Esta nueva crisis del capitalismo ha hecho que treinta millones de personas más pierdan su puesto de trabajo. Y ya son más de doscientos millones de parados en todo el mundo, sin contar los millones que ni siquiera tienen derecho a que se les considere oficialmente desempleados. La precariedad y la pobreza se instalan incluso […]
Esta nueva crisis del capitalismo ha hecho que treinta millones de personas más pierdan su puesto de trabajo. Y ya son más de doscientos millones de parados en todo el mundo, sin contar los millones que ni siquiera tienen derecho a que se les considere oficialmente desempleados. La precariedad y la pobreza se instalan incluso en los países más desarrollados, y entre los más de 1000 millones de pobres que existen hay que incluir a uno de cada siete norteamericanos. Una realidad impensable para la mayoría hace tan sólo una década, cuando los mismos que ahora nos dicen que esto es así y que tenemos que aguantarnos nos engañaban hablándonos de progreso y desarrollo infinitos. Pero no, el capitalismo está en crisis, una crisis total que dinamita su propia esencia, pues «para existir el capital tiene que crecer, es decir, adquirir un nuevo valor». Y ya no puede. El capitalismo está en recesión, no sabe cómo seguir adquiriendo nuevo capital, no sabe de dónde acumular mayor riqueza y valor. Sólo tiene una salida: hundir aún más en la pobreza a millones de trabajadores, robándoles más de su salario, y privatizar lo poco que queda, en algunos países, de propiedad pública para hacer negocio con las necesidades básicas de la población: el agua, la sanidad, la educación, los transportes, etc.
Esto no es catastrofismo: es la realidad que sufrimos diariamente los trabajadores. Mientras, la contradicción inherente del capitalismo se refleja también en cifras: los beneficios empresariales siguieron creciendo en estos años, mucho más que los costes laborales. Esto significa que el poder adquisitivo de millones de trabajadores ha disminuido en los últimos años, incluso en los periodos de crecimiento económico. Otro dato evidente, y que vemos en nuestras ciudades y pueblos, es que el endeudamiento de las familias es inversamente proporcional al enriquecimiento del capital financiero, de los bancos, las constructoras y las inmobiliarias. Con la crisis, la importancia de las rentas del trabajo está disminuyendo, lógicamente, por el incremento del paro y por el deterioro de las condiciones laborales. Es decir, lo que estamos viendo todos los días: muchos trabajadores para ganarse la vida «aceptan» trabajar sin contrato, más horas o de aquí para allá, haciendo lo que se puede y lo que les dejan.
Pero esta crisis, precisamente por ser internacional, ha hecho que los trabajadores adquiramos mayor conciencia de lo que somos , la fuerza de trabajo explotada todos los días por los capitalistas y sus estados. Esta conciencia sí creemos que, en estos últimos años, se ha desarrollado entre los trabajadores. Una conciencia de clase, de lo que uno es en realidad y del papel que uno ocupa realmente en la sociedad. A su vez, hemos visto también cómo se ha fortalecido la idea de que sólo la solidaridad entre el proletariado de todos los países puede sacarnos de la crisis.
Esa conciencia es consecuencia y causa de la mayor conflictividad laboral y social existente en muchísimos países. Los datos de huelgas, huelguistas, manifestaciones y reivindicaciones lo dicen todo, aunque las televisiones del sistema no informen de ello. Desde España a la India, desde China a Francia, desde México a Grecia, desde Sudáfrica a Argentina, desde Estados Unidos a Islandia. Por todas partes se extienden y se endurecen las movilizaciones. El capital es el que nos empuja a la lucha por la subsistencia y a la lucha para vivir mejor, y es el que nos empuja a los trabajadores a que establezcamos lazos comunes, al darnos cuenta de que sólo así podemos conseguir nuestros derechos. La consigna de una Jornada de Lucha Internacional para el próximo 29 de Septiembre, especialmente en toda Europa, es una prueba de ello; como lo es también la solidaridad internacional que ha habido, especialmente, con las luchas de los trabajadores griegos, con las huelgas en México, Portugal, Francia o las que se están produciendo en Egipto, China o India, donde cientos de millones de trabajadores tienen como reivindicaciones mejores salarios y mejores condiciones laborales.
En estas luchas y conflictos también estamos viendo reflejado cómo la conciencia de la necesidad de un cambio radical también crece. Los trabajadores no sólo critican abiertamente en ellas a los capitalistas, a los empresarios y a los bancos, sino también a sus gobiernos, a sus estados y a las instituciones internacionales, que son el instrumento de la clase dominante. Los trabajadores ven que no hay esperanza en esos gobiernos que aplican la dictadura de las leyes del mercado, y que no van a hacer nada por impedir esta dinámica bárbara y destructiva. Por el contrario, los gobiernos cada vez protegen menos a los trabajadores, hundiendo el gasto público social y los derechos laborales, a través de reformas laborales, recortes de todo tipo, aumentos en la edad y los requisitos para jubilarse,… Es lo que ha hecho el gobierno de Zapatero y por eso los trabajadores haremos Huelga General el próximo 29 de Septiembre. Los gobiernos se han convertido en un auténtico peligro para la clase obrera, pues no sólo entregan el dinero de todos a los bancos, sino que nos lo hacen pagar a nosotros, los trabajadores.
La solidaridad internacional surgida de la necesidad, de la realidad económica material que vivimos, también se expresa en las reivindicaciones, que son las mismas en todos los países: el reparto de la riqueza y el trabajo, mejores salarios y mejores condiciones laborales, una jubilación digna para todos y cuanto antes mejor, el mantenimiento de los servicios públicos y sociales, etc. Hacía muchos años que no veíamos tantas protestas, paros, huelgas y manifestaciones en las que el proletariado tomaba conciencia de lo que es; hacía mucho tiempo que no veíamos a tantos jóvenes y trabajadores participando en reuniones, asambleas y manifestaciones; y hacía mucho tiempo que no veíamos como el «internacionalismo proletario» crecía en todos sitios. Y no sólo entre los trabajadores más conscientes, sino entre muchos otros, entre quienes nunca han leído El Capital de Marx ni estaban acostumbrados a luchar. Incluso vemos como son rechazadas las trampas que el sistema nos tiende a cada paso para distraernos: el nacionalismo, el localismo, la xenofobia, el racismo y el individualismo no calan entre la mayoría por más que el sistema lo intente, porque sencillamente, la mayoría no somos tontos y sabemos que el capitalismo es el verdadero enemigo. Se está propagando un internacionalismo proletario como única respuesta al capitalismo, y en nuestras manos está fomentarlo en nuestros trabajos y en nuestros barrios. Y también darle forma, moldearlo, y conseguir que las luchas no sean ni defensivas ni ofensivas, sino luchas todas contra el capital y sus gobiernos: para construir una sociedad sin propiedad privada, sin clases sociales y sin estados, donde nadie pueda apropiarse de la riqueza de todos.
Hay un interés común y es que no se quiere gestionar el capitalismo y su riqueza burguesa, se quiere producir riqueza por y para los trabajadores. Esto se ve, por ejemplo, en las ocupaciones de fábricas o empresas que se han producido en muchos países en los últimos años, especialmente en Argentina, pero también en Alemania o España. Además, se ve en las Asambleas de trabajadores, como ha pasado en España (en Madrid) en la última huelga del Metro: porque la gente empieza a entender que ellos y ellas son los que hacen que las cosas funcionen, que no hacen falta empresarios y políticos, y menos aún burocracia sindical para firmar convenios colectivos a la baja, ni organizaciones caducas que no nos representan. Una nueva conciencia que dice ¿para qué pactar si siempre salimos perdiendo? está calando hondo entre los trabajadores. Esta nueva imposición capitalista ha hecho que de la cultura del pacto y la negociación con el capital se pase a una cultura de la resistencia y, desde ahí, a que «la cultura socialista radical, crítica, democrática y asamblearia» se refuerce.
Sabemos que la barbarie capitalista continuará hasta que los trabajadores construyan el socialismo. Por eso, los compañeros que integramos Democracia Comunista Internacional participaremos en todas las luchas, aportando nuestra perspectiva internacionalista e intentando que los trabajadores se autoorganicen en Asambleas, populares y unitarias, y que éstas hagan que las luchas y las Huelgas Generales pasen a ser verdaderos procesos de Huelgas de Masas. Porque la emancipación de los trabajadores sólo será obra de los propios trabajadores.
Democracia Comunista Internacional – Organización Marxista Luxemburguista