El escritor estrella de la izquierda latinoamericana setentera habla de Bocas de tiempo, su último libro. Además, opina sobre el juicio a Pinochet, de las notas que el FMI le pone a nuestro país y del bendito fútbol. De las enseñanzas de la naturaleza a la sobrevivencia del jubilado que recibe una pensión que no alcanza ni para comprar la soga donde colgarse. ¿En qué cree Galeano hoy?
Busqué a Galeano (64) una tarde de lluvia hace casi dos años. Era verano en el hemisferio sur, pero Montevideo estaba gris como en los cuentos de Onetti. Pocos días antes, la selección chilena de fútbol había perdido por 2-1 en el mítico Estadio Centenario. Me quedé vagando un par de días en busca de Eduardo Galeano y Mario Benedetti con escasa fortuna, pues ambos se encontraban en Europa.
En Chile seguí intentando dar con el escritor. Luego de envi! ar ocho e-mails que creí ignorados, mi buzón anunció una respuesta y el silencio se transformó en voz: «De acuerdo entrevista, pero que sea sobre mi último libro. Saludos cordiales. Galeano».
Bocas de tiempo (Editorial Catálogos) llegó a mis manos la primavera del 2004. En el libro, el autor de Las venas abiertas de Latinoamérica, Memoria del fuego y El fútbol a sol y sombra escribe que las voces del futuro vienen del pasado, que el Ginkgo -el único árbol que sobrevivió a la bomba atómica de Hiroshima- sigue creciendo y que a diferencia de lo que la mayoría cree, el león y no la hiena, es el hijo de puta más grande del reino animal, esto sin considerar al hombre.
EL VIAJERO
En Bocas de Tiempo el uruguayo describe a través de relatos breves el viaje de la vida. Al nacer, el niño busca los brazos de la madre y al morir, los viejos aletean emulando ese primer movimiento. La vida se nos va entre dos aleteos. Ese dolor! feliz que es vivir se ha convertido ante los ojos de Galeano en un gran escenario donde el amor por la naturaleza, la conversación con los viejos y la necesidad de perderse fueron reemplazados por el control remoto y por el miedo a ser asaltado o a perder el empleo.
-¿Cómo es su aleteo entre la vida y la muerte Galeano?
-Ni más ni menos que como el de cualquier hijo de vecino. Hago mi viaje en este mundo, buscando, a veces encontrando, a veces creyendo y a veces no. Fácil no es, pero vale la pena. El sentido común ayuda. ¿Qué nos dice el sentido común? Que el destino del dedo está en la mano, que el diente nace para formar parte de la boca. Y la certeza de que mañana no es otro nombre de hoy también me ayuda a sacar la pata del pozo de la soledad, cada vez que caigo.
-En sus libros clásicos, digamos en Las venas… y Memoria… había una apuesta fuerte por la transformación de la sociedad por parte de quienes so! ñaban con otro modo de vivir, los del todo o nada, los que no temían apostar suicidio contra vivir de verdad. Ahora en Bocas de tiempo, contemplar la naturaleza, detenerse en la sabiduría de los antepasados o en el desarrollo de las vidas anónimas, significa frenar las utopías ¿ya no cree en nada Galeano?
-No, para nada. Yo no creo que el amor a la naturaleza y la reivindicación de las llamadas «vidas anónimas» contradigan el cambio social. Ningún cambio social tiene destino si no tiene raíz, y si no identifica la suerte de la humanidad con la naturaleza de la que forma parte. Tampoco tiene, creo, destino ni sentido ningún proyecto de cambio que no se alimente de la energía creadora que bulle en los sectores más despreciados de la sociedad. El cambio, cuando es verdadero, crece desde el pie, como cantó y creyó nuestro Alfredo Zitarrosa. Sobre las utopías: como dice mi amigo Fernando Birri, sirven para caminar. Si no tuviéramos la posibilidad de clavar los ojos más allá de la infamia, ¿qué sería de nosotros?
-Usted ha escrito en prestigiosos medios de comunicación, entre ellos Pagina 12 y El Mundo de España. En su libro escribe: «Tenemos la edición financiada. Había llegado publicidad. En la historia universal del periodismo independiente, siempre se ha celebrado semejante milagro como una prueba de la existencia de Dios». Al respecto, ¿qué le debe su pluma al periodismo y cuál es su visión sobre este necesario y a veces ingrato oficio?
-Nunca acepté esa frontera que separa al periodismo escrito de las demás formas de la literatura. Para mí, literatura es el conjunto de mensajes escritos que una sociedad emite, tengan forma de libro, artículo o lo que sea. No vale, pues, escudarse en esa suerte de derecho a la irresponsabilidad de los periodistas que escriben mal. El libro no está en lo alto de un altar reservado a las bellas letras, ni el! artículo periodístico yace en los bajos fondos de las letras feas. La responsabilidad es la misma: el empleo de la palabra y el respeto que ella merece. No se equivocan los guaraníes cuando utilizan la misma expresión para decir «palabra» y para decir «alma». Está prohibido mentirla, prohibido traicionarla. Si el periodismo implica un alquiler de la escritura, al servicio de quien la pague, más vale cambiar de oficio por motivos de dignidad elemental. Pero eso vale para el periodismo tanto como vale para cualquiera de las maneras de la expresión literaria. En realidad, la diferencia entre artículo y libro está más bien en el tiempo que cada tema exige. Hay una cierta urgencia inevitable en el periodismo, enemiga del tratamiento cuidadoso que algunos proyectos creadores demandan. De ahí no pasa el asunto: yo no creo que haya división de clases en la sociedad de la palabra.
CALUMNIAS Y CUENTAS
-En mayo de 1994, en la úl! tima visita que hizo usted a Chile expresaba: «Ojalá la próxima vez que venga, en lugar de encontrarme con una avenida 11 de Septiembre, me encuentre con una que lleve el nombre de mi amigo Salvador Allende». La situación no ha cambiado mucho y en Bocas de Tiempo usted recuerda una oportunidad en que Allende le confesó que lo más le había dolido de su derrota en las elecciones, era que la señora que se deslomaba por un sueldo, había enterrado sus pertenencias para que no se la quitaran los enemigos de la propiedad privada ¿Cuál es su pensamiento sobre Allende hoy?
-¿Qué encarna Salvador Allende, para mí y para muchos más, chilenos y no chilenos? La convicción de que la justicia y la libertad son hermanas siameses, nacidas para vivir con las espaldas bien pegaditas. Menos mal que Chile está recobrando la memoria de este demócrata de verdad, que identificó la democracia con la justicia social. Hasta no hace mucho, había co! mpañeros que tartamudeaban o tosían al pronunciar la palabra Allende. Ahora, por suerte, se les está aclarando la garganta.
-En Chile se ha abierto un expediente histórico en términos judiciales al procesar a Augusto Pinochet por la Operación Cóndor ¿Cuál es su parecer sobre el dictador y sobre está acción legal?
-Lo más importante es que sigan adelante los procesos judiciales. Chile es un país que contiene una poderosa energía democrática. No merece que lo calumnien proponiéndolo como un modelo fundado en la impunidad del poder.
-A propósito de modelos. En su libro hay un pasaje donde un viejo vagabundo y su brava mujer pelean en calle San Diego ¿cuál es su visión desde la distancia de nuestro país «el mejor alumno del barrio» ante los ojos del FMI y otras instituciones?
– Hace algún tiempo que no voy por allá, pero no por falta de ganas. Simplemente ocurre que vivo aquejado de aguda sobredosis de viajes y de tarea! s. Pero creo que Chile tampoco merece que lo calumnien proponiéndolo como un modelo fundado en el bienestar de pocos.
TARJETA VERDE
-Hace poco en Pagina 12, usted escribió sobre el club árabe Bnei Sakhnin y el club checheno Terek Grozny, flamantes campeones de Israel y Rusia, respectivamente. Ahí sostuvo que ambos equipos tienen en común «el ser clubes que representan a pueblos que no tienen el derecho de ser lo que quieren ser». A estas alturas del campeonato Galeano, ¿Qué significa el fútbol para usted?
-Es un deporte apasionante, a veces bello, que milagrosamente resplandece a pesar de lo mucho que lo ensucian el comercio y la politiquería. Un espejo del mundo, te diría. Del mundo que es, y también, a veces, del mundo que podría ser. En el fútbol juvenil de Finlandia, por ponerte un ejemplo, han inventado la tarjeta verde. El árbitro saca la tarjeta amarilla, que advierte, y la tarjeta roja, que castiga. Pero t! ambién puede sacar la tarjeta verde, que recompensa. Recompensa los actos de nobleza de un jugador en la cancha: cuando levanta al adversario caído, cuando reconoce una falta propia o una buena jugada del rival… Buena falta le haría al mundo la tarjeta verde, en el fútbol y en todo lo demás.
-¿Recuerda en qué momento se enamoró de este deporte?
-Cuando nací. Grité gol, como todos los bebés que se asoman al mundo aquí en el Uruguay. Por eso hay tanto ruido en las maternidades.
-A propósito de Uruguay. La vez que lo busqué sin destino en Montevideo bebí en una Bar llamado el Pipiolo y presencié una discusión entre un gallego viejo que aconsejaba a un pibe que se moría por partir a España. Uruguay tiene una tasa de emigración altísima. Desde el alba las colas kilométricas de sus compatriotas frente a embajadas, aguardan con escasa esperanza el milagro de una visa.
-Los jóvenes desandan el camino de sus abuelos. Una! tragedia nacional. Poca gente nace en mi país. Cuando esa poca gente crece, el país la expulsa. Y encima, para más le prohíbe votar. Los uruguayos no pueden votar en el exterior, ni en el consulado ni por correo. ¿Cuántos son los emigrados? No se sabe, las cifras mienten por lo que dicen y más mienten por lo que ocultan. Pero es inmensa la cantidad de uruguayos desparramados por el mundo, que se han ido, obligados, a buscar trabajo bajo otros cielos, en otros suelos. En los años de la dictadura militar, los echaba la policía. Ahora, en democracia, los echa la economía.
-La victoria de Tabaré Vazquez lo pone más optimista?
-La victoria del Frente Amplio en las elecciones pasadas anuncia cambios. Ojalá vuelvan los idos: los muchachos idos, las esperanzas idas. Ojalá.