Tras la publicación del artículo “El consentimiento se refuerza”, en el que analizo el masivo clamor feminista frente a la agresión sexual de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso, campeona mundial de fútbol, y explico la reactivación feminista, el descrédito del machismo y el avance de la igualdad y la voluntariedad en las relaciones sexuales, reflexiono ahora sobre algunas ideas aparecidas en la prensa recientemente sobre este tema.
En primer lugar, sobre la diferenciación entre deseo y voluntad, diferenciación planteada por Clara Serra (‘La verdad del deseo’, El País, 20/09/2023). Damos por supuesto que hablamos de la libre expresión del deseo sexual, especialmente de las mujeres, frente al puritanismo, la represión sexual tradicional y la excluyente heteronormatividad. Es positiva la relativización del deseo y el énfasis en la voluntad, aunque ambos, planteados en términos generales o abstractos, pueden ser ambivalentes o neutros desde el punto de vista ético y relacional. Igualmente, es significativa la menor problematización del consentimiento, que ya se acepta como criterio para evaluar las relaciones sexuales y, en particular, la violencia machista.
No obstante, la ‘voluntad’ propia resulta ambigua e insuficiente para definir una relación consentida o unos buenos tratos. No puede ser el eje principal para consentir o no, depende de la voluntad de la otra persona. La voluntad es más completa que el simple deseo emocional o biológico, ya que la decisión no estaría determinada necesariamente por esa pulsión; es decir, puede haber consentimiento sin deseo, pues en la decisión interviene la propia capacidad individual para definirse. Pero la voluntad propia puede guiarse solo por propia conveniencia particular, articulada por exclusivos intereses y normas éticas o ideológicas personales, sin atender los de la otra persona.
Por tanto, esa distinción entre deseo y voluntad es una clarificación sugerente, pero ambos conceptos no son los dilemas fundamentales del feminismo. Habría que superar el enfoque individualista para avanzar en una mirada de carácter relacional y ético, con los derechos humanos como guía básica conductual. La sexualidad -salvo la masturbación- es interpersonal. También la desigualdad de género, la discriminación femenina o la violencia machista son un fenómeno relacional, con ventajas para una parte y desventajas para otra. Por ello, hay que valorar el carácter de esa interacción humana, atendiendo a unas relaciones libres -consentidas-, igualitarias… y placenteras.
El criterio del consentimiento presupone voluntariedad y acuerdo y está amparado por el contractualismo entre las partes; desborda el simple individualismo, rechaza la dominación o imposición unilateral -patriarcal- en las relaciones sociales, y es superior al impulso del deseo propio y la simple voluntad individual. Hacer de ésta la primacía valorativa de una conducta correría el riesgo de ventajismo instrumental, con el desdén al aspecto principal: el consentimiento.
La libertad individual es fundamental para las mujeres y grupos subalternos o discriminados. El placer sexual debe superar al puritanismo. Pero estamos en un ámbito interpersonal y, por tanto, con la prevalencia de unas relaciones consentidas. El individualismo extremo es más funcional para los individuos privilegiados y poderosos, y es incapaz de comprender el carácter social del ser humano, valorar la justicia de unas experiencias compartidas y garantizar unas relaciones igualitarias. Se fundamentaría en cierta corriente liberal (Spinoza, Smith), postmoderna (Nietzsche, Foucault) o populista reaccionaria y supremacista (Carl Schmitt). En el mejor de los casos, esa mirada individualista y no relacional, es insuficiente para avanzar en la emancipación colectiva de las capas subordinadas y, en particular, en un feminismo transformador, crítico y solidario.
La búsqueda del beneficio común, los buenos tratos y el acuerdo debe regular la unilateralidad del propio deseo y frena el comportamiento machista de los Rubiales de turno con su prepotencia. La voluntariedad de una relación también debe predominar sobre la inicial voluntad o la propia decisión. La libre determinación individual -como los derechos y libertades individuales- es fundamental. Pero cuando se trata de relaciones interpersonales, vínculos sociales y derechos colectivos, la voluntad individual, más en un contexto de desigualdad de estatus y poder que favorece las ventajas de la parte más fuerte, no es la guía exclusiva de actuación. Se necesita una visión colectiva, multidimensional y solidaria, en determinado campo estructural y sociohistórico.
Por tanto, una persona, éticamente, no es plenamente soberana para imponer a otra persona la actuación que desee o decida, ya que tiene que considerar también el consentimiento -y la voluntad- de la otra persona. Supone la prioridad de condiciones cívicas como el respeto y el reconocimiento mutuos.
En segundo lugar, trato otras posiciones neutras llenas de nihilismo filosófico, que infravaloran la extensa realidad del machismo y la masiva y justa activación cívica feminista en torno a la agresión machista de Rubiales y el ¡SE ACABÓ! de las campeonas mundiales. Así, se niega la existencia de machismo generalizado y se critica la supuesta desmesura de la reacción de las jugadoras y feministas contra el ya expresidente de la Federación de Fútbol, al considerarla excesiva, y se diluye la exigencia de responsabilidades de cambio institucional y estructural.
Esa valoración adopta una apariencia hipercrítica a la masiva y cívica respuesta feminista al considerarla desproporcionada o fruto exclusivo de la alarma mediática, y esconde el ‘no es para tanto’ de una posición intermedia para no atajar el machismo; es decir, tiene una actitud conciliadora con la violencia machista y la desigualdad de género. Por tanto, debilita el alcance reformador de la actual activación feminista.
El aspecto principal, en este momento, es el resurgimiento de una marea de feminismo crítico y transformador que hay que fortalecer, no diluir. Y tiene un mayor valor al producirse tras toda la ofensiva derechista que ha pretendido rebajar la importancia del consentimiento, ha apostado por más punitivismo y cuyo objetivo es ir contra el feminismo de la cuarta ola y por la libertad sexual.
De lo que se trata ahora no es de realizar cambios cosméticos, para que todo -los privilegios y el dominio masculinos- siga igual, sino de firmeza transformadora para avanzar en unas relaciones libres e igualitarias. Entre el machismo y el feminismo no cabe la neutralidad, ni ponerse de perfil.
El caso Luis Rubiales/Jenni Hermoso revela la punta del iceberg de la dominación patriarcal. Si ha tenido gran impacto popular es por la realidad de una situación extendida y sentida de desventajas femeninas, y no por un montaje mediático sin base real. Ha tenido tanto eco social, no por la manipulación de unos medios que serían capaces de construir una realidad maligna de la nada, sino por la existencia real de discriminación a las mujeres, sentida vivamente. Y lo específico de esta amplia indignación cívica ha sido la fuerte activación solidaria feminista contra unas conductas inaceptables a unas deportistas prestigiosas y que han visto directamente millones de personas.
Además, no se ha puesto en primer plano el punitivismo legal o medidas represivas, sino la limpieza de esa podredumbre machista de la Federación y el respeto a la dignidad de las jugadoras y las mujeres, en general. La infravaloración de esta masiva respuesta contra la supremacía machista esconde la incomodidad existente en algunos ámbitos ante esta revitalización del feminismo, incluidos el reforzamiento institucional del actual Ministerio de Igualdad y la ley del ‘solo sí es sí, que para ciertos sectores deberían estar muertos y bien matados.
Explica la existencia de un tipo de oportunismo, de apariencia crítica, frente al supuesto papel tremendista de los medios, cuando se ha producido una auténtica pugna mediática y sociopolítica con la pretensión de desactivar las auténticas críticas y actitudes transformadoras. Su problema es que, en este caso, con el prestigio y la determinación de unas campeonas del mundo y la respuesta solidaria del feminismo y la sociedad civil, hasta los grandes medios y el propio Gobierno de coalición progresista han tenido que mantener una actitud feminista consecuente. La actitud complaciente con la agresión machista ha salido derrotada, la tolerancia cero se fortalece.
En definitiva, la prioridad del consentimiento y la voluntariedad es lo que, en un contexto relacional concreto, da sentido a una relación sexual libre y no impuesta. Es la enseñanza ética y teórica que ha proporcionado esta masiva y mediática experiencia feminista frente a la prepotencia machista.
Antonio Antón. Miembro del Comité de Investigación de Sociología del Género de la Federación Española de Sociología (FES)
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