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Fundamentalistas del centro político inexistente

Fuentes: Rebelión

El término medio o justo medio tiene detrás de sí una historia amable y virtuosa, alimentada por dilemas, binomios o dicotomías funcionales que han hecho larga carrera en la filosofía y las ciencias sociales, sobre todo en la política. A ese módulo conceptual equidistante y teóricamente neutro se le ha denominado de maneras muy variadas […]

El término medio o justo medio tiene detrás de sí una historia amable y virtuosa, alimentada por dilemas, binomios o dicotomías funcionales que han hecho larga carrera en la filosofía y las ciencias sociales, sobre todo en la política. A ese módulo conceptual equidistante y teóricamente neutro se le ha denominado de maneras muy variadas por distintos autores: moderación, centro político y también razón cordial o emocional en los inicios programáticos de la posmodernidad, entre otras acepciones con éxito pero similares en su intención y contenido.

Este maniqueísmo burdo como instrumento o herramienta para investigar la cosa pública o al ser humano en su esencia constitutiva facilitaba el estudio de algo misterioso y no fácilmente aprehensible. Los sistemas de análisis eran cerrados y aislados en las características o apariencias objetivas que trataban con el fin de proceder a su disección minuciosa. El juego de dualidades era y es amplio, por ejemplo, pensar y sentir desde Grecia, derecha e izquierda desde la Revolución francesa, capitalismo y comunismo desde Marx, demócrata y revolucionario desde la caída del zarismo ruso, loco y cuerdo desde siempre, libertad y dictadura, justicia e injusticia, conservador y progresista, modernidad y clasicismo, virtud y vicio, violencia y paz… La lista continúa, existiendo variantes en distintos campos cuya forma de operar interna es la misma. Una vez elegido el concepto positivo se le oponía un contrario ideal, se los introducía a ambos en celdas próximas en el laboratorio mental del sabio y se utilizaba el escalpelo científico para clasificarlos, etiquetarlos y detenerlos en un momento preciso al albur del sujeto que trabajaba la observación, eludiendo en paralelo el contexto cultural en el que habían sido cazadas de improviso las preciosas piezas cobradas al vuelo tras una meditación ajena al mundo real.

El resultado de esa mirada singular era un instante petrificado, exento de vida propia. No se había tenido en cuenta el movimiento constante biológico, evolutivo e histórico, ese devenir que configura el Universo en su totalidad. Frente a la inmovilidad cristiana («al principio fue el Verbo»), Goethe intuyó una realidad más rica y sugerente («al principio fue la Acción»). La dialéctica de Marx y otros asestaron un golpe definitivo a esa búsqueda infructuosa y estéril de una verdad esencial y definitiva. En efecto, todo es contradicción (el «nada es, todo cambia» de Heráclito), perpetuo ir y venir, tesis, antítesis y síntesis, una realidad fractal que explosiona e implosiona en un sinnúmero de elementos que pueden ser analizados siempre en movimiento. No hay, pues, términos medios puros ni figuras perfiladas perfectas, serán nada más que instantes del devenir histórico, a veces sorprendentes y en ocasiones previstos por la experiencia acumulada y las hipótesis más avanzadas creadas a tal efecto.

El «justo término medio» es una convención muy útil en los sistemas capitalistas occidentales. Viene a ser el centro neurálgico de la política electoral o demoscópico, mientras que las posiciones que no cuadran con este artificio ideológico son tiradas a la hoguera de lo incorrecto como extremistas o radicales. La falacia salta a la vista si usamos la razón crítica para disolver la mentira que encierra tal proposición. No existe, salvo en métodos o mecanismos científicos herméticos, el puro pensamiento ni el sentimiento como sustancia aria. El ser humano es una mezcla de millones de células y factores ambientales muy diversos, su operatividad es compleja de discernir, siente y piensa al unísono, sueña tanto en vigilia como durmiendo. No hace nada en exclusividad; los movimientos de su cuerpo y mente se entrelazan, condicionan y modifican permanentemente. Lo que señalamos para pensar versus sentir sirve para el resto de oposiciones instrumentales.

Hay violencia soterrada en la paz capitalista. Los revolucionarios pueden caer en el conservadurismo reaccionario si se instalan para quedarse en una maraña ideológica dogmática. Radicales, y no extremistas, son aquellos que bucean y persiguen con denuedo la auténtica raíz de los conflictos sociales, retos científicos o contingencias vitales; en cambio, los moderados suelen ser personas de carácter huidizo, que transmutan su afán contemporizador en una reconciliación sofística de contrarios sin resolver las diferencias y problemas de fondo que plantea la cruda realidad. El término o justo medio difumina las auténticas contradicciones en un océano amorfo donde se disipa la lucha de clases capitalista.

Tiene una excelente prensa ese centro quimérico. Estar en el medio utópico es un pasar de puntillas por el conflicto social, político e ideológico, detenerse en un aquí y ahora posibilista y claudicante. Las castas hegemónicas o dominantes se gustan y se sienten cómodas en una sociedad dirigida y gestionada por el justo término medio, de esta forma eluden sus responsabilidades y envuelven en una ideología totalizadora sus intereses de clase. La contrapartida que se sitúa en la izquierda nominal aboga en este escenario almibarado por medidas de contención de la masa, canalizando las inquietudes profundas de justicia social a través de discursos de estética ampulosa y fondo desmovilizador. El centro no es un lugar ni arquetipo filosófico, solo una chimenea donde poder controlar el fuego de la explotación del régimen capitalista para dirigir su expansión por derroteros que no alteren el statu quo vigente.

Esa chimenea, no obstante, presenta fallas y escapes más que evidentes. El fuego sigue crepitando de modo más o menos libre aun siendo vigilado noche y día. La realidad es más tozuda que los conceptos que pretenden explicarla por y para siempre. La realidad muerde en la piel, pero ese dolor también es un acicate para superarla. Es un momento complejo plagado de instantes contradictorios, un adición, personal y social, de sensaciones y pensamientos que transforman lo real haciendo saltar diques y esquemas preconcebidos. Así es el ser humano, materia moldeable, dúctil, objeto y sujeto a la vez, pensamiento y acción. No hay realidad quieta ni redonda.

A ese centro o justo término medio llegan para afiliarse fundamentalistas de todo signo, credo religioso, condición social y procedencia geográfica. Es una especie de templo disneylandia para la clase media anodina e insípida, para los políticos que sobreviven de las urnas y para los académicos anestesiados por el oropel de la notoriedad. Ninguno de los grupos mencionados quiere que los conflictos sociales salgan a la luz pública. Preconizan medidas técnocráticas, coyunturales, pasajeras, cambios de baja intensidad, dureza despiadada contra el Otro. Son calculadamente equidistantes entre el arriba y el abajo, entre la opulencia y la miseria. Con su fundamentalismo o integrismo militante del término medio mantienen los cimientos de la desigualdad y la injusticia, pretendiendo que el sistema capitalista sea el fin de los tiempos, un relato de leyenda sin contradicciones ni movimiento, en suma, una Historia sin historias que contar donde la libertad sea una mercancía más en el expositor del supermercado urbano. Eso sí, libertad de usar y tirar, siempre diferente en sus idénticas versiones de repetición circular y constante.

El justo medio o término medio es un residuo del conflicto social. Convertirlo en posición de partida es tanto como admitir la derrota antes de comenzar la batalla o bien una argucia táctica del poder establecido. No existe, por tanto, como realidad objetiva en un mundo de contradicciones múltiples y movimiento incesante.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.