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Guggenheim Urdaibai: ¡aterriza como puedas!

Fuentes: Rebelión

Hay películas que envejecen bien y otras que parecen escritas para el presente. “Aterriza como puedas” es una de ellas. La comedia absurda de los años 80, con pilotos desorientados, pasajeros incrédulos y un avión que no sabe si despegar o estrellarse, parece hoy un documental sobre el Museo Guggenheim Urdaibai.

Porque este proyecto, nacido como una “ocurrencia” en el año 2006, es exactamente eso: una “ocurrencia en discontinuidad” reflejada en un avión que nunca debió despegar. El PNV, dueño de la aerolínea, anunció con entusiasmo en ese año su disposición a abrir la ruta New York-Sukarrieta (Urdaibai), con parada en Bilbao. Pero la crisis económica, el rechazo popular y hasta la oposición del Gobierno de Patxi López dejaron el aparato en tierra. Se pensó que el vuelo había sido cancelado. Error: en 2021, la misma compañía decidió reactivar el plan, esta vez con doble destino: Murueta y Gernika, con escala también en Bilbao.

La Compañía en cuestión comenzó entonces una intensa campaña de promoción de tan singular travesía. No había día en que uno u otro cargo de su staff dirigente no aportase su granito de arena en forma de declaraciones rimbombantes para vender pasajes, eso sí, con el espectacular paisaje de fondo de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. Y mientras la Compañía ponía el país en venta, la sociedad expresaba insistentemente que “Urdaibai ez dago salgai”.

La persona de más alto rango de la Compañía, convertida ya en comandante-general de cabina, aseguró que el vuelo se haría “Sí o Sí”. Los pasajeros —es decir, la ciudadanía— se levantaron de sus asientos: no querían embarcar. No se fiaban del plan de vuelo, ni de los motores gripados, ni de la tripulación que hablaba en clave de “bondades” y de lo “bonito” del paisaje mientras ignoraba todo tipo de turbulencias.

Así que el Gobierno Vasco y la Diputación, con nocturnidad y alevosía, comenzaron a “desbrozar” cualquier obstáculo que se interpusiera en sus planes. Cambiaron normas, gastaron dinero público y repartieron folletos promocionales en forma de declaraciones como si fueran bolsas de cacahuetes en clase turista. Pero la oposición social seguía siendo mayoritaria. El avión no tenía pasajeros.

Entonces apareció Agirre Lehendakari Center, convertido en torre de control improvisada. El Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Bizkaia se inventaron un proceso de “escucha activa” que no se sabía si era una forma de “pegarse un tiro en el pie” o el principio de una posible “pista de aterrizaje suave” para los proponentes del invento. Eso sí, todo parecía más un karaoke de turbulencias: se preguntaba a la ciudadanía si quería volar en un aparato sin rumbo, con el depósito vacío y el piloto automático desconectado. El resultado está siendo demoledor: un 80% de los consultados dice que no quierosubirse a ese avión porque además todo el viaje es con dinero de su bolsillo.

Y aquí entra la parte más delirante de la película: los responsables de la Compañía aérea, que son prácticamente los mismos que conforman el Patronato del Museo Guggenheim, aseguran ahora que no son ellos los que deciden sobre la posible viabilidad del vuelo, sino el propio Patronato (aquí entrarían en cabina los Hermanos Marx con “la parte contratante de la primera parte…) que lleva 19 años sin abrir la boca, salvo cuando hace filtraciones interesadas a determinados medios de comunicación, como si fueran instrucciones de vuelo en clave de morse.

Mientras tanto, el presidente del Bizkai Buru Batzar, Iñigo Ansola, en una reciente entrevista en Radio Euskadi, nos explica que “cuando hemos aterrizado el proyecto a tierra, cuando hemos empezado a analizar la idoneidad y la posibilidad de implantar este proyecto en las ubicaciones que se preveía instalar (Murueta y Gernika), hemos encontrado muchas trabas administrativas”. ¿O sea, han tenido que pasar dos décadas para ver que había trabas? ¿De verdad las instituciones no conocían sus propias leyes? ¿O es que lo que intentaban era una fechoría a cielo abierto? El mismo Ansola recuerda que “hay un astillero en Murueta”. Claro, desde 1943. Y también sabemos que su concesión caducó en 2018, pero ahí sigue, como pasajero ilegal en la cabina.

La película avanza hacia su clímax: “zona de policía” (como Ansola denomina ahora a la servidumbre marítima), normativas incumplidas… Los pilotos se dan cuenta de que han sido pillados con las manos en la masa. El avión pierde altura, los pasajeros gritan, y la tripulación improvisa discursos sobre la “idoneidad” del vuelo.

La conclusión es inevitable: el Guggenheim Urdaibai es un avión que jamás debió despegar. Un proyecto que se tambalea en el aire, que busca desesperadamente una pista de aterrizaje, y que amenaza con estrellarse sobre el Astillero de Murueta o impactar estruendosamente sobre la villa de Gernika.

La sátira se escribe sola: un museo que se presenta como símbolo de modernidad, pero que en realidad es un ejercicio de colonización cultural, de turismo masivo disfrazado de arte, y un engaño que ni los mejores guionistas de Hollywood podrían haber imaginado.

El título de la película lo resume todo: Guggenheim Urdaibai: aterriza como puedas. Porque aquí no hay plan de vuelo, ni piloto fiable, ni pasajeros dispuestos. Solo un aparato que hace ruido, consume recursos públicos y se dirige, inevitablemente, hacia la debacle.

El “cine de desastres” es lo bueno que tiene. Nos vacuna frente a los sueños líquidos de quienes nos quieren meter en un avión sin chalecos salvavidas ni plan de vuelo fiable a ninguna parte salvo, quizá, a un destino en el que se esconden sus propios y particulares intereses. Los ciudadanos solo pedimos que alguien con algo de sentido común en las instituciones cambie el guion de esta película radicalmente y se dedique, de una vez por todas, a pilotar con responsabilidad la realidad de Busturialdea en lugar de seguir rodando esta mala “comedia de catástrofes”, porque la ciudadanía no necesita más vuelos sin destino ni más pilotos kamikazes”.

Txema García, periodista y escritor

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.