Desde hace medio año se ha multiplicado -hasta llegar quizás a comportar un salto cualitativo- la actividad represiva del Estado español contra el movimiento independentista vasco. Los poderes ejecutivo y judicial, confundidos en un amasijo antidemocrático y presentándose en una connivencia a todas luces indeseable, proceden -contra todas nuestras esperanzas de paz- a un torrente […]
Desde hace medio año se ha multiplicado -hasta llegar quizás a comportar un salto cualitativo- la actividad represiva del Estado español contra el movimiento independentista vasco. Los poderes ejecutivo y judicial, confundidos en un amasijo antidemocrático y presentándose en una connivencia a todas luces indeseable, proceden -contra todas nuestras esperanzas de paz- a un torrente de detenciones (y consiguientes encarcelamientos) que pueden ser justamente calificadas de:
-Jurídicamente impresentables.
-Socialmente vergonzosas.
-Políticamente erróneas.
-Históricamente anacrónicas.
-Eticamente infames.
-Ideológicamente estúpidas.
Es por lo que yo, completamente inerme ante tales hechos, doy con ruego de publicación esta nota, con harto dolor de mi corazón, en la que opino que estas detenciones y los consiguientes encarcelamientos afectan a multitud de personas de las que tengo la convicción de que no pertenecen a organización armada alguna y de que en su vida social no estaban haciendo uso de violencia de ningún género, ni de otras artes que las más pacíficas del pensamiento y de la actividad cultural y/o política.
En esta inquietante situación, una vez más se nos impone la ilustre exclamación evangélica de que, si se hace callar a los inocentes, «hablarán las piedras». Lo cual no es, desde luego, deseable, pero la verdad es que ocurren situaciones indeseables cuando lo deseable es imposible.