Un libro escrito por un periodista de investigación de amplia trayectoria trae una radiografía de los vínculos, tanto públicos como reservados, entre la cúspide del empresariado español y una de las peores dictaduras de la historia.
Antonio Maestre
Franquismo S.A.
Madrid. Akal. 5ª edición. 2019
288 páginas
Los estudios “liberales” acerca de las dictaduras suelen dejar en un lugar subordinado, y a veces en ningún lugar, a las relaciones de esos regímenes con el poder económico. Lo que resulta cómo a la hora de no perturbarle el sueño a lo más granado de la clase dominante del país en cuestión.
El periodista autor de esta obra hace lo contrario: Analiza la trayectoria de los empresarios que se beneficiaron durante el franquismo por diversos canales y siguieron haciéndolo una vez iniciada la “transición”. Contaron con medidas excepcionales de protección, adjudicación de obras y servicios públicos en condiciones muy ventajosas, facilidades amplias en tanto que proveedores o contratistas de empresas de propiedad pública.
En muchos casos el punto de partida del análisis se remonta al acto que marca el inicio de la connivencia: La financiación del golpe militar y de las operaciones que lo sucedieron por parte de grandes empresarios españoles. Se evoca un hecho simbólico y fundacional: El flete del avión que condujo a Franco desde las islas Canarias hasta Tetuán, en Marruecos, para ponerse al comando de las tropas coloniales estacionadas allí.
Un dueño de medios periodísticos, el marqués de Luca de Tena, y el titular una de las más grandes fortunas de España, Joan March, se coligaron para poner el avión llamado Dragón Rapid a disposición del futuro “generalísimo”.
Uno de los peores rasgos del capitalismo hispano de la era del “Caudillo” fue la utilización de mano de obra semiesclava, con la enorme ventaja de contar con trabajadores que no estaban en posibilidad de discutir su salario y condiciones de trabajo. Ni menos aún hacer huelga. Y estaban inhabilitados para dejar su puesto sino estaban satisfechos. Maestre le da su lugar a estas prácticas,
Otro aspecto sombrío tratado en el libro es el refugio en territorio español de fugitivos del nazismo y de otros regímenes aliados. Junto con ellos llegaron capitales de ese origen. Lo que incluyó a un conglomerado empresario simbólico del nazismo. IG. Farben. El mismo grupo económico que explotó una fábrica de caucho sintético, Buna, en una de las dependencias del campo de Auschwitz.
Los empresarios de raíz nazi no estuvieron aislados en España, el periodista nos informa de la connivencia de la “progresista” burguesía catalana con la patronal de origen alemán.
Maestre hace un recorrido por diferentes ramas de la economía española, siempre en pos del examen de grandes patrimonios preexistentes a la dictadura e incrementados bajo su imperio. Y asimismo de quienes labraron sus enormes riquezas ya durante el franquismo. Todos ellos siguen hasta ahora al frente del poder económico en España.
Petroleras, bancos, productoras de electricidad y de gas, grandes constructoras… Todas esas ramas empresarias pasan por la lente del autor.
Grandes familias, como los Oriol y Urquijo y megaempresas como Repsol o Gas Fenosa, son exhibidas tanto en la magnitud exagerada de sus ganancias como en los enjuagues con el poder político que les permitieron alcanzar su exuberante acumulación.
Impunidad del gran capital, a ambas orillas del Atlántico.
Por cierto no se trata de peculiaridades exclusivas de España, ni mucho menos. El capital ha demostrado en las más diversas latitudes que no hay ningún límite ético para su voracidad. Y que en materia política condenará al sistema más democrático si propicia la limitación de sus beneficios. Y convalidará a la tiranía más sanguinaria si ella genera “un buen clima de negocios” para sus inversiones.
La lectura nos trae la evocación del caso argentino. En nuestro país se ha logrado llevar a juicio a un buen número de represores de la última dictadura. Pero han predominado los uniformados, militares o policías.
Los cómplices económicos de la dictadura están saliendo bastante bien librados. Y cuando caen bajo la mira del poder judicial, como Carlos Pedro Blaquier, no es por los oscuros negocios que realizaron entre 1976 y 1983, sino a causa de sus complicidades directas a la hora de propiciar el secuestro de los más combativos entre los trabajadores que empleaban.
Un mérito adicional de la obra es el de ser un carril más para despintar el brillo “democrático” de la llamada “transición española”. La que permitió que el empresariado se reconvirtiera e un actor más de la democracia, sin tener que rendir la menor cuenta sobre cuarenta años de tropelías en asociación con un poder omnímodo siempre dispuesto a exterminar a sus enemigos reales o imaginarios.
Como otros fascismos y dictaduras de variado pelaje, la de Franco le ofrendaba al gran capital un servicio inestimable: La supresión de toda organización gremial independiente, acompañada por la negación del derecho a la huelga y otras medidas de fuerza. Suficiente para generar prolongada gratitud en las patronales. Y apoyo explícito o al menos desvío de la mirada a la hora de cohonestar los peores abusos.
Lo que no impidió que cuando se hizo evidente que el régimen había quedado obsoleto y dificultaba el establecimiento de mejores vínculos con el mercado mundial, el grueso de los empresarios se convirtió al democratismo. Y quedó encaramado a una “transición” edificada sobre amnistía y pactos de silencio, bajo el auspicio de la monarquía instaurada por el dictador. Beneficios, impunidad, más beneficios.
Maestre vuelca en el libro abundante información. Y la expone de un modo accesible, sin terminología muy técnica ni gráficos y tablas sólo legibles para iniciados. Puede reprochársele algún desvío “chismográfico”. Con datos más atinentes a la vida familiar o los vínculos amistosos de los protagonistas de la obra que al rol que jugaron en la economía española.
El balance resulta muy positivo. Toda la obra es una vivaz ilustración del inescindible vínculo entre franquismo y capital. Relación que luego se trasladó a la amable coexistencia en el posfranquismo de izquierdas y derechas, al servicio de la continuidad del sometimiento del trabajo por parte del capital.
Trabajos como éste contribuyen a desnudar el carácter de clase de una dictadura, al salir del discurso chirle que sólo encuentra “intolerancia” y “autoritarismo” en el basamento de regímenes ominosos que sojuzgan a las grandes mayorías al servicio de un puñado de millonarios.
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