Quizás la única nación vencedora en la Primera Guerra Mundial fue Estados Unidos. Intervino tarde y el costo material fue muy inferior al de sus aliados. Emergió, en cambio, por primera vez en el escenario mundial, como una potencia influyente. Al victorioso Wilson lo sucedieron los aislacionistas Harding y Coolidge, que asumían el nuevo liderazgo […]
Quizás la única nación vencedora en la Primera Guerra Mundial fue Estados Unidos. Intervino tarde y el costo  material fue muy inferior al de sus aliados. Emergió, en cambio, por primera vez  en el escenario mundial, como una potencia influyente. Al victorioso Wilson lo  sucedieron los aislacionistas Harding y Coolidge, que asumían el nuevo liderazgo  casi como un embarazoso e indeseable compromiso. El gobierno republicano de  Hoover llevó al país a un frágil auge con su política de laisser-faire.  Los especuladores se enriquecieron en Wall Street con un ascenso espectacular de  los valores de bolsa. En 1929 la pompa se desinfló. La depresión económica y el  desempleo ensombrecieron el panorama norteamericano hasta que Franklin Delano  Roosevelt lanzó el New Deal.
Ese período produjo una generación de intelectuales conscientes que se  preguntaban en qué país vivían, por tanto en la literatura estadounidense no han  faltado los escritores comprometidos con la crítica social y el análisis  político. Edmund Wilson, Susan Sontag, Lionel Trilling, Joan Didion, Arthur  Miller, James Baldwin, Norman Mailer y Lillian Hellman han sido algunos de los  más prominentes. Pero quizás el que más ha ejercido el criterio ha sido Gore  Vidal. Durante muchos años vivió en la costa napolitana de Amalfi, en una  hermosa villa sobre un acantilado nombrada «La Rondinaia», el nido de  golondrinas, donde acumuló página tras página que fueron consolidándole como uno  de los intelectuales más prestigiosos de  su país y del mundo. 
Gore pertenecía a una encumbrada familia. Su abuelo había  sido senador y su madre casó, en segundas nupcias, con un rico jurista y hacendado, Hugh D.  Auchincloss, que también era el padrastro de Jacqueline Bouvier, lo cual hacía a  ambos medio hermanos. Cuando Jacqueline se casó con John F. Kennedy, que llegó a  ser Presidente de la nación, Vidal fue un comensal frecuente de la Casa  Blanca. 
Su primera novela «Williwaw» (1946) estaba basada en sus experiencias en  la II Guerra Mundial pero en su segundo relato  «El pilar y la ciudad» (1948)  trataba la cuestión prohibida de la homosexualidad, en una época en que era  difícil hacerlo y el público no toleraba ventilar abiertamente las propuestas  temáticas espinosas. El rechazo que esta obra suscitó lo obligó durante algún  tiempo a dedicarse a escribir libretos para la televisión, en los cuales sí tuvo  mucho éxito. Sin duda, sus novelas históricas sobre la evolución de Estados  Unidos fueron las que solidificaron su posición: «Washington DC» (1967), «Burr»  (1974), «1876» (1976) y «Lincoln» (1984), que le permitieron ofrecer a sus  lectores una visión de la epopeya independentista y los entretelones de la vida  gubernativa de años más recientes. 
En esas páginas había afirmaciones como ésta: «Para el norteamericano  medio, la libertad de expresión es sencillamente la libertad de repetir lo que  todo el mundo anda diciendo y punto». Y también: «Siempre me ha parecido extraño  que una nación cuya prosperidad se base  en la mano de obra barata de los emigrantes practique la xenofobia tan  implacablemente». Y más aún: «No existe un periódico popular en todo Estados  Unidos que merezca la atención de un hombre inteligente». 
Gore Vidal escribió varios  libros de ensayo y en ellos desarrolló la  tesis de que Estados Unidos prosperaron gracias a la II Guerra Mundial, después  de doce años de recesión,  tras la cual   los magnates de la industria del  armamento que gobiernan los Estados Unidos ─quienes habían  multiplicado sus riquezas por el conflicto─, decidieron que  lo mejor para sus intereses era mantener a su país como un gendarme  universal y las finanzas debían ser  inscritas en una permanente economía de guerra.   
John Foster Dulles estimaba que en una carrera armamentística perpetua  los rusos quebrarían primero. Albert Einstein ya se había percatado, en tan  temprana fecha como 1950, que la clase dirigente de Estados Unidos no estaba  interesada en concluir la Guerra Fría. Vidal atribuyó a Teodoro Roosevelt el  papel originario de matón universal por su apoderamiento de Cuba, Filipinas y  Puerto Rico. Seguidor de las teorías de Alfred Thayer Manhan ─ tomadas de la historia  británica─, que postulaban que sólo serían una gran potencia si disponían  de una poderosa flota de guerra y adquirían posesiones en ultramar. Gore  recordaba que a partir de ese instante Mark Twain había propuesto que la bandera  de las barras y las estrellas debía ser sustituida por un nuevo pendón que  ostentase una calavera con dos tibias cruzadas debajo. 
Gore Vidal es uno de los más lúcidos cerebros de Estados Unidos y su  visión estratégica de su país como un barco en naufragio le ha otorgado una  justa reputación y una inmensa influencia en las mentes de sus conciudadanos.  
	    
            	
	

