Para qué alargar la cosa, salió victorioso el sistema binominal que ha organizado la vida política chilena durante 24 años. Perdió E. Matthei con sólo 25% de los votos aunque la derecha festeje esta derrota como victoria. Con el 46% de los sufragios, Bachelet no pudo imponerse absolutamente en primera, pero lo hará seguro en […]
Para qué alargar la cosa, salió victorioso el sistema binominal que ha organizado la vida política chilena durante 24 años. Perdió E. Matthei con sólo 25% de los votos aunque la derecha festeje esta derrota como victoria. Con el 46% de los sufragios, Bachelet no pudo imponerse absolutamente en primera, pero lo hará seguro en segunda vuelta, a menos de un choque de meteoritos. Eran datos conocidos y las escaramuzas electorales del mes que viene no aportarán nada nuevo. Salvo insumo para el espectáculo mediático, porque lo esencial fue dicho. Se van entonces los antiguos comensales y la mesa está puesta para el concertacionismo ampliado. Al cierre de esta columna el socialista Camilo Escalona perdía la senatorial después de haber llegado de paracaidista a la 8a. Región Costa. A Navarro no le dio par salvarlo. La soberbia fue derrotada.
¿Quiere decir esto que con la alternancia binominal y la vuelta del antiguo régimen de Bachelet II algo se cierra en realidad? Ni tanto. Más bien se abre una nueva coyuntura política que se inscribe en un proceso sociopolítico más profundo de lucha por cambios estructurales que representaron Roxana Miranda, Marcel Claude y, de manera puntual, Marco Enríquez-Ominami y Alfredo Sfeir.
Es el período histórico entero, definido por sus propias correlaciones de fuerzas entre los grupos y clases sociales, el que está cambiando.
Cuando la derecha, tal como Hernán Büchi, sostiene que los problemas de Chile se resuelven «creando riqueza» y conservando las instituciones actuales, hay que preguntarse qué falta en ese dispositivo ideológico y discursivo clave de la propaganda neoliberal; o qué pretende ocultar.
La diferencia entre el presente, donde le tocará gobernar, con el pasado, aquel donde la Concertación ya gobernó por veinte años consolidando ese modelo concentrador de la riqueza en unos pocos grupos económicos, con la ayuda de la Constitución pinochetista y del sistema parlamentario binominal, es la pérdida de legitimidad del relato de los poderosos. Es decir, que el relato dominante de la necesidad de la expansión del capital y de la acumulación de la riqueza social acaparada privadamente por un polo del 1 al 5% ha perdido fuerza. En un parafraseo de ideas revolucionarias clásicas: los dominantes no pueden gobernar como antes, los dominados ya no quieren seguir siendo gobernados como lo fueron y, otros, en el medio, dudan de qué lado ponerse.
Lo que cambió gracias a las movilizaciones sociales, rebeliones de pueblos enteros y movimientos huelguísticos, fue la consciencia de la necesidad de cambios profundos para satisfacer necesidades sociales. Hemos visto una disposición o nueva subjetividad que opta, en casos de no resolución institucional de los conflictos, por la acción colectiva como condición de posibilidad real de hacerlos. No hay procesos sociales que sean «naturales». Estos son, como los cambios, resultado de la extraordinaria capacidad de los hombres y mujeres de carne y hueso de modificar las condiciones de existencia histórica, sociales, políticas y culturales.
En otras palabras. Es por la movilización que se abren las puertas a otros posibles. Es la enseñanza que dejan las porfiadas luchas recientes. Tal como lo han hecho los trabajadores a lo largo de todo el país, el pueblo mapuche, los estudiantes secundarios y universitarios; comunidades enteras, mujeres y pobladores.
Ricardo Lagos, un concertacionista emblemático, que expresa bien el pensar oportunista, sostiene que estamos en un «nuevo ciclo político y económico» y, que ellos, con Bachelet son los más indicados para hacer las reformas «adaptativas» con el fin de salvar el sistema político y económico actual. Según él, el nuevo ciclo político y económico chileno se debe a los 20.000 dólares de ingreso per cápita de los chilenos, y a más educación.
¿Y qué oculta a su vez esta tesis determinista de Lagos y de la Concertación al decir que la gente se moviliza, organiza y rebela porque «está bien» , es más educada y por eso aspira a tener más?
Primero que nada, la ignorancia de la situación real de abuso, desigualdad, endeudamiento y explotación en la cual viven la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas chilenos y sobre todo de los y las que trabajan de manera precaria. Segundo, oculta la responsabilidad de la Concertación en la la toma de consciencia de los ciudadanos de la necesidad de cambios estructurales debido a los abusos, negociados, fraudes y contubernios que la Concertación amparó, facilitó y promovió.
La Concertación vuelve por quinta vez al gobierno del Estado con el mismo personal político anterior. Trae bajo el brazo promesas ambiguas y reformas consensuadas con los poderosos sectores empresariales de la industria de la educación, de la energía, de los recursos naturales, del retail, de las farmacias, etc. Vuelve con ella la metodología de sendas comisiones en las que los concertacionistas seguirán consultando, no a pueblo, a los estudiantes o a los trabajadores ,sino a «expertos» de derecha y a políticos liberales para salvar el capitalismo y acomodarlo con las exigencias ciudadanas y populares.
Y muy posiblemente vuelve una bolsa de gatos y una canasta de jaibas.
La Concertación vuelve con la ayuda del poderoso dispositivo mediático (los impresos de Copesa y El Mercurio). Es la razón por la que no hay ninguna propuesta para facilitar el pluralismo informativo y por el derecho ciudadano a estar bien informado en el gobierno II de Bachelet. El duopolio periodístico seguirá, con subvenciones estatales, aplaudiendo el mismo duopolio parlamentario que organiza la vida política chilena desde 1989.
Pese a lo anterior, el triunfo de la Concertación y la consiguiente disputa parlamentaria no logrará parar un movimiento por los cambios en marcha. Son demasiados los conflictos latentes. Entre estos la recomposición del movimiento de la clase trabajadora en su lucha anti burocrática y por reconquistar derechos negados por la Concertación y las ultraderechas neoliberales será determinante.
Bachelet II tampoco podrá comprar la nueva conciencia que se instaló para quedarse: la necesidad de continuar con el proceso constituyente en marcha, tanto en las consciencias como en las variadas iniciativas como la que acabamos de ver. Proceso político que le devuelve el poder y la libertad constituyente a los ciudadanos y trabajadores y que deberá confluir en la elección de una Asamblea Constituyente para redactar una auténtica Constitución.
Este proceso constituyente que ya partió, no se hará sin una encarnizada disputa ideológica entre liberales, socialdemócratas de estilo republicano e izquierda anticapitalista, antineoliberal y democrática, que deberá estar a la altura de la tarea. Será un terreno de prueba de las correlaciones de fuerzas que atraviesan la sociedad chilena. Sus sectores más políticamente educados y conscientes saben que la elección de una Asamblea Constituyente, tal cual lo expresó un trabajador en una asamblea ciudadana y estudiantil en junio del 2011 en la Casa Central de la U de Chile, es y será la madre de todas las batallas.
¿No decían Condorcet y Thomas Jefferson que cada generación necesita una nueva Constitución?
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