Todavía masticando por entre calles el artículo Missing del historiador Iñaki Egaña, publicado en Gara, tropiezo ante semáforo rojo con Manuel Cabacas, convertido en icono amargo y de muerte de nuestro Botxo. El historiador Egaña nos recordaba que: «Mañana, día 30 de agosto, es el Día Internacional de las Desapariciones Forzadas. Una jornada establecida por […]
Todavía masticando por entre calles el artículo Missing del historiador Iñaki Egaña, publicado en Gara, tropiezo ante semáforo rojo con Manuel Cabacas, convertido en icono amargo y de muerte de nuestro Botxo.
El historiador Egaña nos recordaba que: «Mañana, día 30 de agosto, es el Día Internacional de las Desapariciones Forzadas. Una jornada establecida por Naciones Unidas para recordar que -cito textual- no debe someterse a nadie a una detención secreta. Las desapariciones forzadas constituyen una práctica que no debe tolerarse en el siglo XXI». Luego ofrecía datos del mundo y de casa, citaba desapariciones en manos de estados mafiosos, de policías y desagües, de los alemanes Herbert y Erwin Reppekus, tragados por la noche y Franco en Donostia; de Mikel Zabalza, «detenido y desaparecido exactamente 50 años después que los Reppekus. Las versiones, y casi con certeza no hubo un copia-pega entre los cuarteles de Donostia, el último el de Intxaurrondo en 1986, eran como una fotocopia. Incluso el archivo de los sumarios judiciales abiertos por las tres desapariciones. Una diferencia. Mikel Zabalza apareció muerto en el Bidasoa. Los Reppekus probablemente fueron enterrados en Hernani».
Íñigo Cabacas fue asesinado por la Ertzaintza una tarde de fútbol y celebración en una calle de Bilbao de un pelotazo cercano y, como se comprueba, sin que mediara lío o revuelta. Fue una orden policial y malévola dada desde lejos: «entren con todo, entren a la herriko», ante la queja del policía presente que dice no haber motivo y se resiste. Fue un 5 de abril del 2012, ha pasado ya más de tres años. Total un muerto, Íñigo Cabacas, un joven que cae gravemente herido y al que se impide que sus compañeros le auxilien. Muere a las pocas horas. Se duda de la causa por parte de los responsables, luego el forense certifica: «no hay duda, fue un pelotazo de policía»; manifestaciones y comunicados de la autoridad, sarta de mentiras del Consejero de Interior Ares; un gran silencio de gobierno; una Ertzaintza que persigue, acosa y rastrea hasta la minucia cuando son huellas de joven revoltoso, reivindicativo, insumiso y rebelde y, sin embargo, es incapaz de detectar la viga entre los suyos, de deletrear a quiénes participaron en el peloteo y causaron la muerte de Íñigo Cabacas. Política de mafia. Los policías callan, mienten, borran huellas, dificultan la investigación. Se comportan como colaboradores de la opacidad. Y todo ello con permiso y colaboración de Consejeros y gobierno vasco, Ares, Estefanía, López, Urkullu, de fiscalía y jueces… Tanto monta, monta tanto, fue lema de reyes y caciques antiguos.
Josefina Liceranzu y Manuel Cabacas, padres de Íñigo, se han convertido en iconos amargos de nuestra villa, en interrogantes callejeros, en pregunta insistente, en dedo ziriquiante de policías, gobierno y estamento judicial: ¿en un cómo creeros cuando siendo vosotros los causantes de una desaparición vertéis alrededor tinta negra de calamar, mentira y excusa, os volvéis mafia, compráis silencios? ¿En cómo colaborar con vosotros si sois agujero negro incluso en días de sol?
También la ertzaintza y sus mandos acarrean ya sobre sus espaldas la iniquidad de ese 30 de agosto: ¿Por qué y quién mató a Iñigo Cabacas? Seguimos esperando una respuesta tres años después.
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