Los reyes de España visitan Ceuta, la frontera, y miles de ceutíes españoles, o sea, todavía de momento ciudadanos del primer mundo, los aclaman al grito de «ole, ole, ole, somos españoles». Un tercio de los habitantes de la ciudad autónoma, sin embargo, callan o fingen. Son moros… candaos1, según la peculiar terminología racista del […]
Los reyes de España visitan Ceuta, la frontera, y miles de ceutíes españoles, o sea, todavía de momento ciudadanos del primer mundo, los aclaman al grito de «ole, ole, ole, somos españoles». Un tercio de los habitantes de la ciudad autónoma, sin embargo, callan o fingen. Son moros… candaos1, según la peculiar terminología racista del lugar. El rey alaba, con su habitual soniquete monótono, algo así como «el espíritu de integración y convivencia» de los ceutíes y un aura rojigualda ilumina los cielos del norte africano, para escarnio de las vacuas proclamas del establishment marroquí, que ve una provocación en el hecho de que la visita real coincida con el trigésimo segundo aniversario de la Marcha Verde.
En fin, fuegos artificiales en la frontera sur de España. Pólvora mojada que suelta un humo negro que tapa las alambradas, el abismo, el barrio del Príncipe, el Majzen, el genocidio saharaui.
Las alambradas
Ceuta ilumina el racismo estructural sobre el que reposa Europa. Los ceutíes quieren ser españoles, sobre todo, porque eso significa estar a este lado de la alambrada. En la cuerda floja de la Historia, los ceutíes intuyen que están en la parte privilegiada del mundo por muy poquito, y viven Marruecos como una pura amenaza permanente. Su día a día es la alambrada como negocio, el miedo como supervivencia, porque económicamente dependen de los miles de marroquíes que atraviesan diariamente el paso fronterizo para comprar barato en el territorio español de impuestos reducidos y oferta mercantil primermundista. Les sacan la pasta a los moros mientras los temen y desprecian, porque los caballas, que es la forma simpática de decir que uno es cristiano de Ceuta, resaltan siempre su condición de españoles, su pasaporte de primera clase, su autoridad de europeos. Al tiempo, los niños marroquíes no terminan de entender por qué al otro lado de la alambrada está el cielo y a este el infierno.
El abismo
Cuando se entra en Marruecos por el paso del Tarajal, se salta al vacío. Un vacío polvoriento, sembrado de basuras e hileras de soñadores que se resisten a despertar jornada a jornada en la cola de entrada al Primer Mundo. Por su paso especial, los ceutíes españoles cruzan para entretenerse con una pinza en la nariz y una venda en los ojos. Van siempre a los mismos restaurantes, especializados en recibirlos con una mezcla de remembranzas del antiguo protectorado español y apariencias de higiene europea; a las mismas playas, por las que pueden pasear sin tropezarse con marroquíes de veras, ya que eligen caminar sin ver; a los mismos barrios y las mismas tiendas, para asegurarse de que no se topan, en realidad, con Marruecos. Cuando el mal tiempo impide que los transbordadores crucen el estrecho, en Ceuta dicen que están completamente aislados… posiblemente porque la línea fronteriza esconde un abismo.
El barrio del Príncipe
En Ceuta hay una barriada en la que la policía apenas entra, los niños juegan descalzos sobre las basuras, se funden retretes y cocinas en covachas inmundas… A este lado de la frontera, sus doce mil habitantes tienen el dudoso honor de pertenecer al cuarto mundo, ya que son parte de España. Curiosamente, la población del Príncipe es casi toda musulmana y marginada. Quizás aún bajan las mujeres a la plaza de los Reyes, en el meollo cristiano de la Perla del Mediterráneo, para exponerse en fila para ser elegidas como mucamas de circunstancias por los señores, es decir, los españoles de pura cepa. El Príncipe es un poderoso argumento a favor de la marroquinidad del enclave español en África, por muchos siglos de soberanía peninsular que dictaminen los historiadores. Como por generación espontánea, o por vil contagio, rozando la línea, supura un absceso tercermundista y colonial que proclama la arbitrariedad de la posición de la alambrada… Esa misma valla que dejó al otro lado, aunque técnicamente en territorio español, la casa de una familia ceutí-cristiana de toda la vida, que tiene que atravesar cada día el paso fronterizo para poder hacer su vida de españoles2.
El Majzen
Al son de la visita borbónica a Ceuta, gritan los anodinos medios de comunicación marroquíes, alentados por el poder real -y esta es una dilogía intencionada-. En ese país, la oligarquía tiene un nombre, «Majzen«, que atemoriza cuando se pronuncia, mientras da sustancia política, cuerpo tangible, a una pirámide dictada por los privilegios de la Historia que convierte en papel mojado las pocas apariencias de democracia y Derecho que exhibe el reino alauita. Un grupo patético de mil manifestantes-marioneta del Majzen hace un ruido que ni detiene el flujo comercial ni importa un carajo en el fuero interno a los habitantes de la wilaya3 de Tetuán. La patria y la integridad territorial, en la boca de los que desangran el país para seguir enriqueciéndose gracias a la estructura neocolonial, son sarcasmos que sólo se pueden tomar en serio para evitar que los gorilas del régimen te partan la cara o te hagan desaparecer.
El genocidio saharaui
Al mismo tiempo que, ridículamente, los periódicos de Rabat se indignaban con la coincidencia de la afrenta en Ceuta con el aniversario de la Marcha Verde, el diario Público decía, como si tal cosa, que el apoyo de Zapatero a las pretensiones marroquíes en la cuestión del Sáhara Occidental es la clave del idilio diplomático entre los dos vecinos separados por el abismo y la alambrada. Los analistas quitan peso a las alharacas magrebíes a raíz de la visita de los reyes de España a Ceuta y Melilla porque entienden que el apoyo político del gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a la opresión que sufre el pueblo saharaui es suficiente como para que la crisis diplomática se quede en un chisporroteo festivo, una traca en honor de don Juan Carlos. La cuestión de Ceuta, frente a la cuestión del Sáhara, es de una obscenidad insultante: la de quienes defienden su pasaporte y sus euros, frente al ejemplo de quienes resisten por dignidad en medio del desierto, traicionados por los que mayor lealtad deberían mostrarles.
NOTAS
1. En Ceuta, los cristianos suelen decir que lo de llamar «candaos» a los musulmanes se debe a que son «muy cerrados».
2. El programa «Callejeros», de la cadena de televisión Cuatro, contó este caso en uno de los episodios dedicados a la vivienda.
3. Distrito administrativo inferior a la provincia.