Que la llamada «Transición democrática» fue una operación política montada por la oligarquía española y los Servicios de Inteligencia estadounidenses y alemanes es hoy un hecho incontestable, que pocos historiadores serios se atreven a poner en duda. Durante décadas, sin embargo, la auténtica naturaleza de esa «Transición» fue ocultada al conocimiento público. Pese a los […]
Que la llamada «Transición democrática» fue una operación política montada por la oligarquía española y los Servicios de Inteligencia estadounidenses y alemanes es hoy un hecho incontestable, que pocos historiadores serios se atreven a poner en duda.
Durante décadas, sin embargo, la auténtica naturaleza de esa «Transición» fue ocultada al conocimiento público. Pese a los abrumadores testimonios que proporcionaba la realidad, la historiografía oficial se encargó de presentar a los protagonistas que la gestionaron como héroes generosos que lucharon denodadamente por devolver a su pueblo las libertades perdidas cuarenta años atrás. La verdad histórica, no obstante, fue abriéndose paso desde abajo, a contracorriente y contra la resistencia denodada de los cronistas cortesanos que, por cierto, no eran ni son todos de derechas.
El tiempo, como si de una implacable y lenta rueda de molino se tratara, ha ido pasando por la piedra a los personajes de aquellos momentos y poniéndolos a cada uno en el lugar que les corresponde. El heredero del dictador, Juan Carlos I, en el que el autócrata hiciera recaer todos sus poderes, fue convertido por la hagiografía oficial en una suerte de príncipe encantado, dechado de sobrevenidas virtudes democráticas y protagonista único del advenimiento de las libertades formales a este país. El paso de los años, empero, puso en evidencia que, como todos los borbones que lo precedieron, fue tan solo un simple crápula que terminó convirtiendo el palacio de La Zarzuela en una suerte de zoco mercantil de voluminosas comisiones y canonjías. La historia de este siglo XXI solo podrá decir de él que fue un bribón desvergonzado que se vio obligado a dimitir por las presiones de las mismas clases sociales que lo auparon al trono.
Otro tanto de lo mismo sucedió con el resto de los personajes que participaron en aquel ingenio político transicional, que pretendió ofrecerse al mundo como ejemplo de cómo había que salir de una dictadura impuesta por las clases dominantes, para pasar a una «democracia» formal instaurada también por las mismas clases sociales.
El relato histórico sobre aquella farsa, a la que el «consenso» entre las organizaciones de la izquierda y derecha convino en llamar «transición democrática», ha acumulado en el curso de los últimos años una importante bibliografía. Entre estas valiosas aportaciones se encuentran los libros de Joan Garcés, «Soberanos e intervenidos», y Alfredo Grimaldos, «Claves de la Transición 1973-1986). En ambos casos, las obras son el resultado de rigurosas investigaciones, que sin duda son hoy referencias obligadas a la hora de entender la naturaleza de aquel proceso político que tuvo lugar en la segunda mitad de la década de los sesenta. Tanto Garcés como Grimaldos, atendiendo a los datos recogidos en el curso de su trabajo, formularon la interpretación política e histórica que correspondía a aquellos acontecimientos.
BREVE BIOGRAFÍA DE UN AGENTE DEL ESPIONAJE MILITAR
Pero hasta el momento presente no se había contado -que sepamos- con el testimonio directo de quienes, desde un puesto en la intendencia de aquella operación, escribían el guión para los personajes de guiñol que aparecían ante la luz pública como protagonistas en el escenario de aquellos acontecimientos.
Ahora, desaparecido Adolfo Suárez y abdicado el Borbón, el enlace entre los Servicios Secretos Españoles, la CIA estadounidense y el BND alemán, un general del Ejército español, se ha decidido a hacer públicos los entresijos de la trastienda de la Transición. Se trata del militar Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre, adscrito a los mandos del Servicio de Inteligencia del Ejército español, que en un libro de reciente edición, titulado «El sueño de la transición. Los militares y los servicios de inteligencia que la hicieron posible», describe interesantes pormenores de aquella fraudulenta operación política.
El autor del libro, Fernández-Monzón Altolaguirre, es un general del Ejército cuyo perfil biográfico corresponde al arquetipo de las últimas generaciones de los militares de la dictadura, que no llegaron a participar en la Guerra Civil. Proveniente de una familia de militares que participaron en el golpe contra la República en 1936, Fernández-Monzón Altolaguirre ingresó en la Academia General Militar en el año 1950. De acuerdo con los datos que proporciona en su libro, a partir de entonces su carrera militar estuvo estrechamente vinculada a los Servicios de Inteligencia del Ejército español.
Como ocurrió con otros militares pertenecientes a esas áreas «sensibles» del Ejército de Franco, en 1962 Manuel Fernández fue enviado a los Estados Unidos, realizando – según consta en su currículum- «un curso» que le hizo permanecer en ese país durante un año en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Probablemente no por casualidad, a su vuelta a España fue destinado al Sáhara, y a partir de entonces a la Tercera Sección de Inteligencia del Alto Estado Mayor. En 1966 fue nombrado Secretario General del Servicio de Contraespionaje.
Con cometidos muy concretos, entre 1969-1970, el hoy general Fernández formó parte de un Servicio Internacional de Inteligencia con el que «operó» en la antigua Unión Soviética. Apenas un año después, bajo las órdenes del almirante Carrero Blanco, Fernández- Altolaguirre ingresó en el servicio Central de Documentación de la Presidencia de Gobierno, conservando su destino en el Alto Estado Mayor. Después de pasar por otros cargos, en el año 1980 ascendió a teniente coronel y fue nombrado director del gabinete y portavoz del ministro de Defensa de la UCD, Agustín Rodríguez Sahagún.
A partir de 1988 fue nombrado gobernador militar de Murcia y Cartagena, subdirector de la Escuela Superior del Ejército, jefe de la Escuela de Mandos Superiores, inspector jefe de la policía municipal de Madrid, con el Partido Popular. Finalmente, en el año 2001, bajo el gobierno de Aznar, realizó misiones de Inteligencia de la OTAN nada menos que en Pakistán y Afganistán.
Como podrá constatar el lector por estos datos biográficos, no se trata de un personaje de segunda fila en los Servicios de la Inteligencia militar española. Por el contrario, los puestos que ocupó en la jerarquía militar y el Espionaje le permitieron jugar un papel de primer orden durante los convulsos años que siguieron a la muerte de Franco.
Sin entrar en otras consideraciones, que posiblemente harían excesivamente extenso este artículo, nos hemos limitado a reproducir aquí unos pocos, pero significativos párrafos de la obra de Fernández-Monzón Altolaguirre, que permitirán a aquellos que sientan curiosidad por este período histórico interpretar algunas de las claves que facilitaron a las clases sociales hegemónicas hurtar a los españoles la posibilidad de decidir su futuro.
EL REY Y ADOLFO SUÁREZ FUERON MERAS COMPARSAS DE UN GUIÓN ELABORADO POR LA CIA
«Para entender la realidad de Suárez y de la Transición – escribe en su libro el general- hay que entender primero la preTransición. Y la película de la Transición, el rey y su presidente de gobierno, Adolfo Suárez, fueron los magníficos actores protagonistas, pero no fueron en absoluto ni autores del guión, ni los productores, ni los directores…».
«El guión se produjo, se diseñó, se elaboró y se concretó hasta el más mínimo detalle a partir del 27 de febrero de 1971, cuando visitó España el general Vernon Walters como embajador volante del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.
«Walters fue a ver a Franco y en esa entrevista, según él mismo relataría, le dijo que Nixon tenía mucho interés en saber qué opinaba Franco sobre el Mediterráneo. Franco se sonrió y le contestó: «Su presidente lo que quiere saber es qué va a pasar aquí después de que yo me muera».
El general Vernon Walters le contestó:
– Sí, todo está atado y bien atado, según usted, pero nosotros no queremos que eso sea así porque el rey no podría reinar en un país con el régimen actual sin reformar».
«A partir de ese momento, Franco encargó al general Walters para que estableciera contacto, primero, con el general Díez Alegría, jefe del alto Estado Mayor, y a continuación con el almirante Carrero Blanco…».
«Y fue un grupo de militares, encuadrados en el Servicio Central de la Presidencia del Gobierno (SECED, el servicio secreto, para entendernos), los que diseñaron, elaboraron y concretaron, con la ayuda de la Secretaría de Estado norteamericana, de la CIA y del BND alemán, las siete operaciones en que consistió la pretransición, y que fueron el guión que luego se seguiría».
«El Ejército y el núcleo del régimen franquista, no sólo no constituyó un muro, sino que fue el origen de ese impulso al que llamamos pre transición».
«Cuando se habla de que Adolfo Suárez resistió el chantaje de la dictadura y el cerco de los generales, tal expresión puede ser válida si se refiere a los tenientes generales, que eran los oficiales que hicieron la guerra con Franco, pero esos no tenían nada que ver con nosotros».
CARRERO BLANCO HIZO POSIBLE QUE FELIPE GONZÁLEZ ENCABEZARA LA «OPOSICIÓN»
Según el general Monzón Altolaguirre, Felipe González era muy consciente de que Carrero Blanco había jugado un papel decisivo para que Willy Brandt aceptara al PSOE del interior como partido oficial en la Internacional Socialista, y no al PSOE histórico que encabezaba Llopis en el exterior.
«Esto es tan cierto – describe en el libro el general Monzón Altolaguirre – que cuando yo se lo recordé a Felipe González el primer día que hablé con él, en un restaurante de la calle Santa Engracia, me dijo: «No se preocupen ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente consciente de ello, de nuestra boca no saldrá jamás una crítica contra el almirante Carrero Blanco».
Y continúa diciendo el general:
«Y lo ha cumplido, curiosamente, entre tanta barbarie de «memoria histórica». Ha sido como si se respetara esa consigna. El contacto de Carrero con Gustav Heinemann, [ministro alemán], se debía a que ambos habían sido ministros de la presidencial al mismo tiempo, y como los alemanes son todos nacionalistas – dígase lo que se quiera, los democristianos, y los socialdemócratas son alemanes por encima de todo – cuando Carrero le insinuó que había que favorecer a los de dentro, los del sector renovado en el caso del PSOE, Heinemann se lo comento a Willy Brandt. A mí esto me lo dijo el propio Carrero. Y Felipe González estaba al cabo de la calle, no sé si porque a él se lo diría Willy Brandt…».
El general Monzón Altolaguirre agrega cómo a la vuelta del Congreso de Suresnes, a Felipe González lo detienen en Sevilla, pero:
«… el jefe superior de policía recibió la orden tajante de la presidencia del Gobierno de ponerlo en libertad inmediatamente. El jefe de policía sevillano, que estaba encantado de haber detenido al secretario general del PSOE clandestino, asombrado, lo tuvo que poner en libertad sin entender bien lo que estaba pasando. Aunque ya hacía un año que Carrero había muerto, González pudo viajar a Suresnes porque, a la ida, nadie le pidió al pasaporte, que tenía requisado, y a la vuelta sólo fue retenido unas horas».
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