Nada que reprochar a CCOO por la concentración de delegados en el Palacio de Vista Alegre de Madrid como acto de reafirmación del sindicato: al inicio, lleno hasta la bandera con unos 20.000 delegados, algún momento de emoción con Aute y «Al alba», algún signo de combatividad cuando se resaltaba que la resignación no es […]
Nada que reprochar a CCOO por la concentración de delegados en el Palacio de Vista Alegre de Madrid como acto de reafirmación del sindicato: al inicio, lleno hasta la bandera con unos 20.000 delegados, algún momento de emoción con Aute y «Al alba», algún signo de combatividad cuando se resaltaba que la resignación no es una opción y se coreaba el grito de deportivo, «¡a por ellos!». Los militantes de CCOO son un activo impresionante.
Sin embargo, conviene no perder de vista que la mejor reivindicación que de sí misma puede hacer una organización de la izquierda es su trayectoria: orientación ideológica, política seguida, luchas llevadas a cabo, capacidad de movilización, iniciativas y propuestas, su carácter participativo, transparente y democrático, la unidad practicada y el comportamiento de sus dirigentes, cuadros y afiliados.
No digo nada nuevo al afirmar que esa trayectoria es bastante discutible y, con razón, ha producido, socialmente y entre los trabajadores, un desprestigio considerable del sindicato. Al punto de que un acto tan legítimo como el del sábado, 24 de septiembre, ha recibido críticas que pueden evaluarse como poco justificadas, pero que cobran valor por el desapego que buena parte de la izquierda siente por CCOO. Han sido muchos años de pasividad y de falta de firmeza ante las políticas, crudas y demoledoras, ejecutadas por los sucesivos gobiernos del PP y PSOE, que culminan con la inexplicable aceptación de la ley de reforma de las pensiones. Todavía el sábado se intentó justificar este pacto, provocando una significativa división de opiniones en las gradas.
Pero en fin, pelillos a la mar respecto al pasado. Lo más preocupante es que, por la exposición que en el acto de Vista Alegre hizo el compañero Toxo, la dirección de CCOO está, entiendo, muy equivocada sobre la política necesaria a seguir en el próximo futuro, introduciendo una enorme confusión entre los cuadros del sindicato en unos sombríos momentos en los que, inevitablemente, la ofensiva contra los derechos sociales y las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población cobrará extrema agresividad. Ahí está el caso de la agonía de Grecia, a pesar de los rechazos a equipararnos con ese país, como espejo donde mirarnos y que nos exime de tener que explicar por dónde pretenderán los poderes económicos encauzar a la sociedad española.
El secretario general de CCOO ha venido a explicar a sus bases y, en general, a la izquierda, que se propone prolongar la política seguida hasta ahora de buscar acuerdos y pactos a cualquier precio para remontar la crisis económica. No ha sacado ninguna enseñanza del pasado, ni de las terribles consecuencias que está teniendo tenido esa política, entre otras las de abrir las puertas al gobierno del PP, justo cuando con la línea de apaciguamiento practicada se pretendía no dañar al felón gobierno del PSOE. Los modestos tintes progresivos del discurso de Toxo -reforma fiscal, banca pública- no ocultan la profunda desorientación que tiene el sindicato sobre la naturaleza de la crisis económica y el estado actual de la lucha de clases. Dos temas, que como se comprenderá, no son banales para la izquierda, en la dramática situación que vive la sociedad española y el futuro tenebroso que le espera.
La crisis se ha desencadenado sin que los trabajadores tengan nada que ver con ella -consecuencia del neoliberalismo y producto del desquiciado proyecto de Maastricht- y lo que es aún más esencial comprender: los trabajadores no tienen nada que aportar a la solución de la misma. Nuestro país tiene unos pasivos brutos frente al exterior de 2,3 billones de euros y, por muchos que sean los sacrificios y esfuerzos de los trabajadores, esa enorme deuda no puede pagarse. Por muchas reformas laborales que se hagan, por mucha precariedad que se implante, por retrocesos que sufran las pensiones, por intensos que sean los recortes presupuestarios, por más que se rebusque algo para privatizar,… no se eliminan los compromisos de la deuda existente, ni la falta de solvencia de nuestro país, ni las dificultades para seguir obteniendo liquidez en los mercados internacionales.
La prueba más contundente de esta afirmación es lo que ha ocurrido desde mayo del pasado año cuando Zapatero dio un giro drástico en su política, siguiendo instrucciones de los gobernantes y las instituciones europeas. Tras todas las reformas y recortes acometidos, utilizando el señuelo de que eran imprescindibles para superar la crisis, todos los elementos estructurales de esa crisis siguen intactos, e incluso agravados, y 18 meses después no hay ningún dato positivo que atribuir a la política practicada.
Cabría retar a los epígonos del neoliberalismo a que señalen en qué aspectos la crisis presenta mejores augurios que hace año y medio, si bien sería un desafío imposible pues siempre utilizarán el irreductible argumento de que las reformas no han tenido la profundidad necesaria.
En honor a la verdad, todo ello lo resaltó Toxo, hablando en particular del agravamiento del paro y de cómo el nuevo «tótem» – la prima de riesgo- había empeorado, pero sacó la extraña conclusión de que necesitamos más Europa, que los eurobonos pueden ser una pócima milagrosa y que hay que » salvar» a Grecia de la quiebra mientras el país se hunde en las tinieblas. En suma, la dirección de CCOO todavía ve en la Europa de Maastricht una solución y no un problema, como si al monstruo creado le cupiera la cirugía estética y como si fuese posible su transformación en algo digno de defender.
Toxo, es decir, la dirección de CCOO, todavía no ha entendido la crisis, ni valora correctamente la gravedad de las amenazas que se ciernen sobre la sociedad española. Con bastante ingenuidad se ha dedicado a intentar explicar a los cuadros de CCOO que la dirección del sindicato tiene soluciones. Se engaña.
El otro gran tema en el que creo que se confunde es cuando piensa que caben acuerdos, política de concertación, diálogo, concesiones, buena voluntad de todos para salir de la crisis,… sin entender que la lucha de clases está desatada hasta unos extremos en los que lo crucial es prepararse para la lucha.
La burguesía española, como todas las burguesías, se asustó tras las terribles conmociones financieras que provocó la quiebra de Lehman Brothers hace ya tres años. Se habló entonces de refundar el capitalismo o de abrir un paréntesis a la economía de mercado, pero con el tiempo de nuevo ha cobrado confianza, sobre todo en el sentido de que la clase obrera no constituye una amenaza a tener en cuenta.
Y así ha sido como, aprovechando la crisis, ha desplegado una ofensiva generalizada y muy dura en todos los frentes e impuesto medidas regresivas y antisociales, contando con la inestimable ayuda del gobierno del PSOE y las instituciones internacional del capitalismo. Reforma laboral tras reforma laboral, ley de las pensiones, recortes en los servicios públicos, disminución de salarios, congelación de las pensiones, mayor precariedad en el empleo, más impuestos indirectos, socavamiento de los sindicatos y su capacidad de negociación, ataque directo a sus estructuras y, como penúltimo logro, la alevosa reforma de la Constitución. Mientras los sindicatos hablaban de consenso, diálogo, concertación y practicaban la paz social, la derecha ha ido avanzando y dando un paseo militar, sin descuidar ninguno de los frentes en los que debilitar a los trabajadores. Todo ello, con la coartada de resolver la crisis pero sin hacerlo.
Seguir proponiendo pactos, ingenuamente ahora uno por el empleo y con su correspondiente concesión en los salarios, como hizo Toxo, cuando los hechos demuestran una y otra vez que no habrá lenidad por parte de la derecha y los poderes económicos, es un grave error histórico que no debería cometer la izquierda. La reforma constitucional ha puesto las bases para proseguir la ofensiva neoliberal y los nuevos gobiernos del PP en las comunidades autónomas y los ayuntamientos ya nos han hecho saber lo que esperan hacer.
No cabe sugerir medidas progresistas sin tener en cuenta que el gobierno del PP está en puertas, la relación de fuerzas entre las clases, el desprecio actual que se tiene a los sindicatos y, sobre todo, sin proponer proyecto alguno para conseguirlas. Ninguna referencia hubo a objetivos concretos, ninguna cita de movilización, ningún diseño de alianzas sociales -salvo la de crear una Plataforma por los derechos sociales, cuando ya existen las Mesas de Convergencia y un 15M que no recibió mención alguna- ni una mínima insinuación respecto al voto en vísperas de unas elecciones generales -al acto asistieron Lara y Llamazares, y Carrillo y Gutiérrez, después de su excursión por tierras del PSOE, y fue manifiesta la ausencia de Fidalgo, que seguramente se excusó por tener que acudir a un acto del PP-. Todo ello deja una impresión de vacío insondable.
La reconstrucción de la izquierda parece un objetivo imprescindible en estos momentos excepcionales y sin duda históricos, en la que los sindicatos y, en particular, CCOO tienen un lugar preferente. Se requiere claridad analítica, firmeza ideológica, compromiso de lucha, afán de unidad y paciencia, como se dice, revolucionaria. Poco aportó la concentración de delegados de CCOO a ese objetivo y estas tareas.
Tuve la impresión de que los rostros de los esforzados militantes de CCOO -el primer sindicato de España como tienen, tenemos, derecho a proclamar- al abandonar el mitin camino de sus orígenes reflejaban desilusión, desconcierto y confusión. Ciertamente, opino que la concentración produjo una gran decepción: la dirección no estuvo a la altura de la dramática situación que vive la clase obrera, ni de los peligros que acechan al país.
Apenas la mitad de las gradas estaban ocupadas cuando el Secretario general finalizó su faena en Vista Alegre.
Pedro Montes es economista y autor de varios libros: La integración en Europa. Del Plan de Estabilización a Maastricht (1993), El desorden neoliberal (1999) y La historia inacabada del Euro (2001) todos de la Editorial Trotta. Siempre comprometido con la izquierda y vinculado a sus organizaciones, mantiene un rechazo firme al neoliberalismo y una posición crítica al proyecto de construcción europea bajo los postulados de Maastricht.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.