Esta carta, enigmática a ratos, sugiere por ciertos matices que Gramsci empezará a comprender que el médico del penal, Cisternino…, estaba asesinándole. Por otra parte, el aferrarse a peregrinas explicaciones disimuladoras de la tuberculosis sugiere que esa ancestral reacción de los hombres de clases y países pobres ante dicha enfermedad ha ayudado a Cisternino en […]
Esta carta, enigmática a ratos, sugiere por ciertos matices que Gramsci empezará a comprender que el médico del penal, Cisternino…, estaba asesinándole. Por otra parte, el aferrarse a peregrinas explicaciones disimuladoras de la tuberculosis sugiere que esa ancestral reacción de los hombres de clases y países pobres ante dicha enfermedad ha ayudado a Cisternino en su asesinato. En cuanto a ésta, Zucàro (Vita del Carcere di Antonio Gramsci, Milano-Roma, 1954) ha escrito tras una entrevista con Cisternino y sin que éste lo haya desmentido: «El doctor Cisternino le abandona (MSL: a Gramsci), y hasta le dice en una ocasión que, como fascista que es, lo único que desearía es su muerte (MSL: de Gramsci)».
Manuel Sacristán (1969)
Sobre todo Gramsci subraya el modo en que la ideología y el sentido común tienen dimensiones sociales complejas. No son meros repertorios de ideas falaces que reflejan automáticamente los intereses materiales de las clases dominantes y que colonizan como un virus la mente de los subalternos. Están engranados en las formas de vida, en los sistemas de solidaridades, intereses y dependencias de grupos sociales heterogéneos. Este es el sentido de la «hegemonía», un concepto que Gramsci recogió tanto de los debates de los revolucionarios rusos como de sus estudios lingüísticos.
César Rendueles (2017)
No hay en El siglo soviético ninguna referencia a Antonio Gramsci pero conviene detenernos en un artículo breve suyo -apenas tres, cuatro o cinco páginas según las ediciones- que ha sido citado merecidamente, desde diferentes perspectivas, una y mil veces más: La revolución contra El Capital. Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917 y fue reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918.
Presento aquí la traducción de Manuel Sacristán, la de su Antología para Siglo XXI de 1970, reeditada por Akal en 2013 (recuperada también por Rendueles en su edición de Escritos. Antología, Alianza editorial, 2017). Son siete pasos en total.
En nota de su traductor (Sacristán): Artículo «La revolución contra El Capital«, en A. En IGP aparece el mismo día un artículo proponiendo un «club de vida moral» o asociación de cultura socialista, organismo intermedio entre el partido político y el sindicato. Es la primera manifestación de la búsqueda por Gramsci de organismos políticos (socialistas) de masas».
Un comentario general de un profesor e historiador de la UAB, maestro de muchos, José Luis Martín Ramos:
El texto no tiene un formato lógico maduro y, en efecto, puede contradecirse (el enredo entre ideología y hechos, porque utiliza los términos en dos sentidos diferentes). Se le puede aplicar el cuento que él aplica a Marx y los «marxistas». La «revolución contra El capital» es la revolución de los que eran acusados de no ser marxistas -de no tener en El Capital- por los menches y los marxistas de cátedra. No hay manera de entender la invectiva sino teniendo en cuenta que esa es una argumentación polémica también con los marxistas positivistas del propio socialismo italiano (Turati). Eso del libro de los burgueses va en el mismo sentido de lo que podríamos decir de la recomendación de Macron para que la gente lea El Capital. Gramsci recoge la crítica a los marxistas de cátedra como burgueses. El termino «crítica» no es en el sentido de «crítica de/contra» sino de «crítica histórica» -término que utiliza más adelante en el artículo, de «ciencia positiva». «Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx» reniegan de ese Marx positivo. Hay algo de provocación y algo de confusión. Está todavía influido por Croce. La frase del siguiente párrafo es significativa: «no reniegan, en cambio, de su pensamiento vivificador, inmanente (…) viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán y que, en Marx, se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas» y parece que esté hablando más del Marx de Engels que del Marx de Marx. Desde luego no es contra Marx sino contra una concepción economicista de Marx. La argumentación es más sugestiva que sistemática. Hay que ir con tiento con los escritos de Gramsci en sus primeros años; expresan siempre su posición política del momento, pero esa posición cambia y su argumentación mejora con el tiempo. Un ejemplo, sería exagerado deducir de los escritos sobre los consejos obreros turineses y las ocupaciones de fábricas que Gramsci es un consejista; él mismo revisó más tarde esas posiciones.
Sobre los marxistas de cátedra. Un apunte de Sacristán de sus clases de doctorado del curso 1984-1985, el último que pudo impartir:
El período más brillante y más célebre de la escuela histórica es el protagonizado por Schmoller. Esta época es la de mayor influencia de esta escuela. En cuanto a características ideológicas son las mismas de antes, la concepción de la investigación económica como investigación monográfica de base histórica y no una investigación teórica con pretensión universal. En el caso de Schmoller la influencia en Alemania y en Centroeuropa en general no es sólo teórica. Fundó además una asociación llamada «Asociación de Política social» que ha sido el punto de origen de casi toda la ideología socialdemócrata europea. En esta asociación se creó ese tipo de pensamiento del socialismo reformista que en el plano político era sobre todo un socialismo de catedráticos y que se traducía en un tipo de práctica política más bien ilustrada, dirigida por los jefes con poco movimiento de bases. Más bien, con técnicas políticas de tipo tradicional, de élites políticas.
Vayamos al texto gramsciano. La revolución de los bolcheviques, la de Octubre, señala Gramsci, «se ha insertado definitivamente en la revolución general del pueblo ruso». Los maximalistas, es decir los bolcheviques, «que hasta hace dos meses fueron el fermento necesario para que los acontecimientos no se estancaran, para que no se detuviera la marcha hacia el futuro produciendo una forma definitiva de reajuste -reajuste que había sido burgués-, se han hechos dueños del poder», han asentado, afirma Gramsci, su dictadura, su dominio, quiere decir, «y están elaborando las formas socialistas en las que tendrá que acomodarse, por último, la Revolución para seguir desarrollándose armoniosamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya conseguidas». Los choques, como se sabe, sí que fueron violentos a lo largo de toda la guerra desencadenada por los ejércitos blancos.
La Revolución de los bolcheviques, prosigue el autor de los Quaderni, «está más hecha de ideología que de hechos». Por eso, añade, «en el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora». Es la Revolución contra El Capital, de Marx, el activismo, la organización, las creencias de las gentes (lo que llama ideología) contra la supuesta determinación económica inexorable de la historia. Dicho rápido y mal: rige la voluntad transformadora contra el supuesto inmovilismo inferido de una lectura marxista clásica y con poca cintura de la situación.
El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios, continua Gramsci, era «la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución». La mirada ortodoxa de la situación: en Rusia como en Occidente, no hay más; El Capital lo ha «demostrado».. No hay otra. Los hechos, aquí parece haber un cambio de significado del término, los hechos equivaldrían a la acción, «han superado las ideologías». Los hechos, en este sentido, «han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico». Los bolcheviques, comenta AG de forma provocativa, reniegan de Marx, «afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído». Es decir, no reniegan propiamente de Marx, no es contra Marx, contra El Capital, sino contra una lectura «mecanicista», sin intervención de las clases en lucha, una interpretación poco creativa de la tradición.
Y, sin embargo, estamos ahora en el punto 3 del artículo, «también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador». No son «marxistas», es decir, no siguen a Marx de forma repetitiva, poco o nada creativa, su marxismo es una marxismo de vida, de lucha, «y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles». Como diría Francisco Fernández Buey, practican, crean, generan, un marxismo sin ismos… y con vida y lucha. La formulación, la copio, es muy potente, muy hábil: «no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles». Vale la pena retenerla: no son marxistas dogmáticos. «Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere», que es la continuación, en opinión del Gramsci joven, «del pensamiento idealista italiano [Croce] y alemán [Hegel]», y que en Marx, en opinión del Gramsci de 1917, «se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas». ¿Quiso decir científicas? ¿O más bien, de incrustaciones que tendían a pensar la Historia de manera autónoma, con leyes propias, sin la intervención creadora de los seres humanos? ¿Positivistas, naturalistas, equivale aquí a ciencia sin política, conocimiento sin vida, sin seres humanos que luchan y transforman? Desde luego, como ha señalado Martín Ramos, el contexto político, la lucha teórica de Gramsci contra tendencias marxistas italianas de aquellos años, explica las formulaciones.
(Abro un paréntesis. Sobre el Gramsci joven conviene repasar o leer por vez primera el artículo -que tiene su origen de una conferencia de Sacristán dictada en un Ateneo de Pontevedra- sobre «La formación del marxismo en el joven Gramsci». Se publicó en Realidad, la revista teórica del PCE, n.º 14, 1967. Puede verse ahora, 50 años después, en M. Sacristán, Sobre Marx y marxismo, Barcelona, Itaca, 1973, pp. 62-84. Cierro paréntesis).
Y ese pensamiento, de nuevo habla Gramsci, «no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto», la visión digamos economicista, tradicional, la ortodoxa e indiscutible en aquellos momentos para algunas tendencias, sino -el paso es más que brillante- «siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad» hasta que ésta, la voluntad, «se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee». Gramscismo en estado puro.
El idealismo, por decirlo en términos usuales, es obvio, es evidente, pero es también clara la voluntad de transformación, de lucha, de superación de los límites fijados. Digamos que los caminos del señor tal vez sean inescrutables, pero algo parecido ocurre con el pensamiento radical, revolucionario: el idealismo filosófico de Gramsci (que podemos considerar erróneo o alejado de la tradición marxista bien entendida) le mueve, le orienta a posiciones revolucionarias. La voluntad (transformadora( contra el destino (inexorable).
Dejo aquí por el momento el artículo de Gramsci.
Las siguientes palabras de Manuel Sacristán de una entrevista de 1979 que permaneció inédita más de quince años pueden ayudarnos a cerrar esta aproximación:
Eso tiene que contar mucho entre los factores de mi inhibición. A mí me parece que la historia de Gramsci es la historia de una catástrofe. Por eso, entre otras cosas, no me puedo poner ahora a cultivar la moda Gramsci. ¿Cómo va a haber esperanza de nada en la historia de una catástrofe? Uno puede tenerle mucho amor a Gramsci; yo se lo tengo, desde luego; es un figura muy digna de amor; pero no porque sea una perspectiva de éxito del movimiento obrero, sino que como cualquier mártir es digno de amor.
Digno de amor. Otro gran estudioso de Sacristán, Francisco Fernández Buey, recuérdese su Leyendo a Gramsci, solía recordar estas palabras. Emocionado.
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