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George Lakoff y el manual del progresista

Fuentes: Cubarte

Los cubanos solemos reaccionar con extrema desconfianza, más que justificada, cuando oímos hablar de manuales. De hecho, cada vez que en el ámbito intelectual o académico alguien quiere referirse a una época de manuales, se refiere a ella como si hablase de una etapa del Paleolítico, afortunadamente remontada por la evolución, donde lo primitivo se […]

Los cubanos solemos reaccionar con extrema desconfianza, más que justificada, cuando oímos hablar de manuales. De hecho, cada vez que en el ámbito intelectual o académico alguien quiere referirse a una época de manuales, se refiere a ella como si hablase de una etapa del Paleolítico, afortunadamente remontada por la evolución, donde lo primitivo se conjugaba con lo feroz, y eso que se dejaba fuera, supuestamente para satisfacer exigencias de la sencillez y cumplir con las reglas de la comunicación, era lo complejo y profundo, o sea, lo que caracteriza precisamente a lo científico.

Puesta en perspectiva la cuestión, nuestra fobia a los manuales se debió, más que a los manuales en sí, a que nuestro intelecto fue sometido a una dieta demasiado abundante de malos manuales, asombrosamente primitivos y simplistas, que pretendían representar los más avanzado del pensamiento científico de la Humanidad mientras, en la práctica del lenguaje, de la argumentación, de la calidad de las traducciones, del diseño y hasta de los ejemplos de que se servían, eran de una indigencia pasmosa y de una incultura evidente. Luchar contra esta nueva escolástica hubiese motivado poderosamente al Padre Varela. Para diferenciar dos etapas del manualismo en la época revolucionaria, ha dicho Aurelio Alonso:

«El problema es que el manualismo que asumimos en los sesenta fue por desconocimiento, por iniciación, por carencias, pero el de los años setenta lo asumimos por alevosía, porque se prescribió cualquier lectura del marxismo que no fuera la ortodoxa…»

Los recuerdos que Fernando Martínez Heredia, de la época en que se formó como profesor de Filosofía en la escuela «Raúl Cepero Bonilla», confirman esta visión:

«La escuela tenía una pertenencia absoluta a la corriente teórica soviética. Estudiamos al detalle las 630 páginas del manual de Konstantinov, 315 de Dialéctico, y 315 de Histórico, prácticamente lo aprendimos de memoria…»

Rebasada, felizmente, esta Edad de Piedra del pensamiento marxista y esa estéril intención de unificar, disciplinar y domesticar al pensamiento revolucionario, es fácil de explicar nuestro rechazo a los manuales. Precisamente por ello alerto que cuando recomiende la lectura de un manual, como hago a través del presente artículo, es porque nada tiene que ver con aquella pesadilla superada por la vida, sino porque se trata de un libro donde, de manera sencilla, pero sin concesiones facilistas al lector, se expone un tema de obligatorio conocimiento para las personas de nuestro tiempo.

George Lakoff(Estados Unidos, 1941) es profesor de Lingüística y Ciencias Cognitivas de la universidad de California, Berkeley. Es también fundador del Rockridge Institute, un tanque pensante que se encarga de «reforzar a las personas para producir un cambio positivo (en la sociedad norteamericana) reenmarcando el debate público y facilitando el consenso entre muchas voces progresistas.» Formado en la universidad de Indiana, ha sido profesor visitante e investigador en Harvard, Stanford y Michigan. Experto en análisis semántico y lenguaje político, sus preocupaciones actuales se centran en la articulación del discurso progresista y las maneras de combatir el discurso conservador que ha estado dominando el panorama ideológico de su país. Es autor de dos libros de éxito «No pienses en un elefante», y «Metáforas de la vida cotidiana», junto a Mark Jonson. En el 2006 publicó «Puntos de reflexión: Manual del progresista», que la editorial Península, de Barcelona, lanzó en español, por primera vez, en octubre del 2008.

Este libro de Lakoff viene a sacar la cara, entre nosotros, por los manuales, y lo hace de manera convincente y airosa. Nada que ver con aquellos que aún nos provocan pesadillas. Lakoff logra el milagro de escribir de manera sencilla y profunda, y a la vez, con mucha información y sobre temas de candente actualidad.

La razón que ha motivado esta nueva obra de Lakoff se entiende mejor si recordamos que cuando se gestó la obra transcurrían los años duros, oscuros e inciertos donde la marea negra neoconservadora, con su Programa para el Nuevo Siglo Americano, sus guerras de Irak y Afganistán, el Acta Patriótica y un inefable presidente Bush reelecto, hacían presagiar el advenimiento de una rea de retroceso, de oscurantismo, de represión imperial y totalitarismo. En ese contexto, adquiere mayor relieve un libro como este, que plantea valientemente, desde el mismo Prólogo:

«Los Estados Unidos están en peligro. Se enfrentan a la amenaza de dominación de una derecha radical y autoritaria que se refiere a si misma como conservadora, como si pretendiera estar preservando y promoviendo valores estadounidenses, cuando en realidad, los está pisoteando. Los valores estadounidenses son progresistas, pero los progresistas han perdido el rumbo…Los términos del debate político se nos han escapado y hemos cedido, incluso, el lenguaje de los ideales progresistas, como la palabra «libertad», para que la extrema derecha los redefina. La derecha radical (los neoconservadores) conoce bien sus valores y su programa político. Ha impuesto sus ideas y su lenguaje. Ha dominado el debate y eso le ha permitido hacerse con el poder.»

La necesidad de lo que Lakoff llama «las bases progresistas», de «disponer de una síntesis breve, directa y sistemática de la visión progresista, de aquellos principios que abarcan todo tipo de ámbitos y de los elementos con los que abordar los distintos asuntos políticos», es identificada por el autor con la necesidad de redactar un manual. Así, de las necesidades del combate cotidiano en su país, en tiempos de peligros y marea alta de la reacción, surgió el mismo, y quizás eso lo haya salvado de los errores doctrinarios de sus ancestros padecidos por los cubanos. Porque no es lo mismo un manual de lucha contra el poder, que un manual redactado desde el poder.

El análisis de las principales secciones del manual y de sus ideas centrales, merece volver sobre el tema. Sirva, a manera de adelanto, el nombre de algunos capítulos, como «Marco y cerebros», destinado a profundizar en los marcos o frames, definidos como… «las estructuras mentales que le permiten al hombre entender la realidad, y a veces, crear lo que entendemos por realidad… Por lo general, nuestro uso de los marcos es inconscientes y automático, los usamos sin darnos cuenta», o el capítulo titulado «El arte de argumentar», que utiliza como ejemplo positivo la manera en que Barack Obama, entonces senador por Illinois, defendió su rechazo al impuesto de sucesión, en el 2006.

Lakoff nos muestra aquí como un Quijote trasnochado, intentando revertir la marcha inexorable de una derecha desbocada y atrabiliaria, que por aquellos años se aprestaba a la reconquista gradual del mundo, sino como un hombre de claro sentido político y un lúcido organizador. Su Epílogo así lo demuestra:

«El pensamiento es la primera forma de activismo. En el fondo los movimientos son valores e ideas. La organización es crucial, pero tiene que realizarse en torno a algo… Este es un manual para un trabajo que está por hacer: articular la visión progresista en todas sus manifestaciones. Articularla proactivamente, y no reactivamente. Articularla entre activistas y militantes de base de todo el país. No solo para la próxima campaña electoral, sino indefinidamente… Los marcos de superficie se desvanecen, los marcos profundos son imborrables.»

Sirva este libro de Lakoff, que algo debió de haber contribuido, aunque fuese modestamente, a la victoria de Obama, para reivindicar entre nosotros el triste nombre de los manuales. Y este es un aporte colateral, que estoy seguro George Lakoff no previó al escribirlo.

Aunque sigo pensando que lo ideal sería que los lectores tengan un nivel cultural y político tan alto, o eso que Fidel llamó «cultura general integral», como para no necesitar de manuales. Ni siquiera de los buenos, como este de Lakoff.