La violencia de la monarquía La exhumación de Franco, cuarenta años después de la «modélica» Transición, debe de tener alguna explicación racional, más allá de las banalidades al uso. Constatamos que nuestros mayores, muchos de ellos caídos en su lucha contra el tirano, no están siendo tratados por la monarquía parlamentaria con la misma dignidad […]
La violencia de la monarquía
La exhumación de Franco, cuarenta años después de la «modélica» Transición, debe de tener alguna explicación racional, más allá de las banalidades al uso.
Constatamos que nuestros mayores, muchos de ellos caídos en su lucha contra el tirano, no están siendo tratados por la monarquía parlamentaria con la misma dignidad y respeto con la que se ha tratado al general golpista Francisco Franco. Parte de ellos fueron asesinados, o dejaron los mejores años de su vida en un combate desigual contra el franquismo, por la causa de la Libertad, en defensa de la República. Las sentencias de los consejos de guerra en los que fueron condenados continúan en vigor. La dignificación de algunos de ellos -valerosos guerrilleros republicanos, que lucharon heroicamente contra la dictadura- sigue siendo castigada como delitos de enaltecimiento del terrorismo por la Audiencia Nacional, procedente del Tribunal de Orden Público, de triste recuerdo.
Por el contrario, los miembros de la Resistencia francesa al fascismo son honrados por su país, como es el caso del legendario comandante Robert, republicano asturiano exiliado, condecorado con la más alta distinción de la República amiga. Sin embargo, el citado general golpista Francisco Franco, junto a muchos de sus colaboradores, responsables de innumerables atrocidades, son tratados por el régimen con sumo respeto y consideración.
Por si fuese poco, el rey Felipe VI es inviolable y reina porque así lo decidió el dictador Francisco Franco mediante la instauración de una monarquía muy peculiar: la monarquía del 18 de julio.
Una posible explicación racional a este incomprensible funeral de estado es que se trata de un vergonzoso blanqueo de la monarquía, cuyo fin no es otro que el de prolongar el dominio de la oligarquía financiera y terrateniente que la sustenta, intentando a su vez el apaciguamiento de Catalunya, profundamente antifranquista y republicana, sobre todo después de la injusta condena de sus líderes a 100 años de prisión.
El carácter intrínsecamente violento del régimen de la Transición ha sido tratado por numerosos autores en artículos y publicaciones: Democracia y violencia . Andrés Piqueras (1). La sombra de Franco en la Transición . Alfredo Grimaldos (2)
Catalunya, maltratada
La desproporcionada sentencia del Tribunal Supremo no transmite a la inmensa mayoría de la ciudadanía catalana un mensaje de serena imparcialidad sino, por el contrario, una amenazante actitud de carácter totalitario. En efecto, la decisión de TS se fundamenta en postulados de la dictadura, que están incrustados explícitamente en el núcleo duro de la constitución de 1978, cuyo máximo garante, por dictado constitucional, es el rey. Un rey inviolable, repito, que ostenta a su vez la jefatura del Estado y de las Fuerzas Armadas por decisión de Franco, que instauró en la persona de Juan Carlos de Borbón una nueva monarquía, la del 18 de julio. Es decir, una monarquía ex novo nacida de un golpe militar fascista, origen ilegitimo y antidemocrático que, unido a su carácter hereditario, la hace a todas luces abominable.
Como es bien sabido, la voluntad democrática mayoritaria de las catalanas y catalanes está representada por el 80 % de su población, siendo una parte significativa de ella independentista. La coalición en el poder, que por voluntad democrática del pueblo catalán ostenta actualmente la presidencia de la Generalitat y del Govern de Catalunya, ha diseñado una estrategia de dudosa eficacia. Su puesta en práctica está intensificando la profunda crisis de Estado, originada por nuestra deficiente democracia, que fue el resultado final de una transición dirigida por los poderes que sustentaron la dictadura. La falta de diálogo del Gobierno de España y la creciente marea reaccionaria que el nacionalismo español ha desencadenado, está retroalimentando a su vez un secesionismo iracundo, cuyos planteamientos maximalistas son a todas luces irrealizables, aunque respeto como demócrata.
El 1 de octubre de 2017 dos millones de catalanes decidieron acudir pacíficamente a las urnas, en un intento de hacerse oír. Nadie en sus cabales puede suponer que su acción pretendiese un proceso efectivo de secesión, lo que en el marco del actual régimen parafranquista llevaría ineluctablemente a un enfrentamiento armado, es decir a una guerra civil, algo que cualquier persona decente no desea.
El resultado fue una acción violenta y brutal por parte de las fuerzas represivas, con la aquiescencia amenazante del rey, tras ser encarcelados y acusados de rebelión los dirigentes de las instituciones democráticas catalanas. El resultado, dos años después, es una sentencia desproporcionada y, como respuesta, una huelga y una manifestación pacíficas, salpicadas de conatos de violencia de baja intensidad -por ahora, afortunadamente, sin violencia armada- que han sido respondidos nuevamente con brutalidad, como prueban los videos difundidos en las redes y los casos de heridos con lesiones graves, algunas de ellas irreversibles.
La sentencia del Tribunal Supremo crea un grave precedente. Hoy todos los demócratas estamos amenazados, pues el mensaje es rotundo y el castigo ejemplar: nadie ha de osar enfrentarse, ni si quiera con pacíficas urnas, al régimen del 78.
El conflicto entre el Estado español y la Generalitat de Catalunya solo puede resolverse pacíficamente mediante un dialogo entre las partes en el que todas las alternativas, sin exigencia alguna, sean analizadas serenamente.
Una de las mentes republicanas más lúcidas en el panorama político español, Joan Garcés, nos alerta sabiamente: «O encontramos una solución para Catalunya entre todos o decidirá una potencia extranjera» (3)
La emergencia social
Las derechas nacionalistas, española y catalana, tienen grandes afinidades, fundamentados en sus intereses de clase, por lo que acaban pareciéndose como gotas de agua en sus políticas económicas neoliberales. Estas políticas implican leyes coercitivas que reprimen las demandas sociales y provocan la consiguiente contestación en las calles, como respuesta a los recortes en sanidad, en educación, futuro de las pensiones, etc. provocando a su vez precariedad laboral y paro. En definitiva, más sufrimiento para las clases populares como consecuencia de la regla de oro del capitalismo: la apropiación privada del trabajo social.
Todas estas cuestiones esenciales han sido magistralmente analizadas en un reciente artículo por un eminente profesor: La crisis nacional está agravando la olvidada crisis social. Vicenç Navarro. (4)
Las fuerzas democráticas y progresistas
El creciente nacionalismo español, tradicionalmente ultra reaccionario, cuyo principal exponente es el rey, no permite vislumbrar una salida auténticamente democrática a corto plazo, dada la actitud afín a la monarquía de una parte de la izquierda. Me refiero al sector felipista del PSOE, incluido un carrillismo puro y duro, de influencia transversal, cuyos efectos nocivos aún no se han extinguido.
A la vista de todo lo que está sucediendo, parece meridianamente claro que la monarquía borbónica no es la solución sino el problema. El rey, cuya medula franquista y neoliberal tiene su mayor apoyo social en la extrema derecha de VOX, está incapacitado para facilitar una salida democrática a esta grave crisis de Estado, que se agudiza por momentos. Vivimos una situación de emergencia nacional, por ello el resultado de las elecciones del próximo 10 de noviembre será decisivo para el futuro en paz y en libertad de nuestros pueblos, pues la falacia de un único pueblo, el español, ya no es sostenible.
Por todo ello, con el debido respeto, me dirijo desde estas líneas al Sr. Presidente, Pedro Sánchez, recomendándole no ceda a las presiones del entorno del rey.
Sí se puede, Sr. Presidente, salir racionalmente de la actual situación de bloqueo. Para ello es necesario que las fuerzas democráticas y progresistas le den su apoyo, posibilitando de este modo su continuidad en el Gobierno. Estas deberían de participar en el Consejo de Ministros, en mayor o menor medida, en función de la proporción que los electores decidan con sus votos, pues lo contrario sería dejarle a Vd. y a su gobierno al pie de los caballos. La creación de un frente democrático que plante cara al franquismo y a sus aliados se hace cada vez más ineludible.
Es probable, Sr. Presidente, que muchos de sus antiguos electores consideremos que el voto útil en esta ocasión no sea PSOE, y optemos finalmente por votar a otros partidos democráticos a su izquierda, pues es de todo punto necesario que sean las fuerzas que posibilitaron la moción de censura al Sr. Rajoy las que impulsen una segunda transición, que rompa definitivamente con el franquismo y su monarquía, liberándole a Vd. en cierto modo de las presiones de las élites económicas que le atenazan. Pues, de no ser así, no es de descartar que un partido centenario como el suyo, tan necesario para el futuro de nuestro país, acabe despeñándose, sin posible remedio, a plazo fijo.
Un nuevo pacto con el franquismo borbónico, como ocurrió en el 78, llevaría a España à un callejón sin salida. Nuestra mejor referencia ha de ser la vieja Europa democrática a la que pertenecemos, que supo en el pasado reciente deshacerse definitivamente de las monarquías reaccionarias, aliadas del fascismo.
Manuel Ruiz Robles, capitán de navío de la Armada, coordinador del colectivo de militares demócratas Anemoi, antiguo miembro de la UMD, presidente de la asociación Unidad Cívica por la República (UCR).
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