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Gabriela Mistral y España

Fuentes: “Punto Final”, edición Nº 833, 24 de julio, 2015

Entre los episodios significativos en la vida de Gabriela Mistral se encuentra su periodo a cargo del consulado en Madrid, entre 1933 y 1935. El abrupto término de su misión, con su traslado a Portugal, la agravió seriamente. La medida tuvo consecuencias en su comportamiento frente a la guerra civil que ensangrentó a España entre […]

Entre los episodios significativos en la vida de Gabriela Mistral se encuentra su periodo a cargo del consulado en Madrid, entre 1933 y 1935. El abrupto término de su misión, con su traslado a Portugal, la agravió seriamente. La medida tuvo consecuencias en su comportamiento frente a la guerra civil que ensangrentó a España entre 1936 y 1939 y también en su obra literaria. Algunos hablan de misterio. No hubo tal. Fue una suma de circunstancias, algunas debido al azar, de las que se aprovecharon los sectores conservadores en España y también en Chile.

En España la situación era muy compleja. En 1931 se había instalado la República y el rey Alfonso XIII había abandonado el país. Pero esa república no andaba del todo bien, debido principalmente a la oposición de los sectores oligárquicos. El poder de la nobleza, de la Iglesia retardataria y monarquista, de los terratenientes y la burguesía en las grandes ciudades acumulaba tensiones que tuvieron un estallido en la insurrección de Asturias en 1934, aplastada por el ejército con ayuda de mercenarios moros con un saldo de miles de víctimas entre muertos, heridos y encarcelados.

Gabriela llegó a Madrid como cónsul en 1933. La precedía su fama como poeta e intelectual, y su capacidad de trabajo y experiencia funcionaria. En España se encontró con Pablo Neruda, alumno suyo en el Liceo de Temuco, nombrado cónsul en Barcelona (aunque a él le interesaba mucho más Madrid, por su influencia cultural y social). También trabajó con Gabriela otro joven, Luis Enrique Délano, que sería un destacado escritor y periodista.

Recibida con honores, Gabriela Mistral pronto se hizo un espacio junto a los principales escritores y pensadores, como Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Eugenio D’Ors, José Bergamín y otros. También, y gracias a los oficios del embajador de Chile en Madrid, Carlos Morla Lynch, se relacionó con los jóvenes de la generación del 27 que estaban cambiando para bien la poesía española. Todo marchaba según se esperaba.

Parecía olvidada la polémica que había provocado su nombramiento consular. Al recibirlo, Gabriela estaba en Estados Unidos, como profesora invitada por el Barnard College de Nueva York. Había tenido algunos roces con Federico de Onís, encargado del Instituto de las Españas, y cuya intervención fue determinante para la publicación de Desolación , primer libro de Gabriela. Ella misma pasaba por una etapa de cambios.

En sus contactos con la realidad indígena de México, Guatemala, Perú y otros países latinoamericanos había asumido su condición de mestiza (de india, decía ella), y el respeto por las culturas precolombinas -aztecas, mayas, quechuas y mapuches, entre otros- y por lo mismo, tenía una mirada crítica hacia el descubrimiento y la conquista de América, que calificaba de genocidio. Defendía el mestizaje y llamaba a asumirlo, cuestionando la inmigración europea. En eso también disentía de Unamuno, a quien admiraba. Gabriela criticaba los aspectos más negativos de la cultura y la dominación española, el exterminio, la explotación, el desprecio. Enaltecía, en cambio, el papel del idioma y la labor de la Iglesia cuando defendía a los indígenas, destacando a Fray Bartolomé de las Casas, a Vasco de Quiroga y a otros obispos y sacerdotes. Dudaba también en ese tiempo del catolicismo tradicional y se había acercado al budismo, bajo cuyo alero estuvo varios años aunque en España pareció enfriarse su entusiasmo. Todo esto molestaba a muchos conservadores que, en medio de las peripecias de la naciente vida republicana, se refugiaban en la historia y los oropeles de la grandeza de España, del «imperio donde no se ponía el sol» y restañaban las heridas de la guerra de 1898 que había terminado con esos sueños.

Su debut en España se vio ensombrecido por la denuncia de una española residente en Estados Unidos que criticó en carta abierta el nombramiento consular de Gabriela alegando que en el fondo era antiespañola. Sostuvo que en su trabajo en el Barnard College criticaba sin argumentos la obra de Cervantes y que denostaba sin fundamento la acción civilizadora de España. Sostenía que la falta de tino de Gabriela la llevaba a denigrar a España incluso en sus actividades sociales. La carta fue publicada en el diario El Mundo de Madrid, y motivó una respuesta inmediata de Gabriela. El incidente se dio por superado a los pocos días, y pasó al olvido por su comportamiento diplomático en Madrid.

Sin embargo, lo revivió una circunstancia infortunada. En octubre de 1935, en una revista chilena se publicó una carta personal de Gabriela Mistral a unos amigos chilenos en que hacía un balance de su gestión y su vida privada en Madrid. Contaba en lenguaje corriente y con la franqueza de la intimidad, que España era un país que no funcionaba, en que imperaban los vicios y los escándalos, y en que la mayoría eran insufribles, pretenciosos, flojos, sumidos en la miseria. Es decir, nada diplomática.

La carta era genuina. Y las protestas de los españoles residentes en Chile fueron inmediatas. Los distintos grupos conservadores pusieron el grito en el cielo. ¿Qué había pasado? Gabriela había escrito esa carta personal a un matrimonio muy cercano, íntimo. Un periodista amigo de la familia que debía entregar una crónica sobre la actualidad española, le pidió antecedentes al dueño de casa. Este sin pensarlo mayormente le proporcionó una carpeta en que estaba la carta. El cronista, sin considerar el evidente carácter íntimo de la carta, procedió a publicarla con algunas modificaciones. Fue peor. El desastre diplomático empezó a escalar. Gabriela defendió con elocuencia su derecho a la intimidad y su libertad para opinar sobre lo que ocurría en países diferentes al suyo. Sin embargo, no contó con un apoyo contundente de Chile. El gobierno chileno decidió trasladar de inmediato a Gabriela Mistral a Portugal. En octubre de 1935 fue ascendida en propiedad a cónsul de segunda categoría. Allí permaneció hasta 1939, los inicios de la segunda guerra mundial.

Sin duda que Gabriela frente a los sucesos de España pudo haber hecho mucho más, especialmente en la denuncia pública. Su rencor contra la República española la llevó a no distinguir. Le falló la comprensión de las raíces del odio de los pobres contra los ricos y contra el clero, que había servido durante siglos a los opresores. España fue una tragedia universal y Gabriela no tomó un partido claro a favor de la libertad y la justicia. La pasión torció su juicio. La misma Gabriela que había elogiado a la República por sus logros en educación y en el tratamiento penitenciario, olvidó lo dicho y condenó ciegamente a los republicanos sin distinguir entre los genuinamente democráticos y progresistas de los republicanos que antes de 1936, cuando comenzó la guerra civil, ordenaron o justificaron la represión antipopular y la persecución antiobrera.

Esos tres años en España fueron, con todo, muy importantes para su formación poética y el desarrollo de su personalidad. Recibió la influencia de los jóvenes poetas hispanos, y estrechó lazos con personalidades ascendentes en un medio lleno de inquietudes, iniciativas y esperanzas. Se acercó a Pablo Neruda, que empezaba en España una vida llena de definiciones y méritos literarios evidenciados con Residencia en la tierra , libro que Gabriela saludó como el de un gran poeta; conoció a Federico García Lorca y a Rafael Alberti y mostró notorias capacidades para su trabajo consular, que cumplió con eficiencia y orden.

Gabriela quedó herida con España. Alguna vez dijo que no iba a defender a la República porque la República la había expulsado de España. En la guerra civil, la horrorizaron las crueldades de ambos lados. Pero su corazón estuvo con los republicanos, que era el bando de sus amigos. Ayudó a los que pudo después de la derrota. Y antes, colaboró con niños vascos que debían ser salvados de la guerra.

Nunca defendió al franquismo. Prefirió el silencio, aunque escribió un Recado en homenaje a un joven comunista cubano, Pablo de la Torriente Brau, caído en defensa de la República y las ideas revolucionarias. Gabriela nunca dejó de ser antifascista. Y nunca volvió a pisar tierra española porque en ella gobernaba Francisco Franco.