El Partido Comunista, que en estos días culmina su 24º congreso, se propone «crear las condiciones para un gobierno de nuevo tipo, que lo vislumbramos como un gobierno que, dejando de lado los errores que cometió la Concertación pueda, a través de un acuerdo, de una convergencia de muchos partidos y movimientos, tanto políticos como […]
El Partido Comunista, que en estos días culmina su 24º congreso, se propone «crear las condiciones para un gobierno de nuevo tipo, que lo vislumbramos como un gobierno que, dejando de lado los errores que cometió la Concertación pueda, a través de un acuerdo, de una convergencia de muchos partidos y movimientos, tanto políticos como sociales, llegar a acuerdos sobre objetivos importantes para el país», ha reiterado el presidente del PC, diputado Guillermo Teillier.
A simple vista, parece una propuesta impecable, al menos desde la perspectiva de la dirección de ese partido que, en lo esencial, busca asegurarse un espacio de participación en la institucionalidad a través de una telaraña de entendimientos, repartos, omisiones y asociaciones con la Concertación. Sin embargo, lo que es bueno para la dirección del Partido Comunista, no siempre es bueno para la Izquierda aunque el PC -de manera pertinaz- se atribuya su representación en cada coyuntura electoral.
La «estrategia» de forjar un gobierno de nuevo tipo con la Concertación significa dejar para las calendas griegas la misión de la Izquierda: construirse a sí misma en la lucha contra la injusticia y en la solidaridad entre los seres humanos, y a partir de su fuerza social, política y cultural, desarrollar una política de alianzas, ceñida a principios y a los objetivos tácticos de cada periodo. Sólo así sería posible alcanzar un «gobierno de nuevo tipo», definición que no sólo evoca un pasado bolchevique sino que fabrica un espejismo político que al esfumarse provocará nuevas decepciones y mayores deserciones en las filas revolucionarias.
Cuando no pocos miembros de la Concertación sostienen que esa coalición está muerta, o al menos boqueando, y otros se empeñan en ampliarla rebuscando en el basural del oportunismo, el Partido Comunista acude a reanimar un cadáver insepulto.
La Concertación, al contrario de lo que cree el presidente del PC, no sólo cometió «errores» que puedan dejarse de lado. Lo más grave no fueron sus errores sino su servilismo al capitalismo nacional y extranjero, y sus actos de corrupción. La Concertación es (¿o era?) una coalición política neoliberal. Por eso la Alianza derechista ahora la imita y sigue sus pasos en el gobierno, sin los complejos que padecían los regímenes concertacionistas. Con esa clase de socios -que representan intereses de clase diferentes- es imposible construir un «gobierno de nuevo tipo».
En rigor, el diputado Teillier precisa que el acuerdo que el PC pretende alcanzar debe «empezar por cuestionar la actual Constitución Política del Estado y todo el aparato institucional», sobre todo -desde luego- el sistema electoral. Sin embargo, esa condición no es nueva ni difícil de aceptar por la Concertación.
Si el senador Eduardo Frei Ruiz-Tagle hubiese ganado el 17 de enero la segunda vuelta presidencial, hoy estaría encabezando -aunque usted no lo crea- el primer «gobierno de nuevo tipo», de acuerdo a las exigencias del PC. En efecto, el comando presidencial de Frei -con la firma de Carolina Tohá- invitó al Juntos Podemos a sumarse a esa candidatura «para derrotar a la derecha». La carta al Juntos Podemos (agrupación encabezada por el PC) recogía todos y cada uno de los doce solemnes compromisos que pedía el PC para apoyar a Frei. El primer compromiso era una nueva Constitución que incluyera la reforma del sistema electoral, el derecho a voto de los chilenos en el exterior, la posibilidad de los dirigentes sindicales de ser candidatos al Parlamento, reformar el Tribunal Constitucional, etc., etc.
El segundo compromiso era mantener el 100% de la propiedad estatal de Codelco. El tercero, una educación pública de calidad garantizada para todos. El cuarto, el mejoramiento de la atención en el sistema de salud pública. El quinto: «ampliación de los derechos de los trabajadores»; el sexto, «recuperación del carácter nacional del agua»; el séptimo, «democratización de los medios de comunicación», y así continuaba el rosario de compromisos «por la democratización y el avance social de Chile», nombre que se dio al documento que el PC presentó como una histórica concesión arrancada a la Concertación.
No está demás agregar que seguramente ningún hombre y mujer de Izquierda votó por Frei creyendo que haría un «gobierno de nuevo tipo», o que cumpliría los doce compromisos. La votación izquierdista, que tampoco alcanzó para salvar a Frei, se motivó en un aspecto ético que es el sello distintivo de la Izquierda que no se vende ni se rinde, y que jamás dejará el paso libre a la derecha.
El PC, desde luego, merece respeto por su lucha antidictatorial -lo cual no lo exime de la crítica política-. Asimismo, como partido octogenario tiene edad suficiente para hacer lo que le venga en ganas, menospreciar al resto de la Izquierda e imitar -si le place- decisiones que llevaron a su desaparición a los partidos comunistas más grandes de Occidente. Pero el resto de la Izquierda chilena, a pesar de su dramática fragmentación y su extrema debilidad, no tiene que compartir una línea equivocada y nociva para los intereses del pueblo.
Chile necesita una Izquierda independiente, de orientación socialista y leal a los intereses de los trabajadores. Esta necesidad se hace más evidente en un periodo en que el país es gobernado directamente por una derecha que no oculta su nombre ni se avergüenza de sus intenciones. La Izquierda necesaria para Chile perdería el tiempo si se enredara prematuramente en negociaciones electorales y disputas por cuotas de poder burocrático. Eso sería empobrecer sus posibilidades de desarrollo. La Izquierda mendicante siempre recibirá migajas o propinas de partidos como los de la Concertación, que hipotecaron su destino para asociarse con los negocios.
El trabajo de la Izquierda independiente consistirá, por largo tiempo, en levantar un proyecto socialista que remueva la indiferencia y derrote el pesimismo. El objetivo es poner a los trabajadores chilenos en la ruta de los cambios profundos que pueblos hermanos, como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, están protagonizando en América Latina, en el ancho camino que hace medio siglo abrió la Revolución Cubana.
Cuando la nueva Izquierda chilena, vigorosa y creativa, pluralista y tolerante, alcance estatura y experiencia suficientes, habrá llegado el momento de proponer su alternativa socialista a otros sectores democráticos y compartir con ellos un gobierno de nuevo tipo que meta en cintura los excesos del capitalismo.
(Editorial de «Punto Final», edición Nº 724, 10 de diciembre, 2010)