Un negro más nace en la Martinica de inicios del siglo XX. Un negro más que no debe contar en la historia porque en esa colonia el cultivo del tabaco quebró y la caña parece la única esperanza. Al final, la isla ha pasado de mano en mano entre españoles, ingleses y franceses y va […]
Un negro más nace en la Martinica de inicios del siglo XX. Un negro más que no debe contar en la historia porque en esa colonia el cultivo del tabaco quebró y la caña parece la única esperanza. Al final, la isla ha pasado de mano en mano entre españoles, ingleses y franceses y va a terminar siendo un departamento del hexágono, solo eso. Un negro que nace en un lugar donde se han plantado miles de negros y donde han nacido miles de hijos de esclavos, no es relevante. El único nacimiento relevante hasta el momento, el único que cuenta con orgullo la historia oficial, es el de Josefina, la segunda mujer de Napoleón.
El siglo XX solo está comenzando para las colonias como Martinica. La aspiración independentista no cuaja, pero ha regresado de estudiar en París un hombre, un poeta y político, Aimé Césaire. Se empieza a escuchar la palabra negritude, que luego se convierte en movimiento de reafirmación de la identidad y los derechos del hombre negro. Es necesario eliminar el racismo para hacer desaparecer el colonialismo y Césaire es una voz que puede decir en versos: «el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura/se le puede en cualquier momento retener, llenar de heridas/ matar -perfectamente matar- (…) sin tener que presentar excusas ante nadie».
Césaire tiene algunos alumnos. Aquel muchacho que nació como otro cualquiera en un instante del siglo XX se llama Frantz Fanon, y es uno de ellos. Frantz parece poco contento cuando otro negro baja la vista ante un blanco o desea imitarlo. Ha aprendido las lecciones de su mentor sobre la exclusión racial y la colonización, pero no se queda mucho tiempo en casa viendo pasar altaneros todavía a los viejos amos. Se aventura en la Segunda Guerra Mundial y pelea en Alsacia, su raza es la de los aventureros como la del Che, uno de los americanos que más lo leería luego.
El gesto heroico termina con un nuevo pasaje racista entre los tantos que conocería en vida, y Fanon solo regresa a Francia para estudiar psiquiatría. Su carrera fue una extensión de sus denuncias de los maltratos por cuestiones raciales, y su práctica, la más sediciosa del momento al incluir como pacientes a los negros, en igualdad de condiciones con los blancos. Su tesis, publicada como libro (Piel negra, máscaras blancas), es un manifiesto: «Si alguna vez se me ha planteado el problema de solidarizarme efectivamente con algún pasado determinado, ha sido en la medida en que yo me había empeñado, hacia mí mismo y hacia mi prójimo, en combatir con toda mi existencia, con todas mis fuerzas para que nunca hubiese, jamás, pueblos esclavos sobre la tierra».
Fanon se va a Argelia y estalla otra guerra. La guerra de Liberación Nacional. El psiquiatra está cambiando radicalmente el panorama del hospital Blida-Joinville, pero tiene que hacer más. Se incorpora al Frente de Liberación y lucha en clandestino. Llega 1957. Situación insostenible. Carta de Renuncia al Ministro Presidente (carta de ruptura con toda asimilación colonial). Expulsión del país. Después escribe y diserta en Túnez, en Francia, camina hacia la región sudafricana, enferma y llega a Moscú.
En la lobreguez de su leucemia, Fanon produce su mejor alumbramiento. Los condenados de la tierra. El primer verso de «La internacional» para la presentación de un libro que se convirtió en «la Biblia del Tercer Mundo». En 1961, cuando el texto comenzó a circular entre los movimientos de liberación, entre los luchadores antirracistas negros, entre los guerrilleros americanos y entre los líderes negros del Caribe y los de la revolución silenciosa de Canadá, el cuerpo de Frantz Fanon estaría ya enterrado en el Cementerio de los Mártires de Argelia.
Han pasado 50 años y muchos trenes: el tricontinentalismo, los movimientos de liberación, el poscolonialismo, los más grandes experimentos de la utopía socialista… Fanon dejó de ser un desconocido que nació en una isla francesa. Su obra llegó al pensamiento y la acción de los revolucionarios del siglo XX. Pero el siglo XX se terminó, y Fanon vuelve a hablarnos. Estamos en la Casa de las Américas de La Habana, reunidos hombres y mujeres de Europa, África y el Caribe, en un Coloquio que lleva su nombre. Fanon regresa. Es Fanon y no su fantasma quien dice en Los condenados…:
«La condición humana, los proyectos del hombre, la colaboración entre los hombres en tareas que acrecienten la totalidad del hombre son problemas nuevos que exigen verdaderos inventos.
«(…) Huyamos, compañeros, de ese movimiento inmóvil en que la dialéctica se ha transformado poco a poco en lógica del equilibrio. Hay que reformular el problema del hombre. Hay que reformular el problema de la realidad cerebral, de la masa cerebral de toda la humanidad cuyas conexiones hay que multiplicar, cuyas redes hay que diversificar y cuyos mensajes hay que rehumanizar.»
Nota:
1- Así llamó Aimé Césaire a Frantz Fanon en el poema «Con todas las palabras guerrero-sílex».