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Guerra degradada y paz «perrata»

Fuentes: Rebelión

En Colombia finalmente se va a sellar un acuerdo de Paz entre las FARC y un gobierno que representa fielmente a la burguesía transnacionalizada («nacional» y global). No será la «paz» que muchos idealizan. Será una «paz perrata», «a medias», calculada y al servicio del gran capital que necesita un «buen ambiente para la inversión». […]

En Colombia finalmente se va a sellar un acuerdo de Paz entre las FARC y un gobierno que representa fielmente a la burguesía transnacionalizada («nacional» y global). No será la «paz» que muchos idealizan. Será una «paz perrata», «a medias», calculada y al servicio del gran capital que necesita un «buen ambiente para la inversión».

Todos quisiéramos que las cosas no fueran de esa manera pero las minorías que tienen el poder, así lo imponen. Sus intereses son los que – por ahora – determinan nuestro futuro. Será una «paz» relativa, amañada, a cuenta gotas. Igual que la guerra que hemos vivido.

En Colombia idealizamos la guerra para sacar fruto de ella. También sublimamos la paz para manipularla. Ahora, los capitalistas transnacionales que utilizaron el conflicto armado, quieren ganar más con la paz y la van a hacer a su medida. El país – como el resto del mundo – seguirá en guerra, una «comible» como la de México o Brasil (más delincuencial que «política»), pero ni la Nación ni el pueblo saldrán beneficiados inmediatamente en nada. Para el movimiento popular – a mediano plazo – puede ser un paso adelante, pero depende cómo afrontemos el mal llamado «post-conflicto».

¿Idealizamos el conflicto? ¡Sí! Nuestra guerra nunca fue resultado de una gran insurrección popular. Fue la reacción armada y obligada a la persecución y acoso criminal desatado contra campesinos rebeldes. En realidad nunca ha puesto en peligro la dominación oligárquica e imperial. Ha sido una guerra prolongada pero sin norte. La guerrilla no supo (¿o no pudo?) crear fuertes bases de apoyo transformadoras y por eso terminó siendo una guerrilla ambulante (andante). Contra lo que se propuso, se convirtió en algo similar a las fuerzas armadas oficiales en las zonas – marginadas y marginales – de colonización. Ha sido un ejército de ocupación con retórica revolucionaria pero práctica conservadora.

Nuestra guerra no ha sido creativa y creadora como lo fueron muchas guerras liberadoras. Ha sido una guerra sin espíritu o mejor, con un espíritu acorralado, vengativo y resentido. De parte y parte. Ha sido un conflicto manipulado, degradado, en gran medida programado por el gran capital y el imperio. Fue instrumentalizado para ponerlo al servicio del despojo territorial y la expulsión del campo de millones de colombianos. Sólo en la primera etapa del M-19 fue una «guerra politizante», de resto – sin desconocer el heroísmo y los buenos propósitos – ha sido una guerra de resistencia, sin ambición de poder.

Al igual que esa guerra, la «paz» que avizoramos será igualmente degradante. Y no puede ser de otra manera. Las guerrillas están en una encrucijada histórica: saben que la única manera que tienen de despejar el camino a la lucha del pueblo y los trabajadores es con su desmovilización y desarme. Lo que ocurre es que no quieren reconocer su derrota política creyendo que es a la vez una derrota popular. No se han dado cuenta que en gran medida es una auto-derrota. No pudieron superar ética y moralmente – no a sus enemigos – sino a su propia naturaleza contestataria. Renunciar a esa forma de lucha, no por la guerra en sí misma sino por la forma que adquirió, es un gran paso adelante. Será una especie de expiación liberadora.

La «paz» que nos espera estará atravesada con la acción provocadora y asesina de los actuales grupos paramilitares que – así sean más delincuencia común que contrainsurgencia organizada -, podrán ser contratados por empresas transnacionales y políticos corruptos para liquidar y desaparecer a los dirigentes populares que les estorben. Ya lo hacen. Y paralelamente, la oligarquía aprobará hermosas y rimbombantes leyes y normas «democráticas» para garantizar «la participación ciudadana y comunitaria». Será «una nueva apertura democrática» al servicio de la segunda fase de neoliberalismo. Nada más contradictorio.

Le corresponde al pueblo y a los trabajadores diseñar la forma de salir de ésta trampa histórica. Si seguimos reaccionando mecánicamente a los estímulos de nuestros opresores, no saldremos de la encrucijada en la que estamos. Si nos da temor desnudar nuestro interior, si no nos atrevemos a mirar de frente nuestros errores y no somos capaces de replantearnos radicalmente nuestra práctica, le estaremos facilitando las cosas a las clases dominantes. Sabemos que no partimos de cero pero debemos asumir críticamente lo vivido.

Estamos ad-portas de la «Paz» pero seguimos terriblemente divididos y confundidos. Sufrimos la mayor quiebra moral que cualquier nación y pueblo pueda soportar y sin embargo, todavía creemos en los representantes de la «burguesía burocrática» (Samper, Serpa y compañía) que posan de defensores de los «derechos humanos». Estamos frente a la quiebra económica de cientos de miles de productores agropecuarios y no obstante seguimos aspirando a que la «burguesía nacional» se sume a la lucha por soberanía nacional. Es ridículo.

Sólo si somos capaces de asumir la verdad podremos avanzar por caminos de dignidad y libertad. No es la oligarquía y el imperio los que nos han vencido, somos nosotros mismos los que hemos fallado. Sólo con humildad podremos ganar el corazón del pueblo. Sólo con apertura mental nos uniremos en medio de nuestras diferencias. Sólo con sensibilidad identificaremos con claridad nuestras metas. Sólo con conciencia plena de las realidades externas, nos superaremos a nosotros mismos y le daremos grandeza a nuestras luchas.

Volver a los principios es la tarea del momento. Sabemos que nuestro pueblo va a dar la batalla contra esa nueva fase del neoliberalismo depredador y despojador. Siempre lo ha hecho y lo está demostrando. Pero ya no se trata sólo de luchar, se trata ganar. La lucha popular no puede seguir «negociando» su liberación: hay que ejercer la libertad. La lucha popular no debe seguir exigiendo «autonomía» a sus opresores: hay que vivir la emancipación. La lucha popular no tiene por qué separar soberanía nacional de soberanía popular: la una es inexistente e inseparable de la otra. Son elementos del debate actual.

Estamos a un paso de librarnos de una guerra que sólo ha producido sufrimiento y víctimas al pueblo y a la Nación. Sin embargo, la «paz» que se aproxima sólo será una nueva forma de la guerra que la oligarquía siempre ha librado contra el pueblo. Si nos ilusionamos ingenuamente con la «paz» y con la «nueva apertura democrática», sólo estaremos ayudando a las clases dominantes a eternizar su poder.

Es la hora de los replanteamientos de fondo. Una nueva filosofía del cambio y de la acción política debe emerger de esta crisis de valores. No es casual que hayamos llegado a esta encrucijada. Somos nosotros mismos quienes labramos nuestro futuro. No tenemos excusas.

No se trata de escoger entre movimiento social y político. Tampoco si la vía es electoral o insurreccional. Menos si primero es la teoría y luego la acción. La decisión es si continuamos separando lo social de lo político, si seguimos siendo electoralistas que nos amoldamos a las reglas de la democracia formal y cuando el pueblo se insurrecta nos da temor ponernos a su cabeza. La exigencia es valorar la teoría para derrotar el practicismo y el pragmatismo.

Para que la «paz perrata» que ya tenemos encima no nos ahogue entre la amenaza de volver a «enmontarnos», la de dejarnos domesticar por la falsa democracia o permitir que nos exterminen en una nueva versión de lo ocurrido con la UP, es necesario que las fuerzas democráticas y revolucionarias nos demos un fuerte empellón, nos sacudamos a fondo y estemos dispuestos a romper con una serie de paradigmas que hemos aceptado como verdad.

Entre esos paradigmas el principal es creer que puede existir «verdadera democracia» bajo un régimen capitalista. Hoy estamos constatando que el capitalismo es la negación de la democracia. Incluso en los países más desarrollados lo que existe es la dictadura del capital financiero bajo una fachada democrática que los pueblos y los trabajadores descubren y desenmascaran a diario. Lo estamos comprobando en Europa y los EE.UU.

La crisis que vive el capitalismo nos llama a un replanteamiento profundo, el pueblo en lucha nos lo exige, las nuevas generaciones lo anhelan. Lo vivido está allí esperando que lo superemos. No podemos ser inferiores al momento.

NOTAS:

[1] «Perrata»: Término utilizado en la Costa Caribe colombiana para significar que algo no tiene calidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.