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Gabriel Salazar: Los desafíos del proceso constituyente

Fuentes: Correo del Alba

Durante décadas el historiador y profesor chileno Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia 2006, ha dedicado parte de su labor a investigar y reflexionar en torno a temas como la soberanía popular, la ciudadanía, la evolución constitucional nacional y especialmente el potencial revolucionario del poder local y la territorialidad a nivel comunal y municipal.

Autor de libros en la materia como Acción Constituyente. Un texto ciudadano y dos ensayos históricos (2020); Historia del Municipio y la soberanía comunal en Chile (1820-2016) (2019); Dispositivo Histórico para Asambleas Populares de base que se proponen desarrollar su Poder Constituyente (2015); Movimientos sociales en Chile, trayectoria histórica y proyección política (2012); En el nombre del poder popular constituyente (Chile, siglo XXI) (2011); y ensayos como “Luis Emilio Recabarren y el municipio popular en Chile (1900-1925) (1986)”; desde  Correo del Alba le entrevistamos para analizar la actualidad chilena, pasando por el estallido social, la lucha del pueblo Mapuche, la evolución de la derecha criolla y, en esta primera entrega, los desafíos del proceso constituyente en curso.

Profesor, en sus estudios del poder constituyente en la historia de Chile, junto con invitarnos a sumergirnos en los años fundacionales de la patria, hace hincapié en dos temas con los que quisiéramos comenzar, como base para el entendimiento de la coyuntura: 1) Los efectos de la Constitución de 1925 en el ejercicio de la democracia; y 2) La alternativa democrática-popular-comunal-emancipativa planteada por Luis Emilio Recabarren.

La Constitución de 1925 que dictó Alessandri, que era ilegítima, subrayó la importancia del partido político funcionando en el Parlamento; de la elección con voto individual y sin mandato colectivo de los senadores y diputados que iban al Parlamento; y de la obligación máxima de las Fuerzas Armadas por obedecer a la Constitución vigente, sea legítima o no. En la práctica eso fue lentamente asfixiando al movimiento popular soberano que había intentado liderar y dirigir por décadas Luis Emilio Recabarren.

Toda la filosofía, la enseñanza, la educación popular que hizo Recabarren iba exactamente en la dirección que truncó la Constitución de 1925: él creía que había que desarrollar la inteligencia del pueblo en base a la educación; a las conferencias educativas; la publicación de periódicos; las asambleas de las sociedades mutuales; las asambleas mancomunales y las asambleas locales. Y que al desarrollar la sabiduría popular, el pueblo iba a aprender a administrar sus propios recursos y no a pedir; no iba a aprender a exigir ni a aprender que el partido hiciera lo que tenían que hacer por ellos mismos. Enseñaba Recabarren que el pueblo desarrollando su propia inteligencia haría por sí mismo lo que necesitara, no tenía que pedir, tenía que proponer y hacer.

Ahí notamos una especie de parteaguas, dos miradas opuestas de cómo hacer la política.

Esa fue la política de don Luis Emilio, que pasaba por instruir al pueblo, desarrollar la población y que el pueblo por sí mismo hiciera lo que tenía que hacer. Pero esa política fue sobrepasada después de 1925 y la aprobación de esa Constitución ilegítima, reemplazada por la idea de que lo que el pueblo demanda lo hacen sus representantes en el Parlamento, es decir, los partidos políticos; y estos, a través de la ley y la discusión entre la derecha, el centro y la izquierda, supuestamente buscaban la solución a los problemas del pueblo.

De ahí el valor que se le dio a los partidos, a la ideología y no a la sabiduría del pueblo; la primacía cedida a la ideología importada y sobre todo a la creencia de que en el Parlamento se resuelve todo en base a un consenso entre la izquierda, el centro y la derecha. Por eso es que poco a poco el movimiento popular ciudadano, que apuntaba a ser soberano, inteligente y que iba a gobernar por sí mismo mediante sus asambleas locales –lo que planteé en relación a la inteligencia popular, a la ciencia popular, al manejo de recursos directamente por la clase popular–, se fue perdiendo.

En la misma línea el Código del Trabajo de 1931, impuesto en una lógica liberal por un dictador, Ibáñez, eliminó las sociedades mutuales; las sociedades mancomunales; las escuelas que tenía la Federación Obrera de Chile (FOCH) para educar a sus propios niños con su currículo y sus profesores, etcétera. Puso énfasis en eliminar el voto colectivo –porque cuando se reúne el pueblo en una asamblea se produce un mandato colectivo– y estableció como cosa sacrosanta el voto individual.

¿Por qué el “voto individual”  mengua la condición de soberanía?

Sabemos que el voto individual no es soberanía, porque la soberanía es una voluntad colectiva que se construye deliberando en una asamblea, ojalá entre vecinos y no entre gente rara que no se conoce; por eso es clave la comunidad local.

Esto último fue eliminado poco a poco por la Constitución de 1925, en que la clase política, que aprovechó esa Constitución para profesionalizarse, resguardó desde aquella época lo que dijeron varios políticos chilenos de centro y centro izquierda inclusive en 2013, 2014 y 2015, que el poder constituyente soberano estaba radicado en el Congreso Nacional, entre los parlamentarios, los partidos políticos, los políticos de profesión; porque aquí se “profesionalizó” la acción política.

Pero, ¿cuál es el problema de ese último planteamiento?

El problema está en que en la medida en que elegimos representantes sin mandato soberano, elegimos con voto individual a una persona que no era responsable ante nosotros y que podía hacer lo que quería; por tanto, ahí surgió la clase política como un gremio autónomo, al punto que estos señores se dieron el lujo de decir en 2014: “El poder constituyente radica en el Congreso, en nosotros, no en la calle”. Lo dijeron así: “No en la calle”.

Eso significa…

Que no creen que resida ese poder en el pueblo, en la ciudadanía, porque con este sistema la ciudadanía no tenía otra forma de expresión y de acción que no fuera la calle. Por eso el poder popular surgió desde la calle, uniendo a trabajadores de la fábrica, campesinos de fundo, pobladores y jóvenes universitarios que iban a colaborar allí, desde la calle.

Por eso el pueblo cree que estando en la calle, tirando piedra y pegándose con los pacos está haciendo la revolución, y bien sabemos que eso no conduce a hacer la revolución porque la pura protesta, por más insistente y violenta que sea, por más que odiemos a los carabineros y al Gobierno, a las empresas, al monopolio, al imperialismo, etcétera, ese puro odio no construye liberación, solo sirve para que uno se saque la rabia nomás. Construir la libertad, la sociedad que queremos, la Constitución que necesitamos, implica otro tipo de esfuerzo, es una lucha contra nosotros mismos.

¿A qué se refiere con que “es una lucha contra nosotros mismos”?

A que ahí estuvieron los grandes errores del pasado, renunciamos a ser ciudadanos soberanos, a la soberanía, delegamos esta en representantes que elegíamos con un voto, sin mandato, y, claro, nuestros elegidos, como no tenían mandato y no eran responsables ante nadie, se convirtieron en una clase política que usurpó la soberanía y se dieron el lujo de decir en 2014 lo que ya comenté: “La soberanía y el poder constituyente está en nosotros del Parlamento, no en ustedes, no en la calle”.

Ese gran error quedó de alguna manera institucionalizado en la Constitución de 1925 y, con mayor razón, reforzado en la Constitución de 1980, es por eso que el movimiento popular, el movimiento soberano de todos los chilenos, del pueblo chileno y de la ciudadanía en general, necesita tomar consciencia de su soberanía; pero no solo consciencia, la pura consciencia tampoco basta, tiene que construir el programa, la táctica, la estrategia, el plan de construcción de lo que uno quiere pelear, porque eso de luchar contra el enemigo ya lo sabemos, ¡somos maestros en la protesta!; basta ver lo que pasó en octubre, noviembre y diciembre en Chile, con ribetes apocalípticos.

En esas jornadas nadie pensó que se iban a destruir como 60 estaciones del Metro lujosamente y trabajosamente construidas, el orgullo de los gobiernos desde 1990 para acá y aún de antes. Podemos tal vez destruir mucho más, pero lo que hace falta es construir lo que nosotros necesitamos, con nuestra fuerza e inteligencia –como decía Recabarren–, por eso precisamos con urgencia, para superar los errores del pasado, revolucionarnos a nosotros mismos, dejar de creer que la liberación está en el pedir, en el pliego de petición, en la rabia callejera, en la enésima denuncia del enemigo.

¿Dónde debiera apuntar esa “nuestra inteligencia”?

Creo que tenemos que poner todas nuestras apuestas, nuestras cartas y energía en la reeducación de lo que somos no solo como trabajadores, sino como ciudadanos soberanos; reconstituir la soberanía y junto con ella destruir el sistema.

El sistema no lo vamos a destruir de otra forma, menos si no hay una alternativa. Es la alternativa la que destruye el sistema, porque los sistemas no saben morir, no quieren morir, tienen las vidas del gato y en Chile eso es clarito. En todas las revoluciones que hemos intentado hemos hecho un tremendo remesón, pero sigue flotando el mismo sistema liberal, comercial, especulativo, lo que confirma que a los sistemas hay que saber matarlos, y no se trata de matarlos directamente, sino que se les mata con la alternativa que hay que construir desde la base, porque, como decía Recabarren, el socialismo se empieza construyendo en la comunidad donde vivimos y trabajamos, en la comuna, porque ahí podemos directamente ejercer nuestra sabiduría e inteligencia; es en lo local, en el lugar donde vivimos, donde trabajamos y donde tenemos un poder, donde no hay poder central capaz de derrotarnos.

Respecto a lo que indica en cuanto al poder local, ¿pudiera ejemplificarlo con experiencias recientes?

En nuestro país eso ha quedado en evidencia cuando comunidades pequeñas –pero comunidades al fin– han tomado consciencia soberana de lo que son y han derrotado a los poderes centrales. Por ejemplo, está el caso de Freirina en 2012. Un pueblo de seis mil habitantes, ubicado en el desierto, fue capaz de derrotar a la gigantesca empresa Agrosuper, que tenía allí una planta de chanchos y aspiraba a tener cuatro millones de chanchos en los alrededores del pueblo. Cuando llegó al millón de chanchos y el hedor se hizo insoportable, los freirinos decidieron unirse y se organizaron en una asamblea territorial y lucharon hasta que mandaron a cambiar la empresa, la liquidaron. Y fíjate que, primero, el Gobierno mandó al cuerpo especial de Carabineros, al grupo de choque, que fue derrotado en batalla campal en una quebrada de la zona; y después, el Gobierno mandó a una ONG, al servicio de la empresa, para que demostrara cómo el trabajo que estaba dando Agrosuper podía contribuir al desarrollo del pueblo; pero tampoco le hicieron caso y tuvieron que retirarse con la cola entre las piernas.

En esa oportunidad las comunidades locales demostraron su poder y coincidieron con el proyecto de Recabarren, eso de que si el pueblo se organiza donde vive, donde trabaja localmente y donde conoce su territorio al revés y al derecho, es invencible. Esto es lo que hay que aprender y no a hacer política indirectamente a través de representantes que se convierten en profesionales de la representación y terminan usurpando la soberanía; debemos construir una entidad donde directamente se controle todo.

¿Cómo construir una Asamblea Comunal ciudadana?

Es justamente en una Asamblea Comunal Constituyente donde parte la Asamblea Nacional Constituyente. La experiencia que hubo en Chile por 1820 y más tarde –no puedo detallar esto porque es muy largo–, comenzó por establecer, primero, asambleas locales tipo cabildo, siguiendo la vieja tradición de los cabildos que venían desde el siglo más o menos octavo o noveno después de Cristo. 

Entonces, la soberanía quedó expresada donde el pueblo puede deliberar y delibera, donde hay vecindad, donde todos tienen problemas comunes, que afectan a la familia y a los hijos. No hay mayor unión que la que produce una comunidad cuando dice: “Tenemos que proteger a nuestros hijos”. Eso forma inmediatamente un sentimiento de comunidad, insta a deliberar sobre el problema que los afecta y cómo resolverlo; de la deliberación surge la voluntad y esta es soberanía.

La soberanía no existe en lo nacional, la soberanía popular no funciona en lo nacional, es débil, ahí se pierde, eso es el mundo de los políticos, de los representantes profesionalizados; en cambio, la soberanía es real y es muy difícil de derrotar en lo local. Por eso el movimiento constituyente actual necesita a corto plazo instalar asambleas constituyentes comunales, para iniciar el proceso de reflexión constitucional.

Nuestra historia nos enseña que cuando la ciudadanía se decidió por hacer eso, organizó cabildos constituyentes y discutieron acerca del carácter que iba a tener el nuevo Estado –esto es bien interesante–: los principios humanos y sociales que deberían articular; los fundamentos teóricos filosóficos de ese nuevo Estado –por ejemplo, el nuevo tiene que ser descentralizado con representantes responsables ante el pueblo que lo elige; con organizaciones locales deliberantes; con Ejército deliberante; centrado en la producción y no en el puro comercio internacional; de modo que estos principios se discuten a nivel local, donde pueden participar el máximo de ciudadanos.

Fíjate que en el pasado los procesos constituyentes partían por cabildos locales, que llegaban a acuerdos con respecto a los fundamentos del Estado y recién, una vez establecidos esos acuerdos, elegían sus delegados a la Asamblea Nacional Constituyente, quienes iban a este espacio con un mandato.  

Desde 1830 hasta el día de hoy, en Chile elegimos representantes sin mandato soberano, por tanto nuestros representantes, como no tienen mandato, pueden hacer lo que quieran. Por eso se profesionalizan y constituyen clases políticas, gremialismo político, por eso es que la Asamblea Constituyente local es fundamental, porque esos delegados que van con mandato a la Asamblea Nacional Constituyente discuten no los fundamentos del Estado que ya llevan el mandato, sino más bien cómo esos fundamentos se especifican y se institucionalizan en funciones específicas de ese Estado; si quieres, son etapas.

Finalmente, ¿cuáles son los desafíos en esta materia en el Chile actual?

Lo que en Chile enfrentaremos en este proceso constituyente es cómo nos organizamos, cuál es el itinerario, qué etapas de discusión habrá, cómo va a ser la Asamblea Nacional, ¿iremos con mandato o sin mandato?; si van con mandato, tienen que haber asambleas de base donde se discuta lo esencial y de allí emerja el mandato.

La clase política chilena nos puso un itinerario forzado, porque la Comisión Constituyente o eso que llaman la Comisión Mixta –que es peor–, se elige a nivel nacional y no a nivel local, con voto individual, y el individuo no delibera para votar porque se supone que hay libre albedrío, en consecuencia, como va sin deliberación previa, ese candidato a la Comisión Nacional Constituyente va sin mandato soberano.

Este Comisión Constituyente que proponen los políticos es como elegir otro Congreso Nacional, con delegados que vamos a elegir para que discutan sobre la Constitución, pero sin mandato, insisto. Por eso los políticos, que son maestros en esto de elegir con voto individual y encima secreto, sin mandato, van a controlar, por supuesto, esa comisión. De ahí que en este proceso se necesite reconocer nuestra propia historia, que la soberanía se ejerce desde el cabildo, desde la Asamblea Comunal, porque es ahí el espacio en que se discuten los fundamentos del nuevo Estado, y en la nacional solo se especifica, se institucionaliza, se concretiza ese Estado, de acuerdo a esos fundamentos. Esto que digo no la sabemos como ciudadanía, porque esta experiencia que cuento la hemos investigado, pero la “historia oficial” no la cuenta, no hay nada para instruirnos en cómo debe actuar el pueblo soberano cuando quiere construir su propio orden social, no hay ningún texto de Historia, de Sociología o de Derecho Constitucional que enseñe a definir quién es el ciudadano soberano y cómo ejerce la soberanía, porque lo único que dicen estos textos constitucionales es que el ciudadano es el señor que tiene más de 18 años y puede votar –cuando le pidamos que vote– y que su voto es individual, sin deliberación, y de paso secreto, porque tiene que votar en una cámara secreta, donde hace una rayita que después se convierte en un número y no en un mandato con sentido real cualitativo, con sentido político verdadero; es solo una rayita.

El proceso constituyente que pide Chile es real, hay muchos cabildos abiertos muy desordenadamente instalados, dispersos; hay miles y miles a lo largo del país, pero no están organizados, por eso proponemos que se organicen al más breve plazo posible como asambleas constituyentes comunales y comience ahí la Constitución, de la forma que dijimos, piramidal, para que después venga la Asamblea Nacional. Cierto que eso no surge espontáneamente, porque venimos de una expresión masiva en las calles, espectacular por donde se la mire, gloriosa, con imágenes increíbles que van a quedar para siempre en los libros y en todas partes, pero no sabemos exactamente la estrategia, la táctica, la ciencia de cómo construir un proceso constituyente soberano desde la soberanía misma, no lo sabemos hacer, nadie nos enseña, no hay textos, ninguna universidad que enseñe eso, solo enseñan –como dije– a votar haciendo una rayita, voto secreto y de 18 años para arriba, ¡los que tienen menos de 18 no son ciudadanos!

¿Es antojadiza esa barrera etaria?

Lo paradójico es que vemos que en la comunidad local quienes son los más activos, los más protagónicos, los que más inciden son precisamente los menores de 18 y los niños, quienes son el centro de atención. El centro de preocupación principal son los niños, pero para ellos –los políticos–, ser niño activo, ser niño querido, ser niño centro de mesa, no es ciudadanía; ser un joven que tiene toda clase de grupos de rock, punk, de lo que sea musicalmente, o colectivos de teatro callejero, de fútbol, de deportes, de robo, de drogadicción y hasta de tráfico, eso no es ciudadanía. Hay que aprender a ser ciudadanos desde niño a viejos y no solo cuando tenemos más de 18 para hacer una rayita secreta.

Ese es el gran desafío que vemos en este proceso chileno, que sabemos que tiene que sentar, como quién dice, ejemplo, que debe construir un paradigma, porque la tradición revolucionaria que hemos recibido marcó la ruta por otro lado, por la vanguardia, por el partido, por la lucha armada, la violencia, la pura rabia, pero no por la creatividad, no por la inteligencia soberana, que es donde está el camino que se abre como posibilidad para el proceso chileno. Por cierto, es un camino difícil, trabajoso y único, porque cargamos además con el imperativo del ya no podemos seguir perdiendo y eso lo sabemos, porque la memoria histórica que se ha acumulado de la derrota y las explotaciones que ha provocado, la victimización de la mayoría, es gigantesca; porque igual se sumó, por primera vez, una historia social que viene desde 1985 hasta el día de hoy, que es la que más se ha investigado, la que más se ha publicado, tenemos miles de libros de historia social denunciando todas estas cosas del pasado y del presente, a tal punto que es una ciencia hoy día peligrosa y por eso estos gobiernos, tanto los de la Concertación como el de Piñera, han tratado de eliminar la Historia de la Enseñanza Media.

¿Cree que la élite política ha llegado al punto de sentirse amenazada por el estudio de la Historia? ¿Por qué?

Claro, les resulta peligrosa porque si estudian la Historia tienen que leer esta literatura que es crítica, que habla del sujeto hacia el sistema y no del sistema hacia el sujeto; por eso es que alimenta la soberanía y al movimiento ciudadano.

Por primera vez el movimiento popular está usando términos que nunca usó: soberanía; poder constituyente; estrategia; Asamblea Constituyente, etcétera. Antes solo hablábamos de imperialismo; burguesía; revolución; lucha armada; vanguardia; líderes como Allende, Miguel Enríquez o Fidel Castro, pero no de ciudadanos. En efecto, el aprendizaje que poseemos nos permite un gran avance porque, por un lado, está el movimiento Mapuche; por otro, lo que fue el poder popular; y por otro, la resistencia contra Pinochet, o sea, tres experiencias que han ido acumulando memoria y sabiduría acerca de cómo actuar desde el pueblo y para el pueblo, sin pasar por los intermediarios, aunque nos falta la guinda de la torta.

¿Cómo hacer eso mismo pero ahora a nivel de construcción de Estado? Ahí es donde está todavía el problema, y nos damos cuenta que debemos hacerlo muy rápidamente, sobre todo en este periodo, antes de que termine la pandemia, porque el gobierno de Piñera se prepara con nuevas leyes que intentan controlar todo el poder militar para impedir y reprimir el movimiento ciudadano. Lo tenemos que hacer en un corto tiempo, de ahí la urgencia de pensar a fondo los problemas que hemos planteado, razón por la que estamos siempre dispuestos a conversarlos con quien sea, para de ida y vuelta ir desarrollando nuestro pensamiento, no solo crítico, sino propositivo y soberano.

Javier Larraín Profesor de Historia y Geografía