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Galiza, iluminados por el fuego

Fuentes: Rojo y Negro

Sin prueba alguna en qué basarse más que una sarta de sospechas que por su burda generalización suponen criminalizar a los gallegos (pirómanos potenciales, según la versión oficial), Pérez Toriño, Anxo Quintana y el propio ministro Rubalcaba («unos desalmados», los llamó el responsable de Interior) están reproduciendo el argumentario utilizado por Fraga y compañía para […]

Sin prueba alguna en qué basarse más que una sarta de sospechas que por su burda generalización suponen criminalizar a los gallegos (pirómanos potenciales, según la versión oficial), Pérez Toriño, Anxo Quintana y el propio ministro Rubalcaba («unos desalmados», los llamó el responsable de Interior) están reproduciendo el argumentario utilizado por Fraga y compañía para negar la evidencia de aquella gigantesca marea negra. La diferencia es que los que entonces estaban en las trincheras están ahora en el Palacio de Raxoi y ya ni siquiera atinan a oír que, igual que ayer, en la calle se comienza a gritar «Nunca máis» y «Quién ha sido».

Al margen del esperpento del líder pepero Nuñez Feijoo enarbolando una manguera de jardinero para salir en la prensa y chupar foco en las televisiones, el parte de guerra se reduce a: la detención de un anciano de 91 años, cuatro perturbados, unos cuantos borrachines emuladores de Vulcano atraídos por la notoriedad mediática, algún operario de las brigadas contraincendios con resentimiento social por no habérsele renovado el contrato y otros tantos negligentes campesinos a los que se les fue la mano a la hora de quemar rastrojos, nada serio hay que indique que nos encontramos ante esa conspiración estratégica que insinúan en piña y tándem las nuevas autoridades.

Pero en política ocurre a menudo como en el mal periodismo (que ya es sólo el periodismo a secas): nunca hay que dejar que la realidad estropee una buena historia. Sobre todo si la teoría de la conspiración es compartida y difundida por los medios amigos y los más aventajados intelectuales de cabecera (Manuel Rivas, Suso del Toro y María Antonia Iglesias, entre otros, no han tenido empacho en mostrar su convicción -otra cosa no podían mostrar- sobre la existencia de una mano invisible y criminal que mecería las llamas junto a los núcleos urbanos para aterrorizar a la buena gente). En la Galiza postfragista hay una masa crítica progresista de iluminados por el fuego que se niegan a reconocer lo obvio: que la pira en que se han convertido este agosto sus espléndidos montes es consecuencia sobre todo de la pertinaz sequía, el abandono del medio rural y la desbandada poblacional, los malos pensamientos de algunos de esos ermitaños que sobreviven casi en la indigencia en sus 35.000 aldeas, las chispas de las máquinas radiales usadas popularmente para desbrozar el matorral y la casi nula política preventiva emprendida por los nuevos y bisoños mandatarios.

Hablamos de una Galiza desruralizada a la fuerza por mor de la modernidad que supuestamente exigía la incorporación el maná del Mercado Común Europeo, espejismo al que se sacrificó buena parte de su economía tradicional basada en la ganadería (cuota láctea) y la pesca (expulsión de los caladeros más rentables). Una Galiza urbanizada de aluvión con los miles de ex campesinos y es ganaderos que abandonaron sus raíces para acogerse a la beneficencia del Estado (posiblemente es la comunidad donde hay más cabezas de familia en situación práctica de desempleo, «rebajados» se dicen). Una Galiza que utilizó los cuantiosos fondos estructurales recibidos de Bruselas para construir una de las mejores redes de carreteras locales de Europa, para gozó de las grandes empresas de obras públicas, penetrando los rincones más apartados de sus cartografia. Una Galiza, en fín, diezmada por el esquilmador y chupóctero eucalipto, con un paisanaje aprisionado entre un pathos declinante y un futuro inhabitable, lo que, como han señalado en sus trabajos sobre el mundo rural Ramón Carande y Julio Caro Baroja, es una forma de suicidio generacional.

A todo esto, y sin más evidencia que una defensa numantina de sus intereses políticos y de casta, socialistas y nacionalistas oponen la ruleta rusa de la trama criminal, la piromanía étnica y la teoría de la conspiración. ¡Claro que promotoras inmobiliarias y constructoras andan al acecho para, andando el tiempo, hacer negocio con esas tierras baldías que han dejado los incendios, sobre todo en el medio plazo en que tarde en construirse la autovía del cantábrico que unirá el corredor europeo con Portugal! Pero aquí y ahora la gran mayoría de los incendios, mientras no se demuestre lo contrario, son consecuencia de la protesta de la madre naturaleza y de la incompetencia de una administración que no ha sabido prevenir lo que se le venía encima. Por más que, iluminados por el fuego, lo «progre» y políticamente correcto sea el pensamiento único de denunciar falsariamente una nueva conjura de los necios.