Mientras el paro continúa su implacable guillotina, demostrando que la crisis la pagan las víctimas, y los bancos hacen su agosto, tomando dinero al 1% del Banco Central Europeo (nosotros) y prestando al Estado (nosotros) al 3,8%, institucionalizando la estafa legal como forma pía de negocio, la izquierda social está siendo conducida al burladero de […]
Mientras el paro continúa su implacable guillotina, demostrando que la crisis la pagan las víctimas, y los bancos hacen su agosto, tomando dinero al 1% del Banco Central Europeo (nosotros) y prestando al Estado (nosotros) al 3,8%, institucionalizando la estafa legal como forma pía de negocio, la izquierda social está siendo conducida al burladero de la retórica política por la izquierda karaoke en el poder y su entorno, desviando el problema clave del saqueo económico hacia el debate partidista de los casos Gürtel y Garzón para acumular fuerzas que permitan al gobierno socialista revalidarse lampedusianamente en las urnas para que todo siga igual.
El caso Gürtel es una trama de corrupción política como la copa de un pino que debería llevar al desguace a todo el Partido Popular, a sus pompas y a sus honras, por varias generaciones. La caverna, como estaba profetizado dado sus espurios orígenes, ha devenido en una cueva de malhechores sin remisión. Y el intento de procesar a Baltasar Garzón por haber abierto un sumario sobre los crímenes del franquismo para impedir que la Ley de Memoria Histórica se convirtiera en la práctica en una Ley de Punto Final, es otra constatación de la pobre calidad de la democracia existente, fruto envenenado de una transición que sirvió de Arca de Noé para que los verdugos de la dictadura se blanquearan en las nuevas instituciones. Treinta y cinco años de consensos para extirpar de la conciencia popular la experiencia democrática de la legalidad republicano han convertido el actual Estado de Derecho en un simulacro sólo apto para catecúmenos.
Pero esas dos realidades incontestables no deberían convertirse en el único referente político, ni agotar todas las posibilidades de vitalización democrática. Hay que atacar los efectos pero si no se corrigen las causas estaremos haciendo un ejercicio de simulación a beneficio de inventario, aunque el aprovechado en este turno de oficio sea la sedicente izquierda. Y en el origen de los males de la patria, que diría un regeneracionista trasnochado, está el poder de la banca, que riega con su generosa financiación a los partidos políticos mayoritarios para que no se atropellen en casos cleptómanos tipo Gürtel o Filesa, y el mecanismo parasitario del paso de una dictadura a una democracia coronada con los mismos mimbres que la dictadura.
Lo que no puede ser es que la espuma de los días nos impida ver el bosque aunque estemos emboscados. Es decir, constatar que la defensa del caso Garzón se haga obviando que estos lodos proceden de los vendavales antidemocráticos de la transición, como por otra parte han señalado por todo lo alto instituciones como la ONU, Human Rights Watch y Amnistía Internacional, al exigir como reparación esencial la anulación de la Ley de Amnistía del 77. O, en el caso Gürtel y los 40 ladrones, que este atraco en toda regla no sea óbice ni valladar para que el PSOE mantenga acuerdos de calado con ese PP cleptómano o asimilados en Euskadi, Navarra (por partido interpuesto, UPN) y Baleares (la trincona Unió Mallorquina) o aborte los consensos con la banda de los gürtelianos en asuntos capitales como Educación, elección de Durao Barroso para la presidencia de la UE, pacto de directiva de la vergüenza sobre emigración, desregulación fusiones de televisiones privadas , limitación ley de Justicia Universal, pacto de Sanidad, etc., etc., etc.
La amenaza de berlusconización de la política española no es fenómeno sobrenatural, sino una consecuencia del descrédito de una clase política ganado a pulso por legislaturas garrapiñadas entre las cúpulas del duopolio partidista sin juego parlamentario real. La indiferencia ciudadana, el autismo vivencial, la pasividad venal y el abstencionismo ético es un caldo de cultivo que se condimenta en las cocinas de la política realmente existente para impedir que haya un cambio estructural que signifique algo nuevo para la sociedad civil. Por el eso, al margen de los movimientos pendulares que temas como la trama Gürtel procuran de tarde en tarde como pirotecnia ideológica, la percepción entre el pueblo soberano es que todo sigue atado y bien atado.
Invadido el espacio público por la representación partidista, que en última instancia obedece a intereses privados inconfesables, como demuestran las medidas adoptadas para capear la crisis drenando recursos públicos al sector privados, el conservadurismo atolondrado se convierte en un axioma para el común de los mortales. De hecho, con la que está cayendo (el fondo de reptiles Gürtel que es la madre de todas las corrupciones habidas y por haber, y el más difícil todavía de Falange Española y de las JONS, el banderín de enganche del Alzamiento Nacional, sentando en el banquillo al magistrado que osó investigar las responsabilidades del franquismo), el PP aventaja en seis puntos en intención de voto al PSOE. ¿Será por algo?