La mayor parte de mi vida la he pasado trabajando para, y a veces con niños. Les quiero. Les entiendo. Comprendo que muchas cuestiones que se les reprochan están motivadas por la incomprensión de los adultos. Creo que conocer la infancia me ha enriquecido notablemente; me ha llevado a analizar mi propia niñez y a […]
La mayor parte de mi vida la he pasado trabajando para, y a veces con niños. Les quiero. Les entiendo. Comprendo que muchas cuestiones que se les reprochan están motivadas por la incomprensión de los adultos. Creo que conocer la infancia me ha enriquecido notablemente; me ha llevado a analizar mi propia niñez y a saber aceptar como fue y que he ido dejando por el camino. También me ha aproximado hacia los otros permitiéndome pensar en ellos cuando no eran ni actrices ni escritores ni científicas ni catedráticos ni tampoco mis amigos: cuando eran simplemente niños.
Lo más importante de la infancia es que se crece y se hace uno mayor. Como lo más importante de un edificio, se debe a la consistencia y calidad de sus cimientos. Que quienes son hoy niños y adolescentes alcancen la madurez poseyendo la capacidad de conocer y razonar, es desde mi punto de vista, lo mas importante que puede lograr un ser humano ¿Por qué quiere ponerlo tan difícil el ministro de educación y cultura, José Ignacio Wert? ¿Cómo espera conseguir una sociedad desarrollada y fructífera? posiblemente no le interesa.
Llegar a ser sabio, ¡qué antiguo suena!, qué pasado de moda nos parece la sabiduría cuando escuchamos a nuestras ministras y ministros, que apenas saben hablar porque tampoco saben qué decir, al presidente del gobierno que farfulla entre dientes para esconder mejor las mentiras debajo del bigote; o vemos esta televisión de rancio españolismo con sus toreros y ganaderos de alta alcurnia, sus tonadilleras, señoritos ricos, mujeres garbosas y demás flora y fauna de la patria!
Si echo la vista atrás, me doy cuenta que siempre, desde que tengo uso de razón, quise que la sabiduría fuera el objetivo de mi vida. No lo he conseguido pero cuando oigo exponer al ministro Wert sus conclusiones sobre las reformas educativas comprendo que, comparativamente hablando, he llegado muy lejos. ¿Como puede uno creerse que es tan tonto como parece?, me inclino a pensar que mas bien es que no quiere. Las razones que da para cambiarlo todo, para acabar de estropear lo que ya estaba mal hecho, convirtiéndolo en un desastre total, son fáciles de rebatir y voy a hacerlo ahora mismo pese a que seria suficiente citar a Bruno Bettelheim, Walter Benjamin, Jhon Berger, Alberto Manguel, Bertolt Brecht, Hanna Arend, María Zambrano, Carmen Martin Gaite, José Luis San Pedro, y una larguísima, inconmensurable, lista de intelectuales que opinan exactamente lo contrario que el; quizá lo desconoce.
Fundamentalmente Wert alega que los padres se le piden el cambio de sistema educativo. Lo hemos visto claro en las manifestaciones que, precisamente en contra de su ley, han sido un clamor en muchos lugares exigiendo una educación justa y libre que no privatice la enseñanza publica por la que estamos muchos dispuestos a luchar.
El ministro basa su razonamiento en el fracaso escolar pero parece desconocer que para saber hay que estudiar y para estudiar hay que leer. La falta del hábito lector imposibilita el enfrentarse con éxito a libros de texto. Se considera que se aprende a leer cuando se conoce el alfabeto y se sabe que la ‘m’ con la ‘a’ es ‘ma’, pero no es así; si no se adquiere el habito de la lectura uno esta destinado a ser un analfabeto funcional. Es decir, que leerá y escribirá pero apenas entenderá lo que lee y escribirá siempre mal. El analfabetismo funcional está mucho más extendido de lo que podemos pensar y se esconde detrás de la mayoría de la frustración escolar. Si no entienden lo que leen ni pueden leer con agilidad, con soltura y, en consecuencia, con interés aquellos libros que deberían producirles placer por ser de entretenimiento, mucho menos los que exigen un esfuerzo de concentración y se les cae de las manos de puro aburrimiento. Sin embargo, el precio de los libros no esta al alcance de todas las economías pero no me consta que se subvencionen editoriales y librerías y que se apoyen las bibliotecas publicas y, muy especialmente las de las escuelas. O sea se aísla y el libro y a los lectores del conocimiento y de la cultura, palabra que no figura entre las que utiliza el ministro.
Por otra parte, el momento por el que atraviesa la gran mayoría de niños y niñas que no gozan de una situación económicamente desahogada, es de pesadilla: padres y madres sin trabajo y en riesgo de un inminente desahucio. Según las encuestas, un millón de niños vive en situaciones de pobreza. ¿Se puede estudiar cuando todo lo que te rodea es tan angustioso? ¿Están esas familias en condiciones de ayudar a los niños en su desarrollo intelectual, de darles ánimos, de leer con ellos? Incluso los que trabajan llegan a casa después de jornadas de explotación impuesta por empresarios sin escrúpulos. ¿Se dan cuenta estas criaturas de que cuestan muy caros sus estudios, que escasamente sus padres los pueden pagar, que el porcentaje de becas concedidas ha descendido de manera drástica? ¿Se sienten una carga?, ¿De dónde pueden sacar los libros escolares si no se los pagan? ¿Si la escuela publica, gracias a Wert, ni siquiera les puede dar de comer?
«Hay que hacer evaluaciones constantes», exige nuestro ministro. Si se las hicieran a él y presentara sus «cualidades» posiblemente sólo aprobaría el cinismo de su sonrisa, la insensibilidad de sus sentimientos, la superficialidad de su pensamiento, la intención de su fatídica ideología y la injusticia de sus decretos. Siempre que habla de evaluaciones continuas, justifica sus palabras prometiendo un futuro rentable y una solvencia económica pero nunca se refiere a estudiar por el placer de saber, a que te examinen para estimular los conocimientos. No se trata de engañarles diciendo que si estudian mañana serán ricos, porque nunca lo conseguirán con este gobierno salvo que sean corruptos. Bastante permisiva se está haciendo al respecto nuestra sociedad con los ejemplos que los medios gubernamentales, empresariales y bancarios les proporcionan. Hay que añadir también que las evaluaciones en las que tanto se juegan, con tanta exigencia y continuidad, crean a los alumnos tal tensión que sus capacidades intelectuales disminuyen notablemente y les abruma el estrés, convirtiéndose en obstáculos insalvables. No parecen situaciones optimas para alcanzar con éxito los aprobados.
Wert tendría que decir algo que desconoce o que cuidadosamente oculta, que «saber» es el camino que nos conduce a ser mujeres u hombres, íntegros, serenos, justos, libres y solidarios… en definitiva, para crecer. Tal vez esto son terrenos en los que el ministro de educación y cultura, José Ignacio Wert, no se sabe mover.
No nos equivoquemos. Saber sí sabe, lo que sucede es que no quiere saber.
Aprovecho para contestar a Beatriz Jurado, presidenta de Nuevas Generaciones del Partido Popular, que ha afirmado que «PSOE e IU quieren jóvenes borregos que sepan gritar». En el programa «La Bola de Cristal» hicimos un falso anuncio donde salía balando un rebaño de ovejas y una voz en off exclamaba: «Si no quieres ser como éstas, lee». Hace unos pocos años, en una ciudad donde daba una conferencia, me llevaron a que viera una pintada que con gran acierto unía estas mismas palabras con un grupo de jóvenes bajo las siglas PP. Creo que Beatriz Jurado debería encabezar el «facherío» y el «borreguismo».
A los jóvenes del PSOE e IU, y felizmente a muchos más, sólo les puedo decir que «a palabras necias oídos sordos». Al deterioro de la democracia, a reformas laborales que hacen pobres, a desahucios que convierten en «sin techo» a familias enteras con ancianos y niños, a la privatización de la sanidad y de la educación, a la justicia de pago, a la amenaza del contrato único y a la oferta, para quitar el hambre de comer gusanos, escarabajos hormigas y moscas, hay que gritar. Gritar muy alto en contra de la injusticia y la falta de libertad es propio de hombres y mujeres que han leído. Yo os animo a seguir gritando y leyendo, gritando y leyendo. ¡Pues no faltaba mas!
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