Con una participación suficiente (60%), se ha abierto un nuevo ciclo, tras el experimento de gobierno tripartito de izquierdas de siete años. El electorado ha votado, lo primero de todo, contra el gobierno. Bajan todos. Y lo ha hecho desde la referencia de país y para lograr un liderazgo estable y posibilista. Le ha dado […]
Con una participación suficiente (60%), se ha abierto un nuevo ciclo, tras el experimento de gobierno tripartito de izquierdas de siete años. El electorado ha votado, lo primero de todo, contra el gobierno. Bajan todos.
Y lo ha hecho desde la referencia de país y para lograr un liderazgo estable y posibilista. Le ha dado casi todo el poder a CIU.
Nacionalistas, federalistas, híbridos, derechas e izquierdas
En la agenda de estas elecciones se barajaban, al menos, cuatro temáticas: la identidad, la relación política y económica con España, el bolsillo en relación con la redistribución social interna y, finalmente, la gestión institucional. La Catalunya mayoritaria, ha votado de manera meridiana.
Ha votado, en primer lugar, identidad e identidad nacional (el voto nacionalista más el federalista se mantienen cerca del 80%) y, dentro de ello, por los nacionalismos catalanistas. En efecto, CIU, ERC, SI de Joan Laporta y RI. cat de Joan Carretero, en conjunto, han pasado del 45,5 al 50 %, mientras que el voto nacionalista español (PP y Ciutadans) a pesar del éxito del PP, solo gana dos puntos de 13,6 a 15,7%. Pierde el federalismo ideológico.
También les ha ido bien a las pequeñas apuestas ganadoras y de signo contrario: el independentismo económico, populista y poco elaborado -propuesta de proclamación parlamentaria de la independencia- del SI Laporta y el españolismo resentido de Ciutadans, que repite y mejora un poco.
En segundo lugar, Catalunya ha votado nacionalista sí, pero no independencia (el voto independentista total ha pasado de 14,05% en el 2006 a 11,56% en 2010) a pesar de las facilidades objetivas que daban la crisis estatutaria, el ascenso sociológico del independentismo y los procesos abiertos de construcción nacional.
El problema reside en el factor subjetivo: ERC como agente organizado. El independentismo social crece, pero el independentismo partidario no. La ERC, que era toda una brillante promesa en manos de Lluis Carod, con un discurso moderno y matizado, ha terminado por ser, a base de líos internos entre familias, una caricatura de si misma. Los republicanos se han dejado por el camino más de la mitad de los escaños, 11, y han perdido 200.000 votos: una parte hacia CIU (que gana en total casi 300.000) y otra hacia la SI de Joan Laporta (sus 102.197) y la RI.cat de Joan Carretero (sus 40.000).
Catalunya ha votado mantener una relación, tensa, con Espanya, pero más tensa que la de la época de Pujol, porque Catalunya ya se cree que está en construcción nacional. No le dice ni adeu ni benvingut y ni siquiera sólo un ¡qué hay de lo mío!, sino también «tomo mi camino» aunque todavía no saben cual ni cómo.
En tercer lugar, también han optado por darle importancia al bolsillo tras el disgusto estatutario (el eje de la campaña de Mas eran el Concierto y las infraestructuras). Pero las políticas sociales y solidarias desde ese bolsillo han pasado a segundo plano. Al respecto, el batacazo del conjunto de las izquierdas es significativo: todas pasan del 50,3% al 34% del voto y, en cambio, el escasamente solidario voto de derechas pasa (CIU, PP y otros) del 42,1, al 53,2%, y los híbridos en estos temas -Ciutadans y Laporta- pasan de 3 a 6,68%.
Igualmente ha aparecido el discurso xenófobo del PP y reaparecido el del PxC en un país con 15,9% de inmigrantes de media (20% en Barcelona, 30 y hasta 50% en unas cuantas ciudades).
Catalunya es más de derecha hoy que ayer pero posiblemente también más que mañana dada su tradición cívica progresista.
En cuarto lugar, la búsqueda de orden institucional pasa por el liderazgo del delfín de Pujol (a pesar del escándalo Millet). Pero habrá de jugar a dos bandas. Artur Mas necesitará algún socio puntual para alcanzar mayorías y ejercer el liderazgo en Catalunya, pero habrá de traer algo y pronto, mediante acuerdo en Madrid y dándole algún aliento a Zapatero, aunque los pactos de verdad vendrían tras las elecciones generales de 2012.
En el fondo se vuelve, más que a la normalidad, a formas conocidas. Las grandes apuestas ganadoras pertenecen a la derecha: el centro derecha liberal y democristiano catalanista (CIU) sube 14 y, de forma novedosa, la derecha españolista (PP) que sube, convertida en tercera fuerza. Y también es un anuncio de que Catalunya -salvo vuelco- ya difícilmente salvará a Zapatero. Es verdad lo del voto dual catalán según elecciones – el PSC puede recuperarse parcialmente en unas generales para frenar a Rajoy- pero el PSC y el PSOE juntos han despilfarrado esta vez un capital social importante.
Catalunya sin proyecto y apuesta por la gestión
Catalunya ha tenido su mirada tradicional centrada en cuajar una ciudadanía colectiva y en la referencia a Europa. Pero en estos tiempos de crisis económica, de déficit fiscal y de crisis política relacional con España, hoy ofrece una imagen enfadada, bastante ajena a lo que antaño fuera el Oasis catalán. Los dos temas centrales han sido: economía y España.
Se suponía que en tiempos de crisis económica los trabajadores peor situados votarían opciones defensivas para no cargar aun más con las consecuencias de la misma. Pero la decepción con el poco empastado tripartito de izquierdas (PSC, ERC e ICV), que ha tenido dos oportunidades, ha sido tal (con el resultado de 23 escaños menos) que todos han sido barridos -en menor proporción la ICV de Joan Herrera-, y ello a pesar de que la gestión no ha sido tan ineficaz como se la ha criticado -en Cultura, por ejemplo, ha sido muy buena-. En el fondo, la crisis como tal -cuando hay poco que repartir es fácil achicharrarse- y las zancadillas de Zapatero han ayudado sobremanera al fiasco. Llama la atención que ni PSC ni ERC hayan puesto en valor parte de lo realizado en el Gobierno y se colocaran en la tesitura del «yo no he sido» o «no me han dejado». Iban derrotados de antemano.
Se suponía que el triple cepillado estatutario (en Catalunya, en el despacho de Guerra antes de pasar por el Congreso y en el TC) llevaría al catalanismo al borde de la ruptura con España. Y en efecto, la «relación» es pésima y los re-sentimientos, mutuos, con los clichés injustos de la Catalunya arrogante e insolidaria y de la España ladrona y subsidiada.
Y, sin embargo, ha ganado la opción propensa a renegociar la «relación» desde el nuevo Estatut (CIU), sin concesiones soberanistas (referendos) o independentistas. Es más, también se ha premiado -desde el quintacolumnismo interno- a la opción (PP) que provocó el último cepillado, el más hiriente, el que arrolló la soberanía popular para dejarla en manos de un sanedrín de jueces políticos en representación de la España que se niega a reinventarse a si misma.
Un país decepcionado pero no tan descreido como parece. El que ha votado en estas elecciones es el mismo que se manifestó masivamente un 10 de julio, hace 4 meses, contra la sentencia de TC y que sigue cabreado pero contenido.
Los nuevos horizontes de CIU son los poco imaginativos de una senda neopujolista: Concierto económico, no más presión fiscal, retomar la interlocución en Madrid, el seny… El pensamiento conservador de las clases medias avanza: responsabilidad, reconducir, estabilidad y garantía de liderar un gobierno solvente en la actual coyuntura. Se ha impuesto el ignaciano dicho de » en tiempos de tribulación no hacer mudanza » . No mucho que ofrecer salvo quizás una gestión razonable.
Lamiéndose las heridas
Estamos en fase pendular en relación a la composición social de Catalunya y a su mapa político. Ello augura que es un mapa provisional y la vuelta a plazo, antes o después, del choque de proyectos entre derechas e izquierdas y la vuelta, también a plazo, de un soberanismo más maduro y cuajado que el republicanismo cainita que se ha presentado dividido en tres opciones separadas.
Siempre ha sido admirable el PSC por haber construido un pensamiento propio. Su liderazgo pudo ser transformador -más con Maragall que con Montilla- pero las veleidades de Zapatero, minándole la credibilidad, le han dañado tanto que hasta la campaña fue errática y volvió a mirar más hacia sus bases en las ciudades (industriales -postindustriales) con raíces en la inmigración de los 50 y 60. Tras Montilla tendrá que reinventarse pero con malos augurios para unas municipales demasiado cercanas.
Para terminar, la foto final es que asciende la polarización con fragmentación (siete fuerzas parlamentarias). En esto Catalunya se vasquiza.
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