 2000 y la oposición influyente de Llamazares en el 2004, que se cerró el pasado domingo con el peor resultado obtenido en la historia más reciente de nuestra democracia.
Estamos ante el final de esa etapa que empezó en el 82. Y el diagnóstico vale tanto para el conjunto de España como para Catalunya. No es verdad que Catalunya haya aguantado mejor que el resto de provincias como hemos oído decir interesadamente los últimos días. Si se hace una lectura en profundidad en todo el Estado, veremos que las diferencias en porcentaje entre todas las circunscripciones son absolutamente despreciables. La conclusión es más estadística que política. Sólo hemos obtenido representación donde la Ley electoral nos lo ha permitido y punto. Los resultados obtenidos en poblaciones del Madrid metropolitano en poco en nada difieren de los obtenidos en nuestra área metropolitana. O dicho de otra manera, no hay diferencias entre el votante de Cornellà y el de Alcorcón..
¿Qué hacer ahora? ¿Cómo salir de ésta? Lo primero, no conformarse con los argumentos más o menos complacientes que hemos oído estos días. Ni vamos a cambiar la Ley electoral con dos diputados, ni el tsunami bipartidista desaparecerá en las propias elecciones. Hay que ahondar algo más adentro para poder respondernos alguna pregunta. Estamos ante una derrota de causas estructurales más que coyunturales que tienen que ver con la americanización de la cultura política española pero también con la pérdida de base social de la izquierda alternativa.
Para empezar, ni tenemos ni tendremos jamás los mismos instrumentos ni los mismos medios que los grandes partidos para competir en igualdad de condiciones. Ni económicos ni mediáticos. Hemos visto como IU, que había tenido hasta entonces, una presencia informativa aceptable, desaparecía de los medios en la recta final de campaña.
La nuestra es otra guerra. Y hemos cometido el inmenso error de caer en esa trampa, de aceptar jugar con las mismas reglas de juego, olvidando que nuestro capital ha estado siempre en enraizar nuestra propuesta política con fuerza en la sociedad. Conjugando a un mismo nivel, programa de cambio y movilización.
Carlos Taibo escribía recientemente, que había un exceso de burocratización y funcionarización en los dirigentes y cuadros de Izquierda Unida. Y algo de eso también hay. A menudo se ha creído, ingenuamente, que el apoyo electoral vendría únicamente como consecuencia del desempeño de nuestras tareas institucionales, ya fueran de oposición o de gobierno, realizadas casi siempre de manera más que eficiente, dicho sea de paso.
Olvidando, sin embargo, que la hegemonía política, en el sentido que le dio Gramsci, se gana en la calle, en la movilización social. En la construcción de una amplia red social, diríamos ahora, de sinergias de transformación que acompañaran nuestro programa político. Si el PCE aguantó la primera OPA lanzada por el PSOE en los ochenta, fue porque conservaba un excelente músculo social forjado en la lucha a lo largo de los cuarenta años de dictadura en todos los frentes posibles.
A mi juicio, todavía hoy, el grueso de nuestro nada despreciable millón de votos, proviene de lo que se consiguió construir durante aquellos años, un sedimento sobre el que después se han ido superponiendo movilizaciones modernas como el ecologismo, o el movimiento altermundista, en las que Izquierda Unida, ICV-EUIA en Catalunya, han tenido un notable protagonismo.
Se trata de volver a empezar. Sobre la base de ese casi millón de apoyos. Sin despreciar lo que hemos hecho bien. Pero volver a empezar, en definitiva. Volviendo a la raíz. Con muchas dificultades objetivas producto de los tiempos que corren, pero con muchas potencialidades porque existe sin duda, espacio político para una izquierda que haciendo frente al pensamiento único, proponga un modelo alternativo de sociedad.
Habrá que adaptarse entre otras cosas a una presencia institucional menor y oscilante, producto del sistema político. Es decir, habrá que reformar nuestra organización en profundidad para no fiarlo todo a la contienda electoral. Habrá que contar con ello y abordar con urgencia ese profundo cambio que vuelva a hundir nuestras raíces en la sociedad, allá donde el conflicto social se expresa con mayor gravedad, ofreciendo nuestra voz y nuestra organización para la denuncia, la movilización y la propuesta alternativa.
No se trata, en mi opinión, de nuevos ni de grandes inventos. No se trata de modernizarse, como le hemos oído decir a algún dirigente de ICV en estos días. Nuestro proyecto es válido en lo ideológico y en lo programático, pero hemos de cambiar radicalmente nuestra relación con la sociedad, al tiempo que simplificar nuestra propuesta electoral.
El problema no está en lo rojo ni en lo verde. En si somos más comunistas o ecosocialitas. El problema como siempre, no es nominativo. Existe un único espacio político a la izquierda de los socialistas, y tengo la impresión, evidentemente subjetiva, que hay mucha gente que nos sigue votando muy a su pesar de las sopas de letras y de los ejercicios intelectuales a los que les sometemos para diferenciarnos entre nosotros. Somos la izquierda y punto. La izquierda que quiere transformar este sistema estúpido. La que no compite con la derecha en ofertas electorales. La que está exactamente al lado de los que sufren a lo largo y a lo ancho del planeta. Dejémonos de monsergas y pongamos manos a la obra, un millón de electores están esperando que reaccionemos. De manera que no hay tiempo que perder. Es el final de una etapa, pero no ha llegado el final del trayecto. Casi un millón de votos lo avalan. Salut i bon treball.
*Alfonso Salmerón es portavoz del grupo municipal d’ICV-EUIA en l’Hosiptalet y miembro de la comisión permanente de EUIA.