Queridos amigos este es un golpe, cómo decirlo, no sé, inesperado. Me embarga una gran tristeza, honda y en oleada. Además no me despedí de él. De Jacques Texier, hombre bondadoso, hombre generoso, hombre sabio, hombre de vastísima cultura envuelta en discreción, hombre que sabía amar la vida, hombre y comunista, hombre que vivió la […]
Queridos amigos este es un golpe, cómo decirlo, no sé, inesperado. Me embarga una gran tristeza, honda y en oleada. Además no me despedí de él. De Jacques Texier, hombre bondadoso, hombre generoso, hombre sabio, hombre de vastísima cultura envuelta en discreción, hombre que sabía amar la vida, hombre y comunista, hombre que vivió la filosofía de la praxis como forma de vida, hombre hombro con hombro de cualquier comunista que lo interpelara, de cualquier anónimo militante de cualquier oscuro rincón…Es cierto lo que explica Joan, él, Jacques, el comunista sereno, sabio, cariñoso, respetuoso, me enseñó de democracia. No sé qué decir, prefiero expresarme con Neruda
ENTRE plumas que asustan, entre noches, entre magnolias, entre telegramas, entre el viento del Sur y el Oeste marino, vienes volando.
Bajo las tumbas, bajo las cenizas, bajo los caracoles congelados, bajo las últimas aguas terrestres, vienes volando.
Más abajo, entre niñas sumergidas, y plantas ciegas, y pescados rotos, más abajo, entre nubes otra vez, vienes volando.
Más allá de la sangre y de los huesos, más allá del pan, más allá del vino, más allá del fuego, vienes volando.
Más allá del vinagre y de la muerte, entre putrefacciones y violetas, con tu celeste voz y tus zapatos húmedos, vienes volando.
Sobre diputaciones y farmacias, y ruedas, y abogados, y navíos, y dientes rojos recién arrancados, vienes volando.
Sobre ciudades de tejado hundido en que grandes mujeres se destrenzan con anchas manos y peines perdidos, vienes volando.
Junto a bodegas donde el vino crece con tibias manos turbias, en silencio, con lentas manos de madera roja, vienes volando.
Entre aviadores desaparecidos, al lado de canales y de sombras, al lado de azucenas enterradas, vienes volando.
Entre botellas de color amargo, entre anillos de anís y desventura, levantando las manos y llorando, vienes volando.
Sobre dentistas y congregaciones, sobre cines, y túneles y orejas, con traje nuevo y ojos extinguidos, vienes volando.
Sobre tu cementerio sin paredes donde los marineros se extravían, mientras la lluvia de tu muerte cae, vienes volando.
Mientras la lluvia de tus dedos cae, mientras la lluvia de tus huesos cae, mientras tu médula y tu risa caen, vienes volando.
Sobre las piedras en que te derrites, corriendo, invierno abajo, tiempo abajo, mientras tu corazón desciende en gotas, vienes volando.
No estás allí, rodeado de cemento, y negros corazones de notarios, y enfurecidos huesos de jinetes: vienes volando.
Oh amapola marina, oh deudo mío, oh guitarrero vestido de abejas, no es verdad tanta sombra en tus cabellos: vienes volando.
No es verdad tanta sombra persiguiéndote, no es verdad tantas golondrinas muertas, tanta región oscura con lamentos: vienes volando.
El viento negro de Valparaíso abre sus alas de carbón y espuma para barrer el cielo donde pasas: vienes volando.
Hay vapores, y un frío de mar muerto, y silbatos, y mesas, y un olor de mañana lloviendo y peces sucios: vienes volando.
Hay ron, tú y yo, y mi alma donde lloro, y nadie, y nada, sino una escalera de peldaños quebrados, y un paraguas: vienes volando.
Allí está el mar. Bajo de noche y te oigo venir volando bajo el mar sin nadie, bajo el mar que me habita, oscurecido: vienes volando.
Oigo tus alas y tu lento vuelo, y el agua de los muertos me golpea como palomas ciegas y mojadas: vienes volando.
Vienes volando, solo solitario, solo entre muertos, para siempre solo, vienes volando sin sombra y sin nombre, sin azúcar, sin boca, sin rosales, vienes volando.