Recomiendo:
5

Gabriel Salazar: “Allende vivió una contradicción en sí mismo, casi una tragedia griega”

Fuentes: Correo del Alba

Para quienes sentimos aprecio y hasta devoción por la historia social y acudimos constantemente a ella en búsqueda de elementos que nos permitan una mejor comprensión del presente, la obra del profesor Gabriel Salazar es de lectura obligada.

Con estudios en Historia y Geografía, Filosofía y Sociología por la Universidad de Chile, Doctor en Historia Económica y Social por la University of Hull de Inglaterra, a Salazar se le considera fundador de la Nueva Historia Social en Chile, siendo acreedor del Premio Nacional de Historia 2006, en reconocimiento a una labor por más de medio siglo, en que destacan libros como Acción Constituyente. Un texto ciudadano y dos ensayos históricos (2020); Movimientos sociales en Chile, trayectoria histórica y proyección política (2012); En el nombre del poder popular constituyente (Chile, siglo XXI) (2011); Ser niño «huacho» en la historia de Chile (2006); La historia desde abajo y desde dentro (2003); Historia contemporánea de Chile, en colaboración con Julio Pinto, 5 tomos (1999-2002) y Labradores, peones y proletarios: formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX (1986).

Protagonista de la Unidad Popular (UP), como docente en Historia por la Universidad de Chile y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), tras el golpe cívico-militar de Augusto Pinochet fue apresado, torturado y exiliado. Motivos por los cuales desde  Correo del Alba nos acercamos para reflexionar acerca de Salvador Allende y la UP, además de la coyuntura política y social chilena actual, material este último que será publicado en una próxima entrega, de cara al plebiscito constituyente del 25 de octubre.

Profesor, quisiera comenzar por preguntarle lo más básico, ¿quién es Salvador Allende? ¿Cuál fue su trayectoria política?

No hay duda que Salvador Allende fue y ha sido uno de los líderes populares que ha tenido este país, tal vez el más respetado y, sin duda, el más consecuente en términos de querer realizar las ideas que él tenía respecto al cómo debiera satisfacer las necesidades y demandas populares desde el proceso político formal, convencional, desde el sistema político vigente, respetando la Constitución Política de 1925.

Allende tiene esa doble cualidad, que a la vez es contradictoria en sí misma, de haber sido un líder popular consecuente con sus ideas, sincero en el planteamiento de la política que podría desarrollar y liderar a su pueblo, muy transparente y leal en su contacto directo –cara a cara– con los sectores populares de todo tipo –fueran obreros o no–, pero al mismo tiempo, pese a esa honestidad, lealtad, compromiso y mística en cuanto a realizar lo que el pueblo necesitaba en el plano político, la política que definió o que aceptó él para ejecutar esas demandas populares eran, en cierto modo, contradictorias, porque implicaban respetar, y fue muy consecuente en eso, la Constitución  Política de 1925, que era ilegítima por origen e instituía un sistema que era lo contrario a lo que el pueblo quería en el año que se dictó, 1925. Con mayor razón después, en los años 30, 40, 50, 60, el pueblo tenía la expectativa de que esa Constitución impidió a los gobiernos realizar o satisfacer sus necesidades.

Pero, ¿qué caracterizaba esa Constitución de la cual se desprende el orden legal en que se desenvuelve Allende por décadas?

Como dije, era una Constitución no solo ilegítima, sino que era exactamente lo contrario de lo que el movimiento popular y la Asamblea Popular Constituyente de marzo de 1925 plantearon.

¿Por qué?

Porque en marzo de 1925 se realizó en Chile una Asamblea Popular Constituyente que se llamó Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales, autoconvocada, con representantes electos directamente por los distintos gremios de la clase trabajadora; una Asamblea que fue muy bien organizada, representativa, que trató de respetar la estructura social del país. Por ejemplo, la clase trabajadora ocupaba entre un 35% y 38%  en la población del país, por lo tanto obtenía el 35% de los representantes de la Asamblea, y así hubo porcentaje para la clase trabajadora, para la clase media, para los estudiantes, etcétera. En efecto, reflejó la estructura social chilena y resultó ser extraordinariamente bien disciplinada.

Durante 100 años en Chile existieron lo que llamaron las sociedades mutuales y mancomunales, que eran asambleas ciudadanas de trabajadores, y eran estos quienes decidían las acciones de las sociedades en asambleas abiertas, democráticas, donde participaban hombres, mujeres y hasta los niños, la familia. Entonces, tenían la experiencia de casi un siglo de cómo organizar asambleas y expresar una voluntad popular, de cómo ejercer soberanía. 

Es por eso que cuando se llevó a cabo esta Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales en marzo de 1925, fue perfectamente bien organizada y sin problemas. Los diarios de derecha de la época, como El Mercurio y El Ferrocarril de Valparaíso, reconocían que esta Asamblea estaba bien organizada, con un alto nivel de discusión, de debate, y que en el debate sobresalían por lejos los representantes de los trabajadores, encima de los intelectuales; la propia derecha lo reconoció.

Digo esto porque, primero, esa Asamblea acordó un sistema político descentralizado; y segundo, porque los políticos y los representantes del pueblo en el Parlamento y en el Gobierno debían ser responsables ante las comunidades que los habían electo, por tanto, estas comunidades podían juzgar su desempeño, revocar sus cargos, traerlos de vuelta a la base, juzgarlos por haber incumplido el mandato ciudadano, por eso concibieron un “Estado tripulado” –por decirlo así–, con una clase política responsable ante las bases ciudadanas. Es una característica central de lo que aprobaron los constituyentes en la Asamblea de 1925.

Entre otras cosas importantes, estoy resumiendo, acordaron que había que abolir el Ejército profesional chileno, porque este no hacía otra cosa –lo cual estaba muy demostrado en esos años– que masacrar al pueblo y proteger a la oligarquía de las demandas populares; y sobre todo, resolvieron acoger las demandas que se hacían presentes en la soberanía popular, de modo tal que se propuso reemplazar a ese Ejército profesional por otro Ejército de ciudadanos.

¿En qué consistiría un “Ejército de ciudadanos”?

Ellos plantean un Ejército en que los oficiales y militares deliberen y lo hagan junto al pueblo, y eso lo hicieron porque precisamente esta Asamblea Constituyente, que organizaron los trabajadores, estaba promovida de común acuerdo con los militares, principalmente con los oficiales jóvenes del Ejército, tenientes, capitanes, mayores y hasta coroneles, quienes habían organizado una Asamblea Militar democrática, soberana, que dio un golpe de Estado y mandó a cambiar al presidente Arturo Alessandri, lo envió al exilio, disolvió el Congreso y ellos mismos sacaron un manifiesto –casualmente el 11 de septiembre– en 1924, con el que convocaban al pueblo a elegir libremente una Asamblea Constituyente, para que el propio pueblo expresara su voluntad soberana y dictara una nueva Constitución.

Por eso fue que militares y trabajadores se unieron para organizar la Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales, y en su preparación organizaron esta asamblea popular donde quedó claro lo que el pueblo quería: un Estado descentralizado; productivista y no centrado en el libre comercio; con una clase política responsable ante la base social; con una política que permitiera la democracia local, que fuera soberana, etcétera.

Digo esto porque es lo que el pueblo quería entre 1924 y 1925. En este proceso constituyente de militares y trabajadores, la única vez que han ido juntos, aquellos dieron incluso un segundo golpe de Estado, encabezado por los oficiales jóvenes, con el objetivo de juzgar a los generales que habían tratado de hacer una política distinta, por su cuenta, en búsqueda de rescatar el viejo sistema oligárquico. Entonces dan un segundo golpe de Estado contra los generales, eliminan ese gobierno y convocan a la Asamblea Constituyente. 

¿Y qué pasó con todo ese proceso de aspiraciones democráticas?

¿Qué pasó? En síntesis, como no se sabía hacer una Asamblea Constituyente, acordaron y aprobaron todos, con gran aplauso de los políticos de todos los colores –de la derecha; de la Unión Liberal, que era el centro; y de la izquierda, sobre todo con el Partido Comunista–, que el presidente Alessandri volviera y él presidiera y organizara la Asamblea Constituyente. Él volvió y nunca convocó una Asamblea Constituyente, sino que organizó una especie de Comité Constituyente con un grupo de amigos suyos, que eran todos políticos, y ellos dictaron la Constitución liberal e ilegítima de 1925.

Digo esto porque esa Constitución liberal resultó ilegítima en tanto los políticos no eran responsables ante el pueblo; el sistema quedó centralizado; se privilegió el comercio exterior y no la producción industrial; y, finalmente, el Ejército siguió siendo el garante de esa Constitución, que es la que rigió hasta 1973.

Por los años 1934, 1935, 1936, en pleno segundo gobierno de Arturo Alessandri, «el traidor a la soberanía popular», el Partido Comunista, el Partido Socialista y el Partido Radical, todos partidos de izquierda –pudiéramos decir–, aceptaron la Constitución de 1925, y no solo la aceptaron, eligieron diputados y senadores para que actuaran dentro de un Congreso articulado por esa Constitución y esa lógica, que no era la que el pueblo quería.

Me he detenido en este punto porque fue en esa lógica de hacer política para el pueblo, pero dentro de un Estado liberal que el pueblo no había querido, donde se formó Salvador Allende, cuando joven.

¿Y cómo queda ilustrada esa contradicción de Allende con aspiraciones democráticas y populares, enmarcadas definitivamente en una institucionalidad basada en la ilegitimidad?

Por su formación, Allende aceptó la Constitución de 1925 y la defendió hasta el final, en el sentido de que él era respetuoso de la ley vigente y efectivamente lo fue hasta el final. Allende se suicida para respetar lo que significaba ser Presidente legal, constitucional, respetuoso de la ley; esta es la contradicción que te señalaba.

Por un lado, no ha habido otro líder en el pueblo que haya sentido esa vocación de servicio revolucionario por las causas de la clase trabajadora, los pobladores, los marginales, eso no se puede negar en Allende; la frustración por no haber servido eso también fue razón de su suicidio. Por otro lado, la práctica política que eligió, la estrategia política que siguió, no era sino la que permitía la Constitución de 1925, que la había dictado el enemigo del pueblo, Alessandri, traicionando la voluntad popular y la voluntad de los militares.

Ahí está la contradicción allendista, promueve una revolución desde el Estado, desde la ley, respetuoso de esta, y esa es la tragedia de este Presidente que fue formado en una tradición política que no arrancaba del movimiento soberano del pueblo de 1924, sino del movimiento popular que respetó la Constitución de 1925, que aceptó el Código del Trabajo impuesto por la dictadura en 1931 y que encajaba perfectamente con la Constitución. Por eso el presidente Allende vivió una tragedia, no solo porque en el golpe de Estado lo obligaron a suicidarse o porque fracasó en hacer la revolución que el pueblo necesitaba, sino porque Allende vivió una contradicción en sí mismo, casi una tragedia griega.

Por eso es que a Allende todos lo respetan, y hay que respetarlo –yo mismo lo hago, aunque no acepté nunca esa política–; porque es hasta el día de hoy el héroe político que se recuerda en este país.

Las tragedias tienen argumentos, escenas y partes, ¿hay algunos de esos elementos en los días vividos por Allende en la UP?

La tragedia está incluso en los actos finales de su gobierno. El día 4 de septiembre de 1973, poco antes del golpe, se constituyó una asamblea espontánea, callejera, en la Avenida Bulnes, frente al Palacio de Gobierno, asamblea de los cordones industriales y comandos comunales que había en Santiago, trabajadores, pobladores, estudiantes, una gran asamblea donde ellos le escribieron una carta al Presidente y le pedían que abandonara La Moneda para dirigir el movimiento popular desde el poder popular que estaba en las calles y en las comunas, controlando fábricas, almacenes de distribución, las ollas comunes del pueblo, etcétera, y que por tanto cambiara de estrategia y, en lugar de la estrategia de hacer una revolución desde el Estado, desde el gobierno y la ley, la hiciera desde donde estaba el pueblo, en las calles. Le mandaron la misiva amenazándole que si no hacia eso, que era lo único que quedaba por hacer, tendrían que desacatar su Gobierno. Esto fue el 4 de septiembre, después vino el golpe y eso quedó en nada.

Todo esto pinta un cuadro que es digno, en todo el sentido, de destacar: un líder que se la jugó entero, hasta dar la vida, por una causa; que vivió la tragedia de hacer la revolución que quería aceptando la ley del enemigo, creyendo en la ley del enemigo. Y porque creía en la ley igual creyó que el Ejército era respetuoso de la ley, porque así lo decía esa misma Constitución, el texto es clarito: «Las Fuerzas Armadas de Chile son esencialmente obedientes a la Constitución y no deliberantes», entonces él creía en eso y por eso es que no estimó un golpe de Estado, en cambio creía que si un Presidente no podía jugar con éxito su proyecto político de compromiso con el pueblo y la ciudadanía, podía tomar medidas extremas, y ahí te explicas el suicidio.

Por esas razones es que Allende creía en Diego Portales, que fue un tirano, pero dictó la ley. También en Balmaceda, que era su modelo, porque se suicidó. De ahí que Allende estaba marcado por una especie de destino trágico, no iba a cambiar su actitud política y todo el proceso que conducía y que no iba a triunfar; por tanto, el camino que le quedaba era el ejemplo de Balmaceda, el suicidio.

Hace unos años hice un libro sobre Carlos Altamirano, que era el presidente del Partido Socialista y gran amigo de Allende, estuvimos tres años conversando para ese libro, todos los días miércoles nos juntábamos en mi casa y él me contaba que le decía a Allende: «Esto va derechito a un golpe, tenemos que salir a la calle y meternos dentro del poder popular», y él le respondía: «No, a mí no me sacan de La Moneda sino con los pies para adelante, como cadáver, no voy a salir de aquí». Incluso Pinochet, antes de que se convirtiera en golpista, porque al principio no lo habían considerado, le dijo: «Presidente, si viene un golpe de Estado lo que usted tiene que hacer es ir a refugiarse en la guarnición o el regimiento de Santiago que le sea favorable, se protege allí y convoque a los cordones industriales del poder popular para que lo defiendan, le aseguro que no va a haber golpe, no se van a atrever a combatirse entre ellos mismos», y Allende le expresó: “No, me quedaré en La Moneda». Eso fue muy triste, porque cuando le gritamos en una ocasión, desde la Plaza Constitución y la calle, al Presidente: «¡A cerrar, a cerrar el Congreso Nacional, y a establecer la Asamblea Popular!», él desde el balcón nos dijo: «No voy a cerrar el Congreso Nacional, voy a respetar la ley». Y días después, cuando en Concepción se formó una Asamblea Popular, porque así lo decía el Programa de Allende, él mandó una carta diciendo: «Cuando ustedes hacen esto y pretenden que una Asamblea Popular dirija el proceso en general, están actuando como contrarrevolucionarios porque la Revolución la hace el gobierno del pueblo, así lo dice un poco la ley”.

Esa fue la tragedia de este maestro, solo al final y en los últimos días, cuando ya el golpe había comenzado (ustedes saben que partió en los cuarteles, en la Marina de Valparaíso, de distintos modos antes de que llegara a La Moneda), ahí se dio cuenta y dijo: «En realidad es el pueblo el que tiene que dictar una nueva Constitución, porque hay que cambiarlo todo y hay que convocar al pueblo entonces a una Asamblea Constituyente», pero eso era una semanita antes del golpe y se perdió.

Todo esto lo digo porque, vuelvo a insistir, la figura de Allende tiene muchas dimensiones, todas son de carácter heroicas, por así decirlo, por su compromiso ético, su compromiso político, su lealtad al pueblo y su creencia firme, casi una fe, en su estrategia, que era en el fondo ingenua. El problema de todo eso es que Allende se formó en una cultura política parlamentarista, respetuoso de la ley, y ahí jugó su izquierdismo revolucionario y eso fue así porque nadie denunció lo que aquí conté, que hubo una Asamblea Popular Constituyente –con militares incluidos– que Alessandri traicionó, y todos los políticos de todos los colores apoyaron al traidor.

Si eso último se hubiera estudiado, investigado y denunciado antes, probablemente la cultura política de los años 30 no habría sido parlamentarista sino otra, que es la que ahora está demandándose y emergiendo en Chile con el estallido social del 18 de octubre en adelante, porque este movimiento ya no quiere reconocer partido político, no quiere regirse por la ley, no quiere regirse por la Constitución, al contrario, quiere cambiar la Constitución y hacerlo por sí mismo, el único problema es que no sabemos hacerlo porque hemos estado 200 años sin la formación, ni la experiencia, ni la memoria de cómo lo intentaron los pueblos en otra época, entonces esa memoria está pérdida, no se ha estudiado, no se ha recordado, no está en los textos escolares y ese es nuestro problema hoy.

¿Cuánto de la experiencia allendista en esa materia sirve para ese hoy con nuevas formas que narra?

En este contexto, Allende okey, capo, pero hay que decirlo: no nos sirve. Es un héroe que hay que tenerlo, con su retrato, pero no nos sirve. Debemos inventar nuestra soberanía desde nosotros mismos, tenemos que revolucionarnos hacia adentro como ciudadanos y aprender a ser soberanos por nosotros mismos. De alguna manera recogiendo el mensaje de los cordones industriales de 1973: “Presidente, usted o se inscribe con el poder popular o vamos al desastre”.

¿Qué hizo Usted el 4 de septiembre de 1970?

El 4 de septiembre, en lugar de irme a la Alameda, me devolví y me fui al barrio alto, no había autos ni gente en las calles, no había luces prendidas en las casas, todos los autos metidos en el garaje, bajo un cobertizo, tampoco había movimiento, solo miedo. Ese día 4 Chile se dividió. Santiago era un centro bullente, ruidos y de todo, mientras que en el barrio alto estaban recogidos, fraguando su reacción y su venganza.

La experiencia de la UP fue un relumbrón, una llama, un fogón, fue una explosión de una memoria que por primera vez se encuentra con una salida posible, fue preciosa esa experiencia y esa mística que se produjo, pero con el correr del tiempo ya sabemos que fue una experiencia –el gobierno de Allende– frustrada y que, a pesar de todo, perdió, aun cuando aumentó la votación de un 36% a un 43%. Y nuestro líder se suicidó, como si Lenin se hubiera suicidado en pleno proceso de la Revolución bolchevique. Esto lo comentábamos con unos ayudantes que yo tenía, cuando estábamos trabajando en la Biblioteca Nacional en esos días y uno de ellos me decía: «¡Hombre!, pero imagínate, se nos suicidó nuestro líder, desapareció Lenin en pleno proceso». 

¿Cómo recuerda en lo personal esos años?

A 50 años de esa experiencia, la vivo como un recuerdo profundo, imborrable, bonito, lindo por la fraternidad, por la solidaridad y camaradería de los que luchamos, algunos desde la UP y otros –como yo– por afuera de la UP, pero por la misma causa imborrable. Los mejores amigos que tengo son de esa época, son todos compañeros, porque la solidaridad vivida en ese periodo en el pueblo, entre la militancia revolucionaria, no entre los directivos del movimiento, es una experiencia imborrable y que ninguna otra ha logrado ocultar o sobrepasar.

Esto que se está produciendo hoy día es distinto, es compañerismo, es solidaridad, es todo eso, pero en la calle y cuando estamos todos juntos. Tal vez esa otra experiencia de solidaridad nuestra nos seguía por todas partes, en la casa, en nuestro trabajo, íbamos abandonando todo en función de esa solidaridad revolucionaria, sobre todo los jóvenes que dejaron todo botado, abandonado, me consta; yo era profesor universitario y veía cómo dejaban botados sus estudios de Medicina, Arquitectura o lo que fuera y se iban a hacer la revolución a tiempo completo por la causa, “el nivel de entrega a la causa”, se decía. Por eso es imborrable, porque perdimos y todo, pero hay algo personal. Lo que yo viví en el centro de tortura de Villa Grimaldi, por ejemplo, ahí con compañeros siendo torturados, matando, a algunos los mataban a cadenazos delante de uno, etcétera; pero el miedo fue superado por otra cosa más linda, el cariño que nos teníamos allí, aun sin conversar, porque no podíamos conversar, aun sin vernos, porque andábamos con vendas, pero tú presentías que estaba tu compañero al lado y te sentías seguro porque era tu compañero, había un amor, una fraternidad más allá de la tortura y de la muerte.

Eso a mí me marcó profundamente, porque descubrí que es la esencia de lo que somos, la solidaridad, la fraternidad, la unión, el poder que de ahí surge, y esa experiencia es la que vivimos en la base en la época de Allende. Por eso Allende, de alguna manera, nos permitió vivir eso, esa experiencia única, aun cuando lo criticamos porque se quedó en La Moneda encerrado y no salió a dirigir al pueblo en los comandos comunales ni nada, pero él permitió eso y es imborrable, es lo que le permite a uno, a 50 años, decir: «Bueno, Allende era consecuente y todos lo respetamos, sin lugar a dudas». Pero, en la base social tuvimos experiencias únicas, imborrables, irrepetibles y es realmente para nosotros grandioso, sorprendente e increíble que, por segunda vez en nuestras vidas, estemos viviendo un sentimiento similar y una posibilidad técnica, táctica y estratégicamente distinta, pero muy similar en el sentimiento que nos une, antes por partido político o por clase social y hoy día como ciudadanos.     

Esta lucha que tiene que ver con el 18 de octubre es una segunda experiencia, tan profunda como la de Allende, pero distinta a la de Allende; y como que son lo mismo, pero a la vez distinto, o como decía Silvio Rodríguez: «…que no es lo mismo, pero es igual». Creo que las dos luchas se hermanan y la lección que uno puede sacar de dos experiencias de este tipo –distintas pero hermanas–, es que no podemos repetir aquello que nos llevó a perder.

Esta vez estamos, además de con aquella experiencia de la UP, con el imperativo teórico, el imperativo categórico y el imperativo ético de que no podemos perder, y por eso es que el modelo de lucha del pueblo Mapuche, que insiste e insiste aun cuando pasan los siglos, es tan importante para todos nosotros.