Se han repetido muchos errores de consideración respecto del carácter del “proceso constituyente” iniciado con el acuerdo parlamentario entre la derecha y la ex Concertación suscrito el 15 de noviembre pasado.
El primero de ellos ha sido, nada menos, que el referirse a la Constitución que nos rige como la “Constitución de Pinochet”, en circunstancia que hace ya muchos años (2005) que tenemos una Carta Fundamental suscrita por Ricardo Lagos y todos sus ministros de entonces. Es cierto que esta nueva Constitución no alteró varios de los principios e instituciones fundamentales de la Constitución del 80 impuesta por Pinochet. Pero contó con la plena “bendición” de la Concertación, a tal punto que pretendió denominársela como la “Constitución de 2005”.
Es más, Ricardo Lagos en la ceremonia de su inauguración, expresó exultante que “hoy, 17 de septiembre de 2005, firmamos solemnemente la Constitución Democrática de Chile. Este es un día muy grande para Chile. Tenemos por fin hoy una Constitución democrática para Chile, acorde con el espíritu de Chile, con el alma permanente de Chile; es nuestro mejor homenaje a la Independencia, a las glorias patrias, a las glorias y a la fuerza de nuestro entendimiento nacional (…) Hoy nos reunimos inspirados en el mismo espíritu de 1833 y 1925 a darle a Chile y a los chilenos una Constitución que nos abra paso al siglo XXI. Esto es un logro de todos los chilenos, de los gobiernos que hemos tenido, de sus legisladores, de los partidos de Gobierno y de oposición, de los trabajadores y los emprendedores, de la mujer chilena, de periodistas fieles a su ética de informar, de las instituciones civiles y armadas, de las fuerzas morales, religiosas, académicas y creativas de Chile entero (…) Chile cuenta ya con una Constitución que ya no nos divide, sino que es un piso institucional compartido, desde el cual podemos seguir avanzando por el camino del perfeccionamiento de nuestra democracia” (El Mercurio; 18-9-2005).
Además, en ese 17 de septiembre Lagos reveló incluso algo más profundo: Que con esta nueva Constitución la Concertación estaba culminando el proceso de legitimación, consolidación y perfeccionamiento del conjunto del modelo económico, social y cultural heredado; al señalar que “tener una Constitución que nos refleje a todos era fundamental para las tareas que los chilenos tenemos por delante, puesto que ello consolida el patrimonio de lo que hemos avanzado en lo económico, en lo social y también en lo cultural” (Ibid.).
Asimismo, todo lo anterior explica perfectamente porque los más duros críticos a los planteamientos del movimiento estudiantil-ciudadano de 2011 en favor de una sustitución del modelo económico y de la misma Constitución a través de una Asamblea Constituyente, ¡fueron Lagos y los líderes del PS! De este modo, el senador PS, Camilo Escalona, habló despectivamente de que sustituir la Constitución a través de una Asamblea Constituyente era “fumar opio”. José Miguel Insulza se manifestó abiertamente atemorizado con ella, al decir que “una Asamblea Constituyente es una confrontación y eso no lo queremos, yo no lo quiero por lo menos. A la Asamblea Constituyente uno sabe por dónde entra, pero no por donde se sale” (El Mercurio; 29-8-2012). Y el propio presidente del PS, Osvaldo Andrade, expresó en entrevista a El Mercurio, de modo burlesco,que “la nueva Constitución va a ser para los tataranietos” (sic) (4-10-2014).
Y, por su parte, enojado Lagos y tomando en cuenta que el único aspecto que no los había dejado plenamente satisfecho respecto de su Constitución, era la mantención del sistema electoral binominal, declaró: “Si usted hoy dice que vamos a discutir en serio, y nos ponemos de acuerdo y se acabó el binominal, ¡se acabó la discusión de la Asamblea Constituyente!” (El Mercurio; 28-8-2012).
Precisamente, lo anterior explica porqué una vez lograda la sustitución del sistema electoral binominal por el proporcional -en mayo de 2015- el denominado “proceso constituyente” promovido por el segundo gobierno de Bachelet pasó a ser completamente “innecesario”, terminando sin pena ni gloria en un proyecto de “nueva Constitución” que ni siquiera fue conocido por los partidos de la ex Concertación y que fue dejado para los archivos al final de aquel gobierno.
Un segundo gran error respecto del actual “proceso constituyente” es el que considera que el acuerdo del 15 de noviembre ha tenido el propósito de resolver democráticamente el gigantesco malestar social que se expresó en octubre del año pasado. Y concretamente de darle a la sociedad chilena una voz decisiva en cuanto al establecimiento de una eventual nueva Constitución y de un nuevo modelo económico-social. En realidad, dicho acuerdo tuvo el propósito –inconfesable por cierto- de lograr todo lo contrario. Esto es, de aparecer pretendiendo aquello; pero, en la práctica, estableciendo fórmulas que lo hiciesen virtualmente imposible.
En efecto, al estipular un quórum de dos tercios para el texto a ser aprobado en la segura futura convención –quórum flagrantemente contrario a la regla democrática de la mayoría- lo que se buscó fue entregarle a la derecha el seguro recurso –dado que desde 1990 ha logrado, lejos, más de un tercio de los congresales, con o sin sistema electoral binominal- de poder vetar todo lo que allí podría aprobarse por mayoría. La pregunta surge sola: ¿Por qué el liderazgo de la Concertación concordó en eso, siendo que aquello evidentemente significaba darle un peso crucial a la derecha en la aprobación del texto final? Pues, por lo mismo que ha sido toda la historia de la Concertación desde que a fines de los 80 llegó a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (Edgardo Boeninger.- Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 369).
Una historia de aparentar seguir siendo de “centroizquierda” pero de continuar con las instituciones y políticas de derecha neoliberal de la dictadura, atemperadas solo con un mayor gasto social. De allí se explica no solo esta concesión del quórum de los dos tercios; sino múltiples otras concesiones efectuadas solapadamente desde 1989: La Reforma Constitucional concordada ese año por el cual le regaló la mayoría parlamentaria segura que le aguardaba a Aylwin; la negativa a suscribir pactos meramente electorales con el PC en los 90; el virtual exterminio de todos los medios de prensa de centroizquierda al continuar con la discriminación del avisaje estatal en su contra; la negativa a usar las mayorías parlamentarias finalmente conseguidas durante los gobiernos de Lagos y de Bachelet; la omisión de toda política para fortalecer a los sindicatos y organizaciones sociales populares; etc.
Entonces, cuando se apruebe la “nueva” Constitución, el liderazgo de la ex Concertación podrá plausiblemente “culpar” a la derecha (que obviamente no tendrá ningún empacho en monopolizar la “culpa”) de que no se haya podido obtener una Constitución que permita sentar las bases de un nuevo modelo de sociedad. Así como no lo tuvo en los 90 de “cargar con la responsabilidad” de no aceptar ningún cambio del modelo, las pocas veces que la Concertación envió demagógicamente en los 90 (sabiendo que se los iba a rechazar la derecha) proyectos de leyes en tal sentido. Una vez que hubo exterminado los medios de centroizquierda ya nadie públicamente la “acusaría” de seguir negociando innecesariamente con la derecha, como lo hizo en el primer gobierno de Bachelet con la modestísima reforma de las AFP. Reveladoramente, en este año ningún medio de comunicación ha siquiera mencionado el quórum de los dos tercios. Pareciese que ya no existiese…
Incluso, este quórum de los dos tercios es tan aberrante, ¡que hará que sea más fácil seguir modificando a través del Congreso actual la Constitución de Lagos (al menos respecto de muchos apartados que solo requieren un quórum de 60%) que aprobar un texto distinto con un quórum de un 66,66%!…
Y un tercer gran error sobre el “proceso constituyente” que se ha hecho muy común, es el de pensar que la segura derrota del “Rechazo” va a significar una rotunda derrota de la derecha. Ciertamente que muchos en las bases de la derecha le tienen miedo al triunfo del “Apruebo”, porque creen también que la mayoría electoral de centroizquierda se va a reflejar en una Constitución democrática, lo que terminaría con el modelo actual; ¡ya que desconocen también la existencia del “desaparecido” quórum de los dos tercios! Y creen también ingenuamente que la ex Concertación sigue siendo todavía de centroizquierda. Este genuino miedo de buena parte de las bases de la derecha le ha venido como anillo al dedo al liderazgo de la ex Concertación para hacerle más plausible a sus bases lo importante del triunfo del “Apruebo”. El punto es que un número creciente de los líderes de la derecha se han dado cuenta que tampoco les conviene “cargar” en exceso con una estruendosa y gratuita “derrota” en el plebiscito de “entrada” del proceso. De allí que sus presidenciables (Lavín, Felipe Kast y Ossandón); otros líderes connotados, como Longueira, Desbordes y Ubilla; y relevantes alcaldes del sector, como Codina, Delgado y Alessandri se estén pronunciando crecientemente por el “Apruebo”. Y que incluso ¡implícitamente Piñera está haciendo lo mismo al promover un conjunto de ideas (“Decálogo”) a ser consideradas para la “nueva” Constitución! Y ya han logrado persuadir a importantes franjas de su electorado. Así, de acuerdo a algunas encuestas, una pequeña mayoría de quienes votaron por Piñera estarían por el “Apruebo”. Ciertamente que muchos en la derecha votarán de todos modos por el “Rechazo”, dado que sus dirigentes no podrán convencerlos de lo infundado de su miedo. Para esto ¡tendrían que develar públicamente el carácter fraudulento de todo el proceso! Algo, por cierto, que no estarán dispuestos a hacer de ninguna manera. El mal menor para ellos será siempre “hacer de tripas corazón” y engullirse del mejor modo posible una parcial “derrota” en el plebiscito de entrada. Total, tienen virtualmente asegurado el éxito final del proceso con la preservación del quórum de los dos tercios.