Desde hace días la patética y llorosa imagen de Arias Navarro dando, en blanco y negro, la esperada noticia de la muerte del dictador ferrolano asalta permanentemente nuestras retinas: «Franco, snif, ha muerto». La grotesca y rancia imagen, inmersa en la vorágine de documentales y libros, «desapasionados» y «objetivos», que ilustran el aniversario y refuerzan […]
Desde hace días la patética y llorosa imagen de Arias Navarro dando, en blanco y negro, la esperada noticia de la muerte del dictador ferrolano asalta permanentemente nuestras retinas: «Franco, snif, ha muerto». La grotesca y rancia imagen, inmersa en la vorágine de documentales y libros, «desapasionados» y «objetivos», que ilustran el aniversario y refuerzan las alicaídas ventas de los colec- cionables de soldaditos de plomo y muñecas «Mariquita Pérez», se nos transmite como el acto final de un régimen agónico, que pasaba a mejor vida de la mano de la desaparición física del Generalísimo. A partir de ahí, al margen de «zozobras y vicisitudes» varias, la «democracia» española se acabó imponiendo «ejemplarmente», dogma absoluto hoy incuestionable, «por lo civil y por lo militar».
Así es, al igual que Franco era incuestionable, el proceso posterior a su muerte también lo es, pero lo cierto es que Franco, aunque físicamente sí que murió, el franquismo no murió con él. El franquismo, como lógica vertebradora del nacionalismo español totalitario sigue vigente, adaptado al paso del tiempo en función de su capacidad transformadora y gracias a los réditos que sigue disfrutando tras vencer, ¡como venció!, la Guerra del 36.
Franco exterminó a sus enemigos y acabó con sus adversarios en la derecha, homogeneizando por el miedo a la sociedad en torno a una idea: Al Caudillo obediencia incondicional. Impuso su visión egocéntrica y totalitaria de España mediante el terrorismo puro y duro. El terror fue tal, el genocidio postbélico tan extenso e intenso, que a partir de entonces millones de personas decidieron «vivir sin meterse en líos», naciendo así una nueva lógica mayoritaria en la sociedad española, la de los «apolíticos» franquistas, o sea, la verdadera columna vertebral y colchón social del régimen, vulgarmente conocidos como «Los Alcántara».
El terror llevó a que la memoria histórica colectiva quedase definitivamente anestesiada, y a que la memoria individual enmudeciese o fuera verdaderamente heroica su trans- misión. Euskal Herria y Catalunya, en menor medida, son las excepciones que confirman la regla. 30 años después «de su muerte» es titánico lograr, en cualquier rincón del estado, la retirada de un símbolo franquista, e clarificador leer el callejero de la gran mayoría de las poblaciones españolas. El miedo colectivo, el miedo individual, caló tan hondo, el silencio se hizo tan atronador, que 30 años después de «su muerte», aún es un clamor. Ahí está la exitosa táctica, ese silencio trae el olvido y el olvido garantiza la impunidad. Esa era y eso es lo que asegura la vigencia del franquismo, el silencio, a lo más, el tímido balbuceo. Y en pocos años, veremos la revisión definitiva: Franco a los altares de la Historia de España. Ganó la guerra, ¡sí que la ganó!
A la muerte del Generalísimo, el Movimiento Nacional y su colchón de Alcántaras, de «no te metas en líos», tenían todo «atado y bien atado». Transformar el franquismo en esencia a los nuevos tiempos. Y las fases de la transición no fueron sino la adecuación práctica del modelo de Democracia Orgánica que había regido hasta entonces. Primero, lograr la «homologación democrática» y la «amnistía» de los franquistas por parte de la mayoría de partidos antifranquistas, que a su vez, renunciaban a toda petición de cuentas, e incluso a sus principios, a cambio de entrar en «el juego democrático» que diseña el propio Movimiento. Como fruto, la Constitución, que velaba porque los Principios Fundamentales del Movimiento quedasen blindados: España indivisible gracias a unas fuerzas armadas garantes de dichos principios, bajo las ordenes del nuevo generalísimo de todos los ejércitos nombrado por Franco y no susceptible de ser elegido, o sea, El Rey. El resto había de adecuarse. Eran fachas pero no gilipollas. La España del 75 estaba obsoleta en el más amplio sentido y en un contexto de crisis mundial y a las puertas de los nuevos tiempos que imponía el surgimiento de la CEE. «Los Alcántara» pasaron de nutrir las filas ante el féretro del Caudillo a llenar las urnas con votos para la UCD: era lo que correspondía. Luego el sesgo de «pluralidad» lo daba el PSOE en el 82 (casualmente después del «golpe»), y «los Alcántara», junto a muchos ilusos idealistas, lo votaron en masa. El franquismo había sido homologado y ¡España ya era «democrática»! sin que ningún, entonces ya, «ex franquista» fuera nunca juzgado, ni vilipendiado, ni puesto en tela de juicio. Todo fuera por la «reconciliación» y el destierro «del rencor», eso sí siguiendo todo «atado y bien atado». Por cierto, siempre me hubiera gustado saber que fue y a quién vota ahora, el mecánico del buzo que se cuadró afectado ante el féretro y lo tuvieron que sacar a empellones.
Hoy en día la democracia española reside y se fundamenta en los mismos dogmas constitucionales inamovibles que fueron Principios fundamentales del Movimiento, y por ende, la «democracia» española se mantiene gracias a una «versión moderna» de «los Alcántara». Centralidad, moderación, «no te metas en líos del siglo XXI». Hoy la estética, las formas, los modos han evolucionado, han cambiado, pero en el fondo subyace el espíritu, la esencia de lo que Franco y su Movimiento pensó, creyó y dispuso: España: Una (indivisible), Grande (moderna y próspera) y Libre («democrática»)
Por eso, tras tantas décadas de silencio de los mayores, de anestesia transmisora multiplicada geomé- tricamente con más narcóticos: el nuevo modelo de sociedad individualista, megaconsumista, «apolítico», globalizado… Franco sigue ahí, vivo, vigente. Porque nunca se ha hecho justicia, porque los cuneteros franquistas, los guerrilleros de Cristo Rey, o los torturadores policiales, mueren como Franco, en la cama, y de muerte natural, sin pagar por sus crímenes, sin avergonzarse de su miseria. Porque las víctimas nunca han contado la verdad pura y dura, a fondo, la versión de los perdedores, de los asesinados, sin sesgos, sin condicionantes, sin chantajes. Porque la memoria de éstos sigue siendo ensuciada y vilipendiada por ese manto acusador que sigue vigente: el anonimato, la inexistencia histórica, la anestesia. Porque nunca se ha revisado la herencia política que dejó «atada y bien atada» el dictador. Porque la sociedad española, y parte de la vasca, sigue rehén de la lógica surgida del terror, «sigue sin meterse en líos», participando, por obligación, de un sistema político continuador del franquismo.
Pero, además de su vigente legado, 30 años después de muerto, Franco, sigue ahí. Físicamente en el Valle de los Caídos, con todo lo que significa, junto a José Antonio Primo de Rivera. Honorables y venerados, respetados. Reivindicación homologada de la «Historia reciente de España» que nos venden como «época ya lejana de la Historia», superada. Un personaje que «ya murió, pobre, y ¡cómo!», «que no fue tan malo», «que con Franco se vivía mejor ¡carajo!». Por eso, las nuevas generaciones «que no han vivido el franquismo» ¡sic! han de conocerlo desde el «desapasionamiento», la «objetividad» y la «frialdad», superándose así definitivamente todos los odios y rencores y pasando página, para que eso sí, lo «atado y bien atado» siga estando «atado y bien atado». Joder, ¡Sí que ganó la guerra!
* Gabirel Ezkurdia es Politólogo, especialista en Relaciones Internacionales.