A nadie se le escapa que la autocrítica es un recurso necesario y útil. Precisamente por eso posiblemente conlleve una especial dificultad para llevarse a cabo y, tanto a nivel personal como colectivo, requiere un esfuerzo por todo lo que significa a la hora de derribar estereotipos o verdades aceptadas. No es este un terreno […]
A nadie se le escapa que la autocrítica es un recurso necesario y útil. Precisamente por eso posiblemente conlleve una especial dificultad para llevarse a cabo y, tanto a nivel personal como colectivo, requiere un esfuerzo por todo lo que significa a la hora de derribar estereotipos o verdades aceptadas.
No es este un terreno en el que Alberto Olmos se sienta incómodo, más bien lo contrario, ha demostrado de sobra en diferentes ámbitos su facilidad para expresarse con total desparpajo y sin cortapisas. En esta ocasión su nuevo libro, «Ejército enemigo», pondrá su visión en un tema tan socialmente aceptado y bien visto como es la solidaridad (o por lo menos un tipo de ella).
La novela parte de una trama de intriga en la que Daniel, una persona comprometida y muy involucrada en actos solidarios, amigo de Santiago, publicista residente en una barrio de clase baja y profundamente cínico, es asesinado. Su pérdida y una carta póstuma encenderán la espita de la curiosidad por lo que sucedió en realidad. Lo que en apariencia y explicado así parece un clásico argumento de thriller, no adoptará esa forma en esencia hasta la segunda parte del libro.
Lo que en verdad se esconde tras esta historia es algo muy similar a un ensayo político en el que se pone en cuestión tanto la forma en la que un tipo de solidaridad se puede llegar a desarrollar en una sociedad del espectáculo como la actual y donde el poder y mecanismos de control vampirizan cualquier acción en su beneficio, como la sinceridad y el verdadero interés por cambiar las cosas de aquellos que toman parte en estas iniciativas.
Uno de los alicientes con el que cuenta la novela son las diferentes capas en las que se desenvuelve. Al margen de las ya mencionadas hay otra esencial: el trazo que se hace del personaje principal (Santiago), un ser extremadamente cínico con dificultad, o repudio, por las relaciones sociales y que encuentra su única motivación en el sexo (ya sea real o virtual). Esa confrontación con la interacción personal llegará precisamente por su sensación de imperfección, de ahí su obsesión por conservar todos sus «conversaciones» por vía informática (mensajes, mails, etc..), un medio por el que buscará algo tan humano como la inmortalidad, pretendiendo tenerlos registrados para que no sean olvidados o mal recordados. Precisamente el mundo tecnológico tendrá una fuerte presencia en la novela, siendo el contexto en el que desarrollará buena parte de la trama, tal y como sucedía en recientes noveleas como «Richard Yates» de Tao Lin o el último trabajo de Belén Gopegui «Acceso no autorizado».
La investigación del asesinato, que viendo la manera tan simple con la que se resuelve deja bien a las claras que no es algo fundamental, llevará, por un lado, al descubrimiento de la verdadera personalidad del fallecido y la otra, la esencial, su pensamiento ideológico, que también deparará sorpresas y que sirve como reflexión acerca de los problemas o contradicciones que expresa esa solidaridad o la lucha por un mundo más justo en una sociedad regida por los parámetros actuales. Un mecanismo literario, en sentido genérico, que recuerda a «Mis revoluciones» de Hari Kunzru.
Precisamente es en este punto, que es el principal, la novela se encuentra con un problema que por momentos supone una losa para el desarrollo al que aspira, y es el relativo a la escasa profundidad que alcanza el protagonista a la hora de desempeñar el papel de antítesis y de esclarecedor de las contradicciones que vive ese ímpetu solidario de muchas personas y organizaciones. Su discurso de «anti todo» y basado en la apatía total y la futilidad de cualquier acción en un mundo que va a la deriva no logra extraer todo el jugo a una crítica que podría ser mucho más profunda e hiriente contra esos compromisos alcanzados más basados en la forma y en las modas que en una reflexión profunda.
En «Ejército enemigo» Alberto Olmos recupera su voz más incisiva por medio de una escritura descarada y sarcástica, y de gran habilidad a la hora de desarrollar la parte de thriller. Es una pena que lo que podría ser un texto valiente y capaz zarandear algunas conciencias e irritar profundamente a otras pierda en parte esa capacidad al transitar por lugares comunes.