Recomiendo:
0

Una conversación sobre traducción de 1982

Hablando con Manuel Sacristán sobre la traducción

Fuentes: Rebelión

Nota edición. Esta entrevista de 1982, editada en Cuadernos de traducción e interpretación, nº 1, E.U.T.I. Universidad Autónoma de Barcelona, pp. 113-130, fue recogida en Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996 y en De la Primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas a Manuel Sacristán Luzón. Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004, pp. […]

Nota edición.

Esta entrevista de 1982, editada en Cuadernos de traducción e interpretación, nº 1, E.U.T.I. Universidad Autónoma de Barcelona, pp. 113-130, fue recogida en Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996 y en De la Primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas a Manuel Sacristán Luzón. Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004, pp. 127-146 (edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal).

Es conocida la ingente tarea de Sacristán como traductor. Tradujo (casi) de todo y a casi todos. En ocasiones, por gusto; en otras, con intencionalidad político-cultural, para colocar en el «mercado» determinados ensayos o estudios; en otras, por simple necesidad o compromiso inevitable.

Anteriormente a esta entrevista con Cuadernos de traducción e Interpretación, el 8 de diciembre de 1981, La Vanguardia, p 39, había publicado sendas conversaciones con José Mª Valverde y Manuel Sacristán, centradas en su faceta de traductores. El entrevistador, Esteban LINES, presentaba ambas entrevistas con la siguiente nota: «En el mundo tantas veces olvidado y denotado de los traductores en lengua castellana, José Mª Valverde y Manuel Sacristán son, quizás, unas de las pocas excepciones comúnmente aceptadas. Las traducciones literarias del primero y las filosóficas y científicas del segundo de ellos merecen cuando menos, ser recordadas y enjuiciadas en todo su valor. Que no es poco. Ellos han dado vida a Joyce, Heine, Shakespeare, Marx, Gramsci y la Biblia. Sus facetas como traductores se engloban dentro de unas producciones personales e intelectuales mucho más extensas y variadas…»

Sacristán tradujo, según acertado cálculo de Albert Domingo Curto, unas 30.000 páginas, durante unos veinte años, desde 1956 a 1976 fundamentalmente. En ese período, durante unos diez años, fue expulsado por su militancia comunista de la Universidad de Barcelona y se ganó la vida básicamente como trabajador editorial. Tradujo del griego clásico, del alemán, del inglés, del francés, del italiano, del catalán y, para asuntos familiares o de investigación, del latín. Entre los autores traducidos, la lista sigue impresionando, pueden citarse los nombres, es sólo una muestra representativa, de Marx, Engels, Quine, Adorno, Gramsci, Marcuse, Hasenjaeger, Geymonat, Platón, Labriola, Lukács, Galbraith, Heine, Dubcek, Schumpeter, Brossa, René Taton, Togliatti, Mario Bunge. De György Lukács, por ejemplo, tradujo unas 5.000 páginas, entre ellas la monumental Estética o uno de los grandes clásicos del siglo XX, Historia y consciencia de clase. De Marx tradujo, entre otros trabajos, los libros I y II de El Capital y la mitad del tercero, y fueron cinco los ensayos de Quine vertidos al castellano. En total más de cien volúmenes; muchos de ellos clásicos del pensamiento y la literatura universales

* * *

Qué es para usted una traducción? ¿Cómo la definiría?

Una traducción es pasar unas significaciones de una lengua a otra. Aunque me temo que queréis decir algo más con esta pregunta.

¿Qué debe ser una traducción bien hecha?

Supongo que contestar en serio sólo puede ser el resultado de una larga conversación, porque cambia mucho lo que espera uno de una traducción bien hecha. Podemos encontrar desde la opinión más pesimista, el célebre dicho «traductore tradittore», todo traductor traiciona, hasta las versiones más optimistas. Goethe creía que lo único importante de una poesía era lo que se podía conservar en una traducción. Depende de lo que uno estime que se puede conseguir traduciendo. Yo me acerco más, aunque no del todo, a una opinión optimista, como la de Goethe, a saber, que una buena traducción es aquella que debería dejar nostalgia de muy poca cosa de lo traducido, sin que llegue al optimismo de creer que todo lo que tiene contenido poético se puede traducir.

¿Qué es para usted un traductor?

A mí me parece, sinceramente, que en la preparación de un traductor van a jugar menos, al final, los elementos de preparación técnica que recibe en la escuela de traductores, que la profundidad de su cultura. Se puede ser un buenísimo traductor de poesía o de física, siendo un poeta o un físico y no habiendo ido nunca a una escuela de traducción o de físicas. Y se puede ser un pésimo traductor habiendo ido diez años a una escuela de traducción pero no siendo un conocedor profundo de algún campo.

Entonces, ¿se puede enseñar a traducir?

Se puede ayudar a alguien a aprender a traducir, se puede prestar una ayuda al que quiere aprender a traducir, que , fundamentalmente, yo vería en muy pocas líneas. Una: facilitar su formación, línea en la cual puede ayudar a aprender a traducir cualquiera, aunque él mismo no traduzca, sólo con que se sea un buen maestro en algo; otra: de pura corrección, vigilando el trabajo que hace un principiante e indicándole ingenuidades o pequeños errores, pero esto es lo de menos. Y luego otra línea que es el dominio, la verdadera vida, de la propia lengua. Se puede ser muy buen traductor del inglés sin saber pronunciarlo, pero, si se traduce al castellano o al catalán, no se puede ser buen traductor del inglés ni de nada sin no se tienen buenos conocimientos de catalán o de castellano. La lengua de partida es esencial y ayudar a vivir la lengua materna es, también, otra manera de ser un buen traductor.

El ser traductor tiene mucho de trabajo artístico y eso no se enseña, te ayudan, pero se hace uno.

Aparte de los conocimientos que se tengan en determinados campos sobre los que se vayan a hacer las traducciones, ¿es necesaria una dedicación total o puede compaginarse con otro trabajo?

Depende. Si uno hace una traducción de la cual no necesita vivir -vamos a hablar de cosas prácticas, tanto vosotras como yo hemos, o vais, a hacer traducciones por razones muy elementales: hay que vivir y es un trabajo que uno puede hacer con gusto para vivir-, pues bien, si uno no tiene que vivir, entonces está claro que se pueden hacer buenas traducciones sin dedicarse profesionalmente. Esto es evidente, sobre todo, en poesía. Por regla general, el traductor de poesía nunca vive de eso. Es más bien un poeta. El mejor traductor de poesía es un poeta que hace, en su vida, unas pocas traducciones. En cambio si hay que vivir, es muy difícil simultanearlo con otra cosa a menos de aceptar una situación de bastante pobreza. Esto ya es un problema del mercado español. Aquí la traducción no está bien pagada, está muy mal pagada. Yo, por mi experiencia profesional, las pocas veces que he tenido encargos extranjeros he cobrado entre ocho y diez veces más que aquí. No el doble, ocho o diez veces más que aquí. Es verdad que eran encargos bastante específicos pero, bueno, eso me permite calcular que se debe pagar cuatro o cinco veces más. Y entonces aquí, para vivir de la traducción tal como está ahora el mercado, traducir para editorial -otra cosa es traductor jurado- si nos referimos a la traducción literaria y científica es imposible, aunque sea admitiendo que uno es pobre -que no tiene coche, que no tiene televisión en color-, con menos de seis horas de trabajo diario. En estas condiciones es, además difícil tener otra profesión. Se puede hacer durante un periodo, sobre todo juvenil, y hasta una cierta edad abusando un poco de uno mismo. Yo lo he hecho: hacía de profesor aquí (Facultad de Económicas de la Central) en otras épocas en las que apenas se cobraba y, en realidad, vivía de traducir; pero eso se aguanta hasta una cierta edad, luego es difícil y, además, aunque uno lo soporte físicamente corre el riesgo de hacerlo mal todo, la traducción y el otro trabajo.

Usted ha dicho, anteriormente, que era necesario conocer muy bien la lengua propia, ¿cree, entonces, que un traductor tiene que ser, sobre todo, un buen escritor?

Sí, yo creo que sí. Por eso creo que uno de los tres campos en los que se puede ayudar a alguien a ser un buen traductor es en el dominio de la propia lengua. Claro que un buen escritor no tiene por qué querer decir, necesariamente, un gran poeta o un gran novelista, pero sí una persona que escriba bien en su lengua.

Por tanto, para llegar a ser un buen traductor, se necesita práctica, experiencia… ¿la permanencia de tres o cuatro años en una escuela de traductores puede ayudar?

Que puede, seguro. Desgraciadamente, la verdad es que no se cómo está hora la EUTI, no sé lo que hacéis, ni el plan de estudios; pero poder claro que se puede, sin duda, aunque no fuera más que haciendo ver a la gente que empieza cuáles son las necesidades que tiene que cubrir, desde la lengua hasta el buen conocimiento del algún campo, de una buena práctica… Poder sí, otra cosa es si de verdad sabes, si es rentable…

¿Qué problemas presentan las distintas lenguas de las que usted traduce: francés, alemán, italiano, inglés…?

Aparecen problemas técnicos. La verdad es que son menores los que plantea la lengua de la que se parte, la lengua extranjera. En mi opinión los problemas principales están en la lengua de uno, allí es donde hay que resolver las cosas.

Hay problemas secundarios, menores. Por ejemplo, una traducción del inglés va a resultar en castellano -que es hacia la lengua que yo he traducido casi siempre- seca, si uno es muy literal. Una traducción del alemán, muy literal va a resultar al revés, demasiado barroca. Traduciendo del italiano, un consejo técnico: hay que estar en guardia contra la falsedad del parecido, que se dice, del italiano. En realidad es una gran trampa, caes con facilidad en el italianismo; es muy curioso, si repasáis -o con los años-, veréis que los traductores del italiano son, quizás, más víctimas de la lengua de la que traducen, los que más italianismos hacen porque van con mucha alegría; en muchos casos, convencidos de que se parece tanto que no hay forma de equivocarse, y entonces son los que más se dejan influir por la sintaxis italiana. Pero os repito, yo creo que son problemas secundarios y que los graves están en la expresión de la lengua de cada uno. Allí es donde se tiene que resolver de verdad el asunto. Claro está, dando por supuesto que la lengua extranjera se conoce suficientemente bien para traducir.

¿Y conocer también la cultura de la lengua extranjera?

Sí, eso está incluido dentro de lo dicho. Primero son los conocimientos generales, la cultura… Es verdad que el carácter secundario de los problemas de la lengua extranjera cambia mucho según que uno traduzca literatura artística o científica. En el caso de la literatura artística, poesía o prosa imaginativa, se hacen más importantes los problemas porque hay que intentar reproducir o reconstruir -mejor dicho- algo parecido al estilo del original. Algo que evoque su estilo. Eso cambia bastante según las lenguas, sobre todo si son románicas o germánicas. Pero es imposible dar reglas porque al intentar reconstruir en tu lengua a un autor artístico extranjero, un poeta, un novelista o un historiador con mucha calidad de prosa, podréis ver en cada uno de ellos un problema distinto. Y no está dicho que sea siempre más difícil en una lengua germánica que en una lengua latina. Probablemente el autor, o uno de los autores (para no exagerar) con el que yo he tenido más dificultades en muchos años no era un alemán, sino un italiano, Della Volpe, que escribía al dictado y luego recogía el texto que le habían tomado dando a veces periodos de página y media y, claro, la reconstrucción es delicada y difícil. Y no por que fuera un alemán.

Cada caso es único y por consiguiente no parece que sean problemas susceptibles de convertir en reglas concretas para su solución.

Al traducir, en muchos textos, aparecen imágenes que únicamente pueden entenderlas los lectores del libro en la lengua original, ¿se tiene que dejar esta misma imagen o hay que buscar una similar en nuestra lengua?

En mi opinión hay que buscar una similar en castellano. Por ejemplo, en alemán te encuentras en un texto con la frase «De noche todas las vacas son negras». En mi opinión hay que traducir por «todos los gatos son pardos», que es la frase hecha castellana.

Esto sería en la traducción literaria…

Sí. Literaria en un sentido muy amplio. El ejemplo que he cogido es de filosofía. Es muy curioso de todas maneras que los traductores no demasiado competentes acaben por tener un peso grande en la lengua muy serio; no sólo los traductores (¡pobres traductores!) también la gente que traduce sin ser traductor. Por ejemplo, los profesores de economía están introduciendo cambios importantes y feísimos en el castellano técnico (en esta facultad), algunos horribles. Ya todo el mundo dice «el racio entre dos variables económicas». Eso del racio quiere decir la proporción económica. La razón es que ellos, estudiando economía en Inglaterra o en Estados Unidos, como el inglés no te enseña si aquello es masculino o femenino, han entendido la palabra ratio como masculina. Ahora bien, la palabra «racio» es latina, por lo tanto nuestra y femenina. Pero vuelven con el racio este de mala traducción y ahora ya lo dice todo el mundo.

Realmente estas cosas son muy elásticas, aunque en algunos casos son sublevantes y valdría la pena luchar contra ellas.

Siendo nosotros latinos ir a decir «el racio» es verdaderamente tristísimo. Sin embargo otras veces esto es invencible y no sé si ve va a poder vencer lo del racio.

¿El tema condiciona a la traducción?

El tema te va a forzar a elecciones de léxico e incluso a algunos otros rasgos de estilo. Es evidente que los matemáticos tienen un estilo, los físicos tienen otro, o un conjunto de estilos, una tendencia a escribir de cierto modo. Tiene mucha más prosa, por así decirlo, un libro de historia o incluso de geografía, que un libro de química; eso es evidente.

El tema condiciona mucho, claro. El léxico, la preparación del traductor, y ciertos rasgos de la manera de expresarse.

¿Entre la traducción literaria y la traducción científica hay problemas diferentes? ¿El planteamiento a la hora de traducir es también diferente?

Sí, es un poco distinto. A mí me parece que el traductor científico, al igual que el artístico, tiene que leer cuidadosamente antes de traducir; tiene que bañarse, por así decirlo. Si uno tiene que traducir una novela, no digamos un poema, lo primero es intentar empaparse antes de empezar a traducir. Pero a mí me parece que en cierto sentido también pasa esto en un libro científico. Por de pronto hay una primera precaución que tomar: tienes que estar seguro que tú entiendes todos los detalles de ese libro. Y si no, antes tienes que tener resueltas las dificultades que hubiere. Lo que pasa es que con un libro científico (me parece a mí, sin salirme de mi expresión y sin querer generalizar) nunca he tardado más de un día, cuatro o cinco horas, en darme cuenta si lo podía traducir con facilidad o si tenía problemas. En cambio si tienes que traducir una novela, cosa que he hecho muy poco en mi vida, hay que leérsela entera o intentar llegar a tener la sensación de cómo vas a traducirla.

En el libro científico no; el empaparse es sólo ver si lo dominas todo y, si tienes dudas, irte a buscar a un colega, amigo o persona competente para resolverlas. Esa diferencia sin duda la hay. Es más fácil empaparse en el libro científico. En cambio, probablemente, el trabajo previo, la preparación, la acumulación de conocimientos previos, es de más peso en la traducción científica que en la artística.

Respecto a la traducción literaria: ¿debería ser libre o más bien literal?

Yo, personalmente, prefiero ser lo más fiel posible, incluso en el libro muy artístico. Por ejemplo, a medida que se hace cada vez más artístico, más poético, digamos, a mí me va pareciendo cada vez más desesperado traducir. Walter Benjamin, el filósofo, que había publicado bastante sobre la traducción -y muy agudamente-, escribió lo siguiente: «la traducción perfecta es la versión interlineal de la Biblia». No sé si habéis visto alguna vez -ahora no sé si se usa en el bachillerato- unos libritos que editaban textos clásicos (Cicerón, César…) que dan una falsa traducción. Las líneas, los renglones, se separaban mucho y debajo de cada palabra latina se ponía el equivalente castellano siguiendo un viejo modelo de traducción interlineal, de ahí su nombre. No era ciertamente una traducción sino simplemente poner debajo de cada palabra el equivalente, un equivalente selecto claro -en ese sentido sí es traducción- pero sin reconstruir la frase. ¿Por qué decía eso W. Benjamin? Seguramente por la imposibilidad de traducir de verdad un texto altamente poético.

Se pueden hacer dos cosas puestos a ser extremistas: o lo que dice Benjamin (dar la versión lineal) o bien poner en tu lengua un poema que más o menos evoque al otro sin pretender que sea su traducción, fórmula que usan muchos poetas traductores. Construyen otro poema y lo dan como traducción, aunque eso no es una traducción, es un poema que evoca al otro. Yo, personalmente, para comprometerme prefiero la literalidad y, si tengo que elegir entre los dos extremos, me decanto por lo que dice Benjamin. Cuando he tenido que traducir a algún poeta [1] -en muy pocas ocasiones- he dado una versión literal y he puesto a pie de página el texto original.

Pero una traducción interlineal no podrá nunca lograr una frase correcta en castellano…

Por eso no la puedes quitar de ese contexto. Sería un monstruo. Lo que tienes que suponer es que el lector es persona de cierta cultura, que si tú le pones el significado de la palabra debajo, él va a reconstruir la frase inglesa o la frase alemana o francesa. Esto es lo que hacían los pedagogos de latín y griego. A veces es inevitable.

Una vez sí que traduje versos a la fuerza, el Marat-Sade de Peter Weiss, pues se tenía que representar. Sin embargo se pasa mal, se tiene mucha conciencia de que no se está traduciendo de verdad.

La aparición de una traducción ¿es importante que vaya unida a los acontecimientos intelectuales, políticos, del país? ¿Hay un número determinado de obras que pueden ser importantes si aparecen en un determinado momento político?

Claro que sí. Político o de otro tipo: cultural, filosófico…

¿Es entonces importante escoger estas obras en su justo momento?

Naturalmente que es importante. Lo que ocurre es que eso sí lo puedes hacer tú, como traductora, cuando llevas una política cultural, cuando estás un poco asegurada en la profesión. En los primeros años traduces lo que te manda la editorial; por muy sensible que seas como traductora, no siempre puedes colocar un texto importante en el momento oportuno.

¿Usted ha traducido pensando en esto?

Cuando he podido, sí. Pero yo empecé a traducir en el año 54 [2] y viví de ello durante muchísimos años. Y, desde luego, no podía escoger lo que traducía. A finales de los años cincuenta empecé a poder elegir, a poder colocar algún título; aunque siempre es un forcejeo y depende mucho también de las épocas económicas. Por ejemplo, en estos momentos de mucha crisis económica es desesperado, no hay casi manera de llamar la atención sobre un texto interesante que no sea muy comercial.

En el ambiente que yo conozco, esta Facultad, para editar la tesis doctoral de un profesor joven de Teoría [3], muy inteligente, muy agudo y con un texto muy original, hemos tenido que recurrir a un amateur porque las casas comerciales no lo hacían. En cambio, en una época de boom en que se vende todo, te aceptan con facilidad la traducción de algo muy interesante publicado en Inglaterra o en Suecia. La verdad es que es un forcejeo.

¿En qué puede beneficiar a una obra el que aparezcan diversas traducciones?

En nada. ¿Te refieres al caso de El Capital? Eso ha sido muy desesperante. Cuando me encargaron que empezara a traducir las obras de Marx y Engels (que por cierto están suspendidas porque el mercado ya no da para eso) estaba justificado que me pidieran un Capital, puesto que si traducían unas obras completas era natural que también editaran El Capital. Lo que en cambio, en mi opinión, era un error, era considerar que había que sacar pronto El Capital. Creo que primero había que publicar lo inédito, a saber, todo el epistolario completo. Los técnicos editoriales de Grijalbo decidieron que no, que eso era un error, y entonces se empezó por El Capital. Según ellos, lo primero era tener El Capital. Yo no me atrevo a decir que ellos, que son comerciantes, no lleven razón, pero la situación es absurda. En el momento en que ahora se suspende la edición hay once volúmenes publicados, de los cuales tres son de El Capital; faltan todavía dos para completarlo. Yo he abandonado ese trabajo dejándole al editor la traducción completa del Epistolario de Marx y Engels. En total, doce volúmenes inéditos que nunca se han publicado ni en castellano ni en catalán. Pero parece que comercialmente esto es justo (4).

Puede traducirse una obra entre dos personas en sucesivas etapas. ¿No se notará en el estilo?

Seguro. Yo tengo un interesantísimo encargo, lo que pasa es que ahora apenas traduzco porque como aquí tengo en la Universidad dedicación exclusiva no me da tiempo (en verano traduzco un poco): terminar la traducción castellana de la Crítica de la razón pura de Kant que empezó Morente y dejó por la mitad. Es un encargo divertido. Pero claro que se notará y tendré que poner una nota previa explicándolo. De todas maneras he decidido hacer un esfuerzo para parecerme a García Morente [5].

Usted ha traducido cosas tan heterogéneas como los pensadores marxistas y algunos economistas capitalistas…

Sí. Pero de todas maneras no es tan asombroso. ¿están pensando en Galbraith? Y en Schumpeter ¿no? No es el mismo caso en los dos. Schumpeter es un clásico de la historia del pensamiento económico, es como traducir a Platón. Uno puede ser todo lo aristotélico que quiera, pero traducir a Platón es traducir a Platón [6]. Este era el caso de Schumpeter.

En el caso de Galbraith la motivación fue distinta ya que podía haberlo rechazado al estar bastante metido en el oficio; sin embargo, tenía un interés para mí. Galbraith es uno de los miembros de la última generación de lo que se llama el institucionalismo americano [7]), y el institucionalismo tiene muchísimos puntos de contacto, también discrepancias, con la escuela histórica y con el marxismo, como por ejemplo el hacer economía sociológica, es decir, economía con mucha sociología y mucha política, como lo hace Galbraith. No es que yo sea galbraithista, pero era un libro interesante, agudo y muy sofístico, que traduje por gusto, no por absoluta necesidad [8].

Podíais añadir otro libro de economía que he traducido que no es un libro marxista: La economía como ciencia, de Papandreou [9]. Es también un texto de mucha calidad científica, muy bueno. Lo traduje también con mucho gusto porque es uno de los primeros textos con una buena calidad lógico-formal. En principio, creo que (dicho así, a título de testimonio) si el más reaccionario de los economistas publica un gran libro y me ofrecen traducirlo, yo no tendré inconveniente. Por ejemplo, el Ensayo de metodología de un ser como Friedman, para m í odioso, si no estuviese traducido lo traduciría porque es buenísimo.

No tengo por qué generalizar o imponerme a alguien; sé que, como traductor, lo haría con gusto. No porque sea ecléctico en materia de ideas, sino porque el conocimiento de un buen trabajo, aunque sea en un campo opuesto a aquel en el que yo piense, es una cosa valiosa.

Y que no tiene por qué influir en la traducción.

No, claro que no. El conocimiento y la difusión me parecen buenos si la obra es de calidad y su divulgación supone, entre otras cosas, la traducción.

Volviendo a lo dicho antes, ¿qué aportó usted a la cultura española con sus traducciones de Marx, Engels, Lukács, Gramsci…?

El primer Marx y Engels publicado en España, después de la Guerra civil, fue precisamente Revolución en España y lo acabé en 1959 aunque lleva la fecha de 1960 por razones de censura, de negociación con Robles Piquer, entonces en censura y ahora en televisión [10]. En aquella época era más clara la censura. A España yo no creo que haya aportado mucho, pero en cambio a ciertos grupos de gente, sí.

¿A la España intelectual?

Y no a toda. A la que se interesaba por cosas así. A mí me parece que lo que yo pude hacer -y no sé si aportaba algo o no, en todo caso tenía esa elección- fue difundir la literatura reprimida por una u otra razón, porque no siempre fue sólo marxismo. Yo he difundido con las traducciones bastante lógica y filosofía formal en una época en la que los editores no la publicaban, curiosamente, por presión de la censura eclesiástica aunque os parezca un chiste. A vuestra edad debe parecer imposible ¿no? Cuando yo volví de Alemania, en el 56, acababa de salir un excelente manual de lógica de un autor austriaco de los que emigraron a Norteamérica durante la II Guerra Mundial: Carnap [11]; matemático y físico muy célebre. Nada más llegar a España intenté vivir de la traducción porque el sueldo mensual, entonces, de un adjunto de universidad era de trescientas pesetas. Busqué traducciones, acepté lo que me dieron: una porquería pseudo-biológica, y propuse enseguida el texto de Carnap. Me dijeron que volviera, luego me fueron dando largas y, el día que fui a entregar aquella porquería, encima de la mesa de Mas (ya no está en Labor, era compañero mío de bachillerato y tenía, por lo tanto, cierta confianza; además era hijo de los gerentes) estaba el informe del libro con una nota al lado que resumía el informe de un jesuita censor del obispado, el Padre Roig Gironella, y que decía que no se debía publicar aquel libro de lógica porque el concepto de número era idealista. No se publicó. Labor no me comunicó que fuera por eso. Este pobre Mas me dijo, disimulando un poco, que «no es oportuno»… pero era por censura eclesiástica (¡sobre un libro de lógica!). Esto ocurría en los años cincuenta, que conste.

Yo he difundido bastante la lógica, he traducido casi todas las obras de Quine y algunas otras cosas de filosofía del conocimiento. No precisamente marxistas, sino, más bien, analíticas o neopositivistas. Lo que pretendía, independientemente del resultado que diera, era, primero difundir ideas que no circulaban por razones de censura directa o indirecta; y luego, en el caso de la literatura marxista (que era la que más me interesaba), intentar prestar un servicio interno a la gente que se consideraba marxista. A saber, compensar el marxismo muy esquemático de los manuales más políticos.

Dicho sea así, sin criticar u ofender a alguien, es evidente que los movimientos políticos no pueden ser finos en su decisión, y lo que tienen que hacer es evitar lo elemental. Pero eso da lugar a formas culturales bastante esquemáticas y pobres.

Yo lo que hacía era intentar dar un marxismo complicado, por así decirlo: Adorno, W. Benjamin, Lukács. Autores que no fueran muy esquemáticos y que no fueran sólo la cultura marxista elemental. Y clásicos. Siempre aspiré a clásicos ya que una de las cosas peores de la literatura marxista es que, como la obra de Marx fue editada por el propio autor en forma de borradores en su mayor parte, se lee muy poco por ser una tarea bastante pesada y laboriosa.

La literatura marxista, por regla general, está hecha de antologías. Lo que suele leer el público son pequeñas antologías entrecortadas.

Tenía la intención, por tanto, de presentar los clásicos enteros. Eso no pudo cuajar hasta las OME (Obras de Marx Y Engels, ed. Crítica) y ha desaparecido o va a desaparecer, porque es de suponer que la suspensión de las OME, a la vez que el Fondo de Cultura Económica de México empieza la edición de las obras básicas de Marx y Engels, acabará en una negociación por la cual Grijalbo venderá lo ya traducido por el equipo que yo tenía, equipo bastante bueno.

Entonces, ¿es preferible que el traductor trabaje con un equipo?

Depende. Si la traducción es artística es mucho más individual. Y si la materia es científica depende del volumen de los libros. Yo he trabajado varias veces organizado un equipo de traductores y la última ha sido ésta.

Antes había trabajado en la Historia General de las Ciencias, de Prensas Universitarias de Francia, que empezó a publicar Labor y acabó Destino. Cuando una obra es tan extensa -cuatro tomos de casi un millar de páginas- por fuerza tienes que intentar organizar un equipo. Si no, la obra se eterniza en el editor y se amortiza mal el dinero que ha gastado.

¿Cómo funciona el trabajo en equipo? Antes hemos dicho que en una misma traducción se nota el estilo de dos o más traductores.

La única solución decente es no cortar los textos. Por ejemplo, si son obras de muchos volúmenes -si los volúmenes no son muy extensos-, pues entonces a volumen por traductor. Y si es una obra de volúmenes muy extensos, como era la Historia General de las Ciencias, pero que, en cambio, tiene una división natural, lo que habría que evitar es cortar el texto. Que un texto lo hagan entre dos es bastante malo.

Usted cuando traduce ¿compara otras traducciones del mismo autor? ¿Puede ser esto beneficioso?

Mira, aquí no me gustaría generalizar. Mi procedimiento personal es no mirar antes de traducir. Hacer mi borrador y luego mirar, al repasar la mía. Pero se puede hacer al revés. No creo que haya una regla muy fija.

Al preparar estas preguntas leemos, en un artículo de La Vanguardia que usted alude a las «traducciones muertas»… [12]

Bueno, es un criterio literario y no lo podría definir. Vamos a intentar explicar qué quiere decir. De un mismo texto, que no sea un texto científico, de lógica, que tenga alguna validez literaria, uno puede leer una traducción animada, que interesa, que parece que es un original, y otra versión que uno ve enseguida que es una traducción. Esta segunda es la que yo digo que está muerta. No tiene vida, le queda la vida del significado que tenía el original, pero ella misma no tiene ninguna vida.

Por ejemplo, ¿en poesía?

En poesía es distinto porque hay que hacerlo adrede, en mi opinión. En poesía, o se hace otro poema o se renuncia a hacer una traducción viva. Pero en todos los demás textos, incluso en textos científicos -siempre que no sean pura matemática- se puede intentar que no parezca una traducción, que se sepa pero que no se note en cada párrafo. Hay veces que uno nota que aquello viene del francés o que viene del alemán o del inglés y eso es lo que no tiene que ocurrir.

Sucede cuando se guarda la estructura de la lengua…

De la lengua propia. Y no sólo la estructura. Además hay que darle un poco de estilo, que el texto que salga no sea neutro [13].

Y otro problema es proporcionarle -porque cada texto tiene un estilo- un mismo estilo en tu lengua, y mantenerlo…

Sí. Mantenerlo es mucha ambición pero al menos intentarlo, intentar una evocación [14].

*

NOTAS EDICIÓN:

(1) Por ejemplo, a Heine, a Brecht o a Pascoli.

(2) Tal vez se refiere aquí Sacristán a su traducción de Degas. Estudio biográfico y crítico. Barcelona, Skira, 1954. Juan-Ramón Capella, en su «Aproximación a la bibliografía de Manuel Sacristán Luzón», mientras tanto 30-31, Mayo 1987, pp.193-223, realizó una completísima lista de los trabajos, grabaciones y traducciones de Manuel Sacristán. Miguel Manzanera, en su tesis doctoral, completó la bibliografía con los trabajos clandestinos del que fuera miembro de la comisión ejecutiva del PSUC.

(3) Probablemente se refiere Sacristán a la tesis doctoral de Alfons Barceló.

(4) La situación sigue siendo la descrita. De El capital se han publicado los libros I y II (en tres volúmenes), y Sacristán dejó traducido la mitad del Libro III. Del Epistolario no hay señales de publicación.

(5) La versión castellana, morente-sacristaniana, de la Crítica de la Razón Pura (o de la pura razón, como gustaba escribir a Antonio Machado) no llegó a editarse.

6) Sacristán tradujo El Banquete en 1956. En sus declaraciones a La Vanguardia, 8 de diciembre de 1981 («La traducción como oficio y como experiencia») puede verse el siguiente paso: «La traducción de El banquete, de Platón la trabajé muchísimo; es la traducción mía que Valverde ha elogiado más; la hice con mucha calma, trabajé dos años y cobré 2.000 pesetas»

(7) En los «Apuntes del curso de metodología de la ciencia», curso 1983-84, Sacristán señalaba: «(…) Pero esta escuela (se refería a la escuela histórica) ha tenido una prolongación muy interesante, que durante bastante tiempo no fue tenida en cuenta casi y ahora, por obra de la gran popularidad de Galbraith vuelve a ser tenida en cuenta. Es su influencia en el institucionalismo norteamericano. (…) En esta última fase de la escuela institucionalista la idea básica es, podríamos decir, la del capitalismo dirigido, no en el sentido de una propuesta de que el capitalismo sea dirigido sino casi como afirmación de que ya lo es, como planificación indicativa y sobre la base que ya entonces es utilizable, de la Contabilidad Nacional».

(8) Se refiere a El nuevo estado industrial, Ariel, 1967. En esas mismas declaraciones a La Vanguardia, Sacristán indicaba sus preferencias óptimas: «Hay dos autores que me alegro mucho de haber traducido al castellano: Adorno, en ciencias sociales y Quine, en el campo de la lógica y la teoría de la ciencia, y, quizá más tarde, Agnes Heller»

(9) Se editó en Ariel, 1961. Colaboró en la traducción, José Mª Lasuén. La presentación ha sido reeditada en M. Sacristán, Escritos sobre El Capital y textos afines, Barcelona, El Viejo Topo, 2004.

(10) Más tarde, como eurodiputado del P.P.

(11) Carnap, uno de los miembros fundadores del neopositivismo lógico, fue siempre un filósofo muy considerado por Sacristán. En su artículo «Filosofía» de 1958 (Papeles de filosofía, ed cit, pp. 90-219) puede encontrarse, en las páginas 145-156, una excelente presentación de la obra carnapiana. Fue el autor al que Sacristán dedicó más espacio en su trabajo.

(12) En las citadas declaraciones a La Vanguardia, Sacristán había comentado: «No creo haber hecho nunca traducciones muy malas, pero sí he hecho algunas muertas»

(13) No resultará ocioso recordar las palabras que Mario Bunge dedicó a Sacristán en la presentación de La investigación científica:: «(…) Ha sido un alto privilegio el que los ilustrados directores de Ariel, S.A. encomendaron la traducción de este libro al profesor Manuel Sacristán. No escapará al lector que el traductor ha debido superar la dificultad que presenta la pobreza de nuestro vocabulario filosófico, dificultad que no hubiera podido encarar siquiera de no poseer una sólida versación y rica experiencia». También esta consideración de José Mª Valverde (Acerca de Manuel Sacristán, ed cit, pp. 690-691): «Él era un traductor muy escrupuloso, que trabajaba poniendo verdaderamente todo. Incluso, si cabe alguna crítica, es que ponía a veces demasiado amor. O sea que él incluso daba algún toque, que no era un traductor mecánico, es decir, que rehacía los textos, lo cual era admirable como creatividad. Pero alguna vez, en cierto modo, casi se pasaba, y mejoraba el original. Era una época en que yo también traducía mucho y padecíamos al mismo editor, San Miguel, que era un hombre que se obstinaba, a veces. Yo alguna vez fui a Madrid y le saqué a la fuerza los dineros míos y de Sacristán».

(14) Sobre el papel que la traducción ha jugado en su vida son de interés sus mismas reflexiones recogidas en esta entrevista a La Vanguardia del 8-12-81: «Cuando fui excluido por primera vez de la Universidad, pensé que quedaba excluido para siempre de la vida universitaria pensé, entonces, en reorganizarme la vida de un modo que me permitiera lo esencial para mí, estudiar. Como, además, me pareció que el trabajo de traducir era sumamente malo desde el punto de vista económico, me dio la posibilidad de, explotándome intensamente a mí mismo y careciendo de automóvil, que no he tenido nunca, y de propiedad alguna, como tampoco he tenido jamás, poder sobrevivir teniendo más horas para estudiar que para ganarme la vida; lo que me ganaba con eso, a cambio de la inseguridad y la falta de confort y de propiedad, era el estudiar».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de las autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.