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Gades para siempre en Cuba

Fuentes: Prensa Latina

Vinculado emocional y políticamente a Cuba, el bailaor español Antonio Gades dispuso, antes de morir, que sus cenizas encontraran cobijo definitivo en la isla a la que amó con pareja intensidad que a su tierra natal. Desde la víspera estas descansan en un paraje de la Sierra Maestra, de diáfana belleza, otrora sede del II […]

Vinculado emocional y políticamente a Cuba, el bailaor español Antonio Gades dispuso, antes de morir, que sus cenizas encontraran cobijo definitivo en la isla a la que amó con pareja intensidad que a su tierra natal.

Desde la víspera estas descansan en un paraje de la Sierra Maestra, de diáfana belleza, otrora sede del II Frente Oriental Frank País encabezado por Raúl Castro, quien las despositó en el mausoleo consagrado a los combatientes de la épica que cristalizó con el triunfo de la Revolución de 1959.

El monumento elegido para alguien ajeno a todas las vanidades fue una palma real -símbolo por excelencia de cubanía, «las palmas son novias que esperan», dijo en el ardor de su lucha a finales del siglo XIX José Martí- rematada por un par de zapatos de baile, esos con los que Gades reivindicó la majestad universal del flamenco.

De alguna manera vuelve a cobrar vida aquí la estampa de aquel hombre de lealtades inquebrantables, «nunca me sentí un artista, sino un simple miliciano vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para donde, como sea y cuando sea, siempre estar a sus órdenes».

Así lo expresó al presidente cubano, Fidel Castro, y al vicepresidente Raúl Castro -a quien llamaba su compadre-, al recibir la Orden José Martí, la más alta que otorga el Estado en la isla, en junio de 2004.

Fue -afirmó en aquella ocasión el canciller Felipe Pérez Roque-, como antes lo fuera Ernesto Che Guevara, uno de los ciudadanos extranjeros a los que se confirió el honor de militar en el Partido Comunista de Cuba.

Con esa Orden se distinguía al artista que había hecho un enorme aporte a la cultura española y universal y «al irreductible comunista, al revolucionario que no ha perdido nunca la ilusión de un mundo mejor y no ha dejado de luchar por él».

Sus raíces ideológicas se afianzaron en un padre que partió voluntario hacia Madrid en defensa de la República española (1936-1939). Gades, como lo dijo en una oportanidad, llegó a la danza «por hambre», cuando tenía 15 años.

Pronto comprendió, sin embargo, que su medio de expresión más legítimo sólo podía ser el flamenco, el baile y cante andaluz, y que era la Andalucía de García Lorca, la árida y seca, con la que el comulgaba y no aquella de postal dibujada para consumo de los turistas ávidos de oropel y virtuosismos vacíos.

De acuerdo con esa asunción ética del arte, rescató las esencias legítimas del flamenco y las tradujo en esas coreografías de líneas puras, libradas de todo oropel, en las que la danza refulgía como un diamante duro y pulido.

Gades siempre fue un símbolo para los cubanos y ahora forma parte de las sustancias nutricias de su tierra.