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Frida Kahlo: pasión desbordada

Fuentes: La Jornada

La mejor biografía de Frida Kahlo está en sus cuadros. Cada apunte, línea, forma, traza su perfil. Cada color -del rojo al amarillo, al blanco-, la intensidad de su espíritu. Pocas obras son tan claramente autobiográficas como las de Frida. En sus lienzos están sus amigos y sus amores, su cuerpo roto, sus abortos, sus […]

La mejor biografía de Frida Kahlo está en sus cuadros. Cada apunte, línea, forma, traza su perfil. Cada color -del rojo al amarillo, al blanco-, la intensidad de su espíritu. Pocas obras son tan claramente autobiográficas como las de Frida. En sus lienzos están sus amigos y sus amores, su cuerpo roto, sus abortos, sus sueños en los que hablaba a veces con los muertos, su dolor agudo, constante, multiplicado por las horas que fueron días, semanas, meses, años.

Gracias a su correspondencia sabemos, con certeza, que todo lo que pintó fue real. Contra lo que pudiera parecer no hay fantasía en sus cuadros. Ella es la venadita flechada, la mujer que recuerda con el corazón que yace en el suelo, el rostro que reproduce el dolor en cada autorretrato. Frida es la mujer que se derrumba sin mueca de dolor, la pintora que muy pocos aceptaron en sus inicios y que ahora, junto con Emiliano Zapata -no con Diego Rivera- forma la pareja mexicana más reconocida en el extranjero que encontramos en cajas de cerillos, carteles, postales, libros, llaveros, platos de cerámica, juguetes, manifiestos aquí y en China.

Recientemente una familiar de Frida publicó un libro para redimir, al parecer, la imagen de su famosa antecesora. Mucho de lo que se ha escrito, en su opinión, no recoge al personaje que conoció la familia de Frida. Tal vez las razones expuestas en ese libro convenzan a algunos. Yo prefiero acercarme al personaje Frida Kahlo primero mediante su pintura y, después, con su correspondencia. Por eso celebro la redición del libro Escrituras, el volumen más completo publicado con textos de la pintora.

Los materiales de Escrituras fuero recogidos por la minuciosa crítica Raquel Tibol quien, además, ofrece al lector una serie de notas muy valiosas que ayudan a descifrar el sentido de las cartas y apuntes seleccionados.

Llama la atención desde el principio que ninguna línea de esas cartas escape al espíritu de sus cuadros. Al contrario, cada una esboza al complejísimo personaje que fue y sigue siendo Frida Kahlo y que ella misma recogiera en sus cuadros.

Una constante de la correspondencia es, me parece, la pasión desbordada. Frida escribe a borbotones. Como toda mujer de intensidades, vive cada día como si fuera el último o, quizá, el primero: todo le asombra, todo, al final de la jornada, la trastorna. Frida todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta como escribiera el poeta.

Si sus cuadros recogen el instante, sus escritos nos dan el entorno del momento, el antes y el después. También, como escribí líneas arriba, nos dan, algunas veces, el por qué.

No quiero decir que las cartas recogidas por Raquel Tibol sean indispensables para entender la pintura de Frida. El arte no necesita comprensión sino contemplación. El gusto por una obra nos lo da nuestra interacción con ella. Sin saber por qué el lector común se sobrecoge con la poesía de Pablo Neruda, José Emilio Pacheco, Octavio Paz. ¿Qué luz íntima tocan en nosotros los artistas? Tal vez no importe conocerlo. Tal vez sólo interese que el poeta dice cosas, tan profundamente comunes, que forman parte de la vida de todos. Cosas tan comunes como el amor, la desgracia o la emoción que nos puede producir el vuelo de un pájaro y que, desde la Antigüedad, no podemos terminar de descifrar. Todos sabemos cuando el amor nos toca y, pese a ello, nadie ha sido capaz de definirlo con certeza.

Algo que me llama la atención de los textos de Frida Kahlo recogidos en Escrituras, publicado por Plaza & Janés, es la calidad de la escritura. La prosa de Kahlo, más que clara, es transparente. Nos permite ver, con nitidez, las pasiones que la atormentaron y le dieron vida y los monstruos que le atravesaron el cuerpo.

Pero aunque su prosa sea transparente no deja de ser juguetona. Escribía corridos chuscos a sus amigos, como a Carlos Chávez, en los que daba »nortes» sobre su pintura. Rescato esta estrofa de octosílabos enviada a Arcady Boytler a manera de ejemplo:

La tristeza se retrata

En todita mi pintura,

Pero así es mi condición,

Ya no tengo compostura.

A Alejandro Gómez Arias, el escritor que se alejó de Frida después del accidente que le paralizó el cuerpo le hizo hervir su genio, le escribía con un lenguaje que envidiaría cualquier chicano:

»…ya pasé the big trago operatorio, Hace tres weeks que procedieron al corte y corte de huesotes. Y es tan maravilloso este medicamento y tan lleno de vitalidad mi body, que hoy ya procedieron al paren en mis poor feet por dos minutillos, que yo misma no lo belivo. Las dos firts semanas fueron de gran sufrimiento (…)»

Una zona de las cartas que me parece son producto del prejuicio ideológico de Frida es su crítica a rajatabla del mundo intelectual.

Al parecer para ella todas las tertulias literarias en París estaban llenas de sandios y, si queremos ser justos, debemos señalar que no fue así.

En una de ellas el poeta André Breton ideó lo que sería la primer exposición de Frida en Europa, en París mismo. Y en varios cocteles que le fastidiaban, se promovió su obra en Estados Unidos.

Escrituras es un close up al mundo de Frida Kahlo, un acercamiento a ese personaje que tiene, desde hace tiempo, un lugar central en el santoral laico mexicano y un espacio privilegiado en la iconografía de todas partes.