Hoy, 19 de agosto, se conmemora el 70º aniversario del asesinato de Federico García Lorca. Quizás sea el poeta que más íntimamente percibió el sentido de España y su duende. Usando claves estilísticas con novedosas metáforas donde se usufructuaba la luna, el agua, la sangre, el caballo, los metales (puñales, cuchillos y navajas fálicas), el desgarramiento amoroso, la cultura gitana, la bravura y el arrojo, con esos materiales creó un orbe complejo que impuso como una nueva estética.
En su conferencia «Teoría y juego del duende» señala que escribir poesía es como partir a una cacería nocturna en un bosque lejanísimo. También afirmó que «España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional», refiriéndose al toreo, naturalmente, pero la Guerra Civil ampliaría, más tarde, al teatro nacional esa afición a la agonía.
Federico García Lorca emergió en su creatividad dentro de aquel vivero de talentos que fue la Residencia de Estudiantes de Madrid. Fue en ese entorno de inteligencia y creatividad, en aquel vivero de talentos, en esa universidad abierta, ávida de experimentación y vida, donde se instaló Federico en 1916. Residió allí durante doce años.
Cuando llegó a la Residencia, el director Jiménez Fraud le preguntó qué hacía su padre y Federico contestó: «mi padre es un infeliz, no es nada más que rico.» Poco después ingresaron Luis Buñuel y Salvador Dalí, integrando un inseparable grupo de amigos en el instante de su despertar. Buñuel recordaba que la habitación de Federico era uno de los centros de reunión más concurridos de la Residencia.
Cuando tocaba el piano salían a oírlo hasta los cocineros, llenaba el salón de alegría. Siempre mantenía una jarra de flores sobre el piano. Alberti recuerda su habitación como muy austera, algo así como una celda monacal, nada colgaba en las paredes excepto un dibujo de Dalí. De sus múltiples conferencias y actividades se recuerda, como muy excepcional, la que ofreció sobre repostería. Hizo un recorrido sobre los dulces de España: alfajores, hojaldres, jaleas, membrillos, mazapán, yemas, «un gracioso derroche de lindos nombres y deliciosos comentarios –dijo después Jiménez Fraud–, conectando dulces con geografía».
García Lorca visitó Nueva York entre 1929 y 1930 y dejó sus impresiones en los poemas donde reprocha el carácter mecánico de aquella civilización de robots en su libro «Poeta en Nueva York»: «… ninguno se detenía / ninguno quería ser nube, / ninguno buscaba los helechos… / Nueva York de cieno, /Nueva York de alambre y de muerte…» Y concluía en su «Canto a Walt Whitman»: «América se anega de máquinas y llanto».
García Lorca sintió una tentación muy especial por la América hispana que le recordaba tanto su reino de Granada. Llegó a La Habana el 7 de marzo de 1930, invitado por Fernando Ortiz. Se alojó en el Hotel Unión, en Cuba y Amargura, en el corazón de la actual Habana Vieja. Juan Marinello lo recuerda así: «una fuerza erguida, bullente, victoriosa, inviolable a la declinación y el agotamiento… saludable y parlero, ebrio de vida y de canto…dejaba la sensación que puede ofrecer un árbol lozano, un río encrespado, una mañana luminosa…»
Sus más entrañables amigos fueron María Muñoz y Antonio Quevedo, músicos españoles residentes en la ciudad. También visitó a los excéntricos hermanos Loynaz. Fue más amigo de Enrique y de Flor que de Dulce María, que rechazaba su desorden bohemio. Se iba por las noches a los cafetines de Marianao a escuchar a los bongoseros. Conoció la playa de Varadero, los valles de Yumurí y Viñales, visitó Caibarién. Con Nicolás Guillén se iba a beber ron carta oro y se burlaban de Campoamor.
Asistió a una de las extravagantes cenas de los Loynaz donde era requisito ir vestido de negro y arribar en coches negros tirados por caballos negros. Quizás esa imagen predominaría en él cuando escribió en su poema «Son de negros en Cuba» su famoso verso: «Iré a Santiago en un coche de aguas negras». Y afirma su deseo de hacer el viaje con la «rubia cabeza de Fonseca y con el rosal de Romeo y Julieta», litografías de las primitivas cajas de tabaco que le llegaban a su padre en Granada, cuando Federico era niño y se fascinaba con aquellas estampas. En Santiago lo recibió Max Henríquez Ureña y ofreció una conferencia en la Hispano Cubana titulada «Mecánica de la nueva poesía». Vio a Santiago como: «cintura caliente y gota de madera… brisa y alcohol en las ruedas… calor blanco… ritmo de semillas secas…»
En Buenos Aires conoció uno de sus éxitos más espectaculares cuando su puesta en escena de «La dama boba» de Lope de Vega alcanzó sesenta mil espectadores. La representación de»Bodas de sangre» por la compañía de Lola Membrives iba ya por las cien representaciones. Se imprimió una edición de su «Romancero gitano» que se agotó en quince días. En Argentina visitó Córdoba, Mendoza, Tucumán y Santiago del Estero. Ofreció una serie de cuatro conferencias que tituló «Alocuciones argentinas…» Calificó aquella tierra de «llanura poblada de endriagos donde por primera vez la vid de Baco se hizo sangre de Cristo…» Su estancia bonaerense duró del 13 de octubre de 1933 hasta el 24 de mayo de 1934, pero en enero y febrero de 1934 hizo un paréntesis para visitar Montevideo. Juana de Ibarborou lo recuerda como «… extrañamente melancólico a pesar de la euforia de todo su ser y sus arrebatos…»
Luego fue la orden de Queipo de Llano, el crimen de Granada, el sacrificio de Viznar y «las heridas quemaron como soles y tañeron las campanas de arsénico y de humo».