No creo que yo sea el único al que el estado agónico que vive el «prusés», le provoque una asociación de ideas que remita a los estertores del llamado Caudillo en el Pardo. Los que vivimos aquellos momentos recordamos la surrealista situación: al individuo se le alargaba la vida a cualquier precio, al tiempo que […]
No creo que yo sea el único al que el estado agónico que vive el «prusés», le provoque una asociación de ideas que remita a los estertores del llamado Caudillo en el Pardo. Los que vivimos aquellos momentos recordamos la surrealista situación: al individuo se le alargaba la vida a cualquier precio, al tiempo que se nos vendía la moto de su pronta recuperación y, como quien dice, de cuarenta años más de caudillaje. Ahora, en lugar del «parte médico habitual», tenemos cada día una u otra declaración en el sentido de la inevitabilidad de la celebración del referéndum y la unidad indestructible del bloque independentista. Unidad que parece ser plenamente compatible con los navajazos que PDeCAT y ERC se prodigan cotidianamente.
En definitiva, esto se acaba. No da de sí para mucho más. No va a haber referéndum y los aludidos navajazos están provocados, por un lado, por ver quién carga con el muerto de la frustración y, por el otro, para ver quién es el perjudicado y quién el beneficiado en las inevitables elecciones subsiguientes. Sospecho que en el PDeCAT debe cundir cada vez más la idea de que han hecho el primo de mala manera (gracias a las astucias de cierto señor): se han quedado sin partido y, de momento, no hay ningún dirigente de ERC condenado. Solo ellos están poniendo los «mártires».
Hablemos ahora de las elecciones. Lo normal es que fueran antes de finales de año. Digo «normal» porque cabe la posibilidad de que algún sector, que junte radicalidad y frustración, ensaye alguna maniobra semi «putschista», con lo que se alteraría la normalidad democrática, con el consiguiente ridículo incluido.
El nuevo parlamento resultante distaría bastante de parecerse al actual, sobre todo si la CUP cumpliera su promesa de retirarse a sus cuarteles de invierno municipalistas. Por supuesto que cabe la posibilidad de que alguna candidatura radical aprovechara la situación y ocupara parcialmente el hueco cupero, más en la línea nacionalista, e incluso xenófoba, que en la de sensibilidad social. En cualquier caso, todo apunta a que ERC será el principal partido y lo normal es que entonces aspire a gobernar. Pero ¿cómo?
Si la mayoría independentista fuera irreproducible, es muy probable que Junqueras se inclinara por mirar hacia su izquierda, empezando por el partido de Colau. La ambición de poder que están demostrando sus líderes y la indefinición y el oportunismo que les acompaña, los convierten en socios ideales. El PSC debería completar el nuevo tripartito.
Por supuesto que llegar a esa solución no sería fácil. ERC debería dar muchas explicaciones a sus bases. Pero no soy el único que la considera factible, si se analizan los comentarios aparecidos en los medios a socaire de las últimas encuestas. Y a partir de ahí, surge la pregunta: ¿es deseable, desde una perspectiva de higiene democrática, ese supuesto gobierno de «izquierdas»? Me atrevo a afirmar rotundamente que no. Partiendo de la perspectiva de los tripartitos anteriores, que para lo único que sirvieron fue para montar la provocación del nuevo estatuto de autonomía, radicalizar CDC y permitir a ERC acceder a resortes de poder, el nuevo sería una bomba de relojería, que llevaría a reproducir el «prusés» en un plazo más corto que largo. El independentismo seguiría controlando todos los mecanismos que han llevado a la situación presente: escuela, medios de comunicación, sistema electoral sesgado, clientelismo,…
La salud democrática del país exige desmontar el tinglado nacionalista para no tener que seguir pendientes de en qué momento puede eclosionar el huevo de la serpiente. Y eso solo lo puede llevar a término un gobierno sustentado en un bloque de diputados constitucionalista, que hoy por hoy implicaría al PSC, C’s y PP. Habrá más de uno que al leer esto se rasgará las vestiduras; otros dirán que le estoy pidiendo peras al olmo. Lo que es cierto es que no sería fácil, sobre todo porque la derecha tendría que aceptar, de forma muy clara, ceder en los aspectos sociales. Pero la existencia de precedentes demuestra su posibilidad. Por ejemplo, la etapa de Patxi López al frente del gobierno vasco, que representó un punto de inflexión innegable.
La tarea a desarrollar por ese gobierno reformista sería ingente, en línea a lo dicho anteriormente: convertir los medios de comunicación públicos en plurales y acabar con el escandaloso sistema de subvenciones a los medios digitales y de imprenta monocordes con el discurso nacionalista; descontaminar ideológicamente la escuela y aplicarle un sistema real de bilingüismo, al igual que a los demás ámbitos; redactar una ley electoral que responda a la vieja máxima «un ciudadano, un voto»; acabar con la pantomima de los consejos comarcales, en beneficio de mancomunidades de municipios para prestación de servicios; reconocer la realidad y recuperar el área metropolitana de Barcelona, sin descartar la posibilidad de actuar de forma similar con la de Tarragona.
En definitiva, las más que probables próximas elecciones son de la mayor trascendencia para Cataluña. Pueden determinar, para bien o para mal, el porvenir de los ciudadanos catalanes durante bastantes años. Si no se aprovechara la debilidad con la que saldrá el nacionalismo del berenjenal en el que nos ha metido, para llevar a cabo la política de reformas aludida, sería un error inconmensurable. Y hay quien dice que a veces un error es peor que un crimen.
Fuente: http://www.alternativaciudadana.es/2017/04/26/gobierno-izquierdas-gobierno-reforma/
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