Del incidente provocado por la comparación que hizo la pasada semana Manuel Fraga, asociando a los electores gallegos que se declaran indecisos con las mujeres que guardan silencio sobre la cantidad de hombres con los que mantienen relación carnal -comparación innecesaria, confusa e insultante para todos los aludidos, en general-, lo que más me llamó […]
Del incidente provocado por la comparación que hizo la pasada semana Manuel Fraga, asociando a los electores gallegos que se declaran indecisos con las mujeres que guardan silencio sobre la cantidad de hombres con los que mantienen relación carnal -comparación innecesaria, confusa e insultante para todos los aludidos, en general-, lo que más me llamó la atención fue el desparpajo y el cinismo con los que su autor se desmintió acto seguido. No sostuvo que él tratara de decir otra cosa; afirmó que dijo otra cosa, «y punto». Al día siguiente, cuando una periodista le objetó: «Pero hay una grabación televisiva en la que se le oye decir lo otro», él replicó, impertérrito: «Esa grabación es falsa».
Fraga está muy pasado de rosca. «Fragagá», he visto que lo llaman algunos. Pero sus patinazos no son patinazos cualesquiera: siempre resbala en la misma dirección. Y del mismo modo. En concreto, se verá que nunca se pone en evidencia diciendo la verdad. Puestos a establecer comparaciones, lo suyo también me sugiere una: sus chocheces son como los olvidos de quienes se pretenden «despistados».Siempre se despistan a su favor. No he visto a ninguno que trate de devolverte dos veces lo que le prestaste. «¡Qué cabeza la mía!», sueltan cuando se lo recuerdas. Qué cabeza tan interesada, sí.
A Fraga le pasa lo mismo: desbarra por el lado de la falsedad, la demagogia, el espíritu impositivo, el machismo… Como todos cuando nos vamos haciendo mayores -muy mayores, en su caso-, es cada vez más la caricatura de sí mismo. Hace poco le oí decir que su Gobierno inaugura una guardería al día. Me dije: «O es mentira, o es que había poquísimas guarderías en Galicia, o les van a sobrar un montón». No me tomé el trabajo de comprobar el dato. El día que diga una verdad, él mismo la enterrará bajo una montaña de mentiras.
De todos modos, me produce una muy especial irritación el aire de superioridad que se dan algunos no gallegos cuando se preguntan en voz alta cómo puede ser que, siendo Fraga así, pueda haber todavía un alto porcentaje de electores que dude si darle su voto.
La observación resulta molesta por partida doble. Primo, no tienen derecho a manejar ese reproche quienes figuran en conjuntos sociales que han convertido en presidentes a piezas del mismo género, tan pobres en ética como en estética. Secundo: es incomprensible que aún quede gente, ilusa ella, que crea que los votos que recolecta Fraga nacen del entusiasmo que suscita su persona, y no del tupido entramado de intereses que se ha ido creando a su alrededor.
¿Que Fraga resulta grotesco? Por supuesto. Pero eso no lo convierte en excepcional. Si se suprimiera todo lo grotesco que se refugia y florece en el jardín de la vida política española (Bono incluido), apenas quedaría nada de nada.
No os regodeéis demasiado con la idea. Es imposible.